Se expanden los rumores sobre la muerte del líder norcoreano Kim Jong-un y los leo con una extraña preocupación. Por supuesto, estoy convencido de que sería mejor para Korea del Norte convertirse en una democracia, pero siento lástima por Kim Jong-un. Hace años le convertí en uno de los dos protagonistas principales de mi novela “Los insignes” y estuve unas semanas recopilando información sobre él.
En mi novela, Kim Jong-un era –además de él mismo, un dictador– un poeta que hablaba español y que contactaba con Ernesto Sánchez, un poeta madrileño, para hablar de poesía e intentar que reseñara en su blog literario su poemario, que había salido en Korea del Norte con una tirada inicial de 4 millones de ejemplares, se había convertido en lectura obligatoria en los colegios y había sido alabado por toda la crítica literaria del país. Pero Kim Jong-un, como buen artista, como buen poeta, quería más alabanzas.
Por supuesto, siento simpatía por un personaje literario que yo mismo creé y no por el dictador real al que no conozco, pero uno también puede sentir pena por los personajes imaginarios que encarna en los reales, estoy descubriendo.
Kim, el vate, es un poco una reedición del mito de Nerón, no?
ResponderEliminarBueno, aún no quemó Piongyan, aunque dale tiempo que ya veremos...
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