Villa,
de Luis Gusmán
Editorial Contrabando. 209 páginas. Primera edición de 1996, ésta es
de 2019.
A finales de abril de 2019, Aitor Romero Ortega y yo, presentamos
en Madrid la novela Agenbite of inwitt del mexicano Alejandro Espinosa Fuentes, que salía con la editorial valenciana Contrabando. Tras la presentación
fuimos a tomar algo y pude conversar con Manuel
Turégano Moratalla, el editor de Contrabando. Hablamos de literatura
latinoamericana y en la conversación salió que había publicado, hacía unos
pocos meses, la novela Villa del argentino Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944).
Recordé que había pensando ir, unos meses antes, a la presentación que tuvo
lugar en la librería Juan Rulfo, en
la que estaba el autor, pero al final se me pasó. Había leído entonces y Manuel
Turégano me lo refrescó que a Luis Gusmán se le considera, en algunos ámbitos
especializados, un clásico oculto de la literatura argentina, cuya obra no
había sido hasta ahora difundida en España. A mí me gusta mucho indagar en este
tipo de figuras, sobre todo si provienen de Argentina, por cuya literatura
siempre he sentido predilección. Así que al final de la noche quedé con Manuel
Turégano para que me enviara Villa,
lo leyera y lo reseñara.
Carlos Villa procede del populoso
barrio bonaerense de Avellaneda y, desde adolescente, ha trabajado como
«mosca», alguien que ayuda a una persona poderosa y que se acaba convirtiendo
en su mano derecha, «Un mosca es el que revolotea alrededor de un grande. Si es
un ídolo, mejor.» (pág. 24). Si bien Villa empezó como mosca de apostadores de
club deportivo, la suerte le sonrió al pasar a ser, a los dieciocho años, mosca
del doctor Firpo, un hombre elegante y bien relacionado, que trabaja en el
Ministerio del Bienestar Social. Villa quería estudiar Derecho, porque le habían
dicho que se estudia todo de memoria, pero será Firpo quien le recomiende
estudiar Medicina, donde también puede aprender de memoria y, además, Villa
sabe (o le hace saber Firpo) que él no tiene carácter para defender a nadie.
Así que Villa además de asistente (o mosca) de Firpo también ha pasado a ser
–bajo su sombra– el doctor Villa. Villa acompañará como asistente a Firpo en
sus viajes, los dos pertenecen a una sección del Ministerio llamada Aviación
Sanitaria, y cuya función es trasladar lo más rápido posible a personas heridas
en ambulancias, aviones o helicópteros desde el interior a la capital. Villa no
parece tomarse muy en serio a sí mismo como médico, y no se ve con fuerzas para
poner un consultorio en un pueblo apartado. Su vocación es la de asistir a
otros, la de estar tranquilo siendo funcionario de carrera, admirar a Firpo,
conseguir su confianza, y poder ascender de forma pausada. Villa es alguien que
cree en el sentido de las jerarquías. El apellido elegido por Luis Gusmán para
su personaje no es inocente, Villa es un hombre gris, cuya inacción permite
operar a las dictaduras y Villa (o “pueblo”) puede representar a mucha gente.
Para un lector español, la novela
quizás necesite un poco de contextualización histórica: Juan Domingo Perón,
después de un largo exilio, había vuelto a Argentina en 1972. En 1973 ganó las
elecciones y se convirtió por tercera vez en el presidente del país. Uno de sus
ministros más importantes va ser José López Rega, fundador del grupo paramilitar
Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que asesinó a personas de
izquierdas, fueran peronistas o no. Los expertos discuten si Perón llegó a
conocer la existencia y funcionamiento de la Triple A. A mediados de 1974 Perón
muere y López Rega llega a tener tanta influencia sobre Isabel Perón que, de
facto, se convirtió casi en el primer ministro. En esta Argentina de los años
1973-1975 es en la que se desarrolla la historia que cuenta Villa. López Rega está al mando del
Ministerio del Bienestar en el que trabaja Carlos Villa, y desde el que se
supone que opera la Triple A. Pero Villa no saber o no quiere saber lo que está
ocurriendo a su alrededor. «Yo de política no sé nada», dirá Villa en más de un
momento de la novela. Cuando Villa se va a casar busca al Polaco, su amigo de
los tiempos del club deportivo. Se produce el siguiente encuentro entre ellos:
«Como de costumbre, fue muy claro: “Villa, no me gusta la gente con la que
andás. Vos sabés lo que te digo, la gente del Ministerio. Están pasando cosas
pesadas en el país. Hay gente que desaparece y dicen que la central de
operaciones es el Ministerio. Villaba es el que menos me gusta, y el otro, el
doctor del que a veces me hablás, creo que se llama Firpo, me parece que no
tiene ningún poder.
Le respondí que mi trabajo era
sanitario, que yo no tenía nada que ver con muertos ni cosas raras, que todos
ahí eran funcionarios o empleados de carrera. Su respuesta me hizo pensar que
no lo volvería a ver, y me pregunté por qué perdía de vista a la gente que
quería.» (pág. 71)
Sin embargo, por más empeño que
ponga Villa en no enterarse de lo que ocurre a su alrededor, la realidad va a
terminar por agarrarle del cuello. Sobre todo cuando aparezcan en escena Cummins
y Mujica, dos de los personajes más siniestros con los que me he encontrado
últimamente en una novela. Cummins y Mujica van a solicitarle a Villa más de un
servicio secreto que él preferiría no tener que realizar. «Esos dos hombres habían
cambiado mi vida. ¿Era así? ¿O era una serie de acontecimientos que se habían
acumulado uno tras otro con una lógica implacable? (…) Después, ¿cómo hacer
para retroceder? No tenía valor para quitarme la vida. Sí, había pensado en
escapar. Pero, ¿quién puede escapar de los acontecimientos que lo envuelven?»
(pág. 126)
El estilo de la novela es de frase
austera, pero elegante y trabajada; prolijo en diálogos. Gusmán sabe recrear
muy bien el pasado del personaje y el enriquecimiento de las escenas con
detalles que se van cargando de significado. Una vez que el lector se ve
envuelvo en la atmósfera política y social enrarecida del comienzo de la
novela, su avance hacia cada vez zonas más siniestras del «infierno
latinoamericano» será imparable. Creo que Villa
contiene algunas de las escenas más terribles y ominosas con las que me he
topado últimamente en un libro; comparables a las que describía, sobre terror
estatal, el también argentino Carlos
Catania en su novela de la década del 70 Las Varonesas, que alguna
editorial española debería rescatar (como ya se ha hecho en Argentina).
Estrella distante, la
magnífica novela corta de Roberto Bolaño,
se publicó en 1996, el mismo año que Villa.
Las dos, una desde el punto de vista chileno y la otra argentina, hunden sus
manos en el «infierno latinoamericano», la expresión que le gustaba usar a
Bolaño cuando hablaba del terror estatal de los años 1970 o 1980 en
Latinoamérica.
He sufrido con Villa, porque sabía
que no era una persona brillante, pero no parecía un mal tipo; Villa es alguien
que se va a enfrentar a más dilemas morales y zonas oscuras del alma humana de
las que seguramente pueda manejar. Villa
es una magnífica novela, siniestra, honda y poderosa, que acabé con un nudo en
el estómago. Un libro que, si esto de la literatura sigue teniendo sentido en
el siglo XXI, debería convertirse en un clásico, si no lo es ya.
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