domingo, 22 de septiembre de 2019

Villa, por Luis Gusmán


Villa, de Luis Gusmán

Editorial Contrabando. 209 páginas. Primera edición de 1996, ésta es de 2019.

A finales de abril de 2019, Aitor Romero Ortega y yo, presentamos en Madrid la novela Agenbite of inwitt del mexicano Alejandro Espinosa Fuentes, que salía con la editorial valenciana Contrabando. Tras la presentación fuimos a tomar algo y pude conversar con Manuel Turégano Moratalla, el editor de Contrabando. Hablamos de literatura latinoamericana y en la conversación salió que había publicado, hacía unos pocos meses, la novela Villa del argentino Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944). Recordé que había pensando ir, unos meses antes, a la presentación que tuvo lugar en la librería Juan Rulfo, en la que estaba el autor, pero al final se me pasó. Había leído entonces y Manuel Turégano me lo refrescó que a Luis Gusmán se le considera, en algunos ámbitos especializados, un clásico oculto de la literatura argentina, cuya obra no había sido hasta ahora difundida en España. A mí me gusta mucho indagar en este tipo de figuras, sobre todo si provienen de Argentina, por cuya literatura siempre he sentido predilección. Así que al final de la noche quedé con Manuel Turégano para que me enviara Villa, lo leyera y lo reseñara.

Carlos Villa procede del populoso barrio bonaerense de Avellaneda y, desde adolescente, ha trabajado como «mosca», alguien que ayuda a una persona poderosa y que se acaba convirtiendo en su mano derecha, «Un mosca es el que revolotea alrededor de un grande. Si es un ídolo, mejor.» (pág. 24). Si bien Villa empezó como mosca de apostadores de club deportivo, la suerte le sonrió al pasar a ser, a los dieciocho años, mosca del doctor Firpo, un hombre elegante y bien relacionado, que trabaja en el Ministerio del Bienestar Social. Villa quería estudiar Derecho, porque le habían dicho que se estudia todo de memoria, pero será Firpo quien le recomiende estudiar Medicina, donde también puede aprender de memoria y, además, Villa sabe (o le hace saber Firpo) que él no tiene carácter para defender a nadie. Así que Villa además de asistente (o mosca) de Firpo también ha pasado a ser –bajo su sombra– el doctor Villa. Villa acompañará como asistente a Firpo en sus viajes, los dos pertenecen a una sección del Ministerio llamada Aviación Sanitaria, y cuya función es trasladar lo más rápido posible a personas heridas en ambulancias, aviones o helicópteros desde el interior a la capital. Villa no parece tomarse muy en serio a sí mismo como médico, y no se ve con fuerzas para poner un consultorio en un pueblo apartado. Su vocación es la de asistir a otros, la de estar tranquilo siendo funcionario de carrera, admirar a Firpo, conseguir su confianza, y poder ascender de forma pausada. Villa es alguien que cree en el sentido de las jerarquías. El apellido elegido por Luis Gusmán para su personaje no es inocente, Villa es un hombre gris, cuya inacción permite operar a las dictaduras y Villa (o “pueblo”) puede representar a mucha gente.

Para un lector español, la novela quizás necesite un poco de contextualización histórica: Juan Domingo Perón, después de un largo exilio, había vuelto a Argentina en 1972. En 1973 ganó las elecciones y se convirtió por tercera vez en el presidente del país. Uno de sus ministros más importantes va ser José López Rega, fundador del grupo paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que asesinó a personas de izquierdas, fueran peronistas o no. Los expertos discuten si Perón llegó a conocer la existencia y funcionamiento de la Triple A. A mediados de 1974 Perón muere y López Rega llega a tener tanta influencia sobre Isabel Perón que, de facto, se convirtió casi en el primer ministro. En esta Argentina de los años 1973-1975 es en la que se desarrolla la historia que cuenta Villa. López Rega está al mando del Ministerio del Bienestar en el que trabaja Carlos Villa, y desde el que se supone que opera la Triple A. Pero Villa no saber o no quiere saber lo que está ocurriendo a su alrededor. «Yo de política no sé nada», dirá Villa en más de un momento de la novela. Cuando Villa se va a casar busca al Polaco, su amigo de los tiempos del club deportivo. Se produce el siguiente encuentro entre ellos: «Como de costumbre, fue muy claro: “Villa, no me gusta la gente con la que andás. Vos sabés lo que te digo, la gente del Ministerio. Están pasando cosas pesadas en el país. Hay gente que desaparece y dicen que la central de operaciones es el Ministerio. Villaba es el que menos me gusta, y el otro, el doctor del que a veces me hablás, creo que se llama Firpo, me parece que no tiene ningún poder.
Le respondí que mi trabajo era sanitario, que yo no tenía nada que ver con muertos ni cosas raras, que todos ahí eran funcionarios o empleados de carrera. Su respuesta me hizo pensar que no lo volvería a ver, y me pregunté por qué perdía de vista a la gente que quería.» (pág. 71)

Sin embargo, por más empeño que ponga Villa en no enterarse de lo que ocurre a su alrededor, la realidad va a terminar por agarrarle del cuello. Sobre todo cuando aparezcan en escena Cummins y Mujica, dos de los personajes más siniestros con los que me he encontrado últimamente en una novela. Cummins y Mujica van a solicitarle a Villa más de un servicio secreto que él preferiría no tener que realizar. «Esos dos hombres habían cambiado mi vida. ¿Era así? ¿O era una serie de acontecimientos que se habían acumulado uno tras otro con una lógica implacable? (…) Después, ¿cómo hacer para retroceder? No tenía valor para quitarme la vida. Sí, había pensado en escapar. Pero, ¿quién puede escapar de los acontecimientos que lo envuelven?» (pág. 126)

El estilo de la novela es de frase austera, pero elegante y trabajada; prolijo en diálogos. Gusmán sabe recrear muy bien el pasado del personaje y el enriquecimiento de las escenas con detalles que se van cargando de significado. Una vez que el lector se ve envuelvo en la atmósfera política y social enrarecida del comienzo de la novela, su avance hacia cada vez zonas más siniestras del «infierno latinoamericano» será imparable. Creo que Villa contiene algunas de las escenas más terribles y ominosas con las que me he topado últimamente en un libro; comparables a las que describía, sobre terror estatal, el también argentino Carlos Catania en su novela de la década del 70 Las Varonesas, que alguna editorial española debería rescatar (como ya se ha hecho en Argentina).
Estrella distante, la magnífica novela corta de Roberto Bolaño, se publicó en 1996, el mismo año que Villa. Las dos, una desde el punto de vista chileno y la otra argentina, hunden sus manos en el «infierno latinoamericano», la expresión que le gustaba usar a Bolaño cuando hablaba del terror estatal de los años 1970 o 1980 en Latinoamérica.
He sufrido con Villa, porque sabía que no era una persona brillante, pero no parecía un mal tipo; Villa es alguien que se va a enfrentar a más dilemas morales y zonas oscuras del alma humana de las que seguramente pueda manejar. Villa es una magnífica novela, siniestra, honda y poderosa, que acabé con un nudo en el estómago. Un libro que, si esto de la literatura sigue teniendo sentido en el siglo XXI, debería convertirse en un clásico, si no lo es ya.

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