Serotonina, de Michel
Houellebecq.
Editorial Anagrama. 282 páginas. 1ª edición de 2019.
De Michel Houellebecq (isla de Reunión, 1958) he leído todas las
novelas que ha publicado hasta ahora. Diría que es el único escritor actual al
que verdaderamente sigo. Así que cuando Anagrama
publicó su nueva novela, Serotonina, se la solicité para
poder leerla y reseñarla. A mí mismo me resulta raro haber tardado unos meses
en acercarme a ella, pero mi desbarajuste de libros por leer cada vez es más
caótico, así que esto entra dentro de mi normalidad extraña.
El protagonista y narrador de esta
novela se llama Florent-Claude Labrouste y en el momento de empezar a contar su
historia tiene cuarenta y seis años. Además sufre una depresión y ha de tomar
cada mañana un comprimido de Captorix. Estas pastillas alivian los síntomas de
su tristeza, pero tienen una consecuencia indeseada: le provocan impotencia. Al
comienzo de la novela (cuando ya está entrando en depresión, pero aún no toma
pastillas) vive con una japonesa de veintiséis años llamada Yuzu. Florent cada
vez se siente más alejado de ella, y le parece que en realidad Yuzu vive con él
porque le interesa su céntrico piso parisino. A Yuzu, de la que ha descubierto
una intensa vida sexual, ya que se dedica (a sus espaldas) a grabar vídeos
pornográficos, le dedicará Florent más de un adjetivo descalificativo («araña»,
«zorra», «la muy puta»). Como ya es habitual, Houellebecq juega en su novela a
traspasar los límites de lo políticamente correcto. De este modo, pondrá en
palabras de Florent más de una expresión machista. Aunque por otro lado,
también escribirá algunas páginas de gran sensibilidad sobre el amor y las
relaciones.
Aunque, en ningún momento, Florent
le dice al lector que se ha sentado a escribir, que lo está haciendo es
constatable. Ya en la segunda página le cuenta al lector que el objeto de este
libro será averiguar si su vida termina en la tristeza y el sufrimiento.
Además, podemos hablar aquí de un escritor perezoso, ya que en la página 24
podemos leer una frase como «Creo que no he dicho que yo trabajaba en el
Ministerio de Agricultura» cuando en realidad el lector atento puede recordar
que sí que lo ha contado ya. En realidad, podemos hablar simplemente de un
recurso narrativo que pretende dar verosimilitud a un texto supuestamente
escrito por una persona que está divagando.
Florent abandonará a Yuzu y su vida
convencional, ya que dejará su bien remunerado trabajo en el Ministerio de
Agricultura y se recluirá en un hotel (respaldado por una cuenta bancaria con
700.000 euros). En el hotel rememorará a sus dos grandes amores del pasado,
Kate y Camille, llegando a algunas páginas aquí de muy buena factura
melancólica. Decidirá, un poco más tarde, dejar la ciudad para visitar en el
campo a su compañero de la universidad Aymeric, un noble que ha decidido vivir
en un castillo en el campo, convirtiéndose en granjero. Tanto Aymeric como
Florent han realizados estudios de ingeniería agrónoma. Esta es la formación
universitaria del propio Houellebecq, y sus reflexiones sobre el negro futuro
de la agricultura en Francia o sobre el cultivo de transgénicos son profundas y
documentadas. De nuevo, esto le sirve para hablar de la decadencia europea.
Si ya he hablado de los comentarios
machistas de Florent, también habría que añadir que usa un lenguaje ligeramente
homófobo (muchos comentarios sobre «maricas», «mariquitas» o «sarasas»), que en
realidad no deja de ser un tanto irónico, ya que uno de los grandes temas de Serotonina es el de la pérdida del deseo
sexual en las personas adultas, independientemente de que consuman
antidepresivos o no. Si bien en otros libros de Houellebecq se hablaba del
deseo de las personas adultas hacia los cuerpos de los jóvenes, con unos
planteamientos puramente hedonistas, aquí directamente Houellebecq nos habla de
una fase posterior más drástica aún, la pérdida de deseo y de la libido.
Comentaba con mi pareja que ella,
cuando lee las novelas de Houellebeq, enseguida se olvida del personaje que ha
dibujado y acaba viendo al propio autor. En gran medida la voz narrativa de sus
libros es bastante uniforme, y parece transferirse de un personaje a otro.
Podría afirmar que la reconocible voz narrativa de sus libros es uno de los
grandes logros de su literatura, pero también es cierto que a veces no parece
casar con los personajes que dibuja. Florent tiene cuarenta y seis años y es un
hombre de éxito económico, que además conserva un físico muy viril (así se
describe él mismo), y sus pensamientos a veces parecen no casar con su supuesta
vida o sus conquista amorosas del pasado.
Los personajes (o el personaje) de
Houellebeq siempre son hombres pasivos y provocadores, con un discurso
destructor y nihilista (en la página 30 Florent habla de «la insoportable
vacuidad de los días»), y que se saltan las normas de lo políticamente
correcto; son algo machistas, homófobos, antiecológicos, racistas o clasistas («lo
digo para mis lectores de las capas populares», añade tras describir qué es un
vestidor, intentando provocar y caer mal), y están profundamente desesperados.
Han envejecido y desean revivir gracias al placer que sólo puede darle una
mujer joven. Son bebedores y están perdiendo el control de sus vidas, a pesar
de que no tienen problemas económicos, más bien, sus problemas son
existenciales, de un existencialismo que se entrecruza con el deseo y el sexo.
Como ya he comentado alguna vez, Houellebecq es el gran heredero del escritor
austriaco Thomas Bernhard, habla de
la decadencia de su cultura y de la hipocresía social, pero la narrativa de
Houellebecq es mucho más sexual que la de Bernhard. «París, como todas las
ciudades, estaba hecha para engendrar soledad», dice Houllebecq y el lector
sabe que Bernhard podía haber dicho lo mismo sobre Viena.
Respecto a sus novelas anteriores,
Houellebecq introduce en Serotonina
el tema de internet y de las redes sociales, que hasta ahora casi no había
tocado. Por supuesto, su opinión sobre internet y las redes sociales también es
sombría, una forma de conseguir que las personas vivan menos intensamente que
antes.
Es cierto que la escritura de Serotonina parece algo deslavazada, como
si Houellebecq escribiera dejándose llevar, a la deriva de sí mismo, y que los
temas que trata surgen, en algunos casos, de forma imprevista y sin que se
hubieran insinuado de ningún modo antes. También es cierto que la voz narrativa
de Houellebecq, de la que ya he hablando más arriba, tiende a repetirse y el
lector de sus libros anteriores tiene aquí una sensación de discurso ya
recibido. Además es posible que Serotonina
tenga menos tensión narrativa que casi todas las novelas de Houellebecq y la
sensación es la de que la trama se mueve a trompicones. Pero también es cierto,
que el lector asiduo a Houllebecq se sumergirá en estas páginas con el gusto
acostumbrado y que, para alguien que no haya leído nada de este autor, Serotonina podría ser una buena puerta
de entrada, aunque en ningún caso sea una de sus mejores novelas (que para mí
serían Las partículas elementales, El mapa y el territorio y
Plataforma).
Si mañana se publicase una nueva novela de Houellebecq la leería también. Para
mí Michel Houellebecq es el escritor actual que mejor está sabiendo reflejar la
decadencia de la sociedad del bienestar europeo, una de las voces más
imprescindibles del panorama literario actual.
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