La noche que espera, de Joan
Payeras
Editorial La isla de Siltolá. 59 páginas. 1ª edición de 2019.
De Joan Payeras (Palma de Mallorca, 1973) había leído hasta ahora
cuatro poemarios: Modos de ver un horizonte (2009), Calle del mar (2010), La
luz y el frío (2013) y El vol de la cendra (2016). La
última vez que Javier Cánaves vino a
Madrid desde Mallorca, además de su última novela publicada, me trajo el último
poemario de nuestro amigo en común Joan Payeras, titulado La noche que espera y
editado por La isla de Siltolá.
Pensando en la trayectoria de
Payeras, diría que en una década ha pasado de planteamientos poéticos propios
de la corriente llamada «de la experiencia», ya que sus poemas tenían una base
narrativa y cotidiana bastante fuerte, a unos planteamientos más contemplativos
y con más carga simbólica. Es decir –grosso modo y simplificándolo mucho– ha
pasado de hablar de televisores indiferentes y despertadores salvajes a hablar
de la luz, la noche y la Tierra.
La noche que espera se divide en dos partes: El don y la condena y La
noche que espera.
Ya desde el título, en la primera
parte, con muchas alusiones al peso de la luz y la oscuridad en el ánimo del
poema, Payeras hace un homenaje al Claudio
Rodríguez de El don de la ebriedad.
Éste es el primer poema de esta primera parte:
La luz débil abriéndose
camino
y convirtiendo en sombra
lo que se yergue en la
terraza.
El murmullo del viento
entre los árboles del patio.
La soledad que te recuerda
un sueño que creías
olvidado,
una pasión dormida
que regresa a esta hora
para mostrarte que en la
tarde
hay un verso buscándote.
Ve a su encuentro y merécete
este instante en la tierra.
En este poemario
Payeras elige, en bastantes casos, el formato del poema en prosa. Así en la
página 18 podemos encontrarnos con un poema que recuerda, en temática, a los de
poemarios más antiguos:
Esto es un poema
de amor.
La gente ve caer la tarde tras los cristales de las cafeterías, algunas
gaviotas detienen su vuelo en las aceras. Hace frío en la ciudad. Recuerdo un
verso que ya he escrito y que me sitúa aquí, que anticipa este momento exacto
en que voy a decir las tres letras en voz alta, y ellas saldrán a tu encuentro
para volver después a mi garganta, donde se agolpa entera toda la tarde de
enero de este mundo.
En más de un poema nos
encontramos con la imagen de «tres niños», que simbolizan a los tres hijos del
poeta. En la página 24:
Tres niños juegan en el interior de una casa. Sus voces
parecen dominar la ciudad, desde donde no llega el veloz sonido de las
ambulancias, los colores de los semáforos, los pasos perdidos. Allí, las calles
anticipan otra tarde de invierno, y miles de hombres y mujeres esperan el
descanso de la noche, la esperanza de mañana.
Tres niños juegan en el
interior de una casa. Sus voces parecen dominar el mundo.
La primera parte
de La noche que espera, como ya he
apuntado, es en gran parte una celebración de la vida, a través de la
celebración de pequeños instantes en apariencia insignificantes. Podemos leer
el siguiente poema en la página 32:
El mejor verso está escrito. Lo que queda es el viento que viene y
va, la espuma de las olas en la orilla. Lo que queda es el día, la celebración
de la luz y las horas que son cartas marcadas boca abajo. Lo que queda es la
noche ensayando siempre la última noche. El mejor verso está escrito. Lo que
queda es la vida.
La
segunda parte es la que da nombre al poemario, La noche que espera. Aquí la simbología usada sobre el día y la luz
pasa a ser la de la noche y la oscuridad. Hemos de disfrutar de la vida, porque
después de un tiempo nos espera la muerte, parece decirnos Payeras, en esta
segunda parte más dramática. En la página 38 leemos:
el aire envuelto en una
brisa
que ha encontrado la puerta,
la habitación y al hombre
que escribe versos como
escudos
que detuvieran lo que teme.
No hay más:
la brisa y la puerta,
la habitación, los versos,
el hombre y el tiempo que
pasa.
En la página 41:
Eran días en los que el
cielo
custodiaba la última palabra
del verano que huía.
Quise decir amor y dije luz.
Cerré los ojos para ver
los estorninos que cubrían
el cielo del día siguiente.
En esta segunda
parte vuelve a aparecer los hijos del poeta:
La iglesia estaba llena, y el cuarteto de Música Antigua
interpretaba las canciones medievales. Al fondo, tras el último banco, bailaban
los tres niños. Ajenos a los siglos que les separaban de aquellas partituras,
completaban el milagro. Al salir, la oscuridad fresca de la noche también
parecía decirnos, rotunda, que el tiempo no existe. Pero el concierto había
terminado, y el día había muerto mientras los niños bailaban.
En la página 54
nos adentramos ya en la idea de la vejez y la muerte:
escondido
el amor calla.
Recuerda.
Y comprende al fin
que en la plenitud
de todos los días
escondida
la muerte calla.
La
noche que espera es un poemario sobrio y elegante, que se une como un sólido
eslabón más en la cadena de madurez y claridad poética de Joan Payeras.
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