En julio de 2015 he pasado quince días en Mallorca, en Alcudía, al
norte de la isla. Un día me acerqué en autobús hasta Palma para reunirme con
mis amigos los poetas Javier Cánaves
y Joan Payeras. Cuando llegué a la
ciudad, para hacer tiempo, visité la librería
Literanta. Es una librería-café, aunque cuando yo estuve allí la parte de
cafetería estaba en obras. Me gustó el lugar, los títulos expuestos estaban
seleccionados con gran cuidado, una librería muy literaria. Me apeteció comprar
el libro de algún autor de la isla y estuve hojeando los libros de José Carlos Llop (Palma de Mallorca,
1956). Recuerdo haber leído reseñas de los libros de Llop en suplementos
culturales que posiblemente se remontan a los años 90. Sabía que escribía
diarios y novelas. Al leer las solapas de sus libros en la librería Literanta
descubro que su obra está teniendo éxito en Francia. Me decido al final por En la
ciudad sumergida, un libro de recuerdos en los que Llop evoca su ciudad
natal. En sus propias palabras: “Tenía ante mí una topografía sentimental de
Palma y al mismo tiempo y sin quererlo, algo parecido a un libro de memorias y
también una novela –si podía llamarse así- de pasajes y personajes más o menos
reales, siempre que sepamos dónde empieza y dónde acaba eso a lo que llamamos
realidad.” (pág. 329)
Leí las 70 primeras páginas, sentado en un banco del Retiro, de un
tirón. Llop, para hablarnos de Palma, se remonta hasta el siglo XIX, cuando
debido a las guerras napoleónicas llegaron a la ciudad personas de toda Europa
y principalmente catalanes, entre los que se encontraban sus antepasados (que
volvieron a Barcelona y regresaron a Palma, para establecerse como
industriales, unas décadas después). Para la recreación histórica del primer
capítulo se cita a Miguel de los Santos Oliver.
El segundo capítulo nos acerca a 1956 año de nacimiento del autor, el
año de la nieve en Palma. Para su reconstrucción Llop usa el recurso de
comentar fotografías de época. Algo que me ha recordado al libro Escenas
de cine mudo de Julio Llamazares,
donde mediante el mismo recurso de comentar fotografías antiguas el autor
recreaba su infancia. Luego, hablando de las iglesias de la ciudad, por
ejemplo, Llop nos presenta a sus abuelos y padres, describiendo las casas en
las que vivían y su primera pasión por la palabra escrita al escuchar –cuando
estaba enfermo- los cuentos que le leía su madre. La descripción de la familia
de Llop es la de una familia burguesa, y también militar (su padre y su abuelo
materno eran militares) de la vieja Europa. Una familia burguesa bien asentada
en un pasado conocido de anécdotas familiares; una familia de las que ganó la
guerra, se nos dice en algún momento, no sin un deje de ironía. La guerra civil
o el franquismo se asoman a estas páginas desde la distancia, porque Llop
–entendemos- quiere realizar un recorrido sentimental, primigenio, nostálgico,
de su ciudad, y no quiere que esto se vea ensombrecido por valoraciones
diferentes a las propias, impuestas desde fuera. En cualquier caso, no falta tampoco
una pequeña crítica velada a las políticas regionalistas que preponderan en el
universo cultural de la isla un idioma, el catalán, frente al castellano, por
ejemplo.
Como dije, leí las 70 primeras páginas de un tirón, contento como
lector; pensando que no me había acercado nunca antes a Llop (aunque lo pensé
hacer ya mucho tiempo, gracias a las reseñas de sus libros leídas en los 90) y
que era un gran escritor. Sin embargo, en algún momento el libro toma un camino
que no es el que pensaba que iba a tomar: yo creía que iba a realizar una
crónica familiar y personal sobre su vida en Palma. Es decir, yo creía que me
encontraba ante una novela autobiográfica, o una crónica sobre la memoria
personal, pero en algún momento Llop deja atrás sus intimidades (con qué
hermano se llevaba mejor, quienes fueron sus mejores amigos en el colegio,
quién la primera chica de la que se enamoró, etc.) y su mirada se posa sobre su
relación con los espacios públicos (descripción de cafés, plazas, etc.) o con
personalidades de la isla, destacando en este caso algunos retratos que hace de
pintores. En este sentido destaca, por ejemplo, la semblanza que se hace de
Antonio Gelabert, pintor y barbero. Yo no conocía a Gelabert, y leer sobre él ha
hecho que busque sus cuadros en internet. Su historia es interesante, pero Llop
ha salido de encuadre, se ha quitado de en medio y prefiere contarnos esto en
vez de explicarnos en profundidad cómo se sintió cuando su padre, militar de
carrera, debido a su alto cargo, pasa a vivir con su familia al palacio de la
Almudaina de Palma. Un dato por el que autor pasa de puntillas.
Creía también que Llop hablaría más de sus comienzos como escritor, de
los autores que más le había influido, pero tampoco va por aquí el libro. Es
cierto que las citas literías son profusas, y en este sentido me han gustado
los retratos que hace de los escritores palmesanos Miguel y Llorenç Villalonga.
Tampoco deja de ser curiosa la parte dedicada a Camilo José Cela, que vivió en Palma desde sus 38 años hasta sus
72, algo que yo desconocía, y la importancia de la revista que fundó allí, Papeles
de Son Armadans. Me gusta también, en este sentido, el capítulo sobre Robert Graves.
Muchos capítulos del libro son una crítica de costumbres: cómo se
comporta el palmesano en los entierros, con los de fuera de la isla, la
relación con los chuetas (o descendientes de judíos mallorquines)…
Hacia el final, cuando Llop nos habla de las inundaciones de la
ciudad, parece acercarse incluso al realismo mágico: “Por las avenidas fluían
las corrientes marinas y en el barrio antiguo, bandadas de peces doblaban las
esquinas en tropel. Las tintoreras nadaban por los extrarradios y los pulpos
dormían entre las ramas de los árboles. Las lámparas aún iluminaban las
ventanas de la ciudad sumergida.” (pág. 294)
Nos dice Llop en el prólogo que a principios del siglo XXI la ciudad
en la que nació ha empezando a ser distinta a esa ciudad en la que nació. En
2002 un perturbado destrozó la imagen religiosa del Crist de La Sang (“símbolo
mayor de nuestra cultura”, pág. 16). En 2005 un fuerte vendaval azota la isla y
derrumba un arbotante de la iglesia de Santa Eulalia. En 2007 Palma sufre una
inundación, que arrancó los árboles de los paseos. El prologo finaliza con
estas palabras: “Cuando hubo pasado todo –aquí y allá sonaban las alarmas de
los comercios y las sirenas de bomberos y policía- pensé en la ciudad distinta
y en la literatura como en un testamento del tiempo. Y supe que debía escribir
este libro.” (pág. 19)
El libro también contiene un epílogo, escrito por el propio Llop,
donde nos dice: “El libro en sí –que no mi visión de Palma- había surgido
algunos meses antes de su comienzo, durante una comida veraniega con mi editora
Anik Lapointe, que me dijo que los cincuenta años eran una buena edad para que
un escritor como yo escribiera un libro sobre su ciudad natal. Tras la
sugerencia –ya estábamos en los postres- vino la demanda: «me gustaría que lo
hicieras». Le pedí unas semanas para pensármelo, pero no pasaron ni diez días y
ya le había dicho que aceptaba su encargo.” (pág. 330)
En realidad prólogo y epílogo no acaban de contradecirle, aunque el
prólogo le haga a uno leer el libro como si Llop nos insinuase que En la ciudad sumergida ha surgido de lo
más profundo de sí mismo como una necesidad vital y al final descubrimos que se
trata de un encargo de su agente. En cualquier caso, pese a la escéptica
sonrisa final, esto no acaba de ser un problema porque José Carlos Llop es un
escritor profesional en el mejor sentido de la palabra. De hecho –citando a Camilo José Cela- en el libro se hace
una defensa honesta de la profesionalización del arte del escribir. A Llop le
pagan por escribir (algo que él siempre exigiría) y le pagan por ello porque es
su oficio y trabaja su escritura –como he comprobado después de terminar el libro-
con cuidado empeño de artesano orgulloso. La prosa de Llop es siempre elegante,
da igual que hable de un mercado o de un palacio, y su visión del mundo (un
mundo burgués: padre de algo rango militar, familia de empresarios, el abuelo
de su amigo es Joan Miró, su amigo
es Miguel Barceló, etc.) es clásica
pero a la vez ecléctica. Es una prosa bella y evocadora.
Como he dicho, en algún momento el libro dejó de ser el que yo pensaba
que iba a ser, aunque en realidad el error de percepción es mío. No creo que
Llop me haya dado como escritor algo distinto a lo que me dijo que me iba a
dar. Lo que sí que me quedo es con la sensación de que debía haberme acercado a
este autor a través de algún otro de sus libros. Me he quedado con serias ganas
de leer alguna de sus novelas o dietarios. Lo haré en algún momento.
Estuve en agosto en esa librería, es bonita. No he leído a LLop.
ResponderEliminarHola Francis: después de salir de esta librería estuve en otra que se llamaba Babel, donde ese día sí que funcionaba el bar. Esta librería estaba también muy bien.
EliminarSaludos
No he leído a Llop. Pero tu reseña me hace interesarme por ese libro. Me da la impresión de que me puede gustar.
ResponderEliminarHola Alena:
EliminarLa prosa de este libro es muy elegante, y tiene páginas brillantes; lo único malo es ese aire de dispersión que tiene a veces. Imagino que una de sus novelas o libros de diarios hubieran cumplido más con mis expectativas.
En cualquier caso, me parece que Llop es un escritor a tener muy en cuenta.
Saludos