Ciudad de cadáveres, de Yoko Ota
Editorial Satori. 273 páginas. 1ª edición de 1948; esta es de 2025
Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos
Prólogo de
Patricia Hiramatsu
Después de haber grabado para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob un vídeo
titulado 10 grandes novelas japonesas del siglo XX, me di cuenta de que
las lecturas que había hecho de Japón eran casi todas de hombres. Así que me
propuse buscar más referencias femeninas japoneses. Por esos días, hojeando
libros en la librería La Central me
encontré con una novela de la editorial
Satori –editorial gijonesa especializada en literatura japonesa– titulada Ciudad
de cadáveres (1948), de Yoko Ota
(Hiroshima, 1906 – 1963), que hablaba, en primera persona, del impacto de la
primera bomba atómica lanzada contra una ciudad, Hiroshima. Le solicité el
libro a la editorial Satori, con la que ya había colaborado en el pasado, y
ellos me la enviaron a casa. La he leído durante mis vacaciones de profesor en
Semana Santa, después de acercarme a otra obra japonesa escrita por una mujer, Mi
marido es de otra especie (2016) de Yukiko Motoya.
A la novela testimonial de Yoko Ota le precede un prólogo de Patricia Hiramatsu, cuya lectura he
dejado para el final. Yoko Ota, nacida en Hiroshima, y vivía en Tokio cuando
estalló la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, en 1945 había vuelto a
Hiroshima, a vivir con su madre y una hermana pequeña, madre de un bebé,
huyendo de los bombardeos de Tokio. Por tanto, fue una testigo directa de lo
que ocurrió el 6 de agosto de 1945, cuando el ejército estadounidense arrojó la
primera bomba atómica, usada en una guerra, contra su ciudad.
En la página 71 nos encontramos con un prefacio, escrito por la autora,
para la segunda edición. En él, la propia autora nos dice que escribió esta
obra, entre agosto y noviembre de 1945, de forma apresurada porque pensaba que
podía morir afectada la radiación del uranio, a la que estuvo expuesta y
quería, antes, dejar testimonio de su vivencia. «Por este motivo no tuve tiempo
de redactar Ciudad de cadáveres como
una obra novelada.» (pág. 72). Más tarde leeré, en el prólogo de Patricia Hiramatsu, que
cuando se publicó la versión definitiva de Ciudad
de cadáveres fue señalado –por la crítica japonesa– su valor como
testimonio, pero fue discutido su valor artístico, porque la obra no se
adaptaba a los convencionalismos de lo que en la época se consideraba que era
una novela. Ahora mismo, nos dice, Hiramatsu, con la mezcla de géneros propia
de la modernidad, Ciudad de cadáveres
puede encajar más en los preceptos de una novela, que en el del momento en el
que fue publicada.
«Los días transcurren envueltos en caos y pesadillas. Incluso en un soleado
mediodía de otoño, no podemos escapar del ahogo de la confusión, como si nos
hundiéramos en un crepúsculo abismal.», este es el primer párrafo de la obra.
La novela empieza, más o menos, un mes más tarde que el 6 de agosto de 1945, el
día clave de esta historia. Yoko Ota se encuentra refugiada en la casa de unos
conocidos, en un pueblo que está a 25 kms de Hiroshima. En las primeras páginas
del libro nos va a hablar de la gente que la rodea, de los que van muriendo a
causa de lo que llama el «síndrome de la bomba». A las personas que estuvieron
cerca de la explosión el 6 de agosto, y que no murieron de forma inmediata, les
empiezan a salir manchas en la piel y acaban muriendo. La propia Ota observa
los cambios en su cuerpo, temerosa de que esas manchas empiecen a aparecer de
repente; pero, por ahora, se trata solo de picaduras de mosquitos. Ota ya ha
empezado a escribir sobre su experiencia. Por esos días, la información sobre
los efectos de las personas que estuvieron cerca de la radiación del uranio es
aún confusa. «Dicen que todos los que estaban a menos de dos kilómetros de la
zona cero recibieron una intensa radiación térmica en mayor o menor medida. No
sintieron ningún dolor y conservaron la salud durante un tiempo hasta que, de
repente, empezaron a sufrir los síntomas.», leemos en la página 88 y, a
continuación, Ota pasa a describir esos síntomas, tomando como referencia una
noticia de un periódico de Hiroshima. Este tipo de intercalados ajenos en el
texto van a ser los que, tiempo después, lleve a algunos escritores y críticos
de la época a considerar que Ciudad de
cadáveres no tiene valor literario. Lo cierto es que no me han desentonado.
En el capítulo dos –titulado Rostros
inexpresivos– es en el que se utiliza más este recurso, mostrando cifras de
muertos y heridos oficiales, e informes sobre las consecuencias médicas de la
bomba, firmados por personalidades como el profesor Fujiwara, de la universidad
de Hiroshima, o del doctor Tsuzuki, de la universidad de Tokio.
Ciudad de cadáveres no se pudo publicar en
1945, cuando se presentó por primera vez a una editorial, debido a la censura
del ejército de ocupación sobre estos temas, y, cuando se pudo publicar, por
primera vez, en 1948, el editor decidió eliminar, en consenso con la autora,
estar partes técnicas del capítulo 2. En la edición definitiva de 1950 se volvieron
a incluir. Esta última es la versión, por primera vez en español, que nos
presenta en 2025 la editorial Satori.
El capítulo 3 –titulado Hiroshima, la
ciudad condenada– comienza con una descripción de cómo era Hiroshima antes
de quedar arrasada por la bomba atómica. Así se describe la historia de la
ciudad, su clima, su orografía y el carácter de sus gentes. A continuación,
Yoko Ota nos narrará su propia experiencia de la bomba: «Cuando esto ocurrió,
yo me encontraba en la casa de mi madre y mi hermana, en el barrio de
Kyken-cho, en la zona de Hakushima, situada en las afueras de la ciudad.»
Cuando la bomba cae sobre la ciudad, la mañana del 6 de agosto, ella estaba
durmiendo en la planta de arriba de la vivienda. Aunque esta casi se derrumba;
y a pesar de caerse las paredes, los cimientos permanecieron en pie, y ella
logró bajar hasta el primer piso. Las cuatro personas (madre de Yoko, hermana,
sobrina y ella misma) están vivas. No comprenden por qué empiezan a ver a
personas quemadas, porque no ven ningún fuego.
Ota mostrará su rabia contra las autoridades japonesas, que parecen haber
abandonado a las víctimas del bombardeo, y a la corriente bélica a la que los
dirigentes llevaron al país durante la última década; y en menor medida estas
quejas parecen estar enfocadas sobre los estadounidenses. Quizás aquí se
aprecie el temor de que el texto no lograra pasar la censura de la época.
También hará la autora algunas apreciaciones sobre el carácter de los
japoneses, a los que no deja bien parados, describiéndolos como gente con poca
iniciativa, pasivos y frívolos.
Los sobrevivientes casi desnudos, con la ropa hecha jirones, empezarán a
deambular por la orilla del río. Sus caras y sus cuerpos se hinchan. Los vivos
empezarán a convivir con los cadáveres de los muertos. «Al tercer día después
del 6 de agosto, el olor a muerte inundaba la orilla del río. En cuanto se hizo
la luz, descubrimos que muchos de los que el día anterior estaban vivos ahora
yacían muertos en el suelo.» (pág. 172-3).
«–¿Cómo puedes fijarte tanto en los cadáveres? Yo no puedo ni mirarlos –me
reprochó mi hermana.
–Los estoy mirando con ojos humanos y con ojos de escritora –le respondí.
–¿Vas a escribir sobre esto?
–En algún momento tendré que hacerlo. Es mi responsabilidad como escritora
que ha presenciado todo esto.»
Este diálogo aparece en la página 157. Los comentarios metaficcionales, en
los que la autora habla sobre el propio texto que está escribiendo, su sentido
o sus técnicas narrativas, son frecuentes y dan al conjunto un aire de
verosimilitud.
La narración llegará hasta el punto en el que empezó la historia y la
superará desde ahí, con Ota escribiendo por las noches en la casa en la que ha
sido acogida, sin luz eléctrica y sin periódicos, reflexionando, más tarde,
sobre la polémica que se dio en Japón sobre si debían reconstruir la ciudad de
Hiroshima o dejarla tal y como quedó después de la bomba, como recuerdo del
horror y de la guerra.
Para finalizar el volumen se reproduce un artículo de Yoko Ota, que resume
parte de la contado anteriormente, y que es un documento histórico importante.
Apareció en la revista Asahi Shinbun
el 30 de agosto de 1945, solo tres días antes de que las Fuerzas Aliadas
intervinieran los medios de comunicación. Este fue el primer documento público
en el que se habló de la bomba atómica sobre Hiroshima y sus consecuencias para
la población.
Después de leer el libro me he acercado a las cincuenta páginas del prólogo
inicial, a cargo de Patricia Hiramatsu. Aquí leeré que los escritores
japoneses, testigos de los hechos, y que escribieron sobre la bomba atómica
fueron solamente siete. Y solo había tres escritores profesionales que
sobrevivieron a la bomba y escribieron sobre ella: Yoko Ota, Tamiki Hara y Sankichi Toge. Toge escribió poemas y
los que dedicó a la bomba no han sido traducidos todos al español. De Hara leí
su novela testimonial Flores de verano, publicada en
España por Impedimenta.
Hiramatsu nos hablará de la turbulenta vida personal de Yoko Ota, de sus
muchas parejas y de su esfuerzo por ser tomada en serio en el mundo de las
letras. También será interesante ver cómo antes de la guerra escribió obras que
apoyaban el esfuerzo bélico de Japón, para pasar más tarde a mantener
posiciones antibelicistas, y cómo fue criticada por ello. Hiramatsu da una
visión compleja de la personalidad de Ota.
Igual que, en el pasado, me interesó leer narrativa sobre los testigos de
los campos de concentración nazis, también me resulta interesante leer
testimonios sobre las víctimas de las bombas atómicas. No debemos olvidar las
atrocidades del siglo XX. Ciudad de
cadáveres es una narración impactante sobre estos hechos, una novela dura e
impresionante sobre uno de los episodios más ignominiosos del siglo XX. Quiero
leer también Lluvia negra de Masuji
Ibuse y Cuadernos de Hiroshima de Kenzaburo
Oé sobre este tema.
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