Caballos desbocados, de Yukio Mishima
Editorial Alianza. 635 páginas. Primera
edición de 1969; ésta es de 2023
Traducción de Pablo Mañé Garzón
En el verano de
1998 leí Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomado en préstamo de la
biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial
Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte
de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me
faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio.
Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al
mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar
que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que,
en realidad, era una historia «muy Mishima».
(Aviso: para
hablar de Caballos desbocados tendré
que destripar el final de Nieve de
primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es
impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía,
lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted
no tiene memoria fotográfica.)
La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912
y 1914 y Caballos desbocados nos
lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela,
al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su
padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no
tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la
razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para
él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki
–su amigo y protagonista de Nieve de
primavera–, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.
La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando
Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a
un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú)
fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide
entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece
tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el
polvo de los años.» (pág. 35), la torre solo alberga una escalera que da
vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo
en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la
escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda
desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta
una escena eminentemente kafkiana.
En Nara, Honda se
va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de
los personajes secundarios de Nieve de
primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de
él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con
aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede
comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con
el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo
de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un
periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de
Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el
pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe
de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico
y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de
dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás
su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki.
Al final de Nieve de primavera, un
moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo
que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de
su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda
acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que
va a vivir con Isao.
Si bien Kiyoaki
decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su
vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar
a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo
y prejuicio de Jane Austen,
porque Nieve de primavera, al fin y
al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos
desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a
convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de
dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más
relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos
simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán
ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho
de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y
muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado,
podríamos considerar también que Caballos
desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen
actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro,
que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro
de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre
ellos a Honda), un pequeño libro titulado La
liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y
habla de una rebelión –también por la pureza de Japón y en contra de su
modernización– al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un
cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta
narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.
Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho
más «japonesa» que Nieve de primavera.
O, visto de otro modo, podría decir que Caballos
desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo
que en Nieve de primavera. En uno de
los capítulos de Caballos desbocados,
Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de
las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que
aparecían en Nieve de primavera, como
el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la
organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes
superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y
siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por
si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años
trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se
suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como
el testamento ideológico de Mishima.
Como ya conté, leí
Caballos desbocados hace más de
veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase
para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen
muchas conexiones entre Nieve de
primavera y Caballos desbocados.
Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la
segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender
esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en
realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado.
Igual que al principio de Caballos
desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la
página 296 de Nieve de primavera se
hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la
ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La
carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más
pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no
dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos
poderosos.»
Ya conté en la
reseña de Nieve de primavera, que la
traducción de este libro –a cargo de Domingo
Manfredi– estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados –de Pablo Mañé Garzón– del inglés. Sin
embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la
primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos
errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo»,
en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el
espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo
que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se
habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad
de medida en la cultura japonesa.
Por ahora me ha
gustado bastante más Caballos desbocados
que Nieve de primavera. Ya he
empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.
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