La corrupción de un ángel, de Yukio Mishima
Editorial Alianza. 315 páginas. Primera
edición de 1971; ésta es de 2024
Traducción de Guillermo Solana Alonso
Después de la
lectura de Nieve de primavera (1969), Caballos desbocados (1969) y El
Templo del Alba (1970) de Yukio
Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la cuarta y última parte de la
tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada La corrupción de un ángel
(1971).
(Aviso: para
hablar de La corrupción de un ángel es
posible que tenga que destripar algo del final de los libros anteriores de la tetralogía. En realidad, usted no
debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados
«spoilers» y, si algún día decide leer El
mar de la fertilidad, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento
informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)
La corrupción de un ángel, con sus 315
páginas, es la novela más corta de la tetralogía. Mishima acabó esta novela y
se la envió a su editor la mañana del 25 de noviembre de 1970, unas horas antes
de que se suicidara con el ritual del seppuku.
Nos encontramos en
mayo de 1970 y Honda tiene setenta y seis años. Su mujer Rié ha fallecido y
Honda pasa el tiempo y, a veces, viaja con su amiga Keiko, a quien conoció en
la anterior novela, El Templo del Alba,
ya que era la vecina de la casa que se compró con vistas al monte Fuji.
En el primer
capítulo del libro, Mishima nos muestra el poder del mar desde la costa. Un
joven, al que conoceremos un poco más tarde, observa ese mar desde una estación
marítima del puerto. Es Tôru, un huérfano de dieciséis años, que trabaja en el
puerto avisando de la llegada de los barcos comerciales. Tôru es un adolescente
solitario y ensimismado, que recibe en su lugar de trabajo las visitas de
Kinué, una joven, algo mayor que él (de veintiún años), que sufre el trastorno
de sentirme una mujer muy guapa y deseada, cuando en realidad es, precisamente,
llamativa por su fealdad. Tôru tampoco es un joven normal, pues vive
obsesionado con la idea de que el mundo se crea a partir de su percepción y que
podría destruirlo si así lo deseara. Tôru está convencido de su pureza. «Un
muchacho de dieciséis años que se hallaba completamente seguro de no pertenecer
a este mundo. Solo la mitad de él estaba aquí. La otra se hallaba en el reino
de añil. No existían en consecuencia leyes ni normas que se gobernasen. Él se
limitaba a simular que se hallaba sometido a las leyes de este mundo. ¿Dónde
están las leyes a las que ha de someterse un ángel?» Leemos en la página 23. En
este cuarto libro, la metáfora del ángel, como entidad que flota en el espacio
esperando poder ocupar el cuerpo de un humano cobra cada vez más importancia.
De hecho, Honda sueña cada vez más noches con los ángeles.
De un modo casual,
Honda y Keiko llaman a la estación de control naval en la que trabaja Tôru, con
la intención de que les permitan visitarla. Una vez dentro, Honda observará que
Tôru tiene en el pecho los tres lunares, que tuvieron en el pasado Kiyoaki
(protagonista de Nieve de primavera),
Isao (protagonista de Caballos desbocados)
y Ying Chan (protagonista de El Templo
del Alba); para Tôru esos tres lunares son «una prueba en su propia carne
de que eran suyos dones sin límites».
Honda toma la
decisión de adopta a Tôru, al que considera la nueva reencarnación de su amigo
Kiyoaki, que ya pasó por Isao y Ying Chan. En más de un momento, Honda temerá
haberse equivocado, pues no tiene claro si Tôru nació después de Ying Chan
(condición necesaria para poder ser su reencarnación o antes). En el caso de
ser Tôru la nueva reencarnación de su amigo, Honda piensa que no puede llegar a
los veintiún años, límite de edad a la que murieron todas las reencarnaciones
anteriores. Y Honda quiere adoptarle, aún viendo en la esencia de Tôru la pura
maldad. Al ser Honda una persona poseedora de una gran fortuna, no le va a
resultar difícil adoptar a Tôru, situación que el joven acepta.
Si uno lee La corrupción de un ángel intentando
comprender el estado mental de Mishima en el momento de la escritura, podrá
encontrar algunos párrafos en los que muestra su malestar por la
occidentalización de su país, como este de la página 149: «Las pruebas de una
buena crianza proporcionan categoría a una persona y la buena crianza en el
Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo
hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar
que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado.»
Una curiosidad del
libro es que su narración avanzará hasta el año 1974. Es decir, más allá del
tiempo narrativo del que Mishima escribe, que es 1970. De este modo, El mar de la fertilidad empieza situando
a Honda, su personaje principal en 1912, con dieciocho años, y lo deja en 1974,
con ochenta, abarcando más de sesenta años de la historia del Japón del siglo
XX.
La convivencia
entre Honda y Tôru, desde el principio, parece recorrida por la tensión de una
violencia subterránea. Ya en mi reseña de El
Templo del Alba comenté que algunas de sus páginas me recordaban a las
leías en Junichiro Tanizaki, porque
también las páginas de La corrupción de
un ángel se van tiñendo de un aire enfermizo de perversión y de personas
con la idea de hacer daño a otras, sin que queden muy explicados sus motivos.
De este modo, Honda, convencido de que Tôru es la reencarnación de su amigo y
de que no va a llegar a los veintiún años, quiere conseguir que antes se case
con una bella muchacha para poder disfrutar luego de sus lágrimas de viuda
joven, o Tôru tratará de idear cómo hacer el mayor daño posible a las personas
con las que se va cruzando.
En La corrupción de un ángel, Mishima usa
un nuevo recurso narrativo: el lector podrá acercarse a algunas páginas del
diario íntimo de Tôru, donde él mismo anotará que le falta el instinto de
autoconservación.
Creo que las
páginas que más me han gustado de esta cuarta novela, son aquellas en las que,
tras veinte años, Honda vuelve a su antigua perversión (adquirida en el tiempo
de El Templo del Alba), después de la
explosión de un conflicto con Tôru, de disfrutar siendo un voyeur que observa,
por la noche, a parejas en los parques públicos. En algún momento he llegado a
pensar en el gusto por los personajes excesivos, y con tendencia a la
monstruosidad, de José Donoso. Todo
un aire de misterio enfermizo y perversidad flota sobre las páginas de La corrupción de un ángel.
La novela acaba in medias res, sin que se acaben
resolviendo algunos de los misterios planteados durante la narración. Me gusta
el final, donde las últimas páginas se enlazan con la primera novela, Nieve de primavera, y reaparece aquí un
personaje del que se habla, pero al que Mishima no hace comparecer ni en Caballos desbocados ni en El Templo del Alba, que ha perdido ya la
memoria y que va a hacer enfrentarse a Honda, definitivamente, con la
fragilidad de todo y la cercanía de la muerte.
Con algún pequeño
altibajo, el nivel de la tetralogía El
mar de la fertilidad es alto y los cuatro libros que la forman, que
recorren más de seis décadas del siglo XX en Japón, son una valiosa obra
literaria.
Creo que ya te he dicho alguna vez que de Mishima sólo he leído "Confesiones de una máscara". Esta trilogía que finalizas con La corrupción de un ángel me parece atractiva, aunque la intuyo -tú ya lo dices en tu reseña- dura.
ResponderEliminarLos japoneses -lo sé fundamentalmente tras haber leído últimamente a Aki Shimazaki, pero no sólo por ella- son muy celosos de sus señas de identidad. En la última pentalogía que leí de esta autora afincada en Canadá se puede leer que dos momentos terribles vivió Japón en su existencia como Nación, una fue en 1549 con la llegada del Cristianismo y otra en 1945 con el fin de la Guerra Mundial y la Occidentalización. El mismísimo Mishima cuando se hace al harakiri se dice que una de sus causas importantes fue la caída del imperio japonés y de la figura del Emperador que lo representaba.
Un saludo