domingo, 12 de octubre de 2025

Lluvia negra, por Masuji ibuse


Lluvia negra
, de Masuji Ibuse

Editorial Libros del Asteroide. 388 páginas. 1ª edición de 1969; esta es de 2007

Prólogo de Jorge Volpi

 

Leí Ciudad de cadáveres (1948) de la escritora japonesa Yoko Ota, una novedad de la editorial Satori, que habla de las consecuencias de la bomba atómica sobre Hiroshima. Yoko Ota estuvo allí la mañana del 6 de agosto de 1945 y se convirtió en testigo directo de los hechos. Había leído también –hace años– Flores de verano, sobre este mismo tema, escrito por otro superviviente, Tamiki Hara. Para ahondar más en este asunto, sabía que la editorial Libros del Asteroide también tenía publicado Lluvia negra de Masuji Ibuse (Kamo, Hiroshima, 1898 – Tokio, 1993), que se considera una de las obras literarias más importantes sobre este hecho ignominioso del siglo XX. Ibuse no fue testigo directo de los hechos. Había nacido en un pueblo de la prefectura de Hiroshima, pero se encontraba en Tokio, cuando el ejército norteamericano lanzó la bomba sobre Hiroshima. Sin embargo, sí visitó la ciudad en años posteriores, e investigó sobre el tema y entrevistó a supervivientes para escribir su libro, que se empezó a publicar en una revista mensual a partir de 1965 y en 1969 se publicó en forma de libro.

 

La acción de la novela se sitúa cuatro años y nueve meses después de que se produjera la destrucción de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Los protagonistas principales de la historia viven en Kobotake, un pueblo a 160 kms de Hiroshima, pero cuando estalló a bomba, al final de la guerra, se encontraban en las afueras de Hiroshima (si se hubieran encontrado en el centro su supervivencia hubiera sido mucho menos probable). Por tanto, la novela habla de «hibakushas», término que se emplea en Japón para designar a los supervivientes de las bombas atómicas.

El matrimonio formado por Shigematsu y Shigeko no tiene hijos, pero conviven con su sobrina Yasuko, a la que consideran prácticamente como su hija. La trama de la novela es sencilla: en el pueblo se han corrido rumores de que Yasuko está aquejada de la «enfermedad de la radiación» y esto hace que le resulte difícil encontrar marido. A los posibles candidatos les echa para atrás la idea de que Yasuko estuvo en contacto con la radiación inicial de la bomba atómica, y que recibió la lluvia de las gotas de agua oscuras del hongo que se formó sobre Hiroshima esa mañana. Esa «lluvia negra» a que alude el titulo del libro y que marca negativamente a los personajes. Cuando empieza la historia es público que Shigematsu es una de las tres personas de Kobotake, que padecen la enfermedad de la radiación. «De las diez personas o más que habían contraído la enfermedad de la radiación en el pueblo, solamente tres habían sobrevivido a ella, aunque eran casos leves, entre otros, el de Shigematsu.» (pág. 26). Aunque los hibakushas van a ser más tarde personas muy respetadas en Japón, en ese momento aún no se conocían los síntomas de su enfermedad, que en sus fases leves provoca la caída de dientes y el pelo, y fatiga. El médico ha recomendado a los tres supervivientes una vida tranquila, y por tanto lo mejor para su salud sería dejar de trabajar, algo que no parece muy razonable, dadas sus necesidades vitales. También deberían salir a pasear, pero en el pueblo en el que viven nadie pasea por ocio y sería una actividad mal vista. Así que al final deciden invertir su dinero en criar carpas para repoblar un lago y poder pesar en él. Me ha resultado curiosa una escena en la que una viuda de guerra recrimina a estos hombres la actividad ociosa de la pesca.

En el tiempo narrativo de la novela, Yasuko –a través de una mujer que hace de intermediaria– va a recibir una propuesta matrimonial, pero esta parece condicionada a que la familia consiga aportar pruebas sobre su buena salud. A Shigematsu se le ocurre una idea que, tal vez, suele algo disparatada: va a poner –a través de una copia– en manos del pretendiente los diarios que sobre los días de la bomba escribieron él y su sobrina (que aprendió del tío). El lector va a poder acercarse a estos diarios y, de este modo, la narración pasará de la tercera persona, con un narrador omnisciente, identificable con el escritor, a la primera de los personajes. Leeremos principalmente el diario de Shigematsu, pero no solo él suyo, sino que su mujer y sobrina también contribuirán con sus páginas. Así sabremos que la mañana del 6 de agosto de 1945, Shigematsu se encontraba a dos kilómetros del epicentro de la bomba, y Yasuko a diez; lo que, en principio, haría menos probable que haya contraído la enfermedad de la radiación.

 

Shigematsu trabaja en una fábrica de ropa militar a las afueras de Hiroshima, y el estallido de la bomba le va a pillar en una estación de tren, camino del trabajo. Cuando consiga recuperarse del impacto, volverá andando a su casa para tratar de reencontrarse con su mujer y su sobrina. Esta, como otras chicas de su edad, estaba obligada a trabajar en una fábrica de armamentos. También, gracias a su diario, conoceremos cómo vuelve a casa esa mañana para reencontrarse con sus tíos.

Una vez que los tres protagonistas principales se reencuentran, tratarán de huir de la ciudad, donde saben que es muy probable que todo empiece a arden a través del río, gracias a una barca que ha conseguido un vecino bien posicionado económicamente. Cuando esta vía de escape no se hace efectiva, el tío decide que los tres van a empezar a caminar hacia la fábrica en la que trabaja. El camino nos será narrado con gran profusión de detalles espeluznantes. En algún momento he tenido la sensación de que los personajes de Lluvia negra se iban a encontrar con los de Ciudad de cadáveres. De hecho, he leído en internet que Masuji Ibuse leyó testimonios de supervivientes de la bomba para escribir su libro; así que es lógico suponer que Ibuse leyó Ciudad de cadáveres, y que este libro le ayudó para componer las escenas de suyo. «Junto a una de las mujeres que flotaba boca abajo había un intestino de más de un metro de largo que le salía por las nalgas; el intestino se había hinchado hasta alcanzar unos diez centímetros de diámetro, y flotaba ligeramente enredado en sí mismo, balanceándose levemente de un lado a otro como un globo mecido por el viento.», leemos en las páginas 202-203. Mientras que Ciudad de cadáveres nos muestra el Hiroshima destruido durante un tiempo de unos tres días después de la bomba, Lluvia negra alarga este periodo unos días más, hasta el 15 de agosto de 1945, cuando el emperador anunció la rendición de Japón. Shigematsu tendrá que volver al epicentro de la catástrofe porque su jefe le envía a conseguir carbón para poder seguir con la actividad industrial. Esto le permitirá recoger en su diario algunas impresiones sobre los cadáveres que se pudren entre las ruinas y el olor que impregnó la ciudad. También podrá comprobar que una afirmación que empezó a circular por Japón, que en Hiroshima no va poder brotar la vida de la tierra herida durante setenta y cinco años, es falsa. Él ha visto cómo ha empezado ya a crecer la hierba entre las ruinas; es más, incluso le ha parecido que algunas plantas presentaban un crecimiento anormal.

En algunos momentos del diario, podremos leer algunas notas añadidas con posterioridad, cuando el narrador ha conseguido conocer más información sobre lo narrado.

 

Hacia el final del libro, nuevos personajes añadirán, con nuevos diarios, otras miradas sobre el día del bombardeo y los posteriores. Destacan las aportaciones de un hombre maduro que había sido movilizado, a última hora, como soldado.

 

Creo que el drama planteado al principio, la idea de que Yasuko estaba siendo repudiada por sus pretendientes, abría unos caminos narrativos que, aunque sí se acaban de cerrar, simplemente sirven de excusa para mostrar los testimonios de los supervivientes a través de sus diarios. Es un recurso interesante, pero creo que Ibuse extiende estos testimonios durante un número excesivo de páginas. Shigematsu nos llegará a decir que ha perdido su capacidad de sentir compasión, que ya solo le recorren escalofríos de horror. Algo similar le puede pasar al lector, ya que es posible que acabe algo saturado de las reiteradas descripciones de los muertos y las ruinas, en detrimento de la acción narrativa y de la evolución psicológica de los personajes. Quizás, también me ha ocurrido que he leído este libro demasiado seguido de Ciudad de cadáveres, y son dos propuestas que describen una realidad muy similar, ya que, de hecho, como ya he apuntado, Lluvia negra es muy posible que esté inspirada por Ciudad de cadáveres. En cualquier caso, Lluvia negra es una novela valiosa por su fuerza testimonial, con algunas escenas muy potentes, y que recuerda un hecho histórico que no ha de caer en el olvido.

 

domingo, 5 de octubre de 2025

Suttree, por Cormac McCarthy

 


Suttree, de Cormac McCarthy

Editorial Random House. 562 páginas. 1ª edición de 1979; esta es de 2023

Traducción de Pedro Fontana

 

Había leído hasta ahora seis libros de Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933 – Santa Fe, 2023): No es país para viejos (2005), La carretera (2006), Meridiano de sangre (1985), Todos los hermosos caballos (1992), En la frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998). Cuando hablé de los cuatro últimos en mi canal de YouTube –Bienvenido, Bob–, las personas que me comentaron, y que conocían más libros de la obra de McCarthy, me recomendaron que leyera Suttree (1979), novela que consideraban que se mantenía en la línea de excelencia de sus obras mayores como Mediano de sangre o Todos los hermosos caballos. Lo cierto es que, en ese momento, no me sonaba el título y empecé a buscar información sobre él. Durante el último invierno, una noche de sábado que esperaba a que mi mujer se acabara de arreglar para salir a cenar fuera, entré furtivamente, con el móvil, en la web de Iberlibro y lo compré por impulso, de primera mano, en la librería Cálamo de Zaragoza.

 

Empecé a leer Suttree el 19 de marzo, día del padre, y lo terminé el 8 de abril; así que estuve veintiún días con él. De hecho, lo empecé, porque durante las semanas anteriores, había tenido que atender diversos asuntos por las tardes, después de salir del colegio en el que trabajo, y no me había podido sentar a escribir reseñas, ni a grabar vídeos, y se me estaba acumulando la tarea. Así que necesitaba un libro largo para salir de ese atolladero físico y mental.

 

Cuando, después de leer libros como Meridiano de sangre o la Trilogía de la frontera, abrí Suttree, que es una obra anterior (las más antigua de las de McCarthy que he leído), tuve la sensación de que, durante las primeras páginas, el estilo del autor se había vuelto mucho más barroco de como lo recordaba. Suttree se abre con tres páginas, en letra cursiva, que comienzan con un «Querido amigo», que nos hacen pensar en el comienzo de una carta, donde el narrador le habla al lector de un río y una ciudad innominados, con frases como «Henos aquí en un mundo dentro del mundo. En estas regiones foráneas, estos hostiles sumideros y páramos intersticiales que los justos ven desde el vagón o el coche, otra vida sueña. Deformes o negros o perturbados, fugitivos de todo orden, extranjeros en cualquier país.» (pág. 11) 

Las primeras páginas del texto principal –y, por tanto, no ya en cursiva– siguen la misma línea que las anteriores; de un modo más concreto que antes, se nos habla de un río, de un puente, de un pescador realizando su faena, de la vida que empieza a moverse en este escenario.

Durante estas primeras páginas es llamativo la cantidad de vocabulario no usual –sobre barcas y pesca principalmente– que recibe el lector: «falca», «trematodo», «salceda», «tolete», «pernada», «palangre», «acorullar», «cureñas», etc. Es posible que, llegado a este punto, a la sexta o séptima página de una novela de más de quinientas, el lector se sienta algo abrumado por el estilo denso, la no presentación de personajes y el vocabulario ampuloso; pero, en ningún caso, ese supuesto lector debe desfallecer, ya que pronto le será presentado, por el narrador omnisciente de esta historia, a su personaje principal, Cornelius Suttree, o simplemente «Suttree».

Como suele ser habitual en sus narraciones, McCarthy muestra las acciones de Suttree y sus diálogos (no señalados por guiones) con las personas con las que se va a relacionar y no sus pensamientos. En este sentido, las novelas de McCarthy son muy cinematográficas. Después de ver a Suttree pescando en el río –en principio, un río sin nombre–, iremos conociendo detalles del personaje: vive en una casa flotante en la orilla del río en el que pesca con una barca, a las afueras de una ciudad, posiblemente grande, de Estados Unidos. Es un hombre joven, atractivo para las mujeres, que, aunque al principio parece que se guarda de beber alcohol de mala calidad, acabaremos comprendiendo que tiene un problema serio con el alcohol. Suttree es una persona capaz de beber hasta perder totalmente el control de sí mismo. De hecho, cuando McCarthy describe escenas en las que Suttree bebe suele valerse del recurso de la elipsis para, en algún momento de la narración, cortar la escena y presentar a su personaje, por ejemplo, despertándose en medio del campo sin saber cómo ha llegado hasta allí. Es decir, el narrador se mueve al ritmo de los recuerdos de su criatura.

McCarthy, en muchos casos, no explica del todo qué está ocurriendo en las escenas que dibuja, y será el lector el que tenga que imaginarlo, o pensar que se ha perdido, en una lectura apresurada, alguna frase clave. En algunos casos, la explicación aparecerá algunas pocas páginas después y, en otros, un gran número de páginas después. Por ejemplo, en una escena aparece un personaje joven que, por la noche, se acerca a campos de cultivo de sandías. Como hasta entonces, el narrador seguía casi siempre los pasos de Suttree, el lector leerá estas páginas pensando que le hablan de Suttree, de algún momento de su pasado, y que esta escena explicará algo sobre la situación de su presente. Después comprenderá que ese personaje joven –un adolescente de dieciocho años– es Gene Harrogate, que será uno de los personajes secundarios de la novela, y que va a conocer a Suttree en el correccional. El lector sabrá por qué Suttree estaba en ese correccional unas trescientas páginas más adelante, hasta entonces solo podrá especular sobre ello. En una de sus borracheras se quedó dormido en un coche y las dos personas con la que estaba atracaron un comercio, sabremos al fin. Habrá otras situaciones en la novela en las que el lector no sabrá, a ciencia cierta, cuál ha sido la secuencia lógica que ha llevado hasta ellas. Esto da a la narración siempre un aire de misterio y extrañeza, una sensación de información hurtada y especulativa, de inminente explosión de violencia. En este sentido, el estilo de McCarthy en esta novela, más que en otras que leí en el pasado, pero que pertenecer al futuro del escritor que va a ser, me ha recordado al de William Faulkner, con sus personajes perdidos, marginales, quizás estúpidos o forzados a comportarse como estúpidos. Además de ser un homenaje a William Faulkner, Suttree también puede ser leída como un homenaje al Mark Twain de Las aventuras de Huckleberry Finn. En la página 134 al hablar de un personaje se dice de él que posee una «despreocupación huckleberryfinneana». En la obra de Twain, sus personajes navegan por el río Mississippi, y las aguas del río simbolizan el deseo de alcanzar la libertad de sus personajes, Huckelberry y el negro Jim. Al principio, como no queda claro en qué ciudad se sitúa la historia de Suttree y no se da el nombre del río, estaba suponiendo que se trataba del río Mississippi; más tarde, el lector comprenderá que se trata del río Tennessee, a la altura de la ciudad de Knoxville, en el estado de Tennessee. Este río, a su paso por la ciudad, es navegable y puede tener una anchura de doscientos metros; desemboca en el río Ohio, que a su vez va a dar al Mississippi. En Suttree, cuando el narrador describe el río, y lo hace de un modo insistente, siempre habla de su suciedad, de los detritus que arrastra, de la vida oscura que esconden sus aguas. Siembre hay una amenaza y un misterio en estas descripciones. En este sentido, para McCarthy el río simboliza la suciedad de la vida, su oscuridad, su amenaza de lo inesperado. Sin embargo, todas las descripciones sobre la suciedad, lo depravado, la violencia, lo feísta… acaban siendo poéticas.


En la página 83, el narrador decide al final, informarnos de cuál es el marco físico y temporal de su narración: «Un lunes por la mañana en el mercado de Knoxville, Tennessee. En este año de mil novecientos cincuenta y uno». Esta fecha es muy cercana a 1949, que es el año en el que McCarthy sitúa la acción de la novela Todos los hermosos caballos. Estas fechas en torno a 1950 para McCarthy parecen simbolizar un tiempo de cambio en Estados Unidos, un momento en el que la modernidad de la sociedad ya era inminente, pero en el que aún se podían encontrar en las tierras norteamericanas ecos del Lejano Oeste.

 

He leído en internet que es posible que Suttree esté basado en material autobiográfico, ya que el propio McCarthy vivió en Knoxville, durante su juventud, y desarrolló allí una vida bohemia y que, aunque esto no queda claro, cometiera excesos con el alcohol, del que se separó más tarde. Desde luego, los personajes marginales que aparecen en esta novela, habitantes absolutos del destartalado patio trasero del sueño americano, resultan absolutamente creíbles.

En algún momento se insinúa que, pese a su modo de vida precario, pescando en el río, Suttree tiene estudios universitarios, que nada tienen que ver con los amigos que frecuenta. Y una de las escenas más impactantes del libro es aquella en la que descubrimos que, en otra ciudad, tiene una mujer y un hijo pequeño, a los que ha abandonado. ¿Por qué hizo esto?, ¿por qué Suttree abandonó a su familia? ¿De dónde parte el dolor indefinido y sin fondo de Suttree? ¿A qué se dedicaba antes de ser un marginado, un pescador de río? McCarthy, y de aquí brota gran parte de su grandeza y su misterio, no va a desvelarnos algunas de las claves fundamentales de su personaje. En casi todas las escenas de la novela, el lector tiene la sensación de que una amenaza violenta se cierne sobre Suttree; sin embargo, es posible que el lector en algún momento sienta que esta novela, de más de quinientas páginas, sea una simple sucesión de escenas y que no existe un núcleo narrativo central, que su personaje no cambia, ni avanza hacia ninguna parte; que va a ser el mismo desde la primera página hasta la última, sin ningún giro en su personalidad (lejana y misteriosa), pero en realidad no acaba siendo así. Un lector atento, a pesar de que, como ya he contado, la narración es muy cinematográfica y no podemos casi penetrar en los pensamientos de Suttree, se irá percatando de que se producirán sutiles cambios en él, que el personaje sí que va a tener algunos puntos de inflexión y va a luchar por dejar atrás el estado de ánimo (¿una posible depresión?) que le condujo a su situación actual. Será en la página 417 cuando leamos: «Mi vida es un asco, le dijo a la hierba», y en la página 438, cuando se desata una tormenta, leemos: «De pie entre un aullar de hojas, Suttree pidió ser fulminado por un rayo. Restalló seguido de un trueno y él se señaló el entenebrecido corazón y suplicó un poco de luz. (…) ¿Soy un monstruo, hay monstruos dentro de mí?»

Suttree siempre se comporta de un modo amable con el gran elenco de personajes marginales que se va encontrando, y esto le convierte en alguien entrañable, un hombre perdido, con algún trauma sin resolver de su pasado (del que huye), un personaje existencialista, al estilo de los de Albert Camus o Jean-Paul Sartre, que se siente más cómodo entre pobres, idiotas, ladrones o prostitutas, que con los convencionalismos sociales de su propia clase social. Podría existir también algún componente religioso en la novela; en algún momento se habla del pasado cristiano católico de Suttree, dentro de la gran comunidad protestante norteamericana. En cualquier caso, esta idea religiosa queda algo difusa en el texto, ya que Suttree no parece querer redimir a nadie de su pasado.

 

Aunque me han gustado más Meridiano de sangre, Todos los hermosos caballos y En la frontera, Suttree es otra gran novela de Cormac McCarthy sobre la violencia, la marginalidad y los grandes espacios yertos del gran sueño norteamericano.

domingo, 28 de septiembre de 2025

MÁS CANDIDATOS AL PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2025

Tras grabar mi primer vídeo sobre candidatos al Premio Nobel de 2025, me di cuenta de que se me había olvidado algunos nombres relevantes y decidí grabar una segunda parte:



domingo, 21 de septiembre de 2025

CANDIDATOS AL PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2025

 En mi canal de YouTube he publicado un vídeo en el que especulo sobre quién será el próximo ganador del Premio Nobel de Literatura 2025, que se fallará el próximo 9 de octubre.


Dejó aquí un enlace a este vídeo:




domingo, 14 de septiembre de 2025

Estambul, de Orhan Pamuk


 Estambul, de Orhan Pamuk

Editorial Mondadori. 436 páginas. 1ª edición de 2003; esta es de 2006

Traducción de Rafael Carpintero

 

En la primavera de 2025 compré de segunda mano, a través de Iberlibro, dos libros de Orhan Pamuk (Estambul, Turquía, 1952), premio Nobel de Literatura de 2006. Fueron la novela El museo de la inocencia (2008) y el libro de memorias Estambul (2003). Los compré con la intención de preparar un viaje a Estambul en julio de 2025. Ya he vuelto de ese viaje. Había empezado Estambul en Madrid, unos días antes de partir, leí gran parte de sus páginas en la propia Estambul y lo finalicé en Madrid. Aunque estuve casi dos semanas en Estambul, los ajetreos del turista no me permitieron sacar demasiadas horas para la lectura.

Pamuk comienza su libro evocando su más remota infancia. Fue un niño que perteneció a la burguesía de Estambul, cuyo abuelo había creado una próspera fabrica de telas que, tras su muerte, el padre de Pamuk y su tío empezaron a echar a perder. Aunque vivió varias mudanzas, buena parte de su infancia la pasó en el llamado «edificio Pamuk», donde convivía gran parte de su familia. La familia había vivido en un palacio, pero –por problemas financieros– tuvieron que alquilarlo y pasar a vivir en el edificio anexo. Para él existían dos núcleos: el central, formado por su madre, su padre, su hermano (que le sacaba dos años) y él, y luego otro grupo más amplio con tíos y abuelos. Que se juntaran para comer, no evitaba las continúas peleas (que podían acabar en los tribunales) entre los familiares, normalmente por temas de herencias y dinero.

Tampoco eran infrecuentes las peleas entre la madre y el padre, que, durante la infancia de Pamuk, en más de una ocasión, se separaban y Pamuk pasaba a vivir con algún familiar.

Me ha gustado el capítulo intimista en el que Pamuk recrea el surgimiento de la culpa, momento que ocurre al tener erecciones involuntarias, recriminadas por terceros. También me ha interesado la relación con la religión: los Pamuk son una familia de acuerdo con la modernización del país, propuesta por Atatürk, y, por tanto, creen en la occidentalización de Turquía. Pamuk nos muestra que, de niño, tanto su familia como él, percibían la religión como propia de los pobres y uno de los lastres que impedía la modernización del país.

 

En el capítulo 4, titulado La amargura de las mansiones derruidas de los bajás: el descubrimiento de las calles, Pamuk empieza a pasar de sus recuerdos personales más privados a describir la ciudad de Estambul desde una perspectiva más general. Pamuk no empezará a hablar de los cambios que, desde el siglo XIX se han operado en el paisaje de la ciudad. Llama la atención, por ejemplo, la pasión de los estambulíes por disfrutar del incendio de las viejas mansiones de madera, muchas de ellas construidas a las orillas del Bósforo. Estos incendios debían ser muy frecuentes, todavía en la juventud de Pamuk, y se hayan documentados por los viajeros europeos que visitaban la ciudad en el siglo XIX.

Durante más capítulos, Pamuk intercala los recuerdos personales con los colectivos. Me ha gustado, por ejemplo, leer sobre las películas que se rodaban en la ciudad, durante la década del 50 y 60. En Turquía había, por entonces, una potente industria local, como en muchos más países de Europa. Luego, Pamuk podía cruzarse por su barrio con los actores que hacían de extras en las películas.

 

Hay capítulos del libro que se convierten en pequeños ensayos sobre algún tema. Así, por ejemplo, el 7, titulado Los paisajes del Bósforo de Melling, analiza los grabados que el alemán (de sangre italiana y francesa) Melling hizo en el siglo XIX de la ciudad. En este capítulo se reproducen algunos de sus dibujos y pinturas.

 

No lo he dicho aún, pero el libro está lleno de fotos, en blanco y negro. Algunas de ellas pertenecen a la familia de Pamuk y retratan su vida íntima, y otras reproducen calles de la ciudad y reproducciones de cuadros o grabados que en el pasado se hicieron de Estambul.

 

En el capítulo 10 Pamuk no hablará de la amargura de la ciudad; una amargura que acaba contagiando a sus habitantes.

Me ha impresionado el capítulo en el que Pamuk habla de los golpes que los profesores daban a los estudiantes en su escuela, de los que él se libraba por ser un buen alumno. El hecho de no haber hecho las tareas o molestar en clase podían ser motivos para recibir una buena tunda.

 

Con la idea de documentarse para su libro, Pamuk leyó viejos periódicos de la ciudad, y en el capítulo 16 recoge algunas frases que le han gustado, leídas en artículos de opinión de distintas épocas.

 

Me han gustado, sobre todo, los capítulos en los que Pamuk habla de algunos de los escritores que retrataron Estambul en el pasado. Resat Ekrem Koçu que era historiador y compuso la Enciclopedia de Estambul, que, en principio, aparecía de forma semanal en un periódico y luego se recogía en forma de libro. En esta enciclopedia, Koçu recogía hechos del pasado, centrándose en lo macabro o extravagante, y Pamuk disfrutó mucho en su juventud con ella. Me resulta curioso leer que Koçu, como historiador, estaba interesado por el pasado otomano de Turquía, al igual que el profesor de la universidad que era su maestro, y ambos tuvieron problemas por tratar este tema ante las nuevas autoridades que exigían la occidentalización del país y olvidar el pasado. Y, sobre todo, me ha interesado que Pamuk me hablara de Ahmet Hamdi Tanpinar, un novelista que, según él, es el que mejor refleja la amargura de Estambul. He buscado información sobre Tanpinar y en España lo tiene traducido la editorial Sexto Piso, con traducción de Rafael Carpintero, el mismo traductor de Pamuk y, por lo que he visto, traductor de todo (o casi todo) lo que de literatura turca llega al mundo hispano. A la novela Paz de Tanpinar la llaman el «Ulises turco», por sus juegos con las voces interiores de los personajes.

 

Pamuk nos va a hablar del que fue el barrio judío de Estambul y del barrio de los rumíes, descendientes de griegos y que, a mediados del siglo XX, aún conservaban su idioma en algunos comercios. Pamuk nos va a hablar también de las campañas políticas en contra de las minorías y el intento de que todos los habitantes de Estambul hablen turco y no otras lenguas, como aún ocurría en su infancia. He estado, en este julio de 2025, de visita en los barrios de Estambul donde Pamuk dice que vivían los judíos y los rumíes (Balat y Fener) y diría que allí ya no vive nadie, como comunidad, que hable en una lengua que no sea el turco. También nos hablará Pamuk de los ataques violentos que, en el pasado, han sufrido estas comunidades. «En mis recuerdos de infancia queda como parte de aquella limpieza cultural la manera en que se callaba a los que por la calle hablaban en voz alta griego o armenio». (pág. 278)

 

Pamuk también nos hablará de los escritores europeos, como Théophile Gautier o Nerval, que en el siglo XIX visitaron Estambul, como fuente de exotismo y como fueron creando mitos (algunos trasmitidos de unos viajeros a otros) sobre la ciudad. Muchos de estos viajeros estaban interesados, sobre todo, por el harén del sultán, una realidad, que nos dirá Pamuk, para él, en el momento –a principios del siglo XXI– que escribe el libro, le parece tan exótica como les parecía a aquellos escritores europeos. También nos hablará de que a los estambulíes, aunque tolerasen una mirada propia sobre sus miserias, no les gustaba que así la retratasen los extranjeros, como, por ejemplo, los porteadores de mercancía con multitud de cajas sobre sus espaldas.

Me ha llamado la atención la historia sobre cuando el escritor francés André Guide visitó Estambul, ya en el siglo XX, escribió un artículo ridiculizando las vestimentas de los estambulíes. Esto tuvo como consecuencia de Atatürk, en su deseo de occidentalizar el país, prohibiera aquellas vestimentas antiguas u orientales.

 

En la página 338, cuando Pamuk se dispone a contar algo personal, como eran las frecuentes peleas que tenía con su hermano, que siempre acababa perdiendo al ser dos años menos, nos dice (a modo de disculpa, más seguramente ante sus familiares que ante el lector), que a veces su memoria puede fallar y que, por tanto, el lector debe dudar de sus palabras. Literalmente escribe: «Si lo importante para un pintor no es el realismo de las cosas sino su forma, para un novelista no lo es el orden de los acontecimientos sino su estructura, y para un escritor de memorias no lo es la verdad del pasado sino su simetría».

Así que, por esta ley de simetría, ya que Pamuk empezó los primeros capítulos del libro hablando de sí mismo y de sus familiares, va a terminar el libro hablando también de sí mismo. En este sentido, el capítulo 35, titulado El primer amor, se podía leer como un relato independiente y me ha parecido una narración bellísima.

 

En primera instancia, la inclinación artística por la que Pamuk sintió atracción fue la del dibujo y la pintura, que le ayudan a salir de la realidad, a refugiarse en un espacio privado al que, de niño, quería trasladarse. También gustaba de conseguir la admiración de la maestra o de los adultos por sus conocimientos y, posteriormente, por la calidad de sus dibujos.

Pamuk empezará a estudiar arquitectura, pero en el segundo año perderá el interés y preferirá vagar por la ciudad nocturna. Su hermano mayor se ha ido a estudiar a Estados Unidos y su padre suele pasarse poco por casa, así que acabará discutiendo con su madre, que teme que deje los estudios por convertirse en pintor, algo que considera posible hacer en lugares como París, pero no en Turquía. Al final, Pamuk le dará una noticia aún más inquietante: va a dejar la universidad, pero no para ser pintor, sino escritor.

 

El estilo de Pamuk es bello y evocador, desarrollado en frases largas, en las que va introduciendo muchas matizaciones, mediante frases subjuntivas.

 

Creo que hubiera sido mejor acercarme a un libro como Estambul habiendo leído antes alguna de las novelas más famosas de Orhan Pamuk, pero al llegar ya la fecha de mi viaje a Estambul barajé la posibilidad de empezar a leer El museo de la inocencia, antes que Estambul y me pareció más sensato, dadas mis circunstancias vitales, empezar por el segundo libro. Ha sido una buena experiencia leer la mayoría de las páginas de este libro durante mi estancia en Estambul. No podría recomendar el libro como «guía turística» con la intención de que vayan a llevar al lector a lugares físicos de la ciudad, porque el libro, más bien, propone un viaje interior, un viaje hacia el espíritu melancólico de la ciudad y, en este sentido, ha logrado que mi viaje a Estambul se ha haya ido recubriendo de capas a las que no podría haber llegado de otro modo. Seguiré con el autor.

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Cuentos completos 5, por Philip K. Dick


Cuentos completos 5
, de Philip K. Dick

Editorial Minotauro. 663 páginas. 1ª edición de 1963 a 1980; esta es de 2020

Traducción de Manuel Mata y Carlos Gardini

 

Ya he comentado muchas veces que uno de los mitos de mi adolescencia es el escritor de ciencia ficción estadounidense Philip K. Dick (1928, Chicago – 1982, Santa Ana). En los años 90 leí bastantes de sus novelas y, una vez pasados los treinta y cinco años, seguí con las que me faltaban. Sin embargo, me había dejado sin leer sus cuentos, publicados en España por la editorial Minotauro en cinco volúmenes. En el verano de 2021 leí el volumen 1, y he mantenido esta tradición –que acaba en el verano de 2025– con la lectura del volumen 5. Tenía ganas de llegar a ya al volumen 5 porque los cuentos que recoge este libro están escritos en su etapa de madurez y, según críticos y lectores, es su mejor libro de relatos.

El volumen 1 reunía 25 cuentos, escritos entre 1951 y 1952; el segundo 27, escritos entre 1952 y 1953; y el tercero 23, escritos entre 1953 y 1954. Hemos de tener en cuenta que la primera novela de Dick, Lotería solar, no apareció hasta 1956. El volumen 4 reúne 18 cuentos, escritos entre 1954 y 1964. El volumen 5 contiene 24 cuentos y el periodo de su escritura abarca 17 años (1963-1980), el más largo de los cinco libros.

 

El prólogo del volumen 5 está firmado por el escritor de ciencia ficción Thomas M. Disch, y, en él, Disch dice que Dick fue tanto un escritor para escritores como para lectores. También dice que su estilo literario no suele alcanzar grandes cotas, pero –como todos sabemos ya a estas alturas– Dick tenía grandes ideas.

 

La cajita negra es el primer relato. Se trata de una historia paranoica de persecuciones estatales, en el contexto de la Guerra Fría, con –por ejemplo– comunistas chinos en Cuba. Lo que más me gusta de este relato es que aparece la religión del mesmerismo, con sus cajas negras de empatía. Las personas que las usan pueden acompañar a Mercer mientras sube a una loma y va recibiendo pedradas. El FBI sospecha que Mercer representa la avanzadilla de una invasión extraterrestre. Lo que me gusta es, como el propio Dick explica en sus comentarios a los cuentos al final del libro, que este relato lo usó en la composición de su famosa novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968); La cajita negra se publicó en 1964. Normalmente, aunque muchas de sus historias tienen elementos en común, Dick crea mundos diferentes en cada novela o relato; pero también resulta agradable encontrar estas escasas confluencias dentro de su otra.

 

La guerra de los fnuls también trata de una invasión extraterrestre; en este caso se trata de los fnuls, que periódicamente tratan de tomar la Tierra. En esta ocasión lo hacen convertidos en vendedores de inmuebles, con aspecto humano. Los fnuls no saben por qué, pese a su camuflaje, los humanos siempre los detectan. En este caso, aunque estén camuflados de vendedores de inmuebles, miden solo 60 centímetros. El cuento contiene ese humor surrealista de Dick que resulta un tanto inmaduro, aderezado aquí con algo de picante sexual, un tanto machista. No es este, desde luego, uno de los mejores cuentos del libro.

 

El nivel mejora en el tercer relato, Artefacto precioso. Estamos en Marte y en el planeta se están instalando colonos procedentes de una Tierra superpoblada. El protagonista, Milt Biskle, es un antiguo soldado que perdió el pelo y los dientes, como tantos otros, a consecuencia de su participación en la guerra. El relato acaba siendo una crítica a las aglomeraciones de las grandes ciudades de la Tierra. Milt quiere visitar los lugares de su infancia y el lector acabará teniendo la sensación de que todo se trata de un simulacro, ahondado en esa idea de las historias de Dick en la que la realidad que percibimos (o nos hacen percibir) no acaba de ser la «real».

 

En Síndrome de alejamiento dos policías detienen el vehículo de un hombre que conduce con exceso de velocidad. Aunque estamos en la Tierra, el hombre piensa que se encuentra en Gamínedes y que tal vez ha asesinado a su mujer. ¿Esto es real o es un falso recuerdo? De nuevo nos encontramos, igual que en el anterior, con una historia de Dick en la que se plantea la «realidad de lo real». El tercero y este cuarto son buenos relatos.

 

Una odisea terrícola, con sus 50 páginas, es el relato más largo del conjunto. Trata de una California que ha sufrido una guerra nuclear y de la vida de los supervivientes. Algunos animales, debido a la radiación, ha desarrollado capacidades fantásticas, como, por ejemplo, el hecho de una rata pueda tocar la flauta. Este detalle enseguida me hizo pensar en la novela El doctor Moneda Sangrienta, que leí en los años 90 y que tenía este argumento. La narración está repleta de sucesos inquietantes e imaginativos. Este cuento se publicó por primera vez en las obras completas y se trata de apuntes, o fragmentos, de la que iba a ser la novela El doctor Moneda Sangrienta. Me gusta el relato, pero recomendaría mejor leer la novela, porque en mi recuerdo es una de las mejores obras de Dick.

 

Su cita será ayer: un hombre despierta a su rutina, y comienza con su tarea relativa a la única copia que queda de un libro importante. En este relato hay robots y viajes en el tiempo, lo que hace (esto último) que su planteamiento sea confuso y que no me acabe de gustar.

 

Combate sagrado: unos tipos sacan de la cama al protagonista. Tiene que revisar una máquina que analiza el riesgo de estar sufriendo la amenaza de una guerra o no. La máquina cree que ese riesgo existe, pero los humanos del FBI piensan que puede estar fallando. Aunque algunas de las pruebas a las que los humanos someten a la máquina para ver si tiene capacidad real de analizar la situación me parecen un tanto ingenuas, el final es tan inquietante que ha hecho que se eleve para mí el valor de este cuento y que me acabe gustando bastante.

 

Un juego sin azar nos conduce de nuevo a una colonia humana en Marte. La colonia va a recibir la visita de unos feriantes del espacio. Esto pone en alerta a algunos de sus habitantes, ya que el año anterior perdieron bastantes de sus bienes con las apuestas a las que les llevaron otros feriantes. En esta ocasión, cuentan con la presencia de un niño con poderes psíquicos, que puede ganar a los feriantes en sus juegos. Así ocurre y recibe lo que en apariencia era el mejor regalo: unas muñecas robots. Quizás han sido engañados y estas muñecas robots suponen en realidad una amenaza. Este es uno de los cuentos que más me ha gustado del libro porque tiene el encanto puro de Dick: si el lector analiza su estructura interna, la lógica causa-efecto de sus ideas, comprobará que es un disparate de cuento, pero contiene el misterio y la extrañeza propia de un cuento de Dick, que, en ocasiones como esta, sigue una lógica propia ajena a la real, y esto –al menos ante mis ojos– le da un gran valor expresionista o surrealista al cuento.

 

No por su encuadernación me gusta porque nos remite a otro cuento de Dick: Más allá se encuentra el wub, que está contenido en el volumen 1. Un editor de Marte trabaja sus libros encuadernándolos con piel de wub, un animal de la fauna marciana. A pesar de que el wub, al que perteneció la piel, está muerto, no así su piel, que tiene capacidad para modificar el contenido del libro. De nuevo, es una narración original, con una lógica absurda y bella propia del mundo de Dick.

 

En La revancha la policía interviene un casino regentado por extraterrestres. Sin embargo, el protagonista consigue salvar una máquina del millón. Como estamos dentro de un relato de Dick, la máquina del millón desarrollará instintos homicidas contra nuestro protagonista. Puro Dick paranoico.

 

La fe de nuestros padres: el protagonista va a tener la oportunidad, gracias al consumo ocasional de una droga, de ver la televisión de un modo alucinógeno, pero ¿y si estaba drogado antes y le hacían ver una realidad alterada y lo que ve ahora, gracias a la nueva droga, es la realidad? El mundo está dominado por un líder, que posiblemente no es quién la población cree que es. De nuevo, puro Dick paranoico con la realidad.

 

En la página 371 tenemos el relato más corto del libro, pero con el título más largo; se titula La historia que podrá fin a todas las historias para la antología de Harlan Ellison, Dangerous Visions, y el título es casi más largo que el microrrelato loco que viene después. Me ha gustado del puro desconcierto que me genera.

 

La hormiga eléctrica es el que me ha parecido el mejor cuento de todo el libro. El director de una empresa sufre un accidente y pierde una mano, que le puede ser sustituida por otra biónica en el hospital. En este lugar, va a descubrir que, en realidad, no es un humano sino un robot, y que no trabaja en una empresa, sino que es propiedad de dicha empresa. Esto le va a generar una terrible crisis existencial, que le va a conducir a la autodestrucción. Es un relato bello y triste.

 

Cadbyry, el castor necesitado me hizo leer sus primeras páginas con una sonrisa de incredulidad. El cuento está protagonizado por un castor, al que su mujer presiona para que consiga más fichas de póquer, cuya acumulación da la medida del estatus en este mundo de los castores que crea Dick. A nuestro castor no le va a quedar más remedio que acudir en busca de ayuda a un conejito psicólogo. Los problemas matrimoniales del castor son evidentes, y empezará a ilusionarse cuando le surja la oportunidad de conocer a una mujer que quizás pueda darle el amor que necesita. En este relato aparece una mujer joven de pelo negro, que el lector de Dick sabe que simboliza a su hermana melliza que falleció en el parto y a la que Dick siempre sintió a su lado como una presencia sanadora. Hasta cierto punto, esta propuesta me ha recordado al cuento Josefina la cantora o el pueblo de los ratones de Franz Kafka.

Este cuento lo escribió Dick en 1971 y no se publicó hasta que fue incluido en esta antología. Esto pasa con algunos otros relatos del conjunto. Imagino que por esta época, Dick estaba más centrado en escribir novelas y conseguir publicarlas.

 

Algo para nosotros, temponautas trata sobre viajeros en el tiempo. Un grupo de astronautas terrícolas ha sido enviado a la misión de realizar un viaje en el tiempo. Un fallo hará que entren en bucle en un ciclo temporal, que les permitirá, por ejemplo, asistir a su propio entierro. Es un buen relato sobre las paradojas de los viajes en el tiempo, otro de los temas recurrentes de Dick.

 

Las prepersonas es un relato inesperado. Dick nos habla de una sociedad en la que los padres pueden decidir, hasta que los niños tienen doce años, que ya no desean a sus hijos y el Estado puede retirarlos en un furgón para llegarlos a un depósito, donde si, en el plazo de treinta días, no son adoptados por nadie serán eliminados. El relato se puede interpretar como una crítica al sistema de perreras, que recoge a animales domésticos abandonados, pero también, y sobre todo, como una crítica a las leyes proaborto. En su comentario final, Dick explica que este relato recibió críticas, pero que él quería dejar clara su postura antiabortista. Sin compartir su idea de fondo, he de decir que me ha gustado.

 

El ojo de la sibila es también un relato extraño. En él, Dick empieza a hablar de la antigua Roma. Esto no es algo infrecuente en su última etapa creativa, puesto que en su explicación paranoica del mundo, él se sentía un cristiano primitivo trasladado a la California de 1970. Este cuento acabará hablando de los años escolares de Dick y su vocación por la escritura. Sin ser un buen cuento, estructuralmente hablando, me ha resultado interesante por el tema autobiográfico.

 

El día que el señor Ordenador se cayó del árbol nos plantea la discusión de un ciudadano con sus electrodomésticos, controlados por un ordenador central que sufre episodios de locura. Uno de los protagonistas del relato va a ser un empleado de una tienda de discos, oficio que tuvo Dick en su vida real y que, a veces, aparece en sus historias. El ordenador central, como una IA enloquecida, empezará a generar información falsa. Es un cuento correcto, sin más.

 

La puerta de salida de adentro también trata del mundo de los robots y del control estatal. Un joven ciudadano, de vida mediocre, es agraciado con el premio de poder mejorar su formación. Descubrirá tarde que la primera prueba a la que debe someterse es a un juego moral.

 

Cadenas de aire, redes de éter descubriré en el comentario final que Dick lo uso para la su novela La invasión divida, que he leído, pero que no recordaba, o al menos no recordaba este detalle. Es un relato sobre la soledad, sobre dos personas, un hombre y una mujer, que viven en cúpulas aisladas en un planeta remoto. Cuando la mujer es víctima de una enfermedad, los dos empezarán a relacionarse más. Lo sorprendente de este relato es que se publicó en 1979 y está perfectamente integrado en él el uso de la IA con frases como estas: «En la pantalla grande apareció un mensaje. Era la respuesta del Sistema de la IA, llegada con un día de antelación», «No era de extrañar que el sistema de IA le hubiera notificado que el factor ético era prescindible en este caso». Me gusta más que los anteriores.

 

Extraños recuerdos de la muerte no es un cuento de ciencia ficción, sino que es un cuento realista sobre un hombre preocupado por el desahucio de una vecina mayor y acaba siendo una reflexión sobre la locura. El esfuerzo estilístico de Dick es aquí mayor que en sus otros relatos. Este cuento me sorprende por inusual.

 

Espero llegar pronto trata sobre un viaje intergaláctico de diez años, donde una nave espacial tiene la responsabilidad de mantener dormidos a los sesenta tripulantes. Sin embargo, algo falla y una de esas personas se despierta. La nave tendrá que ingeniárselas para que, en los próximos diez años, no pierda la cordura y decide suministrarle imágenes de sus recuerdos, con inesperadas consecuencias. ¿Lo real es real?

 

El caso Rautavaara nos presenta a unos extraterrestres que, debido a las leyes interplanetarias, se ven en la situación de ayudar a unos terrícolas que han sufrido un accidente cósmico. A través de un cuerpo humano muerto, al que han intentado revivir, entrarán en contacto con una deidad inesperada. Es un cuento inquietante, me gusta.

 

La mente alienígena nos presenta a una nave que se ha desviado de su trayectoria por un suceso inesperado, que tiene que ver con una mascota. Es un cuento escrito con afán bromista e inferior a otros.

 

Después de cinco veranos (y cuatro años) esta aventura de leer los cinco volúmenes de los Cuentos completos de Phillip K. Dick ha llegado a su fin. La verdad es que no podría afirmar, de forma contundente, que este quinto volumen sea significativamente el mejor de todos. En muchos de sus relatos, se nos vuelve a presentar el Dick juguetón, que escribe con intenciones cómicas, de sus comienzos. Quizás en esta etapa última ya no trata de hacer, como al principio, un giro final en los cuentos que les dé un nuevo significado, en muchos casos chistoso, y que acababa arruinando un tanto el alcance global de la pieza. Creo que había estado suponiendo que en este quinto volumen me iba a encontrar con relatos que tuvieran más que ver con el mundo de la novela Valis, con las inquietudes más profundas de Dick sobre la realidad, y no ha sido así. En cualquier caso, este Cuentos completos 5 contiene piezas destacadas de la producción de Philip K Dick y, en conjunto, me han acompañado bien en mis últimos inicios de verano. Ahora me queda por leer la Exégesis de Dick. Espero no tardar mucho en acercarme a ella.