lunes, 25 de agosto de 2025

Caravana para cuervos, por Eminé Sadk

 


Caravana para cuervos, de Eminé Sadk

Editorial Automática. 234 páginas. 1ª edición de 2020; esta es de 2025

Traducción y notas de MaríaVútova

 

Me llega al correo electrónico, de forma habitual, información sobre las novedades de Automática. Es una editorial que me interesa, publica sobre todo libros de países del Este europeo, de idiomas de los que es difícil encontrar traducciones en el mercado literario español. Leí, por tanto, la ficha de prensa de Caravana para cuervos (2020) de Eminé Sadk (Dúlovo, Bulgaria, 1996), que era «la nueva revelación de la joven literatura búlgara», y que había escrito esta novela cuando tenía solo veintitrés años. En principio, la dejé pasar, porque son demasiados los libros que quiero atender y, con mi escaso tiempo libre, no puedo acercarme a todos. Más tarde, recibí información sobre la novela Sonia pide la palabra de la rumana Lavinia Braniste, que, además, iba a estar en la Feria del Libro de Madrid 2025, firmando sus libros y participando en una charla, durante la segunda semana de la Feria. Me apeteció acudir a esta charla. Antes, me pasé por la caseta de Automática, para comprar la primera novela de Braniste, Interior Cero y que me la firmara. Las editoras –que ya me conocen por algunas reseñas que he escrito de sus libros– me regalaron Caravana para cuervos de Eminé Sadk.

Aunque estaba leyendo el Volumen 5 de los Cuentos completos de Philip K. Dick, me apeteció hacer un alto en esta lectura y acercarme a Caravana para cuervos, que se iba a convertir en mi primera incursión en la literatura búlgara.

 

El protagonista de Caravana para cuervos es Nikolay Todorov, profesor de Geografía en un instituto desde hace veinte años. Tiene cuarenta y seis años, está soltero, no tiene hijos y sus padres ya han muerto. El día en el que comienza la narración, el Director del instituto en el que trabaja ha decretado un día de fiesta, precisamente porque Todorov ha ganado un proyecto europeo de renovación educativa (el lector, aunque sienta curiosidad, no acabará sabiendo qué proponía Todorov en este proyecto). Por la noche, los profesores, junto con el Alcalde de la pequeña ciudad búlgara en la que viven, van a celebrar una fiesta en el instituto. Al ser día de mercado, Todorov aprovechará el día libre en su honor para visitar el mercadillo de la ciudad.

La narración está escrita en tercera persona y, de vez en cuando, se le cede la voz a Todorov y conoceremos algunos de sus pensamientos. Este recurso de ceder la palabra a los personajes, la narradora omnisciente también lo hará con otros personajes.

La acción se va a situar en un mes de octubre bastante cálido, en el que parece alargarse el verano; por efecto del cambio climático, parece insinuarse en el texto. Esa primera mañana, Todorov tratará de ver el telediario: «Mostraban imágenes dramáticas de enfrentamientos en la capital entre los manifestantes y las fuerzas del orden», leemos en la primera página. Estas manifestaciones en Sofia acabarán teniendo importancia en el tramo final de la novela.

Los alumnos que se cruzan con Todorov este día de mercado no parecen tenerle demasiada simpatía, sino que se ríen de él cuando se cruza con ellos.

 

La fiesta que se ha convocado en el instituto, a causa del triunfo de Todorov, va a devenir en un momento epifánico para él. Sus compañeros empezarán a comer y a beber sin tino. «“¿Qué esperaba? ¿Qué diferencia puede marcar el proyecto que hemos ganado si esta gente no está dispuesta a cambiar? Seguirán exactamente de la misma manera…”, reflexionaba con pesar mientras observaba a sus compañeros secarse el sudor de la frente.»; leemos en la página 38. Todorov abandonará la fiesta y se juntará con otros personajes en la calle. Con ellos iniciará una noche de excesos a la que no está acostumbrado. Esta misma noche va a recibir una información sensible sobre su padre –muerto hace siete años–, un profesor de Lengua de instituto, del que Todorov nunca ha sentido que estuviese a su altura. «Mi mundo acaba de dar un vuelco. ¡Se me han juntado demasiadas cosas!», le dirá Todorov a otro personaje en la página 54. Después de esta extraña noche, Todorov va a tomar la decisión de cambiar de vida y, en primera instancia, va a abandonar la pequeña ciudad en la que vive.

De un modo simbólico, Emilé Sadk ha elegido para su personaje la profesión de profesor de Geografía. Parece decirnos la autora que Todorov es alguien que conoce las capitales de todos los países del mundo, pero no cómo viven sus gentes; y también –lo que acabará siendo más significativo en la novela–, aunque Todorov conoce el nombre de todas las capitales de los países del mundo y el nombre de los ríos que los atraviesan, no parece conocer la historia y a las gentes de la región de Bulgaria en la que vive. Su viaje de descubrimiento va a conducirle, de esta forma, a la región de Ludogorie, que, antiguamente, en turco, se llamaba Deliormán.

 

Debemos saber que Eminé Sadk es una búlgara de origen turco. Esta doble condición va a ser importante en la composición de la novela. Gracias a una nota a pie de página –a cargo de María Vútova, la traductora– sabremos que en las décadas de 1970 y 1980 el gobierno búlgaro inició campañas de unificación del país, en contra de la minoría turca. De esta forma, se cambiaron topónimos originariamente turcos por otros equivalentes en búlgaro, y así la región de Deliormán pasó a llamarse Ludogorie. En 1989, más de 360.000 turcos búlgaros fueron expulsados a Turquía, lo que se conoce como «la gran excursión». Esto hizo que muchas zonas de Bulgaria, donde vivían estos musulmanes, quedasen prácticamente despobladas. De esta región de Europa, tan desconocida para un lector español, nos habla Eminé Sadk.

 

Creo que la primera parte, la que nos muestra la vida y crisis de Todorov, es la mejor resuelta del libro. Después de esa loca noche, la novela se va a abrir a la aparición de nuevos personajes, como Mila, cuyo padre la abandonó y se fue a Occidente, lugar al que luego emigraría su madre con su nueva pareja. Mila vivía con su abuela, hasta que esta muere y se queda sola. Se dedicará a visitar pueblos abandonados de la Bulgaria profunda, fotografiar objetos de sus casas, que pueden ser usados, y encontrar a personas, en las redes sociales, a las que donárselos. El lector avanzará en la lectura de la novela, sintiendo que el personaje de Mila –que aparece en el segundo capítulo– pertenece a un camino que no se va a transitar. Sin embargo, como la lógica narrativa nos indicaba desde un principio, Mila acabará cruzándose con Todorov.

 

He tenido la sensación de que, en algunos momentos, las andanzas de Todorov por Ludogorie se tiñen de un halo de irrealidad, de pérdida de verosimilitud narrativa; ya que, por ejemplo, Todorov se cruzará con un grupo de gitanos (otra de las minorías de la región) y tendrá con ellos algún problema cuyo planteamiento me ha parecido un cliché. También se cae en alguna licencia sobre el amor a primera vista, que me ha resultado un giro narrativo algo juvenil.

En cualquier caso, debería apuntar que la narración no es del todo realista de un modo consciente, puesto que hay pequeñas escenas que nos pueden hacer pensar en una especie de «realismo mágico del Este». En este sentido, por ejemplo, cuando Mila empieza a tocar un piano roto en una casa abandonada sucede lo siguiente: «Varias palomas adormecidas en las viejas vigas echaron a volar y se posaron sobre el piano. Formaron una especie de joró. Daban vueltas en un círculo perfecto, como amantes del heavy metal, moviendo la cabeza adelante y atrás, atrás y adelante.» (pág. 80) Este mundo del Ludogorie, un tanto loco, me ha recordado al cine del serbio Emir Kusturica y a películas como Gato negro, gato blanco (1998).

 

Emilé Sadk usa un lenguaje de metáforas y comparaciones sorprendentes, que mezcla lo tradicional (con toques poéticos), con lo moderno, como veníamos con esas palomas que bailaban heavy metal. Me ha llamado la atención de que en el original hay palabras en turco que usan los personajes; tema que explica la traductora.

Caravana para cuervos se publicó en 2020, cuando Eminé Sadk tenía veinticuatro años; y ya he dicho que la escribió con veintitrés. Aunque en algunos momentos se nota cierta ingenuidad juvenil en la composición de las escenas, o en la creación de efectos narrativos causa-efecto, me ha parecido una novela fresca e imaginativa, que me ha hecho mirar hacia un rincón de Europa –esa región de Bulgaria de la que fueron expulsados los turcos– que desconocía totalmente. Desde luego, Caravana para cuervos no tiene la profundidad y la tensión narrativa de Una carpa bajo el cielo de la rusa Liudmila Ulítskaya, que es el mejor libro de la editorial Automática que he leído, pero hay que tener en cuenta que Ulítskaya es una escritora madura, en la plenitud de su talento, cuando escribe una obra magnífica como Una carpa bajo el cielo, y que Eminé Sadk es una joven promesa de la nueva literatura europea y que, como a tal, hay que celebrarla. Y hay que celebrar también que la editorial Automática nos acerque a estas voces de la periferia de Europa, que no parecen, en principio, apuestas económicas fáciles.

 

 

domingo, 17 de agosto de 2025

El hablador, por Mario Vargas Llosa

 


El hablador, de Mario Vargas Llosa

Editorial Alfaguara. 287 páginas. 1ª edición de 1987; esta es de 2022

 

El lunes 14 de abril de 2025 recibí la noticia sobre la muerte, el día anterior, de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 – Lima, 2025). Ese mismo día decidí grabar un vídeo, como homenaje, para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob. Busqué en internet una lista cronológica con sus obras publicadas, y tomé sus libros de mi biblioteca para mostrarlos en el vídeo. Era consciente de que los doce libros que yo había leído de Vargas Llosa pertenecían al siglo XX. El libro suyo más cercano en el tiempo al que me había acercado era La fiesta del Chivo, del año 2000. Al leer la lista de sus libros, me percaté de que ni siquiera me sonaba el título de El hablador (1987), lo que me resultó extraño. El miércoles siguiente, paseando por Madrid, visité la librería La Central de Callao y en la entrada las libreras habían creado un pequeño altar con los libros de Vargas Llosa. Entre ellos hojeé una bonita edición de El hablador, que alguien me había recomendado en el canal de YouTube y decidí comprarlo como homenaje al escritor que me había acompañado tanto, desde que el verano de 1995 leí La ciudad y los perros y me sentí tan impresionado por su fuerza.

 

La voz narrativa con la que empieza la novela podría identificarse con la del propio autor: un peruano, que sabremos que es escritor. De hecho, nos contará que, en 1981, participó en la producción de un programa para una televisión peruana, llamado La Torre de Babel, y que, por ejemplo, tuvo que entrevistar a Borges y sufrió con él un malentendido. Estos hechos pertenecen a la biografía real de Vargas Llosa.

El narrador está de viaje en Firenze (Florencia) y por casualidad descubre, en una galería de arte, una exposición de fotografías de una tribu de indios peruanos –los machiguengas–, con la que entró en contacto en el pasado, cuando uno de sus amigos de la universidad de San Marcos, con el que inició la carrera de Derecho, empezó a sentirse fascinado por ellos, hasta el punto de dejar la carrera de Derecho (que su padre quería que cursase) por la de Etnología. El amigo es Saúl Zuratas, apodado «Mascarita», porque «tenía un lunar morado oscuro, vino vinagre, que le cubría todo el lado derecho de la cara, y unos pelos rojos y despeinados como las cerdas de un escobillón.» El padre de Mascarita es un judío europeo emigrado a Perú, y Mascarita había nacido en un pueblo del interior del país. Pronto Mascarita empezará a interesarse por el pueblo de los indios machiguengas. Mascarita considera un crimen el ocaso que los indios de Perú sufren en el país y el ver cómo la civilización está acabando con sus espacios vitales y su cultura. El narrador discutirá con su amigo sobre el destino de estos pueblos y el destino del Perú. «Qué proponía, a fin de cuentas? ¿Que, para no alterar los modos de vida y las creencias de unas tribus que vivían, muchas de ellas, en la Edad de Piedra, se abstuviera el resto del Perú de explotar la Amazonía? ¿Deberían dieciséis millones de peruanos renunciar a los recursos naturales de tres cuartas partas de su territorio para que los sesenta u ochenta mil indígenas amazónicos siguieran flechándose tranquilamente entre ellos, reduciendo cabezas y adorando a la boa constrictor?», leemos en las páginas 34 y 35.

Es interesante que la novela plantea diversas miradas sobre este tema sin ofrecer una visión maniquea sobre el mismo. Ni siquiera el propio Mascarita idealiza a los pueblos amazónicos, porque él sabe que, debido a la mancha de su cara, si hubiera nacido en uno de ellos las mismas madres le hubieran matado, echándole al río o enterrándolo vivo. Sin embargo, la obsesión de Mascarita por los pueblos amazónicos y, en especial, por el de los machinguegas, solo irá a más. Los machinguegas es una tribu de solo unos cuatro o cinco mil individuos. Se trata de un pueblo fracturado en pequeñas comunidades, casi en unidades familiares. Es un pueblo al que los incas expulsaron de la parte oriental del Cusco, pero al que no pudieron sojuzgar, entrando cada vez más en la selva, donde los iban metiendo otros pueblos más aguerridos y los blancos. Los machinguegas son un pueblo históricamente poco conocido y muchos de sus miembros están ya viviendo, en el tiempo narrativo del libro, 1985, un proceso de aculturación occidental. En realidad, la cultura machinguera parece condenada a la desaparición.

Me han gustado las reflexiones que hace el narrador sobre que la doble condición de judío, y de marcado, hace que Mascarita se interese por una comunidad señalada y acosada por el mundo que le rodea.

En la novela también será cuestionada la labor de los etnógrafos estadounidenses, a los que más que la idea de conocer o preservar a estos pueblos indígenas, lo que más parece moverles es la capacidad de explicarles la palabra de su Dios, mediante gestos como traducir la Biblia al idioma machinguega.

 

El narrador principal de la novela se parece bastante al de Historia de Mayta (1984). Tres años separan la publicación de una novela de otra (y en medio se encuentra ¿Quién mató a Palomino Molero? de 1986). En ambas novelas, los narradores compartes más de un rasgo con la historia personas de Mario Vargas Llosa, y los dos van a tratar de averiguar hechos sobre la vida de un amigo o conocido de juventud; Mayta en un caso y Mascarita en el otro.

 En El hablador nos vamos a encontrar con dos narradores: aquel del que ya he hablado y otro nuevo que será un «hablador» de la tribu de los machinguegas. La existencia de la figura de este hablador en la cultura de la tribu hará que el narrador principal se interese por ellos, al punto de ir a visitarlos en 1958. El hablador tiene la función de moverse entre diversas comunidades de machinguegas y ser la memoria activa de la tribu. Relatará los mitos de su pueblo e irá incorporando otros nuevos. La existencia de este hablador hará sentir a nuestro narrador que la idea de alguien que cuente (o que escriba en su caso) es culturalmente importante, incluso en los pueblos más primitivos. De hecho, empezará a recoger información para crear un cuento o una novela sobre la figura de este hablador. Pero le costará encontrar el modo de hacerlo. Así que, al igual que su amigo Mascarita, también empezará a pensar en esta tribu, aunque desde un punto de vista diferente.

La segunda voz narrativa –que se irá alternando con la otra y ocupará en el total del libro menos espacio que la primera– será la de un hablador machinguega. Esta voz narrativa, a diferencia de la voz racionalista anterior, nos dará una visión mágica del mundo, sobre su nacimiento, existencia o continuidad, recreando los mitos de su tribu. A veces, se puede hacer un poco exagerado el vocabulario propio de la selva que aparece aquí, y al lector –o al menos a mí como lector– le puede agotar un tanto este tipo de narrativa tan libre y poética, pero tan caótica y loca también. El lector pronto comprenderá que este hablador de los machinguegas no es otro que Mascarita. No creo hacer ningún destripamiento significativo de la novela, porque desde el primer momento que aparece esta segunda voz narrativa, se le dan suficientes pistas al lector para que maneje esta información, antes de que el narrador principal de la novela pueda empezar a sospechar cuál ha sido el destino de su amigo, del que pensaba que había regresado con su padre a Israel, pero acabará averiguando que no fue así, y que parece, por increíble que suene, que se internó en el Amazonas y que llegó a convertirse en uno de los habladores de esta tribu. Lo más curioso que me ha resultado de esta segunda voz narrativa ha sido ver cómo Mascarita, después de haber asimilado y aprendido a transmitir todos los mitos de la tribu que lo adopta, irá incorporando su propia historia a la corriente de mitos ancestrales de los machinguegas. Por ejemplo, incorporará su gusto por Franz Kafka a las leyendas de esta tribu. Lo que no deja de ser un detalle kafkiano de la narración.

 

Como dije al principio, el día que murió Mario Vargas Llosa desconocía la existencia de esta novela, y por eso, al verla en una librería unos días después, sentí curiosidad, la compré y la leí. Como imaginaba, El hablador no entra en el grupo de las que considero las más grandes novelas de Vargas Llosa, que para mí serían La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo. Vargas Llosa ha dejado ya atrás, en El hablador, su investigación de las innovaciones formales, presentando aquí una novela más convencional, a pesar del juego de sus dos voces narrativas tan dispares. Esto, sin embargo, no quiere decir que no me haya parecido una buena novela, que sí me lo ha parecido. Además, me ha hecho ver una nueva gama de intereses de Vargas Llosa, como es este planteamiento sobre el futuro y la conservación de las tribus indígenas del Amazonas, que le desconocía.

domingo, 10 de agosto de 2025

Oslo, por Javier Cánaves


 Oslo, de Javier Cánaves

Editorial Baile del Sol. 222 páginas. 1ª edición de 2023

 

Ya he contado alguna vez que Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) es mi amigo (aunque es verdad que hace tiempo que no nos vemos en persona) y que de él he leído casi toda su obra publicada, más otra parte aún inédita. De este modo, cuando hace ya más de un año me envió Oslo (Baile del Sol, 2023), me encontré con una cita mía recomendándolo desde la solapa. «Una narración que consigue arrastrar al lector al mundo onírico que plantea, repleto de imágenes metafóricas muy potentes, inquietante al más puro estilo Levrero o novela corta de Elvio Gandolfo». Años antes, había leído Oslo en forma de manuscrito, y estas palabras formaban parte de un correo electrónico en el que le comentaba a Cánaves mis impresiones sobre el libro. Creo que he tardado en acercarme a Oslo porque tenía la sensación de que iba a leer un libro que ya conocía; sin embargo, Cánaves me comentó que a la novela corta original que era Olso, en esta edición de Baile del Sol (editorial en la que somos compañeros, porque yo he publicado con ellos cinco libros), le había añadido otras dos novelas cortas o relatos, las tituladas La hipótesis descabellada y Los inasibles.

 

Oslo comienza con un capítulo en letra bastardilla. En él, un hombre innominado se despierta sin saber, en principio, dónde está. Estos capítulos en bastardilla nos van a llevar a la vida del protagonista en un mundo cotidiano, previo a su «ingreso» en el mundo onírico de Oslo. En el segundo capítulo, el protagonista se encuentra en el aeropuerto de Oslo, pero no se trata de un aeropuerto habitual, pues las personas han desaparecido del escenario, dejando desperdigadas maletas, carros portaequipajes, coches a la salida, etc. El hombre empieza a caminar hacia una ciudad, que gracias a un cartel sabrá que es Oslo; pero no parece, en realidad, ser la Oslo que un viajero normal puede conocer, sino una Olso alterada, una Oslo que parece habitar en las brumas de un mal sueño. Sabremos que nuestro personaje, que ha perdido la memoria, se llama Sam, y que en el pasado fue escritor. Sam se irá encontrando, en el Oslo vacío, con algunos otros personajes, un mendigo, que actúa como demiurgo, y le advierte de que no se deje atrapar. Poco después, aparecerá un extraño desconocido que empezará a perseguirle y Sam sabrá que lo único que puede o debe hacer es huir de él. «Oslo puede ser vista como un trasunto de la vida sobre la Tierra», le dirá el mendigo a Sam en la página 28, dándole, a su vez, una pista al lector sobre la propuesta narrativa ante la que se encuentra.

En Oslo, Sam parece sentir la necesidad de beber alcohol, pero no de comer; y todo esto tiene lugar mientras las calles y los edificios de la ciudad van cambiando de forma.

Además del mendigo y el perseguidor, Sam acabará encontrándose con otras personas en Oslo; algunas incluso que surgen de su pasado, como una antigua novia. Todas estas personas le contarán alguna historia significativa sobre su vida. Quizás de esta forma Sam, que fue escritor de tres novelas, que lleva tiempo sin escribir, y que ha vuelto a escribir en Oslo, pueda dilucidar algún tema significativo sobre sí mismo.

 

Oslo es una novela corta inquietante, con esas reminiscencias de Mario Levrero o Elvio Gandolfo que comenté en mi correo inicial a Cánaves; quizás no me acaba de convencer la parte en la que Sam tiene que enfrentarse al fantasma de sus relaciones sentimentales pasadas, que me recuerda a uno de los tics más repetidos en la narrativa de Cánaves, y que se ha ido reproduciendo de una obra a otra, la de las relaciones fallidas, que, quizás, en este caso, acaba restando tensión narrativa a la historia.

 

Oslo, con sus 102 páginas, es la narración más extensa de este libro. En la página 113 empieza La hipótesis descabellada, que tiene unas 80 páginas. El protagonista de esta segunda historia es Lucas, que es escritor y guionista, aunque últimamente su economía no se encuentra bien saneada. Además ha roto con su pareja, una actriz a la que le han empezado a ir las cosas mucho mejor que a él. La muerte de su abuelo hace que Lucas pueda mudarse a su casa, propiedad ahora de sus padres. La casa del abuelo está en el campo, en una región apartada, un lugar que le parece estupendo para poder concentrarse y volver a crear. En la primera página de esta historia, Lucas va a recibir la visita de un viejo que pregunta por su abuelo. Pronto comprenderemos que esta visita va a suponer algún tipo de amenaza para Lucas. Este encontrará un cuaderno en un cajón con extrañas anotaciones, hogueras en el bosque cercano, visitas o invocaciones de seres desconocidos… un asunto secreto que el abuelo de Lucas parecía mantener con el viejo que viene a buscarle, aunque ya Lucas le ha contado que ha fallecido. La hipótesis descabellada es una novela de terror psicológico, que no acaba de ser una serie B porque Cánaves se contiene y prefiere sugerir a mostrar. De nuevo nos encontramos aquí con un escritor en crisis, que mira hacia el fracaso de su última relación y que se siente perseguido por algo que podríamos llamar «realidades indefinidas». El narrador nos contará que Lucas fue un lector adolescente de Philip K. Dick, y quizás esta sea la pista definitiva de la intencionalidad de Cánaves con esta narración.

 

Los inasibles tiene unas 30 páginas, divididas en dos partes. La primera parece abiertamente una historia de ciencia ficción en la que unos seres inasibles como sombras parecen situarse detrás de las personas y observarlas. En la segunda parte comprenderemos que es posible que la primera narración sea, en realidad, la de un loco. También aquí hay un escritor, una relación posiblemente fallida y un perseguidor.

Diría que la primera parte de este relato, de unas 13 páginas, titulada La llegada, me han parecido lo más brillante del conjunto, unas páginas llenas de tensión narrativa. En algún lugar leí que la propuesta de un relato de terror se sostiene mejor en un relato corto que en una novela, y aquí se cumple esa premisa.

 

Olso, como ya lo había leído, no me ha sorprendido como las dos narraciones nuevas (para mí) que contiene este libro, La hipótesis descabellada y Los inasibles. Sin querer desmerecer a Olso (una trilogía curiosa sobre el extrañamiento y la paranoica idea de la persecución), diría que Mi Berghof particular –publicada también en Baile del Sol en 2019– y Taller de escritura –publicara por Calambur en 2021– me gustaron más que este nuevo libro. Me ha llegado a casa El cuento de Alma, el último libro de Cánaves, publicado por Edixions Xandri. Ya os contaré qué tal.

 

 

domingo, 3 de agosto de 2025

Babbitt, por Sinclair Lewis


 Babbitt, de Sinclair Lewis

Editorial Nórdica Libros. 452 páginas. 1ª edición de 1922; esta es de 2009.

Traducción de José Manuel Álvarez

 

Creo que la primera vez que leí el nombre de Sinclair Lewis (Sauk Center, Estados Unidos, 1885 – Roma, 1951) fue en algún libro de Charles Bukowski, donde le citaba. Desde entonces, desde hace unos treinta años, era uno de esos escritores que nebulosamente asociaba a los clásicos norteamericanos que algún día debía leer. En la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Recoletos de 2024 me encontré en el mismo puesto con Babbitt (1992) de Sinclair Lewis con El hombre del traje gris (1955) de Sloan Willson, novelas a las que sentí cercanas por temáticas y espacio temporal y decidí comprar las dos.

 

Babbitt se ambienta en la ciudad de Zenith, nombre inventado para una ciudad de entre 300.000 y 400.000 habitantes, y que, por algunas indicaciones que se dan en el libro, debería encontrarse a medio camino entre Chicago y Nueva York. Así que, si mis cálculos (y la contraportada del libro) son correctos, nos encontramos en el Medio Oeste norteamericano, ese lugar mítico que tantas ficciones ha albergado y que apela al corazón más conservador de Estados Unidos.

Estamos en 1920 y George Babbitt tiene cuarenta y seis años. Regenta, junto con su suegro, un negocio inmobiliario en la ciudad, que cuenta con nueve empleados, y todo parece ir bien para él. Tiene una mujer, Myra, con la que lleva veintitrés años casado, y tres hijos, Verona de veintidós años, Ted de diecisiete y Tinka de diez. Babbitt es un republicano que aborrece el socialismo, y cuando mira la prosperidad de Zenith, y la suya propia, siente que el mundo está bien hecho. «Miró borrosamente el patio. Le complació, como siempre. Era el pulcro patio de un próspero hombre de negocios de Zenith, es decir, era la perfección misma, y le hacía a él también perfecto.», leemos en la página 11.

 

Desde el comienzo, la mirada de Lewis sobre su personaje principal es irónica. La voz narrativa, en tercera persona, nos va a presentar a un hombre, en apariencia contento con su vida, pero que, en el fondo, arrastra un buen número de insatisfacciones y carencias interiores.

 El primer párrafo del libro me parece significativo: «Las torres de Zenith se alzaban sobre la neblina matinal. Austeras torres de acero, cemento y caliza, macizas como acantilados y delicadas como varillas de plata. No eran iglesias ni ciudadelas, sino franca y bellamente edificios de oficinas.» En el mundo que nos va a describir Lewis se juega mucho metafóricamente con la nueva religión del dinero, cuyos templos serían los edificios de oficinas. En este sentido, también leemos en la página 20: «Contempló la torre como la aguja del templo de la religión de los negocios, un credo apasionado, exaltado, que se hallaba por encima del hombre corriente.» En la página 11 leemos: «El Babbitt cuyo dios era Aparatos Modernos no estaba satisfecho.» En la página 27: «Como devotos del Gran Dios Motor, entonaron himnos al parche del neumático de repuesto, y a la manivela del gato perdido.»

El contexto histórico es el de la Ley Seca, y Lewis nos presenta un mundo en el que todo el mundo bebe alcohol, y en el que las personas como Babbitt y sus amigos –en un alarde de cinismo– están de acuerdo con dicha ley, aunque se la salten, porque piensan que es apropiada para los pobres, pero no para ellos que beben cuando les parece, porque son gente de orden. Así mismo, aunque Babbitt se considera un virtuoso ciudadano, no tiene inconveniente tampoco en negociar a escondidas con el ayuntamiento para conseguir beneficios a la hora de comprar terrenos, por ejemplo. Todo esto Lewis lo sabe contar con mucha gracia.

 

Un juego curioso –con intenciones cómicas– es que el narrador en algunos casos se muestra como un narrador omnisciente, que puede desentrañar los pensamientos de sus personajes y, en otros casos, no le consta lo que acaba por ocurrir en las escenas que describe. En la página 13, Myra habla a Babbitt y el narrador escribe: «No se tiene constancia de que él fuera capaz de contestar.»

Por supuesto, en el mundo de Babbitt la posesión de un automóvil es un indicativo de rango social. En la página 89, leemos: «En la ciudad de Zenith, en el bárbaro siglo XX, el automóvil de una familia indicaba su rango social con tanta precisión como los títulos nobiliarios el rango de una familia inglesa».

El narrador suele tener una mirada irónica, aunque compasiva, sobre Babbitt; de este modo, nos hablará de sus múltiples estrategias para dejar de fumar, hábito al que siempre acaba volviendo. Babbitt quedará retratado como un personaje de una gran autoindulgencia.

 

Sin embargo, por detrás de esta primera capa, en la que Sinclair Lewis parece estar burlándose (bastante amablemente) de su personaje, existe otra segunda capa en la que nos presenta a Babbitt como un hombre insatisfecho. En las primeras páginas se describe el despertar de Babbitt a un día corriente y, de forma casi misteriosa, dentro de la cotidianidad de la escena, se nos dice que, desde hace años, sueña con un hada. «Hacía años que el hada acudía a él. Donde los demás solo veían a George Babbitt, ella percibía al joven apuesto. Le esperaba en la oscuridad, más allá de bosquecillos misteriosos. Y él corría a su encuentro en cuanto podía escabullirse de su atestada casa. Su esposa y sus vociferantes amigos intentaban seguirle, pero él escapaba, la joven volaba a su lado y se acurrucaban los dos en una umbrosa ladera. ¡Era tan esbelta, tan blanca, tan apasionada! Le decía que fuese alegre y valeroso, que ella le esperaría, que se harían los dos a la mar…» Esta pequeña escena, en apariencia irrelevante irá cobrando nuevos y más profundos significados en el trascurso de la novela.

 

Aunque luego se va a producir más de un salto temporal, en las primeras cien páginas del libro se describe una sola jornada en la vida de Babbitt. Sin embargo, mediante el recurso de la analepsis, conoceremos algunos momentos significativos del pasado del personaje. Especialmente relevante me parece aquel en el que se habla de cómo Babbitt llegó a casarse con su mujer Myra. Cuando, tras salir juntos unas cuantas veces, ella le dice que son novios, esta es la relación del Babbitt joven: «¿Novios? A él no se le había ocurrido siquiera. Su afecto por aquella mujercita tierna y morena se enfrió, le dio miedo, pero era incapaz de herirla, era incapaz de defraudar sus esperanzas.» (pág. 106) Esta escena me parece particularmente patética en el libro y, aunque la primera mirada sobre Babbitt sea la de suave burla, el lector acabará sintiendo también compasión por él.

 

Durante la primera jornada que se describe en la novela, Babbitt quedará a comer con su amigo Paul Riesling, al que conoce de los tiempos de la universidad. Paul parece ser el amigo más íntimo y verdadero de Babbitt, acostumbrado a tener relaciones superficiales. En la página 74, Babbitt y Paul se confesarán el uno al otro que, en el fondo, no se sienten satisfechos con sus vidas, pese a ser personas de éxito económico, y vivir para mantenerlo y acrecentarlo. Paul heredó una empresa familiar de techados de papel alquitranado, pero le hubiera gustado ser violinista, y a Babbitt le hubiera gustado, después de licenciarse en abogacía, ser político. Paul es además infeliz por la mala relación que tiene con su mujer Zilla. Babbitt y Paul planearán escaparse unos días solos al lugar en el que, más tarde la familia de Babbitt viajará para compartir las vacaciones con él. Babbitt y Paul son dos personas que, constantemente, tienen fantasías de evasión de sus vidas.

 

Normalmente, las novelas norteamericanas, a las que estoy acostumbrado, suelen presentar las vidas de los personajes y, pronto, estas vidas dan un vuelco dramático. Me estaba extrañando que esta novela de 452 páginas avanzaba mostrándonos más escenas costumbristas de la vida de Babbitt, pero que no se produjera ese giro dramático que yo estaba esperando. Babbitt empezará a destacar como orador por los republicanos, de cara a las siguientes elecciones, y estrechará sus lazos con líderes económicos y religiosos de Zenith y seguirá, durante un buen número de páginas, con sus deseos de prosperar económicamente y de trepar socialmente. En especial es sangrante –y patético– cómo Lewis nos muestra la felicidad que siente Babbitt al poder reunirse con gente que detenta el poder y cómo le aburre y le desmotiva relacionarse con gente que él siente de una categoría inferior a la suya, y que no le van a ayudar en nada en su camino hacia la cumbre social de Zenith.

 

La mala relación de Paul con su mujer Zilla será el detonante definitivo –una vez que hemos alcanzado los dos tercios de la novela, algo tarde para los cánones clásicos– que haga que las creencias del personaje se tambaleen y dé un giro y trate de saltarse su propio sistema de creencias. Entonces veremos hasta qué punto Babbitt está atrapado o no en las redes de su propia vida.

Lo cierto es que me costaba pensar que Babbitt era una novela publicada hace ya más de cien años, porque todo lo leído en ella me estaba resultando terriblemente moderno. Sinclair Lewis fue el primer estadounidense en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1930. Durante las décadas de 1920 hasta 1950, la palabra Babbitt fue de uso común en Estados Unidos, y servía para referirse a las personas acomodaticias con el poder y con la vida cotidiana. En la actualidad, la palabra ya no se escucha en la calle, pero se sigue usando, por ejemplo, en artículo periodísticos.

Babbitt me ha parecido una gran novela, que nos interpela directamente, y que desde, un tono en apariencia burlesco, acaba mostrándonos muchas capas ocultas del ser humano. Babbitt es todo un clásico de la novela estadounidense.

domingo, 27 de julio de 2025

Tarántula, por Eduardo Halfon


Tarántula
, de Eduardo Halfon

Editorial Libros del Asteroide. 181 páginas. 1ª edición de 2024.

 

En 2024 Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha publicado una nueva novela de su serie protagoniza por el personaje Eduardo Halfon, que sería alguien muy parecido a él mismo, pero con algunas diferencias en su personalidad; así, por ejemplo, el Halfon escritor no es fumador y el Halfon personaje sí. El Halfon escritor juega de forma continua a la idea de la autoficción; es decir, al hablar de un personaje que se llama como él, que también es escritor y cuyas circunstancias vitales son similares a las del autor, el lector tiende a pensar que las novelas del Halfon escritor son autobiográficas. De hecho, casi, más que de una nueva novela de Eduardo Halfon, deberíamos hablar de un nuevo capítulo dentro de la gran novela que Halfon lleva escribiendo durante los últimos años. Toda esta construcción narrativa, en la que las breves novelas que va sacando son coherentes con las anteriores y el narrador es el mismo, no empezó a funcionar desde la primera obra de Halfon, pero según fueron pasando los años, el autor guatemalteco afinó la idea y, ahora mismo, su obra es una gran novela en construcción con el mismo narrador y el mismo mundo ficcional.

 

De este modo, hay hechos vitales en la biografía del Eduardo Halfon personaje (que deben coincidir, en gran medida, con el Eduardo Halfon autor) de los que se habla, de forma recurrente, en cada nueva entrega de su obra. Por ejemplo, en Tarántula vuelve a aparecer el abuelo polaco, que estuvo en un campo de concentración nazi, del que ha hablado principalmente en El boxeador polaco, pero en esta ocasión se nos habla de cómo fue su entierro en Guatemala, una escena que no recuerdo que haya aparecido en otros libros de Halfon.

 

Tarántula empieza con un Eduardo Halfon de trece años. Estamos; por tanto, estamos en 1984. En 1981, la familia dejó Guatemala, por su clima de violencia, y emigró a Estados Unidos. Esto ha sido contado ya en el libro Mañana nunca lo hablamos y aparece como tema en alguno de los relatos de Un hijo cualquiera (la entrega de 2023). En 1984, después de tres años fuera del país, los padres de Halfon consideran que es una buena idea que él y su hermano, de doce años, vuelvan al país, durante las vacaciones escolares de Navidad, para participar en un campamento para niños judíos, principalmente guatemaltecos, pero también de otros países latinoamericanos. Como suele ser habitual en los cuentos y novelas de Halfon, en Tarántula la tensión narrativa comienza siempre fuerte. «Nos despertaron a gritos» es la primera frase del libro. Doce niños son despertados de forma violenta en la tienda del campamento. A ella entra Samuel Blumm, el monitor. «En su brazo izquierdo, tardé en notar, caminaba una enorme tarántula.» Con esta otra frase acaba la primera escena. Desde ahí, Halfon nos contará la historia de como su familia dejó (o «huyó de») Guatemala y de cómo, tres años después, los padres han querido que vuelva al campamento. De hecho, Halfon ya habla casi siempre en inglés y le cuesta volver a usar el español.

Acaban de aparecer ya en estas primeras páginas dos de los temas principales y recurrentes de Halfon: el de su condición de judío y el tema de su búsqueda de la identidad. Halfon ha nacido en Guatemala, pero sus abuelos son judíos que proceden del Este de Europa y de Oriente Medio. En gran medida, su obra propone una reconstrucción del árbol familiar, sus mitos, historias y orígenes; y, como todo esto ha marcado su propia existencia. De nuevo en Tarántula nos vamos a encontrar con un niño que, en gran medida, rechaza su herencia judía, porque le resulta de un peso excesivo y le exige el cumplimiento de unas normal y tradiciones que son incomprensibles para él.

 Con diez años Halfon dejó el país, sobre el que principalmente escribe, y en Tarántula nos cuenta que, tras tres años, le cuesta hablar español, idioma en el que, en el futuro, se va a convertir en un escritor relevante. La lucha por conquistar la identidad está presente también en esta idea. En la página 12, hablando de sus padres, leemos: «Yo rechazaba sus horarios, sus reglas, sus gustos, sus dietas, sus deportes, sus ideas, incluso su lenguaje: desde que habíamos llegado a Estados Unidos, yo me negaba a hablarles en español; ellos me hablaban en español y yo les respondía en inglés. Pero mi más grande rechazo, y sin duda el más escandaloso, fue hacia el judaísmo.»

 

Eduardo Halfon organiza Tarántula mostrando pequeñas escenas que pivotan en torno a una escena central: ¿qué pasó en el campamento para niños judíos en 1984 que, desde unas enseñanzas para sobrevivir al aire libre, devino en violencia? Así, años después, se encontrará en París con Regina, una niña que también fue a ese campamento, con la que hablará del pasado. Y Regina le llevará hasta el monito Samuel, con el que Halfon se encontrará en Berlín, ciudad en la que actualmente reside el Halfon autor y el Halfon personaje. Las escenas están cortadas y entreveradas con otras. Es decir, el encuentro en París con Regina no se narra de un modo lineal, sino que para contar esa escena, aparecen otros cortes de otras escenas entre medias. Lo mismo ocurre con el encuentro con Samuel. Diría que Halfon escribe de forma lineal cuatro o cinco escenas principales y luego, al ordenar la novela en su versión final, las trocea y las entrevera entre sí. Como cada corte acaba con un misterio o una insinuación de violencia, esto hace que el lector se acelere al leer la siguiente microescena para conseguir descubrir la continuación de la anterior.

 

En relación a la temática del judaísmo y la identidad, otra de las características del Halfon escritor es hablar en sus libros del cosmopolitismo: así, por ejemplo, Samuel y Eduardo hablarán sobre sus días en común en el campamento de Guatemala en un restaurante o prostíbulo tailandés en Berlín. Y, como pasa en otros libros, uno de los mayores misterios a los que se enfrentarán el narrador es al de las palabras y ritos mayas de su tierra de origen.

Las escenas que crea Halfon se debaten (menos en pequeños momentos explicativos) entre la tensión narrativa que genera el posible estallido de la violencia y la presencia de un misterio por resolver en el texto. ¿Qué pasó aquel día de 1984 en el campamento de Guatemala?

 

Uno de los recursos literarios de los que suele valerse es el de las repeticiones de palabras, lo que hace que resalte una idea o sensación. En la página 134, por ejemplo, leemos: «Soñé que estábamos caminando mi padre y yo por un bosque lleno de luz. Él estaba vestido con pantalones negros y saco negro y corbata negra y sombrero negro.» Otro recurso es el de que el narrador duda de sus propios recuerdos, y estos pueden ser reconstruidos de un modo diferente por distintos testigos. El enfrentamiento de distintas versiones de los mismos hechos contribuirá también a generar una sensación de misterio.

 

Cuando en 2023 comenté Un hijo cualquiera, el anterior libro de Halfón, que, en ese caso, se trataba más de un libro de relatos que de una novela, dije que quizás su modelo de escritura estaba empezando a mostrar síntomas de agotamiento. Al ser la propia vida de Halfon y de su familia la materia prima de los relatos, estas no pueden ser, por lógica, infinitas. Diría que el conflicto en torno al campamento de niños judíos de Tarántula no está tomado de la memoria del Halfon escritor, sino que en este caso se trata de un suceso totalmente inventando. No quiero desvelar la naturaleza del problema que se plantea en el libro, en la escena central del campamento, y que, como en otras ocasiones, le servirá al autor para reflexionar y exponer la persecución de los judíos (sobre todo en los días del nazismo), pero por un lado he sentido cierta sensación de inverosimilitud (el conflicto planteado no puede ser real) y por otro lado también he sentido cierta sensación de incoherente en relación al conjunto completo de la obra de Halfon. Es decir, al haber leído todos los libros de Halfon y recordar bastante bien la historia familiar del personaje, considero que si lo contado en Tarántula fuese real, estos hechos habrían aparecido, aunque fuera de refilón, en alguno de sus libros anteriores, igual que aparece, por ejemplo, de forma recurrente, el abuelo polaco con el tatuaje en el antebrazo de su número del campo de concentración. Dicho lo anterior, esto no significa que no haya disfrutado de Tarántula, que sí lo he hecho y mucho. Tarántula me ha gustado más, sin duda, que Un hijo cualquiera, la anterior obra del autor. La construcción de Tarántula, con sus escenas poéticas, misteriosas y con la tensión narrativa de la posible violencia siempre a punto de estallar, entreveradas entre sí, es un pequeño prodigio de ingeniería narrativa; como por otro lado, ya había hecho en otras de sus obras, como, por ejemplo, en Canción, a cuya estructura se parece mucho Tarántula. Creo que como yo sé que acabaré escribiendo una reseña sobre cada libro que leo y voy tomando notas sobre su construcción, me fijo en detalles que es muy posible que un lector más puro no se fije. En este sentido, Tarántula es una gran novela corta, perfectamente disfrutable por los seguidores de Halfon o por cualquier lector nuevo que se acerque a su obra, y que no desmerece a sus grandes novelas como Monasterio o Duelo.

domingo, 20 de julio de 2025

Ciudad de cadáveres, por Yoko Ota


 Ciudad de cadáveres, de Yoko Ota

Editorial Satori. 273 páginas. 1ª edición de 1948; esta es de 2025

Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos

Prólogo de Patricia Hiramatsu

 

Después de haber grabado para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob un vídeo titulado 10 grandes novelas japonesas del siglo XX, me di cuenta de que las lecturas que había hecho de Japón eran casi todas de hombres. Así que me propuse buscar más referencias femeninas japoneses. Por esos días, hojeando libros en la librería La Central me encontré con una novela de la editorial Satori –editorial gijonesa especializada en literatura japonesa– titulada Ciudad de cadáveres (1948), de Yoko Ota (Hiroshima, 1906 – 1963), que hablaba, en primera persona, del impacto de la primera bomba atómica lanzada contra una ciudad, Hiroshima. Le solicité el libro a la editorial Satori, con la que ya había colaborado en el pasado, y ellos me la enviaron a casa. La he leído durante mis vacaciones de profesor en Semana Santa, después de acercarme a otra obra japonesa escrita por una mujer, Mi marido es de otra especie (2016) de Yukiko Motoya.

 

A la novela testimonial de Yoko Ota le precede un prólogo de Patricia Hiramatsu, cuya lectura he dejado para el final. Yoko Ota, nacida en Hiroshima, y vivía en Tokio cuando estalló la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, en 1945 había vuelto a Hiroshima, a vivir con su madre y una hermana pequeña, madre de un bebé, huyendo de los bombardeos de Tokio. Por tanto, fue una testigo directa de lo que ocurrió el 6 de agosto de 1945, cuando el ejército estadounidense arrojó la primera bomba atómica, usada en una guerra, contra su ciudad.

En la página 71 nos encontramos con un prefacio, escrito por la autora, para la segunda edición. En él, la propia autora nos dice que escribió esta obra, entre agosto y noviembre de 1945, de forma apresurada porque pensaba que podía morir afectada la radiación del uranio, a la que estuvo expuesta y quería, antes, dejar testimonio de su vivencia. «Por este motivo no tuve tiempo de redactar Ciudad de cadáveres como una obra novelada.» (pág. 72). Más tarde leeré, en el prólogo de Patricia Hiramatsu, que cuando se publicó la versión definitiva de Ciudad de cadáveres fue señalado –por la crítica japonesa– su valor como testimonio, pero fue discutido su valor artístico, porque la obra no se adaptaba a los convencionalismos de lo que en la época se consideraba que era una novela. Ahora mismo, nos dice, Hiramatsu, con la mezcla de géneros propia de la modernidad, Ciudad de cadáveres puede encajar más en los preceptos de una novela, que en el del momento en el que fue publicada.

 

«Los días transcurren envueltos en caos y pesadillas. Incluso en un soleado mediodía de otoño, no podemos escapar del ahogo de la confusión, como si nos hundiéramos en un crepúsculo abismal.», este es el primer párrafo de la obra. La novela empieza, más o menos, un mes más tarde que el 6 de agosto de 1945, el día clave de esta historia. Yoko Ota se encuentra refugiada en la casa de unos conocidos, en un pueblo que está a 25 kms de Hiroshima. En las primeras páginas del libro nos va a hablar de la gente que la rodea, de los que van muriendo a causa de lo que llama el «síndrome de la bomba». A las personas que estuvieron cerca de la explosión el 6 de agosto, y que no murieron de forma inmediata, les empiezan a salir manchas en la piel y acaban muriendo. La propia Ota observa los cambios en su cuerpo, temerosa de que esas manchas empiecen a aparecer de repente; pero, por ahora, se trata solo de picaduras de mosquitos. Ota ya ha empezado a escribir sobre su experiencia. Por esos días, la información sobre los efectos de las personas que estuvieron cerca de la radiación del uranio es aún confusa. «Dicen que todos los que estaban a menos de dos kilómetros de la zona cero recibieron una intensa radiación térmica en mayor o menor medida. No sintieron ningún dolor y conservaron la salud durante un tiempo hasta que, de repente, empezaron a sufrir los síntomas.», leemos en la página 88 y, a continuación, Ota pasa a describir esos síntomas, tomando como referencia una noticia de un periódico de Hiroshima. Este tipo de intercalados ajenos en el texto van a ser los que, tiempo después, lleve a algunos escritores y críticos de la época a considerar que Ciudad de cadáveres no tiene valor literario. Lo cierto es que no me han desentonado. En el capítulo dos –titulado Rostros inexpresivos– es en el que se utiliza más este recurso, mostrando cifras de muertos y heridos oficiales, e informes sobre las consecuencias médicas de la bomba, firmados por personalidades como el profesor Fujiwara, de la universidad de Hiroshima, o del doctor Tsuzuki, de la universidad de Tokio.

Ciudad de cadáveres no se pudo publicar en 1945, cuando se presentó por primera vez a una editorial, debido a la censura del ejército de ocupación sobre estos temas, y, cuando se pudo publicar, por primera vez, en 1948, el editor decidió eliminar, en consenso con la autora, estar partes técnicas del capítulo 2. En la edición definitiva de 1950 se volvieron a incluir. Esta última es la versión, por primera vez en español, que nos presenta en 2025 la editorial Satori.

 

El capítulo 3 –titulado Hiroshima, la ciudad condenada– comienza con una descripción de cómo era Hiroshima antes de quedar arrasada por la bomba atómica. Así se describe la historia de la ciudad, su clima, su orografía y el carácter de sus gentes. A continuación, Yoko Ota nos narrará su propia experiencia de la bomba: «Cuando esto ocurrió, yo me encontraba en la casa de mi madre y mi hermana, en el barrio de Kyken-cho, en la zona de Hakushima, situada en las afueras de la ciudad.» Cuando la bomba cae sobre la ciudad, la mañana del 6 de agosto, ella estaba durmiendo en la planta de arriba de la vivienda. Aunque esta casi se derrumba; y a pesar de caerse las paredes, los cimientos permanecieron en pie, y ella logró bajar hasta el primer piso. Las cuatro personas (madre de Yoko, hermana, sobrina y ella misma) están vivas. No comprenden por qué empiezan a ver a personas quemadas, porque no ven ningún fuego.

Ota mostrará su rabia contra las autoridades japonesas, que parecen haber abandonado a las víctimas del bombardeo, y a la corriente bélica a la que los dirigentes llevaron al país durante la última década; y en menor medida estas quejas parecen estar enfocadas sobre los estadounidenses. Quizás aquí se aprecie el temor de que el texto no lograra pasar la censura de la época. También hará la autora algunas apreciaciones sobre el carácter de los japoneses, a los que no deja bien parados, describiéndolos como gente con poca iniciativa, pasivos y frívolos.

Los sobrevivientes casi desnudos, con la ropa hecha jirones, empezarán a deambular por la orilla del río. Sus caras y sus cuerpos se hinchan. Los vivos empezarán a convivir con los cadáveres de los muertos. «Al tercer día después del 6 de agosto, el olor a muerte inundaba la orilla del río. En cuanto se hizo la luz, descubrimos que muchos de los que el día anterior estaban vivos ahora yacían muertos en el suelo.» (pág. 172-3).

 

«–¿Cómo puedes fijarte tanto en los cadáveres? Yo no puedo ni mirarlos –me reprochó mi hermana.

–Los estoy mirando con ojos humanos y con ojos de escritora –le respondí.

–¿Vas a escribir sobre esto?

–En algún momento tendré que hacerlo. Es mi responsabilidad como escritora que ha presenciado todo esto.»

Este diálogo aparece en la página 157. Los comentarios metaficcionales, en los que la autora habla sobre el propio texto que está escribiendo, su sentido o sus técnicas narrativas, son frecuentes y dan al conjunto un aire de verosimilitud.

La narración llegará hasta el punto en el que empezó la historia y la superará desde ahí, con Ota escribiendo por las noches en la casa en la que ha sido acogida, sin luz eléctrica y sin periódicos, reflexionando, más tarde, sobre la polémica que se dio en Japón sobre si debían reconstruir la ciudad de Hiroshima o dejarla tal y como quedó después de la bomba, como recuerdo del horror y de la guerra.

 

Para finalizar el volumen se reproduce un artículo de Yoko Ota, que resume parte de la contado anteriormente, y que es un documento histórico importante. Apareció en la revista Asahi Shinbun el 30 de agosto de 1945, solo tres días antes de que las Fuerzas Aliadas intervinieran los medios de comunicación. Este fue el primer documento público en el que se habló de la bomba atómica sobre Hiroshima y sus consecuencias para la población.

 

Después de leer el libro me he acercado a las cincuenta páginas del prólogo inicial, a cargo de Patricia Hiramatsu. Aquí leeré que los escritores japoneses, testigos de los hechos, y que escribieron sobre la bomba atómica fueron solamente siete. Y solo había tres escritores profesionales que sobrevivieron a la bomba y escribieron sobre ella: Yoko Ota, Tamiki Hara y Sankichi Toge. Toge escribió poemas y los que dedicó a la bomba no han sido traducidos todos al español. De Hara leí su novela testimonial Flores de verano, publicada en España por Impedimenta.

Hiramatsu nos hablará de la turbulenta vida personal de Yoko Ota, de sus muchas parejas y de su esfuerzo por ser tomada en serio en el mundo de las letras. También será interesante ver cómo antes de la guerra escribió obras que apoyaban el esfuerzo bélico de Japón, para pasar más tarde a mantener posiciones antibelicistas, y cómo fue criticada por ello. Hiramatsu da una visión compleja de la personalidad de Ota.

 

Igual que, en el pasado, me interesó leer narrativa sobre los testigos de los campos de concentración nazis, también me resulta interesante leer testimonios sobre las víctimas de las bombas atómicas. No debemos olvidar las atrocidades del siglo XX. Ciudad de cadáveres es una narración impactante sobre estos hechos, una novela dura e impresionante sobre uno de los episodios más ignominiosos del siglo XX. Quiero leer también Lluvia negra de Masuji Ibuse y Cuadernos de Hiroshima de Kenzaburo Oé sobre este tema.