Cuentos reunidos, de Cynthia Ozick
Editorial Lumen. 718 páginas. 1ª edición de 204; esta es de 2024
Traducción
de Eugenia Vázquez Nacarino
Uno de mis
planes lectores –desde hace tiempo– consiste en leer libros de cuentos de
escritoras norteamericanas. En mi lista tenía anotados nombres como Lorrie Moore, Alice Munro, Cynthia Ozick,
Grace Paley, Flannery O'Connor, Katherine
Anne Porter, Eudora Welty, etc.
Así que en esta ocasión le tocó el turno a Cynthia Ozick (Nueva York, 1928).
Había hojeado su libro de Cuentos reunidos (Lumen, 2015) en la
biblioteca de Pueblo Nuevo, en Madrid, que suelo frecuentar, pero un día de
2024 lo vi nuevo en una librería de segunda mano, de la calle Fernán González,
y no me pude resistir.
De entrada,
me gustaría señalar que este volumen tiene más de 700 páginas y que está
constituido por solo diecinueve relatos. Es decir, que se trata de relatos en
general bastante largos. De alguno de ellos podríamos hablar de novelas cortas,
en realidad.
Cynthia
Ozick es una escritora neoyorkina, cuyos padres eran rusos judíos. El tema del
judaísmo será fundamental en su obra. Sabe hablar yiddish, idioma que aprendió
de su abuela, y uno de sus tíos era hebraísta. Al final del libro hay un
glosario de cuatro páginas de términos en yiddish, una lengua que –antes del
Holocausto– la hablaban los judíos del Este de Europa, en países de la actual
Polonia, Rusia, Ucrania, etc. Un idioma, con raíces hebreas, alemanas y de leguas
eslavas, que llegó a ser hablado por más de once millones de personas. La
pervivencia o no del yiddish en América también será un tema importante en
estos cuentos.
A
continuación, haré un pequeño comentario de cada narración:
El rabino pagano es uno de los cuentos en los que el tema del judaísmo se encuentra más
presente. El narrador nos va a hablar de un amigo que se acaba de ahorcar.
Fueron compañeros en el seminario rabínico. Sus dos padres eran rabinos y, en
el pasado, establecieron una competición para ver cuál de sus hijos llegaba más
lejos. De esta competición, se bajó nuestro narrador y su padre no le perdonó
nunca. Es una dura relación sobre la cultura judía en América. «Padres como los
nuestros no saben amar» (pág. 12), dirá uno de los personajes. El narrador
visitará a la mujer de su amigo muerto y esta le dejará leer un manuscrito de
su marido. El texto nos hará pensar que el amigo muerto perdió la cabeza,
entregado, en un delirio sexual, a una «dríade», o ninfa de los bosques. Es el
cambio de planos que se produce en la narración, la convierten en un texto
extraño, kafkiano, angustioso.
Envidia, o el yiddish en América, con sus 70 páginas, es más una novela corta que un
relato. El personaje principal, llamado Edelshtein, tiene 67 años y lleva 40
viviendo en América. La acción de desarrolla en 1968. Ozik tiene casi cien
años, y su primer libro de cuentos, titulado El rabino pagano y otras
historias se publicó en 1971.
Edelshtein es un judío europeo, cuya lengua
materna es el yiddish. Es un gran lector de escritores judíos norteamericanos,
pero siempre le defraudan, nunca están –estos escritores– a la altura de los
verdaderos dramas judíos. Le pagan por dar conferencias sobre el asesinato del
yiddish, asociado a la muerte de los judíos en los campos de concentración.
Además, es poeta, que escribe sus versos en yiddish y los publica en la revista
de un amigo, que también es poeta yiddish. Nuestro narrador odia a un escritor
de relatos yiddish, cuyas traducciones al inglés le hacen ser un escritor leído
y prestigioso. Edelshtein piensa que el yiddish de este escritor es muy pobre y
es celebrado solo gracias al trabajo de su traductor. Edelshtein se convencerá
a sí mismo de que si tuviera un buen traductor del yiddish al inglés su arte
sería debidamente reconocido. Es esta una narración satírica sobre las
aspiraciones artísticas y sobre las envidias literarias cargada de fuerza,
sobre todo, porque, además, todo lo anterior está narrador sobre la dura
tragedia de la desaparición de una lengua y de la desaparición de los hablantes
en las generaciones más jóvenes de la diáspora.
Creo que Envidia, o el yiddish en América es mi
narración favorita de todo el libro. Aunque debería señalar, desde ya, que está
escrito más como una novela, con desarrollos amplios de las ideas y de los
personajes, que como un relato. Es decir, en este cuento, y en la mayoría de
las piezas del conjunto, no vamos a encontrarnos ese juego tan sutil de la
narrativa breve norteamericana de contarnos dos historias, una más en la
superficie y otra más subterránea que, al final, será la que cobrará más preponderancia
y dará sentido al relato con su fuerza oculta. Tampoco nos vamos a encontrar
aquí, como ocurría en los relatos de Raymond
Carver, por ejemplo, con un brillante momento epifánico final, sino que los
finales de las narraciones de Ozick serán más abiertos, o más contundentes,
construidos más con el peso de una novela que, como ya he dicho, de un relato.
La bruja de los muelles es el tercer relato y lo cierto es que después de la
intensidad de los dos anteriores, describiendo los dramas de los judíos en
América, no estaba seguro de si Ozick iba a poder escribir todos sus cuentos
con la intensidad mostrada en esos dos. Por este motivo, ha sido agradablemente
desconcertante ver cómo la autora cambiaba de temas y de registos en La bruja de los muelles. El relato, en
primera persona, nos habla de un joven de la América Profunda, un joven del
Medio Oeste (que no parece tener nada que ver con los judíos) que se licenció
como abogado, ha emigrado a Nueva York y trabaja en un bufete que gestiona las
entradas y las salidas de los barcos del puerto. Allí va a conocer a una
extraña mujer, de edad indefinida, que se hace llamar a sí misma «Ondina», por
la que va a empezar a sentir una atracción que puede ser para él aniquiladora.
El relato empieza siendo realista, pero no tardaremos en comprender que, en verdad,
nos encontramos aquí con una narración fantástica; con un cuento que acaba
siendo de terror. La lectura de La bruja
de los muelles me hizo replantearme la lectura del primer cuento del libro.
¿Es El rabino pagano un cuento de
locura o es un cuento de terror? Esta ambigüedad y amplitud de temas que voy
encontrando en el libro me gusta.
En este
tercer cuento, descubro un curioso rasgo de estilo: a Ozick le gusta añadir a
la descripción de sus personajes detalles feístas; así en la página 134 leemos:
«Volvía con andar cansino, apesadumbrado y eructando mostaza». Será normal en
estas narraciones que sepamos que a los personajes les huele el aliento o que
eructan.
Estos tres
cuentos suman ya 150 páginas.
En La
maleta aparecen de nuevo personajes judíos, pero de un modo indirecto.
El señor Hencke, vive en Estados Unidos, pero es de origen alemán y fue piloto
de avión en la Primera Guerra Mundial. Hencke vive en Virginia y ha viajado
hasta Nueva York para asistir a la exposición de pintura de su hijo, de cuyo
talento desconfía. En el relato van a aparecer muchos personajes, sobre todo en
la fiesta de inauguración de la exposición, y esto va a dar pie a que una
mujer, de origen judío, eche en cara a Hencke algunas desgracias que le
ocurrieron a su familia en Alemania. «Era de las que, veinte años después de la
guerra de Hitler, no se compraba un Volkswagen. Abundaba en gestos morales
aborrecibles, ¿y en contra de qué? ¿A quién se podía culpar por la historia?»
Es un cuento
correcto, donde se juega, como característica nueva, con la profusión de
diálogos, pero carece de la fuerza epifánica que puede tener un cuento urbano
de Raymond Carver o John Cheever.
La mujer del médico me parece un cuento emparentado con el anterior, que retrata conflictos
domésticos de personajes estadounidenses “goyim” (no judíos). En él, tres
hermanas organizan la fiesta de cumpleaños de su único hermano soltero, que va
a cumplir cincuenta años. Todavía no han perdido la esperanza de que se case y,
para ello, invitarán a la fiesta a una mujer soltera, más joven que él. Pero el
médico parece haberse enamorado de una imagen perfecta, de una «amiga
desconocida» que aparece en una foto de una biografía de Chéjov. Creo que con
todas las pistas dadas (el protagonista es médico, como Chéjov; tiene tres
hermanas, construcción que evoca el título de una de las más famosas obras de
teatro de Chéjov, y se enamora de una imagen que saca de una biografía de
Chéjov) queda claro que este relato es un homenaje al maestro ruso. Además, en
su consulta, de un barrio pobre, recibe las visitas de clientes italianos y
negros, que no se juntan en la sala de espera y se miran con desconfianza. El
médico tratará de arreglar esta situación, pero fracasará como fracasan los
personajes de los cuentos de Chéjov, llenos de buenos sentimientos, que acaban
resultando inoperantes.
Este cuento,
más intimista y con menos diálogos, me ha gustado más que el anterior.
En Virilidad
un narrador testigo nos hablará de su relación con el poeta Edmund Gate, que
murió joven, pero que en vida fue toda una celebridad literaria. Aquí sí que
hay un tema judío de fondo, ya que Gate llega a América, pasando por
Inglaterra, donde tiene una tía, huyendo de las malas condiciones de su Rusia
natal. Gate sabrá que toda su familia rusa ha muerto en un pogrom. Así que Gate
será un joven huérfano en América, lleno de entusiasmo por prosperar y pensará –nos
dirá nuestro narrador, que le contrata para trabajar en su periódico– que puede
llegar a ser un gran poeta, simplemente con la ayuda de un diccionario y sin
leer nunca un libro de poesía. Sin embargo, a Gate le espera alcanzar un éxito
inesperado con la poesía. La descripción de este éxito es tan exagerada, que el
relato deja aquí de ser realista y pasa a ser expresionista debido al uso de
este recurso satírico. Tiene 55 páginas y vuelve a ser una novela corta. El
final es, quizás, un poco previsible, porque antes de alcanzar sus últimas
páginas el lector ya va intuyendo que Ozick se ha propuesto en él hacer una
crítica al machismo que, en la época en la que está escrito, predomina en el
mundo del arte, donde –nos muestra ella– parece ser preferible la obra de un
hombre (si es joven mejor) a la de una mujer (si es adulta o mayor peor).
Además del tema del judaísmo, otro de los temas tratados en estos cuentos será
el del machismo. En cualquier caso, me ha gustado más que los dos cuentos
anteriores, y sobre todo me ha agradado los pequeños detalles de ciencia
ficción que tiene, puesto que nuestro narrador nos está contando desde un
presente que, para nosotros, es el futuro. Así se hablará de un astronauta que
acaba de regresar de un viaje por los confines de la Vía Láctea. Este uso sin
complejos de la ciencia ficción me ha recordado a las propuestas de la
escritora canadiense Margaret Atwood.
El cuento Una
educación nos habla de Una Meyer, una joven estadounidense goyim que se
va a ver fascinada por un joven matrimonio de judíos de origen ruso con un
bebé. Con sus 55 páginas, el relato está planteado como una novela breve,
puesto que se producirán en él varios saltos temporales. Una empezará a vivir
con esta pareja y se acabará convirtiendo más en una criada que en una amiga;
pues su fascinación por el supuesto talento de la joven pareja –sobre todo del
chico, enfrascado en escribir un ensayo filosófico– le hará aceptar múltiples
sacrificios por ellos, que desde el punto de vista de una narración realista se
hacen bastante absurdos, y el relato (como ya ha ocurrido en narraciones
anteriores) habrá que mirarlo desde el prisma del expresionismo y la
deformación satírica. Quizás al emplear este recurso (ya lo sentí también con
el relato anterior), como crítica social a las situaciones planteadas, se
simplifica la realidad y la historia pierde la sutilidad de las confusas
relaciones humanas, que, otros escritores, como Philip Roth o Jonathan
Franzen, a mi juicio, saben manejar mejor que Ozick.
Este cuento,
como otros del conjunto, contiene una crítica al machismo de la época, según el
cual las mujeres deben sacrificarse por el trabajo intelectual de los hombres.
Además, como en una fábula cruel y grotesca, el sacrificio de Una por el joven
matrimonio, en vez de ser agradecido se transformará en culpabilidad por sus
futuras desgracias. Es una buena narración.
Hemos
llegado a la página 342 y el libro, hasta aquí, contiene siete relatos. A
partir del octavo, nos encontraremos con algunas narraciones más cortas.
En Del
cuaderno de notas de un refugiado un emigrante judío europeo
describirá, en su primera parte, en el cuaderno que nos anuncia el título, cómo
era la habitación de Freud, y en la segunda parte nos encontraremos con un
relato de ciencia ficción sobre un planeta donde estuvo de moda que las
personas pudientes tuvieran a su disposición un taller de costura formado por
mujeres. También aquí se plantea una crítica al machismo; pero las dos partes
del relato no tienen que ver entre sí; así que se trata de dos relatos hilados
por un hilo que no existe, y lo cierto es que no me ha gustado. Me ha parecido
una narración sin objeto.
En Cómo
ayudar a T. S. Eliot a escribir mejor (Notas sobre una bibliografía definitiva)
Ozick nos va a hablar del primer poema que Eliot publicó en una revista de
Nueva York. Se nos narrará el primer encuentro del joven poeta con el editor de
una revista, y la narradora insistirá mucho en el lastre que para Eliot supone
ser un artista aún desconocido. Esto hará que el editor quiera corregirle el
poema para publicarlo.
En muchos de
estos cuentos se habla del proceso artístico y de escritores, de los mecanismos
de legitimación del prestigio o del éxito; y este, junto con los temas del
judaísmo y el machismo, será un tema importante en el libro.
Este cuento
me ha parecido correcto, pero sin brillo.
En Usurpación
(Las historias de los demás) volvemos a una historia sobre escritores
judíos. Aquí se indagará sobre la idea de a quién pertenecen las historias que
un artista utiliza para crear. Empieza siendo una historia cotidiana,
ambientada en un acto literario, para acabar llevándonos a narraciones míticas
sobre judíos, narraciones sobre el deseo de triunfar y las condenas que esto
conlleva. Se juega aquí a la idea del relato dentro del relato y el resultado
me ha acabado resultando algo confuso.
La mariposa y el semáforo me ha parecido el peor relato de esta antología. Sin
personajes, se empieza describiendo las calles de un pueblo en 1949. En este
cuento los semáforos conducirán a una discusión sobre las religiones
monoteístas o politeístas. Creo que Ozick ha construido esta historia con la
teoría del caos del efecto mariposa, pero el juego no me ha resultado
interesante.
Un mercenario, sin
embargo, me ha parecido una narración brillante, imaginativa y con gran
desarrollo de personajes. El personaje de esta narración es un judío, de origen
polaco, que acaba siendo, en Estados Unidos, el representante diplomático de un
pequeño país africano. En el relato asistiremos a su ascenso, gracias a su
carisma, en las televisiones de Estados Unidos y la relación con su amante, o
su ayudante, un negro africano, originario (esta vez sí) del país africano del
que él es embajador. El cruce de las distintas miradas sobre el mundo de sus
personajes, según su origen, me ha parecido que está ejecutado de un modo
talentoso. Me gusta su final, en el que se reflexionaba sobre la identidad del
judío como «impostor», una idea sobre la que ya había leído en las novelas y
cuentos del escritor judío guatemalteco Eduardo
Halfon; que, estoy seguro, ha sido lector de Cynthia Ozick.
En Derramamiento
de sangre el personaje, un judío de Nueva York, se adentra en el Medio
Oeste para visitar a una familiar que vive en un pueblo de judíos
supervivientes del nazismo. Allí vivirá un tenso encuentro con un rabino
(superviviente de Buchenwald) que no lo considera un judío verdadero. Es un
cuento correcto, pero carece de la verdadera fuerza epifánica de los grandes
relatos estadounidenses que he leído.
Me gusta Disparos,
narrado por una fotógrafa profesional de treinta y seis años. Nos hablará de su
fascinación por Sam, que da conferencias sobre la historia de países
sudamericanos. Sam se siente desgraciado con su mujer, aunque considere que
esta es extraordinaria.
Los protagonistas
de Levitación
son una pareja de escritores. Él es judío y escribe sobre su condición de
judío, ella es una goyim, convertida al judaísmo, que escribe sobre la vida
cotidiana. El relato trata sobre una fiesta que organizan en su piso y la decepción
que sienten porque acaba por no ir nadie relevante del mundo de la cultura. La
mujer escucha, al final, con cierto hastío el testimonio de uno de los judíos
de la fiesta, superviviente del Holocausto. «Cada uno de los judíos era
Jesucristo», acabará pensando. Reflexionará sobre la idea de que se ha
insensibilizado sobre las historias del Holocausto porque ha visto imágenes, y
que lo mismo le ocurriría si hubiera imágenes sobre la Crucifixión. «Si una
cámara hubiera grabado la Crucifixión, el cristianismo se hundiría, la gente se
insensibilizaría. La crueldad nacía de la imaginación, y era la imaginación la
que debía ser testigo» (pág. 529). El refugiado, en el salón de su casa,
acabará describiendo lo que se ve en las películas, aunque sea su propia experiencia.
Al final, Lucy (la protagonista) entrará en una ensoñación que le hará extrañar
a Jesucristo. El cuento acabará siendo una metáfora sobre la incapacidad de los
judíos de hacer comprender su drama al resto de la sociedad.
En Fumicato tiene casi
50 páginas y volvemos al estilo narrativo de las novelas cortas. Un crítico de
arte y literatura viaja a la Italia fascista para dar unas conferencias. En el
relato se creará interés mediante la técnica de adelantar información. Frank
Castle, en contra de lo que parece mostrar su personalidad apocada, a los
treinta y cinco años, sucumbirá a los encantos mundanos de una joven italiana
que trabaja como camarera de cuarto en el lugar en el que se aloja, a la que en
el relato se identificará con «la musa tosca de Italia». Castle, aunque trate
de escapar de un destino que no le parece el más indicado para sus intereses,
parece víctima de un hechizo. El planteamiento de este relato me ha recordado
al tercero, al titulado La bruja de los
muelles, pero este acababa siendo abiertamente fantástico y En Fumicato no del todo, pero casi. Pese
a que el relato puede ser un tanto previsible, me ha gustado la capacidad de
fabulación que despliega Ozick en él, como por ejemplo, ese detalle de que el
escenario de fondo del relato, en vez de ser el contemporáneo a la escritura
del relato, sea la Italia de Mussolini, que no es algo fundamental, pero que
añade matices y riqueza a la trama.
En Actores
volvemos al mundo de los artistas, aunque en este caso en vez de ser escritores,
Ozick elige a un actor ya mayor, que se ha ganado la vida ejerciendo su
profesión en teatro, cine y televisión, pero que nunca acabó de destacar y que,
en el tiempo narrativo, se encuentra en horas bajas. Matt es un actor maduro de
origen sefardí y de casi sesenta años. Un joven dramaturgo le va a encargar
hacer el papel protagonista de la obra de teatro de una escritora que acaba de
morir, lo que va a dar lugar a algún enfrentamiento con el padre anciano de la
escritora, porque la obra, en cierta medida, habla de él. Es un buen relato
sobre los límites del arte, que me ha recordado, por su dolor y su sensación
grotesca, a algunas propuestas de Philip
Roth.
¿Qué le pasa al bebé? está narrado por una joven que nos va a hablar de la
relación con su tío, que en realidad es un primo de su madre. Simón, el tío, es
el creador de un idioma universal, en principio parecido al esperanto, pero
que, según él, le supera, porque el esperanto solo unía a unas pocas lenguas
europeas, y su idioma toma voces de una diversidad mayor de idiomas. De nuevo
nos encontramos aquí con una narración sobre la condición del judío, del
artista y del impostor. Es un buen cuento, que esconde en su trama más de una
sorpresa. De hecho, más que un cuento es una buena novela breve.
Dictado, el cuento
número diecinueve y un buen cierre para el volumen. En él, Ozick nos va a
hablar de la relación de amistad que existió entre dos grandes escritores,
Henry James y Joseph Conrad, pero en vez de hablar directamente de ellos, la
escritora fabulará sobre una supuesta relación, que se acabará convirtiendo en
conspiración, entre las dos mujeres que hacían de mecanógrafas de los
escritores. Como trasfondo del relato, Ozick nos habla aquí de las mujeres que
se encuentran detrás de los grandes hombres y cómo estas quedan olvidadas.
Cuando en 2018
murió Philip Roth, en alguna red social le escuche, a alguna persona del mundo
de la cultura, que el mejor escritor o escritora estadounidense vivo había
pasado a ser Cynthia Ozick. Desde hacía años, tenía en mente leer este libro de
cuentos publicado por Lumen, y lo cierto es que mis expectativas eran realmente
muy altas. Me esperaba encontrarme unos relatos del estilo de los de Raymond
Carver, John Cheever o Lorrie Moore; es decir, me esperaba unos cuentos que
jugasen con la idea tan estadounidense de las dos historias en el relato, la
superficial y la subterránea, donde la segunda acaba teniendo más fuerza que la
primera, acabando el relato en el deslumbramiento final del momento epifánico.
¿Qué es lo que me he encontrado? Como ya he dicho, estos Cuentos reunidos, en realidad, están concebidos como novelas
cortas, la mayoría de ellos sobrepasan las 45 páginas. Su versatilidad es
grande; desde el relato puramente realista, hasta el fantástico, pasando por
aquellos que no acaban de ser fantásticos, pero su expresionismo, su
exageración sarcástica, los alejan del puro realismo. Relatos de tema
profundamente judío hasta otros puramente goyim.
No todos los relatos de este volumen me han convencido, pero contiene un buen puñado
de ellos de un alto nivel. Quizás la lectura de estos Cuentos reunidos no ha sido tan satisfactoria como esperaba, pero –en
cualquier caso– el nivel medio es bastante alto.
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