domingo, 9 de noviembre de 2025

El cuerpo (Cegador II), de Mircea Cartarescu

 


El cuerpo (Cegador II), de Mircea Cartarescu

Editorial Impedimenta. 518 páginas. 1ª edición de 2002; esta es de 2020

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

 

Ya comenté en la reseña de El ala izquierda (1996) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que me había apetecido leer en el verano de 2025 las 1.500 páginas de su trilogía Cegador. Acabé diciendo en la reseña de Cegador I, que El ala izquierda, pese a sus grandísimas páginas, llenas de aciertos literarios, también tenía algunas otras que me resultaron excesivas, por su grandilocuencia cósmica. Y que, especialmente, las 40 páginas finales del primer libro quedaban un tanto desunidas a su discurso principal, y se hacían algo pesadas. Ya dije que había sacado los tres tomos de la biblioteca de Ciudad lineal, en Madrid, que me queda cerca de casa, y me parece significativo señalar que, antes de mi préstamo, Cegador I había sido tomado en préstamo trece veces, y Cegador II y III solo dos veces cada volumen. Me parece una pérdida importante de lectores. Imagino que los lectores de Cegador I, como yo, venían de leer libros como Nostalgia y Solenoide y, con el entusiasmo generado por estas obras, abordaron la lectura de Cegador I. Imagino que a un número importante de estos lectores, la propuesta de Cegador I les resultó algo excesiva y no se acercaron, unos años más tarde, a Cegador II. He buscado en la página web de Impedimenta y no encuentro la información sobre el número de ediciones que lleva cada libro. Según Grok –la IA de Twitter– cada libro de Cegador ha tenido una sola edición, pero no sé si fiarme mucho de Grok.

 

En el primer capítulo de El cuerpo, Cartarescu insiste en su idea de «libro ilegible» (pág. 16) y en aseveraciones como: «el pasado lo es todo, y el futuro, nada» (pág. 12). El capítulo dos vuelve a un tono más realista y nos habla del tiempo en el que vivió en el bloque de viviendas Uranus. En estas páginas hace referencia a temas de los que ya habló en El ala izquierda, como el de su parálisis facial. Cartarescu empieza a desarrollar los mismos temas en El cuerpo que en El ala izquierda: el pasado, como un lugar pantanoso, repleto de metáforas orgánicas, las mariposas, como metáfora del cambio; los arácnidos, como símbolos del horror; las pesadillas a las que debe enfrentarse por la noche, como parte de la experiencia humana. No lo hice en la reseña de El ala izquierda y creo que es importante que lo haga ya aquí: debería hablar del concepto de «literatura fractal», que es un asunto del que el propio Cartarescu suele hablar en su texto. La literatura fractal de Cartarescu propone formas narrativas que se van repitiendo en su libro y temas sobre los que se retorna, sin que el avance cronológico sea claro. Es decir, en El cuerpo, al igual que ya hizo en El ala izquierda, Cartarescu va a volver a hablarnos de sus padres (aunque sobre todo de su madre) y algunas de las historias que va a contar van a ser las mismas, pero ahora va a expandir de ellas otros detalles, o las va a contar desde perspectivas nuevas que, incluso, pueden contradecirse con lo ya contado. En El ala izquierda la madre tuvo un trabajo en el que doblaba alambres y en El cuerpo trabaja haciendo alfombras y no se habla nada de los alambres. Puede que la información no sea contradictoria, sino, simplemente, que se hable de dos momentos vitales diferentes de la madre. «Como estaba, en cada instante de mi vida, mirando siempre a mi madre, girando en torno a ella como la luna, mi madre era de hecho el único núcleo de mi vida.» (pág. 38)

Aquí también, en esta primera parte, se hablará de nuevo de la historia mítica del pueblo de los abuelos de Mircea y de su viaje europeo, desde Bulgaria a Rumania. Y aparecerá un nuevo personaje: un capitán de ejército, destinado en Bucarest, y que ha de dejar a su mujer y su hijo en el pueblo. Acabaremos sabiendo que este militar es el bisabuelo de Mircea. El capitán acabará viviendo alguna historia fantástica en Bucarest. «El hombre vestido de granate, el hombre con mis ojos, yo mismo hace tres vidas.» (pág. 75)

 

En la página 133 ocurre algo curioso. Ya he apuntado, en la reseña de Cegador I, que esta trilogía está llena de reflexiones metanarrativas, y en esta página 133 leemos: «Ahora que estoy en mi casa, donde no me he sentado ante mi escritorio desde los diecinueve años, creo que ha llegado el momento de aceptar una bocanada de realidad. Unas cuantas páginas de realidad y después espero –¡espero!– que se me permita sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vida». A partir de aquí, se desarrolla la parte que más me gusta de la novela, esa en la que Cartarescu evoca su pasado, manteniéndose durante muchas páginas, en los parámetros del realismo evocador, que se rompe, solo a veces, con algún pequeño detalle de lo que podríamos llamar «realismo mágico rumano». De este modo, Cartarescu pasará a hacer una crítica más abierta que otras veces a la dictadura comunista de Ceaușescu. De este modo, sabré que a las mujeres, durante la dictadura, las hacían una revisión ginecológica cada tres meses, con el fin de que las que estuvieran embarazadas no pudieran abortar y también para abroncar a las que no lo estaban. Me doy cuenta de que este tipo de detalles sobre el tiempo vital de Cartarescu en la Rumanía que le tocó vivir me interesan mucho más que cuando se pone a hablar, por ejemplo, del tiempo, las membranas y los chakras de un modo solipcista y grandilocuente. Estas últimas páginas de las que hablo son, para mí, las peores de los dos libros que llevo leídos de la trilogía.

Cartarescu dedicará muchas páginas aquí a recordar a su madre y a la relación que tenía con ella de niño. La madre empezará a trabajar tejiendo alfombras en casa, con cada vez diseños más barrocos y exagerados. Siguiendo otro de los recursos recurrentes de Cartarescu, se nos describirán las figuras que aparecen en las alfombras como si de un Aleph borgiano se tratase. Incluso la palabra «cegador» acabará apareciendo en una alfombra, que –en el mundo de Cartarescu– es equivalente a hablar de lo indecible o lo indescriptible. Todas estas imágenes de las alfombras harán sospechas a la seguridad de Cartarescu y la madre acabará detenida. Se librará de más problemas gracias a la intervención del «tío Ionel», que ya apareció en Cegador I. Era el inspector de la seguridad que se encargaba de analizar los recorridos de los circos ambulantes de Rumanía, tratando de encontrar algún patrón; detrás del cual presentía algún tipo de amenaza. En realidad Ionel no es el tío de Mircea, sino un amigo o, más bien, conocido de Coster, el padre.

 

Cartarescu también nos va a hablar en El cuerpo de Herman, que era un vecino que vivía en el último piso de la calle Stephan cel Mare y que ya apareció también en El ala izquierda. Un nuevo fractal se abre en la novela. Herman era un borracho que no acababa de ser nunca desagradable y que sabía bastante de religión y filosofía. El Cartarescu adulto le va a dejar a Herman su manuscrito (su «libro ilegible») para que lo lea y le comente. Herman, por su parte, le hablará de su amor por Solei, una joven de extrañas características físicas. También nos contará la historia, entre real y fantástica, de cómo Herman le salvó la vida.

 

Coster, el padre de Mircea, pasará de ser cerrajero a periodista, cuando la gente del partido vea en él cualidades. Esto hará que el niño Mircea se sienta orgulloso y quiera escribir él también.

En este cuerpo central de la historia, en el que Cartarescu nos habla de su infancia y el tono es más realista, nos acabará hablando de algo tan mundano como del matón de su clase. Y de sus experiencias como pionero, una especie de cuerpo de boy scouts de los países comunistas.

En la forma también se produce un cambio significativo en El cuerpo. Durante bastantes páginas el narrador deja la primera persona y se decanta por la tercera, hablando de la vida del niño Mircea como si se tratase de un personaje ajeno a él.

 

De nuevo aparecerá Ionel, el policía de seguridad, que se encontrará con la familia Cartarescu en el circo, tres años antes de que empiece la misión de perseguir circos ambulantes, de la que se habla en El ala izquierda. Un nuevo agujero se abre en la novela: Cartarescu nos va a hablar de la vida de algunos de los artistas del circo, como del indio Vanaprashata, que una tarde, debajo de una higuera, conoció la iluminación. Ya sé que esta es la apuesta del autor: hablar libremente de su vida y de la de su familia y, de vez en cuando, añadir la historia de otros personajes, como si se tratase de relatos añadidos a la narración, pero lo cierto es que a mí, pasajes como este, cuando habla de forma fantástica de los personajes del circo, consiguen que me vaya del hilo central de la narración y que estas páginas me gusten menos.

 

Un tema que me ha parecido muy interesante y que quiero resaltarlo es que Cartarescu nos habla en estas páginas del Mendébil, un niño que fue a vivir al barrio y que se mudó no mucho después. El Mendébil era uno de los cuentos incluidos en el libro Nostalgia.

También, como en Solenoide, aparece en El cuerpo el miedo al dentista con sus aparatos de tortura.

 

La tercera parte del libro comenzará siendo narrada en segunda persona. Y aparecerá aquí un personaje curioso, Víctor, un supuesto hermano gemelo de Mircea, que fue robado de bebé. También se nos hablará de Coca, una vecina –joven prostituta– de los Cartarescu, que puede ser la que robó a Víctor, y que acabará en Ámsterdam.

Gran parte de lo contado en esta tercera parte (las últimas 120 páginas del libro) trasladan la acción a Ámsterdam, donde nos encontraremos de nuevo con la fascinación de Cartarescu por las estatuas y, en este caso, por las personas que trabajan en la calle haciendo de estatuas humanas. De nuevo, hará su aparición aquí Cedric, el negro de Nueva Orleans, que conoció a la madre de Mircea y a su tía en la Bucarest de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. También se nos va a contar la historia del holandés Maarten que, en más de un capítulo, funciona como un cuento, que empieza siendo de corte realista y acaba siendo fantástico.

Si bien en Solenoide conocíamos a una secta llamada «Los Piquetistas», que organizaba manifestaciones nocturnas en cementerios y en la morgue, en esta tercera parte de El cuerpo vamos a descubrir a «Los Conocedores», personajes que buscan al autor que los escribió, lo que parece un homenaje al teatro de Luigi Pirandello.

En las últimas páginas de El cuerpo, Cartarescu volverá a hacer algunas reflexiones generales sobre su idea del universo, las dos dimensiones, del espacio, las tres, la cuarta dimensión y los chakras, que, como me ha ocurrió en la primera parte, considero un tanto fuera de la narración.

 

Diría que El cuerpo, sobre todo en su parte central, cuando Cartarescu nos habla de su infancia, los niños de su barrio, sus padres, la policía secreta… y, más o menos, se mantiene dentro del realismo, con pequeñas pinceladas de «realismo mágico rumano», me parece un gran libro. En esta segunda parte hay menos páginas grandilocuentes, en las que Cartarescu elucubra sobre el Universo, el tiempo, la divinidad y los chakras… y esto se agradece. Es posible que el editor rumano hablara con él y le dijera que quizás tenía que controlar más ese tema en la segunda parte, o es posible que el propio Cartarescu se diese cuenta de ello, aunque como señalé en la cita que he comentado («Ahora que estoy en mi casa, donde no me he sentado ante mi escritorio desde los diecinueve años, creo que ha llegado el momento de aceptar una bocanada de realidad. Unas cuantas páginas de realidad y después espero –¡espero!– que se me permita sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vida».) parece que hace un relato realista como resignado, como haciendo una concesión al lector.

 

Entiendo el reto posmoderno que se propone hacer Cartarescu en Cegador, pero algunas de sus páginas, como esas en las que habla de los artistas del circo, y les da entidad de relato, han conseguido sacarme algo de la historia. Tampoco me ha entusiasmado demasiado la última parte, en la que la narración se traslada a Ámsterdam, y vuelve a aparecer Cedric como personaje. Creo que yo hubiera preferido que Cartarescu hubiera tomado la decisión de convertir la historia de este personaje en otra novela, fuera de Cegador, porque no le acabo de ver demasiada relación con la novela que quería contarnos, y que sea esta la narración que le atañe las cien últimas páginas al libro me parece una decisión arriesgada.

Ya estoy con El ala derecha, Cegador III. Ya la comentaré.

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