El cuerpo (Cegador II), de Mircea Cartarescu
Editorial Impedimenta. 518 páginas. 1ª edición de 2002; esta es de 2020
Traducción
de Marian Ochoa de Eribe
Ya comenté en la reseña de El ala izquierda (1996) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que
me había apetecido leer en el verano de 2025 las 1.500 páginas de su trilogía Cegador. Acabé diciendo en la reseña de Cegador I, que El ala izquierda, pese a sus grandísimas páginas, llenas de
aciertos literarios, también tenía algunas otras que me resultaron excesivas,
por su grandilocuencia cósmica. Y que, especialmente, las 40 páginas finales
del primer libro quedaban un tanto desunidas a su discurso principal, y se
hacían algo pesadas. Ya dije que había sacado los tres tomos de la biblioteca
de Ciudad lineal, en Madrid, que me queda cerca de casa, y me parece
significativo señalar que, antes de mi préstamo, Cegador I había sido tomado en préstamo trece veces, y Cegador II y III solo dos veces cada volumen. Me parece una pérdida importante
de lectores. Imagino que los lectores de Cegador
I, como yo, venían de leer libros como Nostalgia y Solenoide y, con el
entusiasmo generado por estas obras, abordaron la lectura de Cegador I. Imagino que a un número
importante de estos lectores, la propuesta de Cegador I les resultó algo excesiva y no se acercaron, unos años
más tarde, a Cegador II. He buscado
en la página web de Impedimenta y no
encuentro la información sobre el número de ediciones que lleva cada libro.
Según Grok –la IA de Twitter– cada libro de Cegador
ha tenido una sola edición, pero no sé si fiarme mucho de Grok.
En el primer capítulo de El cuerpo,
Cartarescu insiste en su idea de «libro ilegible» (pág. 16) y en aseveraciones
como: «el pasado lo es todo, y el futuro, nada» (pág. 12). El capítulo dos
vuelve a un tono más realista y nos habla del tiempo en el que vivió en el
bloque de viviendas Uranus. En estas páginas hace referencia a temas de los que
ya habló en El ala izquierda, como el
de su parálisis facial. Cartarescu empieza a desarrollar los mismos temas en El cuerpo que en El ala izquierda: el pasado, como un lugar pantanoso, repleto de
metáforas orgánicas, las mariposas, como metáfora del cambio; los arácnidos, como
símbolos del horror; las pesadillas a las que debe enfrentarse por la noche,
como parte de la experiencia humana. No lo hice en la reseña de El ala izquierda y creo que es
importante que lo haga ya aquí: debería hablar del concepto de «literatura
fractal», que es un asunto del que el propio Cartarescu suele hablar en su
texto. La literatura fractal de Cartarescu propone formas narrativas que se van
repitiendo en su libro y temas sobre los que se retorna, sin que el avance
cronológico sea claro. Es decir, en El
cuerpo, al igual que ya hizo en El
ala izquierda, Cartarescu va a volver a hablarnos de sus padres (aunque
sobre todo de su madre) y algunas de las historias que va a contar van a ser
las mismas, pero ahora va a expandir de ellas otros detalles, o las va a contar
desde perspectivas nuevas que, incluso, pueden contradecirse con lo ya contado.
En El ala izquierda la madre tuvo un
trabajo en el que doblaba alambres y en El
cuerpo trabaja haciendo alfombras y no se habla nada de los alambres. Puede
que la información no sea contradictoria, sino, simplemente, que se hable de
dos momentos vitales diferentes de la madre. «Como estaba, en cada instante de
mi vida, mirando siempre a mi madre, girando en torno a ella como la luna, mi
madre era de hecho el único núcleo de mi vida.» (pág. 38)
Aquí también, en esta primera parte, se hablará de nuevo de la historia
mítica del pueblo de los abuelos de Mircea y de su viaje europeo, desde
Bulgaria a Rumania. Y aparecerá un nuevo personaje: un capitán de ejército,
destinado en Bucarest, y que ha de dejar a su mujer y su hijo en el pueblo.
Acabaremos sabiendo que este militar es el bisabuelo de Mircea. El capitán
acabará viviendo alguna historia fantástica en Bucarest. «El hombre vestido de
granate, el hombre con mis ojos, yo mismo hace tres vidas.» (pág. 75)
En la página 133 ocurre algo curioso. Ya he apuntado, en la reseña de Cegador I, que esta trilogía está llena
de reflexiones metanarrativas, y en esta página 133 leemos: «Ahora que estoy en
mi casa, donde no me he sentado ante mi escritorio desde los diecinueve años,
creo que ha llegado el momento de aceptar una bocanada de realidad. Unas
cuantas páginas de realidad y después espero –¡espero!– que se me permita sumergirme,
una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi
vida». A partir de aquí, se desarrolla la parte que más me gusta de la novela,
esa en la que Cartarescu evoca su pasado, manteniéndose durante muchas páginas,
en los parámetros del realismo evocador, que se rompe, solo a veces, con algún
pequeño detalle de lo que podríamos llamar «realismo mágico rumano». De este
modo, Cartarescu pasará a hacer una crítica más abierta que otras veces a la
dictadura comunista de Ceaușescu. De este modo, sabré que a las mujeres,
durante la dictadura, las hacían una revisión ginecológica cada tres meses, con
el fin de que las que estuvieran embarazadas no pudieran abortar y también para
abroncar a las que no lo estaban. Me doy cuenta de que este tipo de detalles
sobre el tiempo vital de Cartarescu en la Rumanía que le tocó vivir me
interesan mucho más que cuando se pone a hablar, por ejemplo, del tiempo, las
membranas y los chakras de un modo solipcista y grandilocuente. Estas últimas
páginas de las que hablo son, para mí, las peores de los dos libros que llevo
leídos de la trilogía.
Cartarescu dedicará muchas páginas aquí a recordar a su madre y a la
relación que tenía con ella de niño. La madre empezará a trabajar tejiendo
alfombras en casa, con cada vez diseños más barrocos y exagerados. Siguiendo
otro de los recursos recurrentes de Cartarescu, se nos describirán las figuras
que aparecen en las alfombras como si de un Aleph borgiano se tratase. Incluso
la palabra «cegador» acabará apareciendo en una alfombra, que –en el mundo de
Cartarescu– es equivalente a hablar de lo indecible o lo indescriptible. Todas
estas imágenes de las alfombras harán sospechas a la seguridad de Cartarescu y
la madre acabará detenida. Se librará de más problemas gracias a la
intervención del «tío Ionel», que ya apareció en Cegador I. Era el inspector de la seguridad que se encargaba de analizar
los recorridos de los circos ambulantes de Rumanía, tratando de encontrar algún
patrón; detrás del cual presentía algún tipo de amenaza. En realidad Ionel no
es el tío de Mircea, sino un amigo o, más bien, conocido de Coster, el padre.
Cartarescu también nos va a hablar en El
cuerpo de Herman, que era un vecino que vivía en el último piso de la calle
Stephan cel Mare y que ya apareció también en El ala izquierda. Un nuevo fractal se abre en la novela. Herman era
un borracho que no acababa de ser nunca desagradable y que sabía bastante de
religión y filosofía. El Cartarescu adulto le va a dejar a Herman su manuscrito
(su «libro ilegible») para que lo lea y le comente. Herman, por su parte, le
hablará de su amor por Solei, una joven de extrañas características físicas.
También nos contará la historia, entre real y fantástica, de cómo Herman le
salvó la vida.
Coster, el padre de Mircea, pasará de ser cerrajero a periodista, cuando la
gente del partido vea en él cualidades. Esto hará que el niño Mircea se sienta
orgulloso y quiera escribir él también.
En este cuerpo central de la historia, en el que Cartarescu nos habla de su
infancia y el tono es más realista, nos acabará hablando de algo tan mundano
como del matón de su clase. Y de sus experiencias como pionero, una especie de
cuerpo de boy scouts de los países comunistas.
En la forma también se produce un cambio significativo en El cuerpo. Durante bastantes páginas el
narrador deja la primera persona y se decanta por la tercera, hablando de la
vida del niño Mircea como si se tratase de un personaje ajeno a él.
De nuevo aparecerá Ionel, el policía de seguridad, que se encontrará con la
familia Cartarescu en el circo, tres años antes de que empiece la misión de
perseguir circos ambulantes, de la que se habla en El ala izquierda. Un nuevo agujero se abre en la novela: Cartarescu
nos va a hablar de la vida de algunos de los artistas del circo, como del indio
Vanaprashata, que una tarde, debajo de una higuera, conoció la iluminación. Ya
sé que esta es la apuesta del autor: hablar libremente de su vida y de la de su
familia y, de vez en cuando, añadir la historia de otros personajes, como si se
tratase de relatos añadidos a la narración, pero lo cierto es que a mí, pasajes
como este, cuando habla de forma fantástica de los personajes del circo,
consiguen que me vaya del hilo central de la narración y que estas páginas me
gusten menos.
Un tema que me ha parecido muy interesante y que quiero resaltarlo es que
Cartarescu nos habla en estas páginas del Mendébil, un niño que fue a vivir al
barrio y que se mudó no mucho después. El Mendébil era uno de los cuentos
incluidos en el libro Nostalgia.
También, como en Solenoide,
aparece en El cuerpo el miedo al
dentista con sus aparatos de tortura.
La tercera parte del libro comenzará siendo narrada en segunda persona. Y
aparecerá aquí un personaje curioso, Víctor, un supuesto hermano gemelo de
Mircea, que fue robado de bebé. También se nos hablará de Coca, una vecina
–joven prostituta– de los Cartarescu, que puede ser la que robó a Víctor, y que
acabará en Ámsterdam.
Gran parte de lo contado en esta tercera parte (las últimas 120 páginas del
libro) trasladan la acción a Ámsterdam, donde nos encontraremos de nuevo con la
fascinación de Cartarescu por las estatuas y, en este caso, por las personas
que trabajan en la calle haciendo de estatuas humanas. De nuevo, hará su
aparición aquí Cedric, el negro de Nueva Orleans, que conoció a la madre de
Mircea y a su tía en la Bucarest de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
También se nos va a contar la historia del holandés Maarten que, en más de un
capítulo, funciona como un cuento, que empieza siendo de corte realista y acaba
siendo fantástico.
Si bien en Solenoide conocíamos a
una secta llamada «Los Piquetistas», que organizaba manifestaciones nocturnas
en cementerios y en la morgue, en esta tercera parte de El cuerpo vamos a descubrir a «Los Conocedores», personajes que
buscan al autor que los escribió, lo que parece un homenaje al teatro de Luigi Pirandello.
En las últimas páginas de El cuerpo,
Cartarescu volverá a hacer algunas reflexiones generales sobre su idea del
universo, las dos dimensiones, del espacio, las tres, la cuarta dimensión y los
chakras, que, como me ha ocurrió en la primera parte, considero un tanto fuera
de la narración.
Diría que El cuerpo, sobre todo
en su parte central, cuando Cartarescu nos habla de su infancia, los niños de
su barrio, sus padres, la policía secreta… y, más o menos, se mantiene dentro
del realismo, con pequeñas pinceladas de «realismo mágico rumano», me parece un
gran libro. En esta segunda parte hay menos páginas grandilocuentes, en las que
Cartarescu elucubra sobre el Universo, el tiempo, la divinidad y los chakras… y
esto se agradece. Es posible que el editor rumano hablara con él y le dijera
que quizás tenía que controlar más ese tema en la segunda parte, o es posible
que el propio Cartarescu se diese cuenta de ello, aunque como señalé en la cita
que he comentado («Ahora que estoy en mi casa, donde no me he sentado ante mi
escritorio desde los diecinueve años, creo que ha llegado el momento de aceptar
una bocanada de realidad. Unas cuantas páginas de realidad y después espero
–¡espero!– que se me permita sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado
siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vida».) parece que hace un relato
realista como resignado, como haciendo una concesión al lector.
Entiendo el reto posmoderno que se propone hacer Cartarescu en Cegador, pero algunas de sus páginas,
como esas en las que habla de los artistas del circo, y les da entidad de
relato, han conseguido sacarme algo de la historia. Tampoco me ha entusiasmado
demasiado la última parte, en la que la narración se traslada a Ámsterdam, y
vuelve a aparecer Cedric como personaje. Creo que yo hubiera preferido que
Cartarescu hubiera tomado la decisión de convertir la historia de este
personaje en otra novela, fuera de Cegador,
porque no le acabo de ver demasiada relación con la novela que quería
contarnos, y que sea esta la narración que le atañe las cien últimas páginas al
libro me parece una decisión arriesgada.
Ya estoy con El ala derecha, Cegador III. Ya la comentaré.

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