Al otro lado, de Can Xue
Editorial
Aristas Martínez. 217 páginas, 2024
Traducción
y notas de Tyra Díez y Teresa l. Tejeda
Ya he comentado que le solicité a la editorial Aristas Martínez, las dos
antologías de cuentos que tiene publicados de la china Can Xue (Changsha, 1953), Hojas rojas y Al otro lado. He leído las
dos seguidas. Hojas rojas constaba de
ocho relatos y Al otro lado de diez;
este último libro también tiene unas 30 páginas más. Hojas rojas estaba traducido por Belén Cuadra y ahora hay dos traductoras: Tyra Díez y Teresa Tejada.
Al otro lado es el primer cuento de este segundo libro, y nos habla de
un niño que vive con su familia en un edificio, junto con otras familias con
las que comparte la cocina. El niño y su amigo se dan cuenta de que al otro
lado de las cocinas se oyen ruidos y tratarán de ir hasta allí, aunque la
oscuridad rodea ese «otro lado» que insinúa el título. La extrañeza de este
primer cuento, como ya ocurría con otros de Hojas
rojas, vuelve a coquetear con los presupuestos del género de terror.
«¿Quiénes eran esos que se reunían secretamente al otro lado del tabique en
mitad de la noche? Los había oído, pero no había conseguido verlos.» (pág. 13)
La antigua casa tiene, de nuevo, un aire
eminentemente kafkiano, o bien de Mario
Levrero tras leer a Franz Kafka.
Zhoue Yizhen dejó su casa en la ciudad y se fue al campo por motivos de salud.
La mujer a la que vendió la casa le propone volver de visita y ver de nuevo su
barrio, lugares a los que no ha regresado nunca después de veinte años. Los
desencuentros con los que habían sido sus antiguos vecinos empezarán a darse
según Zhoue regrese a su antiguo hogar. Y de nuevo, habrá personas que
aparezcan o que desaparezcan de su lado, con la lógica inquietante de los
sueños.
En este relato, como ocurrirá con otros del conjunto, me ha
parecido percibir una ligera crítica a algunas de las realidades de China, como
el tema de las ciudades contaminadas.
En El tormento de Lu Er llegaremos a
una pequeña aldea, un ruido inesperado hace que Lu Er, un niño, que maja arroz,
abandone su casa. Nadie parece dar importancia al ruido, pero Lu Er subirá a
una montaña para descubrir que han desaparecido dos acantilados que allí había,
frente a frente, separados por tres o cuatro metros, «Ahora no había nada de
eso: ante los ojos solo se extendía un blanco y deslumbrante vacío.» (pág. 47).
A partir de aquí las aventuras para Lu Er y un amigo se sucederán, llegando a
salir por la noche para cazar a un leopardo, que puede ser también una persona.
De nuevo, un aire de ensoñación irá cubriendo la historia.
Con La vieja chicharra volvemos a los
cuentos de Hojas rojas protagonizados
por plantas y animales. «No sabía cómo esquivar la hostilidad humana, porque
nunca había esquivado nada.» (pag. 70). Aquí también, como ocurría en los
cuentos de la anterior antología, para el líder de las chicharras, protagonista
del cuento, los humanos se comportarán de un modo incomprensible. La vieja
chicharra empieza a sentir una atracción existencial hacia la muerte. Como ya
me pasó en el otro volumen, estos cuentos protagonizados por animales presentan
una narración más contenida, menos onírica y me acaban gustando más.
El Recodo del Siluro me ha recordado un tanto, en sus
intenciones narrativas, al segundo cuento de este volumen, el titulado La antigua casa. También aquí se habla
de los cambios de la China moderna, y cómo va a desaparecer el barrio en el que
vive la protagonista, con casas bajas, para construir edificios de muchas
plantas. A la señora Wang le visita una niña, hija de una vecina, que
continuamente entra y sale de escena.
Voy a comentar un recurso que usa Can Xue en más de un
relato y del que aún no he hablado: introduce elementos nuevos en la narración
como si no fuera la primera vez que habla de ellos, lo que genera una sensación
un tanto desconcertante. Por ejemplo, entre la página 89 y 90, en este relato
leemos: «Luego caminó hasta el profundo agujero, consciente de que podría
caerse, pero aun estando indecisa, no quería retroceder de inmediato.» Ese
«profundo agujero» no había aparecido antes en el relato.
La señora Wang empezará a salir de casa por la noche y a
tener extraños encuentros inesperados. De nuevo, nos encontramos con el
desconcierto kafkiano de los sueños.
En Plenitud «La maestra Wen sopesaba la
estructura del universo sentada en medio de la oscuridad del cuarto.» (pág.
103) y una voz comienza a interpelarla desde algún punto indeterminado. La
maestra Wen empieza a caminar por un edificio cada vez más cambiante, del que
van desapareciendo las paredes y el techo, y así puede ver el cielo.
Este cuento me ha resultado demasiado surrealista y me ha
gustado menos que otros del libro.
En El humedal, como ya apunté al
comentar el segundo relato, La antigua
casa, me ha parecido ver una crítica a los cambios demasiado rápidos de la
modernización de China: en este caso, se trataría de una crítica ecológica.
«Por increíble que parezca, este bosque urbano de hormigón albergó una vez el
humedal.», así empieza este cuento. Ese humedal empezará a obsesionar a Ah
Yuan, que comenzará a desarrollar toda una actividad detectivesca para
encontrar dicho humedal, o sus restos, en la ciudad. Después de estar casi
acabando esta segunda antología de cuentos de Can Xue, puedo detectar algunos
elementos en común que tienen varias de sus composiciones: es normal que en
ellas –como ocurría en La antigua casa
o El Recodo del Siluro– los
protagonistas inicien un viaje, y en este viaje se den escenas surrealistas u
oníricas, donde los personajes llegan a lugares extraños y donde van
acompañados de personas que desaparecen de pronto.
La montaña del Cuervo está narrado en primera persona,
que no es lo habitual en estos relatos. La montaña del Cuervo es un edificio de
oficinas abandonado, donde estuvo la protagonista del relato de niña. Años
después deseará volver de la mano de una amiga, que lo visita con frecuencia porque
su tío es el guarda del lugar. Cuando llegan al sitio, y como era ya de
esperar, la protagonista se siente perdida en la oscuridad y las voces de su
amiga, o de su tío, le llegan desde lugares indeterminados.
La reina se ha convertido en uno de mis cuentos favoritos de este
conjunto, debido a que la narración es –en principio– algo menos surrealista
que la de otros cuentos, y la historia está más contenida. Una joven vive sola
en una casa algo apartada de la aldea. Su padre, que perteneció a la aldea, se
enriqueció, construyó esa casa y empezó a atribuirse la condición de rey. Su
hija ha crecido sintiendo esa distancia, falsamente nobiliaria, respecto a sus
vecinos, que la aceptan de buen grado. A la reina le gusta pasear durante las
noches y no tardarán en sucederse encuentros que, pese a mantenerse este cuento
en un contexto más realista que el resto, no deja de entenderse en una total
clave realista.
Venus cierra el conjunto y, al igual que el anterior relato, se
mantiene en unos parámetros más realistas que otros del conjunto. La
protagonista tiene trece años y vive en un pueblo. Se ha enamorado de su primo
de treinta y cinco, que vive en la ciudad y que vuelve al pueblo para hacer
experimentos con un globo aerostático. Aquí también se acaban oyendo voces
lejanas, pero el cuento tiene un asidero más visual y racional que otros.
Creo que al haber leído seguidos Hojas rojas y Al otro lado,
he sentido alguna sensación de repetición formal con algunos de los cuentos de
la segunda antología. Diría que leídos y analizados de un modo individual todos
los cuentos funcionan y son valiosos, pero al leerlos seguidos se pueden
encontrar patrones en la creación del efecto fantástico, onírico o surrealista:
alguien tiene que salir de casa y se van encontrando con situaciones anómalas,
las personas que lo acompañan desaparecen, todo se vuelve oscuro alrededor y
las voces llegan desde lugares indeterminados. Al final, Chan Xue está tratando
de captad la inquietud de los sueños que devienen en pesadillas.
Mis cuentos favoritos de este conjunto han sido: La antigua casa, La vieja chicharra y La
reina; teniendo, en realidad, un nivel bastante parejo a los otros.
Tuve una época en la que leí varios libros de Mo Yan, Premio Nobel de Literatura 2012. Me gustaba ver las transformaciones del país que defendía eso de "Un país, dos sistemas". Luego tuve un cierto alejamiento de los escritores chinos, pero últimamente volví a ellos con los relatos de Maksin Ossipov, un disidente ruso con el que me puse más en la realidad de la Rusia de Putin. Y ahora mismo estoy leyendo una novela policíaca de Qiu Xiaolong que me está entreteniendo al tiempo que veo cómo la pertenencia a la nomenklatura y esas cosas influyen decisivamente en la vida de cualquier persona en la China camino del hipercapitalismo actual.
ResponderEliminarUn abrazo, David
A ver si leo algo de Mo Yan y me animo con los autores chinos.
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