Los detectives perdidos, de Leticia Sánchez Ruiz
Editorial Pez de Plata. 175 páginas.
Primera edición de 2022
Intercambié unos mensajes con Jorge Salvador, al frente de la
editorial asturiana Pez de Plata, y
quedamos en que me iba a enviar las novelas Los detectives pedidos de
Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980)
y La
suerte suprema de Mariano
Antolín Rato. De Pez de Plata había leído, con anterioridad, Los
reinos de Otrora de Manuel
Moyano, 2222 y Nueve semanas (justas-justitas) de P. L. Salvador, y Silencio tras el telón del sueño
de Mariano Antolín Rato. Pez de Plata
edita con mucha exquisitez y le gustan las obras híbridas, aquellas que mezclan
géneros, normalmente usando el humor.
Conozco a Leticia Sánchez Ruiz de las
redes sociales, principalmente de Facebook, donde me gustan las fotos que
cuelga imitando imágenes famosas de escritores. Compró mi novela Caminaré
entre las ratas, la mostró en su muro de Facebook y tenía ganas de
corresponderla y saber cómo era su obra. Los
detectives perdidos es su quinta novela publicada.
Con el título Los detectives perdidos imaginaba que Sánchez Ruiz, estaba evocando
al Roberto Bolaño de Los
detectives salvajes y que, de un modo u otro, su obra interpelaría a la
del chileno. Una vez acabado el libro, puedo decir que no ocurre así
exactamente, pero sí hasta cierto punto; sobre todo, cuando uno de los
personajes de la novela de Sánchez Ruiz afirma «un detective perdido es un
poeta exiliado» (pág. 120)
El
famoso detective privado Alfredo Casares Biel entra en el despacho de
los detectives Homero y Aldara Rosales, padre e hija, para contratar sus
servicios: ha desaparecido Andrea Cosano, la que ha sido su novia durante un
año y medio, y no puede encontrarla por sí mismo. «Añadió que no estaba en
condiciones de buscarla porque temía que al hallar cosas que no le gustaran
acabara matando a alguien y terminara en la cárcel antes de encontrarla.» (pág.
6) Los Rosales aceptan el caso y empiezan a indagar en el informe que Casares
Biel les ha preparado. Pronto, las escasas pistas sobre la desaparición de
Cosano los llevarán a un callejón sin salida. Y para salir de él, los Rosales
deciden contratar a otra detective privada, a Marta Margaride, creando ya una
cadena de detectives privados que se van pasando el testigo del caso.
El lector, después de unas primeras
páginas de incertidumbre, acabará comprendiendo que el narrador de esta
historia es también un detective privado que le cuenta los avatares del caso
Andrea Cosano a otro colega de profesión. Las escasas particularidades del caso
de Andrea Cosano actuarán como un leitmotiv en esta novela, en la que el lector
principalmente se va a acercar a las vidas, un tanto perdidas, de un puñado de
detectives, por cuyas manos va a pasando el caso, que acabarán siendo amigos y
que se reunirán a comer, al menos, una vez al año.
En la portada del libro aparece una
matrioska, una muñeca rusa, abierta y, por tanto, a punto de mostrarnos a otra
muñeca rusa que alberga en su interior. Esta metáfora también se una en el
interior del libro, ya que en la página 152 se afirma que esta historia es «una
muñeca rusa de detectives».
Sánchez Ruiz nos presenta aquí a un
detective detrás de otro. Por tanto, la novela funciona como un relato dentro
de otro relato. Y, en este sentido, la novela sí que sería de influencia
bolañesca, ya que al chileno le gustaba mucho la construcción de una historia
dentro de otra. Cada detective suele destacar en un aspecto de su profesión:
infidelidades, seguimientos, búsquedas en el pasado, identificación de rostros…
y de cada uno de ellos, Sánchez Ruiz nos contará su historia, así como la de
algunos de sus casos y, por tanto, la historia de sus clientes.
Sánchez Ruiz hace en Los detectives perdidos un muestrario de
detectives y también de los tipos de clientes que suelen frecuentarlos. Hay
clientes que quieren saber si su pareja les es infiel, pero también hay otros
que quieren averiguar si una persona, que se puede convertir en la posible
pareja del cliente, esconde algo en su vida, antes de empezar una relación con ella,
y, en este sentido, los detectives se convierten en «tarotistas». Sin dejar de
ser una novela realista (aunque en más de una de las páginas se juega con la
idea de verosimilitud narrativa), Sánchez Ruiz hablará aquí de personajes
excéntricos y de historias estrambóticas o peculiares, como la del marido que
le pone los cuernos a su mujer con su hermana gemela, porque las personas
buscan lo cercano, pero también lo diferente.
La novela, dentro de un uso del lenguaje
contenido (de escasa adjetivación), se recrea en mostrar más de una sentencia
sobre el carácter humano, como por ejemplo ésta de la página 169: «Nadie sabe
cometer un fraude como aquel que se dedica a investigarlos.»
Según avanzaba en las páginas de Los detectives perdidos me estaba
cuestionando por qué a nadie se le ocurría rastrear el teléfono móvil de Andrea
Casano, para darme cuenta de que la historia no estaba ambientada –o no partía
desde– en la época actual. Las pesquisas sobre Casano llevarán a alguno de
nuestros detectives a investigar las películas que sacaba de un videoclub. Así,
aunque en la novela no hay fechas explícitas, el lector acabará comprendiendo
que la historia de la desaparición de Andrea Casano parte de mediados de los
años 80. También aparecerá algún vídeo grabado en una cinta VHS. La historia se
irá arrastrando por los años hasta que haga su irrupción internet.
Al principio, tampoco tenía claro, si a
pesar de que la mayoría de los nombres de los detectives eran españoles, la
acción se situaba en una ciudad española o si Sánchez Ruiz había creado un
espacio inventado para situar la acción de su novela; algo que me parecía
lógico, puesto que sus detectives suponen, en gran medida, un juego metafísico.
Pero en la novela se acabará hablando de la guerra civil, en unos términos que
solo se pueden referir a la española.
En la página 103 se habla de «un cachi
de cerveza»; un «cachi» es un tipo de envase que en Madrid, por ejemplo, se
denomina «mini» y «cachi» es un término del norte. Así que al final he acabado
pensando que la ciudad innominada de Sánchez Ruiz era una ciudad del norte de
España, que podía ser un trasunto de Oviedo, y la historia, como ya he dicho,
partiendo de la década de 1980, se adentraría en el siglo XXI.
Quizás Los detectives perdidos pueda decepcionar a aquellos lectores que
se acerquen a ella pensando que se van a encontrar con una novela negra al uso,
con su detective, su mujer desaparecida, sus bajos fondos… y todo esto, en
realidad, está en la novela, pero no de la forma que suele ser habitual en el
género; sino que Sánchez Ruiz se sirve de los convencionalismos de este género,
para crear una obra personal y juguetona, que tiene que ver más con una
búsqueda existencial que con la de una persona desaparecida. En cierto modo,
los detectives metafísicos de Sánchez Ruiz me han recordado a los de Paul Auster en su famosa Trilogía
de Nueva York, que puede ser una de las referencias ocultas de la
novela.
Diría que Leticia Sánchez Ruiz ha
investigado sobre la historia de la profesión de detective en España y también
que ha elaborado mucho la estructura de su novela. Además, ha hecho un gran uso
de la imaginación para crear todos los pequeños relatos sobre detectives y sus
clientes que componen el libro. Los
detectives perdidos, la primera novela que leo de esta autora, me ha
sorprendido gratamente, pareciéndome una obra trabajada y madura.
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