Soledad, de Víctor Catalá
Editorial Trotalibros. 303 páginas. 1ª
edición de 1905, ésta es de 2021.
Traducción de Nicole d´Amonville Alegría
Epílogo de Jan Arimany
De la nueva editorial Trotalibros,
surgida de un canal de YouTube del mismo nombre, y especializada en rescates
literarios, había leído hasta ahora sus dos primeros propuestas: La
guardia (1954) del griego Nikos
Kavadías y El palacio de hielo (1963) del noruego Tarjei Vesaas. Estuve hablando con Jan Arimany, el editor, a través de las redes sociales, y quedamos
en que me iba a enviar Soledad (1905) de la escritora
catalana Víctor Catalá, para que yo
pudiera reseñarla.
Hace años me sorprendió mucho La
plaza del diamante (1962) de la también catalana Mercè Rodoreda, que me parece una de las mejores novelas que se han
escrito sobre la guerra civil española, y de que de joven no le había oído
hablar a nadie. A pesar de que en los años 80 se hizo una serie que se emitió
en Televisión Española, cuando yo me acerqué a ella en la primera década del
siglo XXI muy poca gente de mi entorno conocía la novela. Solo la conocían dos
personas que estudiaron en la Filología Hispánica en la universidad
Complutense, porque la reivindicaba una profesora de allí. La plaza del diamante se escribió en catalán y, a pesar de ser una
obra maestra, sorprende ver la relativamente escasa repercusión que ha tenido
en el resto de España (aunque en 2014 se realizó también una adaptación
teatral) y la poca comunicación que
existe, la mayoría de las veces, entre la literatura escrita en los diversos
idiomas de España. Al saber que Soledad
es considerada otra de las novelas claves de la literatura catalana me apeteció
leerla.
Jan Arimery comenta en el epílogo que,
en los institutos catalanes, se leen fragmentos de Soledad en secundaria, y de ella se analizan frases
sintácticamente. «Soledad es uno de
esos clásicos que pierden lectores en las aulas». Es decir, un ciudadano de
Cataluña conoce, al menos, la existencia de Soledad
y el nombre de Víctor Catalá, pero diría que es una autora muy desconocida
en el resto del territorio nacional. A pesar de todo, he visto en internet que
la hoy desaparecida editorial madrileña Lengua
de Trapo sí la sacó traducida al español en 2009, con traducción de Basilio Losada. En Trotalibos, Jan ha
editado una nueva traducción. La ha realizado Nicole d´Amonville Alegría que es poeta, traductora y editora. No
parece una traducción fácil, puesto que uno de los protagonistas de la novela, el
pastor Gaietà, habla en un catalán dialectal ‒que en realidad está inventado
por la autora‒ y será la traductora la que haya de tomar las decisiones de
trasladar ese catalán no normativo al español.
Víctor Catalá es en realidad el
seudónimo de Caterina Albert, quien en 1898 ganó los Juegos Florales de Olot
con el monólogo teatral La infanticida. Pero al asistir a
recoger el premio, unida a la inmoralidad que se imputó a la obra, se reveló que
había sido escrito por una mujer, y esto hizo que el jurado le retirara el
galardón. Desde entonces tomó el seudónimo de Víctor Catalá y, cuando más
tarde, en los círculos literarios, ya todo el mundo sabía que Catalá era en
realidad Caterina Albert lo siguió usando, porque le gustaba ese juego de
personalidades múltiples. Así que el editor Jan Arimery decidió conservar el
seudónimo masculino porque según los descendientes de la autora de este modo le
hubiera gustado a ella.
En el primer capítulo, el lector
conocerá a Mila y Matias, un matrimonio joven que ha aceptado el trabajo de
cuidar una ermita, dedicada al culto a San Poncio, en la montaña catalana. La
novela está escrita en tercera persona, pero gracias al recurso del estilo
indirecto libre casi siempre nos encontraremos cerca de la mirada y los
pensamientos de Mila. La pareja asciende por la montaña para encontrarse con su
nueva vida, los presagios sobre el futuro no parecen halagüeños para la mujer.
Por ejemplo, a Mila le está empezando a molestar la reciente gordura de su
esposo, al que vislumbramos como a un hombre perezoso. «Aquel no era un camino
para gente de bien, sino para cabras y forajidos» (pág. 23)
En este primer capítulo nos asaltará
también un vocabulario campestre o antiguo, con términos como «ribazo», «agave»
«ringleras», «enfitéutico», que, en cierta medida, me ha recordado a ese
lenguaje ancestral de los libros de Miguel
Delibes. También es cierto que esta sensación de enfrentarnos a ese
vocabulario desconocido va desapareciendo a medida que nos adentramos en el
libro. Salvo cuando habla el pastor Gaietà, cuyo discurso en un español errado,
de evocaciones medievales, puede chocar al lector
Después de la buena impresión que me
causa el primer capítulo, he de decir que me parece que la novela da un bajón
en los siguientes ‒en el segundo, tercero y cuarto‒ donde Catalá nos mostrará
cómo es la ermita de San Poncio, nuevo hogar de Mila y Matias, y se presenta a
algunos de los personajes que van a ser importantes para la historia, como el
pastor Gaietà y el niño Baldiret, que tiene ocho años y acompaña al pastor en
su soledad, y también se va a convertir en símbolo de los anhelos de Mila de
tener un hijo. No es que estos capítulos sean malos, sino que tengo la
impresión de que en ellos la novela pierde tensión narrativa a favor del
costumbrismo, como ocurre, por ejemplo, en el capítulo 4, donde Mila se dedica
a adecentar su nueva casa.
Sin embargo, pese a esta sensación de
deriva inicial, la novela empezará poco después a tomar vuelo, y crecerá
también la tensión narrativa. Los conflictos entre Mila y Matias se irán
acrecentando, ya que Mila ve a su marido como un holgazán. Además éste quiere
ganar algo de dinero saliendo a mendigar por los pueblos cercanos en nombre del
santo de la ermita, algo que avergüenza a Mila. Ésta encontrará refugio en las
conversaciones que tiene con Gaietà, el pastor, un hombre bondadoso, que
siempre está dispuesto a contar historias, una leyenda local o inventada, con
las que embelesará a sus oyentes. La montaña también está habitada por el Ánima,
un vagabundo, contra el que Gaietà prevendrá a Mila, ya que guarda contra él
una gran ojeriza.
En el prólogo, Catalá nos cuenta que
inicialmente la novela contaba con veinte capítulos, pero al final decidió
sacrificar dos, «los que nos parecieron menos esenciales para el desarrollo de
la fábula». La novela tuvo éxito, y cuando se estaba preparando una nueva
edición, la autora le comentó al editor la existencia de esos dos capítulos, y
éste se interesó por su incorporación al libro, pero entre medias tuvo lugar la
guerra civil, y Catalá sufrió un registro en su casa y los manuscritos de estos
dos capítulos desaparecieron. Imagino que estos capítulos que Catalá descartó
pertenecerían a esta primera parte, que ya he dicho que me parece demasiado
descriptiva, porque en la segunda mitad la trama se ajusta mucho y la novela
avanza con gran firmeza hacia su innegable final en alto.
Lo más interesante de la novela es la
transformación que vive Mila en la montaña, desde ser una campesina de la
llanura, que se ha casado con un hombre al que en realidad conocía bien poco,
hasta ser una mujer que conoce sus deseos vitales y anhelos.
«Se sentía bella, sabrosa, codiciable y
codiciada por los hombres; las viciosas fieras de la fiesta, primero; los
grupos de cazadores urbanos, después; y la anhelante plenitud de su alma, a
todas horas, se lo habían demostrado con creces. Pues, si era así, ¿por qué
esos dos hombres (…) a los que ella quisiera hacer el generoso don de sí misma,
no la codiciaban, por qué no hincaban los dientes en ella como en un fruta dulce,
madura en su punto?» (pág. 209)
Soledad
es, en gran medida, una novela sobre los deseos de una mujer insatisfecha y
esto la convierte en una novela muy moderna dentro de la tradición europea,
puesto que se publicó en 1905, y está escrita por una mujer. Jan, el editor, en
un vídeo de su canal de YouTube, la comparaba con obras como Cumbres
borrascosas de Emily Brontë.
La comparación es pertinente, sobre todo si, además de fijarnos en las pasiones
que se van a desatar en el libro, nos fijamos también en la fuerza del paisaje:
los páramos en Brontë y la montaña en Catalá. Lugares que se van connotando de
una fuerza telúrica. «Ahora, ella, sintiendo serenidad en la cabeza y el
corazón, hallaba placentero jugar voluptuosamente con los escalofríos que
relampagueaban en las carnes cuando se transita por agrestes alturas y sentir
que el tenebroso embrujo de aquellas honduras le sorbía el alma por las
pupilas.» (pág. 185).
Pese al titubeo inicial, que ya he
comentado, me ha gustado mucho Soledad.
Es una novela que va ganando altura y tensión en su segunda mitad, y que me ha
parecido una obra valiosa y moderna, sobre todo por su muestra de la fragilidad
de la posición de la mujer a principios del siglo XX en España. Una novela que
sigue dejando ecos y resonancias en el lector una vez cerrado el libro.
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