Cartas a los años de nostalgia, de Kenzaburo Oé
Editorial Anagrama. 444 páginas. 1ª
edición de 1987; ésta es de 1997.
Traducción de Miguel Wandenbergh
Ya conté, en la reseña
anterior, que me apeteció volver en este 2022 con el japonés Kenzaburo Oé (Uchiko, 1935), del que
leí cinco libros a finales de los años 90: La presa (1957), Una
cuestión personal (1964), Cartas a los años de nostalgia
(1987), Arrancar las semillas, fusilad a los niños (1958) y Dimos
cómo sobrevivir a nuestra locura (1966). Buscando información sobre Oé
llegué hasta un artículo del escritor Gonzalo
Torné en Ctxt en el que
recomendaba la lectura consecutiva de El grito silencioso y Cartas
a los años de nostalgia, «La lectura de estas dos novelas revela una
concepción circular del entendimiento, el recuerdo y la interpretación».
Me pareció una buena
idea, porque Cartas a los años de nostalgia la había leído en 1999, y
recordaba muy pocas de sus escenas, pero sí que me había gustado mucho. Me
recordaba leyéndola en la cafetería de la universidad Carlos III, donde
estudié, y sintiéndome feliz. Así que después de sacar El grito silencioso de la biblioteca de García Noblejas, saqué Cartas a los años de nostalgia de la de
Móstoles. Después del veintitrés años, el libro no estaba en los anaqueles,
expuesto al público, sino que descansaba sus días en un lugar llamado «el
Depósito», donde van a parar los libros que no saca nadie después de mucho
tiempo y que, afortunadamente, la biblioteca decide no destruir. Me entregaron,
después de tantos años, el mismo ejemplar de Anagrama que leí en 1999, y no
parecía muy estropeado. Quizás fui yo su último lector.
El protagonista y
narrador de Cartas a los días de
nostalgia es Kenzaburo Oé, un escritor japonés de mediana edad, cuyo hijo
mayor se llama Hikari, y tiene una minusvalía mental. Cuando leí este libro por
primera vez lo hice como si se tratara de una autobiografía, a lo que invita
además la contraportada de Anagrama. Así se ha leído también y principalmente
en Occidente, pero al parecer, por lo que sé ahora, debemos tener cuidado con
esto. Aunque el personaje sea escritor, se llame igual que él y los miembros de
su familia también, no tiene por qué está hablándonos totalmente de hechos
reales. Se trataría más bien de una «autoficción», una novela donde el autor
fabula usando su propia vida. De hecho, después del premio Nobel de 1994, Oé
siguió haciendo autoficción, pero decidió que el narrador de sus libros tuviera
un nombre que no coincidiera con el suyo.
Oé recibe una llamada
telefónica de Osetchan, esposa de Gii, su amigo y maestro de la infancia.
Osetchan le pide a Oé que vuelva al valle donde está su pueblo natal para
hablar con Gii, que cada día parece estar más extraño. Oé, junto a su familia ‒su
mujer y sus tres hijos‒, decide hacer un viaje desde Tokio a Shikoku, la cuarta
de las islas que componen el archipiélago de Japón y de donde Oé es originario.
Oé empezará a explicarle al lector de dónde parte su relación con Gii, que es
cinco años mayor que él, y con el que empezó a tratar cuando Oé tenía diez años
y Gii quince. Después de las clases del colegio Oé irá a la casona donde vive
Gii, y este le ayudará con sus estudios. Más tarde, después de que Oé se haya
trasladado a Matsuyama, la capital de la provincia, para estudiar el
bachillerato, y suspenda su acceso a la universidad, al volver al pueblo Gii le
ayudará a preparar de nuevo esos exámenes.
Oé acabará estudiando
en la universidad Filología Francesa, pero su amigo Gii le ha guiado también en
el inglés, descubriéndole poetas como William Blake. Gii será, durante toda la
vida de Oé, un maestro, un amigo y un guía, de que escuchará siempre sus
consejos y comentarios, alguien que puede incluso hacer que se tambaleé su
vocación literaria con alguna de sus comentarios.
Después de una primera
parte en la que desde el presente narrativo se evocan algunas escenas del
pasado, en la segunda parte Oé narrará desde el momento en el que era un niño
en el valle, que acabará yéndose primero a la capital de la provincia y después
a Tokio. Hacia el final de la narración se alcanzará de nuevo el tiempo del
comienzo y se avanzará un poco más. El personaje mismo nos informa de algunos
de sus planes narrativos, como por ejemplo en la página 113, donde leemos:
«Prefiero dejar la continuación de esta conversación entre Gii y yo para el
final de esta historia».
Oé ha mantenido
durante mucho tiempo una relación epistolar con Gii, que no se interrumpió ni
cuando Oé aceptó ser profesor invitado en una universidad de México (algo que
ocurrió en la vida real).
Como comentaba
Gonzalo Torné en su artículo, Cartas a
los años de nostalgia establece paralelismos con El grito silencioso. Los dos personajes, Oé y Mitsu, regresan desde
Tokio hasta el pueblo de sus orígenes, en un valle de la isla de Shikoku. En El grito silencio sobre este regreso
pende un aire de amenaza, que en Cartas a
los años de nostalgia, sería, como su título indica, más bien un retorno
nostálgico. El existencialismo pesimista, propio de los escritores franceses de
la década de 1960, como Jean Paul Sastre
impregna las páginas de El grito
silencioso, y será en Cartas a los
años de nostalgia donde Oé nos hable de su descubrimiento de los libros de
Sartre.
Quizás las páginas
que más me han gustado del libro son aquellas en las que se evoca el paso de Oé
por el instituto, y las relaciones que establece allí con otros estudiantes o
profesores, en el entorno de violencia que propició el fin de la guerra.
La casa en la que
vive Gii en Cartas a los años de
nostalgia es una de las casonas más antiguas de la región, una casona
perteneciente a una familia de potentados. Ésta es la casona que en El grito silencioso pertenece a la
familia de los protagonistas, los hermanos Mitsu y Takashi. Algunos de los
rasgos de la personalidad de Takashi, el hermano pequeño del narrador de El grito silencioso, pertenecen a Gii en
Cartas a los años de nostalgia.
Incluso algunos de los sucesos trágicos y ominosos que van a suceder en la vida
de Gii le sucederán a Takashi.
De hecho, en Cartas a los años de nostalgia hay algún
momento en el que el narrador Oé reflexiona sobre su vida y su obra, y él mismo
explica qué elementos ha cogido de la realidad, que supuestamente es «real» y
de la que habla en Cartas a los años de
nostalgia, para componer El grito
silencioso. En los dos libros se hablará también de las protestas contra el
Tratado de colaboración con Estados Unidos, que fueron bastante multitudinarias
y violentas a principios de la década de 1960.
También he reconocido otras
escenas del libro que se evocan en otros libros, como cuando se narran los días
del fin de la guerra, cuando Oé tenía diez años, en 1945, momentos que narra en
su primera novela, La presa.
En la narrativa de Kenzaburo Oé
es habitual que esté presente el alcohol, y en Cartas a los años de nostalgia, Oé nos cuenta que necesita
emborracharse cada noche para vencer su insomnio. Una dependencia contra la que
tratará de luchar hacia el final de este libro.
Me ha encantado volver a leer Cartas
a los años de nostalgia, me ha resultado un grato reencuentro con aquel
escritor que tanto me gustaba en la segunda mitad de la década de 1990. Y
también ha sido una gran idea hacer caso del consejo de Gonzalo Torné y leer
seguidos El grito silencioso y Cartas a los años de nostalgia, porque
son dos obras íntimamente emparentadas y que aportan muchas claves sobre la
obra de Kenzaburo Oé, uno de los más grandes escritores vivos.
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