miércoles, 23 de diciembre de 2020

Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" por Antonio Tocornal

 El escritor Antonio Tocornal leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió esto sobre ella:

 



 

«Casi 350 páginas bien hinchadas leídas en tres días ya dice mucho a favor de este libro. La maquetación en formado grande, con márgenes estrechos y la letra mediana han metido en 343 páginas lo que calculo que podría haber ocupado cerca de 500 en una edición más holgada, así que más a su favor.

No había leído nada de este autor, que ha tenido la mala fortuna de sacar esta novela en tiempos de coronavirus, pero el boca a oreja hace su trabajo y un par de comentarios elogiosos provenientes de lectores de los que me fío me indujeron a comprar el libro, que estuvo en «la torre de lecturas pendientes» apenas tres o cuatro semanas.

Caminaré entre las ratas es un retrato hiperrealista de una generación que no tuvo suerte: los españoles nacidos en los setenta (una década después de la mía). Es una generación que fue engañada; les dijeron que estudiando conseguirían un buen trabajo, y vimos salir de las facultades a un ejército de licenciados que, cuando no emigraban, vivieron en casa de sus padres hasta los cuarenta años porque con sus títulos, sus másteres y sus idiomas, ganaban lo mismo que un dependiente de una hamburguesería. Los mismos que no pudieron, a diferencia de los más viejos y de los más jóvenes que ellos, disfrutar del sexo sin demasiadas restricciones a los veinte años, porque el miedo al SIDA ya se había generalizado.

Es una terrible sinécdoque, porque como digo, se dibuja a una generación entera pero se hace perfilando hasta el más mínimo detalle a uno solo de sus miembros. En el libro se narra en primera persona el día a día de Domingo, un espécimen, a punto de cumplir cuarenta años, de esa generación en el Madrid del 2013,  tomado por una economía liberal, por la crisis del ladrillo que desemboca en el infratrabajo y en el rechazo al inmigrante, por el nacimiento de una extrema derecha organizada, y por una plaga de ratas gigantes que deambulan por la ciudad sin que nadie le dé demasiada importancia, como metáfora de las dificultades y de las amenazas que asaltan al narrador-protagonista tras cada esquina, tras cada gesto, pero que son asumidas por una desidia generalizada de la población y las autoridades que las ignoran. Parece que no hay horizonte, y el fantasma del amigo que se quitó la vida lo persigue como mostrándole el camino.

El refugio del sexo en internet no es más que una trampa que acaba por hundirlo en la depresión. Las inquietudes artísticas del narrador —intenta ser escritor— no es más que otro foco de frustraciones, porque a pesar de su pasión por la alta literatura, se da cuenta de que su obsesión de ser publicado con dignidad nunca podrá ser satisfecha, ya que se esté en el escalón que se esté, siempre parece insuficiente; siempre se mira con envidia al escritor arribista o que sabe manejar mejor sus contactos y que ya está, sin merecerlo, en el escalón superior, como el galgo más veloz de las carreras, que ve que por mucho que corra nunca atrapará a la liebre mecánica.

Domingo le confiesa al lector lo que no se atreve a confesar a sus padres, a sus mejores amigos, a su psicólogo, así que el lector se convierte en testigo confidente de unos fantasmas interiores en los que es muy fácil reconocerse porque todos tenemos los mismos demonios vergonzosos y todos hemos cultivado, en mayor o menor medida, los mismos fracasos.

Un perfil de narrador tan semejante al del propio escritor (misma edad, trayectoria profesional, aficiones, ciudad) nos da una pista bastante fiable de por qué la autoficción propuesta tiene tanta credibilidad, pero no debemos hacernos nunca la pregunta de cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta historia (ni en ninguna). No sería elegante y ¿acaso importa?

Sin embargo, esa invitación al lector a participar en la intimidad, ese paso de ser simple espectador a devenir voyeur es, desde mi punto de vista, el secreto del éxito de esta extensa novela: uno quiere saber, y por esa razón, sin importar en qué página se deje la lectura, ya está sembrada la curiosidad de qué irá a pasar en la siguiente.»

Gracias, Antonio

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