El escritor Antonio Tocornal leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió esto sobre ella:
«Casi 350
páginas bien hinchadas leídas en tres días ya dice mucho a favor de este libro.
La maquetación en formado grande, con márgenes estrechos y la letra mediana han
metido en 343 páginas lo que calculo que podría haber ocupado cerca de 500 en
una edición más holgada, así que más a su favor.
No había leído nada de este autor, que ha
tenido la mala fortuna de sacar esta novela en tiempos de coronavirus, pero el
boca a oreja hace su trabajo y un par de comentarios elogiosos provenientes de
lectores de los que me fío me indujeron a comprar el libro, que estuvo en «la
torre de lecturas pendientes» apenas tres o cuatro semanas.
Caminaré entre las ratas es un retrato hiperrealista de una generación que
no tuvo suerte: los españoles nacidos en los setenta (una década después de la
mía). Es una generación que fue engañada; les dijeron que estudiando
conseguirían un buen trabajo, y vimos salir de las facultades a un ejército de
licenciados que, cuando no emigraban, vivieron en casa de sus padres hasta los
cuarenta años porque con sus títulos, sus másteres y sus idiomas, ganaban lo
mismo que un dependiente de una hamburguesería. Los mismos que no pudieron, a
diferencia de los más viejos y de los más jóvenes que ellos, disfrutar del sexo
sin demasiadas restricciones a los veinte años, porque el miedo al SIDA ya se
había generalizado.
Es una terrible sinécdoque, porque como digo,
se dibuja a una generación entera pero se hace perfilando hasta el más mínimo
detalle a uno solo de sus miembros. En el libro se narra en primera persona el
día a día de Domingo, un espécimen, a punto de cumplir cuarenta años, de esa
generación en el Madrid del 2013, tomado por una economía liberal, por la
crisis del ladrillo que desemboca en el infratrabajo y en el rechazo al
inmigrante, por el nacimiento de una extrema derecha organizada, y por una
plaga de ratas gigantes que deambulan por la ciudad sin que nadie le dé
demasiada importancia, como metáfora de las dificultades y de las amenazas que
asaltan al narrador-protagonista tras cada esquina, tras cada gesto, pero que
son asumidas por una desidia generalizada de la población y las autoridades que
las ignoran. Parece que no hay horizonte, y el fantasma del amigo que se quitó
la vida lo persigue como mostrándole el camino.
El refugio del sexo en internet no es más que
una trampa que acaba por hundirlo en la depresión. Las inquietudes artísticas
del narrador —intenta ser escritor— no es más que otro foco de frustraciones,
porque a pesar de su pasión por la alta literatura, se da cuenta de que su
obsesión de ser publicado con dignidad nunca podrá ser satisfecha, ya que se
esté en el escalón que se esté, siempre parece insuficiente; siempre se mira
con envidia al escritor arribista o que sabe manejar mejor sus contactos y que
ya está, sin merecerlo, en el escalón superior, como el galgo más veloz de las
carreras, que ve que por mucho que corra nunca atrapará a la liebre mecánica.
Domingo le confiesa al lector lo que no se
atreve a confesar a sus padres, a sus mejores amigos, a su psicólogo, así que
el lector se convierte en testigo confidente de unos fantasmas interiores en
los que es muy fácil reconocerse porque todos tenemos los mismos demonios
vergonzosos y todos hemos cultivado, en mayor o menor medida, los mismos
fracasos.
Un perfil de narrador tan semejante al del
propio escritor (misma edad, trayectoria profesional, aficiones, ciudad) nos da
una pista bastante fiable de por qué la autoficción propuesta tiene tanta
credibilidad, pero no debemos hacernos nunca la pregunta de cuánto hay de
verdad y cuánto de ficción en esta historia (ni en ninguna). No sería elegante
y ¿acaso importa?
Sin embargo, esa invitación al lector a
participar en la intimidad, ese paso de ser simple espectador a devenir voyeur es,
desde mi punto de vista, el secreto del éxito de esta extensa novela: uno
quiere saber, y por esa razón, sin importar en qué página se deje la lectura,
ya está sembrada la curiosidad de qué irá a pasar en la siguiente.»
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