El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas
Editorial Cátedra. 319 páginas. 1ª edición de 1968; ésta es de 2018.
Edición de Enrico Mario Santí
De Reinaldo Arenas (Aguas Claras, Cuba, 1943-Nueva York, 1990) había
leído hasta ahora dos libros: Antes que anochezca (1992) y Celestino
antes del alba (1967). Antes que
anochezca es un libro de memorias, que principalmente quiere denunciar la
persecución que sufrió Arenas en Cuba por ser un escritor libre y por ser
homosexual. Este libro póstumo (cuando acabó de escribirlo se suicidó), que leí
ya hace unos veinte años, me encantó. Después me acerqué con gran disposición a
Celestino antes que el alba, su
primera novela, y sufrí una decepción. La apuesta de la novela a favor de la
alucinación no realista me pareció excesiva. Esta segunda lectura me quitó las
ganas de acercarme a una serie de novelas enlazadas que empiezan con El
palacio de las blanquísimas mofetas. Sin embargo, recuerdo que mi amigo
el escritor Federico Guzmán me decía
que para volver con Reinaldo Arenas debía leer la que fue su segunda novela, El
mundo alucinante.
En los Reyes de 2020 me regalé a mí
mismo este libro. Me he acercado a él después de leer Testimonios de la orgía del
también cubano Abilio Estévez, donde
hablaba de él.
La historia de la publicación de la
novela no deja de ser accidentada: Arenas la escribió en 1965, y en 1966 ganó
con ella una Mención en el concurso «Cirilo Villaverde» de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, que fue ese año declarado desierto. Aunque
Arenas prometió revisar el texto para tal vez ganar y ser publicado, la novela
no se pudo publicar y, de forma clandestina salió del país y se publicó, por
primera vez, traducido al francés en 1968. Hasta 1969 no se publicó en español
en México. En Cuba sigue sin haberse publicado.
Esta distorsión en las fechas ha
dado lugar a más de un equívoco: en el prólogo que escribió para la edición
venezolana de 1980, Reinaldo Arenas se queja de que la crítica ha afirmado que El mundo alucinante ha sido influido por
obras del realismo mágico latinoamericano que se escribieron y publicaron
después de la suya, como Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez.
La novela es una parodia fantástica
de las Memorias de Fray Servando
Teresa de Mier, un héroe bastante olvidado de la independencia mexicana. En el
prólogo, Arenas cuentas que descubrió a Fray Servando en un libro de historia y
que no pudo dejar de buscar toda la escasa información que había sobre él.
El comienzo de El mundo alucinante me ha recordado al de Celestino antes del alba, ya que nos acerca a la infancia de Fray
Servando en un entorno rural y violento. Igual que ocurría en Celestino antes del alba, en El mundo alucinante, los familiares de
Celestino o Servando quedan retratados por la fiereza con la que se relacionan
con los animales o con el niño protagonista. «Ella movió un dedo sobre el que
tenía una vela y me la apagó sobre un ojo» (pág. 94); «Te escapas por la
cerradura. Te cortas las manos y las siembras» (pág. 96). Esta recreación
alucinada de la infancia me ha recordado al libro Madurar hacia la infancia
del ucraniano Bruno Schulz, donde la
descripción metafórica del mundo que hacía el niño se convertía en real en sus
ojos. Por ejemplo, el padre de Bruno Schulz
no se movía por las paredes de su tienda de telas como una araña, sino que se
transformaba en “una araña”; pues así es como ve Fray Servando la violencia de
sus familiares sobre él: su madre le vierte cera de una vela en los ojos o le
corta las manos de un modo metafórico-alucinado-real.
Servando deja Monterrey para
ascender (literalmente lo hace sobre una montaña de botellas) hasta la Ciudad
de México, donde entrará en un seminario. Diría que en las escenas del
seminario, Arenas hace un homenaje a La vida del Buscón de Francisco de Quevedo, puesto que esta
parte está narrada en clave picaresca y recuerdo –de la edición de Cátedra en
la que leí El Buscón– que ante una
inocentada en la que los estudiantes arrojaban nabos a Pablos, Quevedo dice que
aquello era una «batalla nabal», con ese error ortográfico tan oportuno. En el
seminario los estudiantes arrojan a Servando velas encendidas y a esto Arenas
lo llama «batallas capillales».
El joven Servando, ya ordenado
sacerdote, se ha convertido en el mejor predicador de México. Por ello le será
encomendado dar un discurso sobre la Virgen de Guadalupe en la Navidad de 1794.
Las palabras que elige para hacerlo le perseguirán toda la vida. Ante todas las
autoridades del virreinato, Servando va a afirmar que la aparición de la Virgen
en América es anterior a la llegada al continente de los españoles, y por tanto
de ningún modo se justifica su presencia allí. Empezará entonces una
persecución a Fray Servando que va a durar toda su vida y que se desarrollará
por dos continentes, América y Europa.
Arenas dice en el prólogo de su
novela que Fray Servando es él mismo. En clave fantástica, alucinada y
paródica, Arenas está hablando de sí mismo a través de Fray Servando. Como él,
Arenas proviene de un mundo rural de violencia y, como joven, llega a la
capital de su país para formarse (en un caso México y en el otro Cuba) y ante
su palabra escrita, en la que los dos expresan su pensamiento con libertad, van
a sufrir censura y persecuciones por parte del poder. Fray Servando acabará
pasando por múltiples cárceles. Las miserias que pasa en ellas serán
minuciosamente descritas. También acabará en El Morro, la cárcel habanera en la
que estuvo Arenas.
«He sido desterrado de mi patria y
vilipendiado, solamente porque quise que la verdad ocupase su lugar sobre todas
las sartas de ruindades entre las cuales he tenido que deslizarme» (pág. 181).
En la novela se critica con saña a
la Inquisición; de forma exagerada en muchas de las calles de las ciudades de
la novela se queman a supuestos herejes. Arenas escribe en contra de cualquier
sociedad que reprima la libertad de pensamiento del individuo, y en este
aspecto es donde choca con el régimen cubano. Recordemos que El mundo alucinante todavía no se ha
publicado en Cuba, cuando han pasado ya más de cincuenta años de su aparición.
Hay partes de El mundo alucinante que están escritas en primera persona, en
segunda y en tercera. Aunque las tres tienden a la exageración y la fantasía,
diría que la primera persona, cuando toma la palabra directamente Fray Servando,
es en la que estos elementos compositivos de la exageración y la fantasía se
llevan más al extremo. En más de una ocasión, las tres voces narrativas narran
la misma historia con enfoques diferentes. En el prólogo Arenas dice que los
mecanismos de la Historia le parecen insuficientes para acercarse al pasado. De
hecho, en más de un capítulo de El mundo
alucinante he pensado en el prólogo de Cien
años de soledad, que acompañaba a la edición conmemorativa de la RAE y
Alfaguara. En él se decía que García Márquez describía la realidad americana
con el tono fantástico con que la describieron en sus bitácoras los primeros
navegantes europeos que llegaron al Nuevo Mundo. Y esto es lo que hace en gran
medida Arenas, unos años antes que García Márquez (conviene recordarlo).
La novela es tremendamente
posmoderna. Además de todos sus elementos fantásticos, aparecen en su trama
personajes literarios, como el Orlando de Virginia Woolf, que será la persona
encargada de presentar a Fray Servando a la nobleza inglesa. También Fray Servando
será capaz de huir encarnado en otra persona. No disfrazado de otra persona,
sino siendo «otra persona». Este tipo de detalles, unido a la inverosimilitud
de las relaciones de causa-efecto establecidas en las escenas, me ha hecho
pensar que El mundo alucinante ha ejercido
una gran influencia en la obra de César
Aira.
Me ha parecido divertida la
descripción que Arenas-Servando hace de la ciudad de Madrid. Una crítica
realmente severa, en la que parecía Thomas
Bernhard hablando de Viena. «En general se dice que los hijos de Madrid son
cabezones, chiquitos, farfullones, culoncitos, fundadores de rosario y
herederos de presidios, y eso también es verdad, pues no existe sobre la tierra
pueblo más corrompido y sucio» (pág. 162).
Se explica en el prólogo que el
título, El mundo alucinante,
posiblemente sea una parodia de la novela El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Ya conocía la
animadversión de Arenas hacia Carpentier por mi lectura de Antes que anochezca. Para Arenas, Carpentier es un escritor servil
y complaciente con el poder. Gracias al prólogo de Enrico Mario Santí sé que
Carpentier estuvo, por dos veces, en el jurado que impidió que Celestino antes del alba y El mundo alucinante ganaran los premios
de la Asociación de Escritores de Cuba. El tramo final de El mundo alucinante se vuelve especialmente barroco al parodiar el
estilo de Carpentier y en él se critica a un poeta que no para de hacer loas al
nuevo poder del México independiente, que pronto se mostrará tan injusto como
el anterior, en una clara alusión, de nuevo, a la situación cubana.
El mundo
alucinante me ha gustado más que Celestino
antes del alba, me ha parecido un libro más maduro. Las páginas de esta
novela contienen imágenes fantásticas muy poderosas, como esas en las que Fray
Servando está encadenado de tal modo que las cadenas forman una inmensa bola de
acero a su alrededor, lo que hará que se derrumbe la prisión en la que está
encerrado y aparezca rodando en la batalla de Trafalgar. Sin embargo, también
he de decir que algunas de las relaciones causa-efecto ilógicas del libro me
expulsaban a veces de él. Decía Borges
que las narraciones fantásticas funcionan cuando el lector percibe que están
construidas con unas reglas, con una lógica interna férrea; y la ausencia de
reglas constructivas de El mundo
alucinante me ha superado en más de una ocasión. Sobre todo me ha ocurrido
con la parte final, en la que la crítica a los poetas institucionales –dardo
envenenado y personal a Alejo Carpentier– no parecía que acabara de seguir la
lógica de la novela.
Admiro de Reinaldo Arenas su libertad y la contundencia de su prosa, pero sigo pensando que sus memorias, Antes que anochezca, es el libro que más me gusta de él y al que quiero volver. En cualquier caso, este próximo diciembre de 2020 se cumple el 30 aniversario de la muerte de Reinaldo Arenas y es un escritor cuyo deseo de libertad siempre debemos recordar.
Muchas gracias por tu reseña.
ResponderEliminarLa leí en los 1992 en una edición de Montesinos (era la segunda edición en España, ya primera la hizo esa misma editorial diez años antes a partir de la que publicó Monte Ávila). Decía Octavio Paz que la misión del crítico es darle al lector ojos nuevos para que lea o relea la obra. A mí me gustó mucho la novela, sobre todo por que se trata de un personaje local. Aquí ene Monterrey se le le recuerda en muchos lados: una de las calles principales lleva su nombre y varios edificios públicos lo ostentan en la fachada, así volveré a una segunda lectura.
Hola, Javier:
EliminarA mí, después de lo que me gustó Antes que anochezca, el resto de los libros que he leído de Arenas no acaban de entusiasmarme. Cuando empieza a ser demasiado surrealista acabo perdiendo el interés.
Saludos