La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro
Editorial Seix Barral. 678 páginas. 1ª edición de 1992-1995; esta de
2019.
Prólogo de Enrique Vila-Matas
Seix Barral me mandó La
palabra del mudo, La tentación del fracaso y Prosas
apátridas de Julio Ramón Ribeyro
(Lima 1929-1994) a principios del verano de 2019. Después de leer entre agosto
y septiembre La palabra del mudo, empecé
dos libros más cortos y regresé a Ribeyro y a su diario La tentación del fracaso. Tras terminarlo he de decir que me alegro
de haber leído estos libros casi seguidos, porque La tentación del fracaso es un magnífico complemento a la lectura
de los cuentos de La palabra del mudo.
La tentación
del fracaso comienza con la sección titulada Primer diario limeño (1950-1952),
anotaciones de un jovencísimo Ribeyro a los veintiún años. La primera anotación
del diario es significativa y marca en gran parte el tono de las entradas
correspondientes a los siguientes años: «Se ha reabierto el año universitario y
nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera» (pág.
5). Ribeyro trabajó brevemente en un bufete de abogados, siendo aún estudiante,
y nunca llegaría a tomarse la abogacía tan en serio como para ganarse la vida
gracias a ella. «Para la actividad y las cosas prácticas soy hombre perdido»
(pág. 7).
En estas primeras páginas, el lector
atento se percatará de que algunas alusiones a anotaciones supuestamente
contenidas en el propio diario no podrá leerlas. Más adelante, en años
venideros, leerá sobre el proceso de depuración que Ribeyro lleva a cabo en sus
propios escritos primerizos, de los que acabará quitando muchas páginas que
considera irrelevantes.
Al principio, los bloques que
dividen el diario tienen que ver con lugares en los que el autor va viviendo.
Ribeyro es un hombre que, desde muy joven, se ha visto tentado por la idea de
viajar, o al menos de salir de Lima y establecerse en alguna ciudad extranjera,
siendo París la predilecta. Cuando acabe estableciendo su residencia en esta
última ciudad, las partes del diario dejarán de aludir a lugares (Lima, París,
Madrid, Múnich, Berlín…) para organizarse por años (periodo de 1960-1978).
Desde las primeras páginas de La tentación del fracaso, Ribeyro
empieza a cultivar su gusto por el aforismo. Todavía no lo he leído, pero sé
que hay confluencias entre este libro y sus Prosas
apátridas. Así, por ejemplo, en la página 34 del diario podemos leer: «La
felicidad consiste en la pérdida de la conciencia. Los estados de éxtasis que
producen el amor, la religión, el arte, al desligarnos de nuestra propia
conciencia reflexiva, nos aproximan a la felicidad absoluta. La conciencia:
horrible enfermedad que le ha sobrevenido al género humano. ¿La suprema
felicidad la constituye la muerte? Conclusión ilógica. El hombre necesita de la
conciencia para darse cuenta de que ha carecido de ella, vale decir para
comprender que ha sido feliz. Necesitamos tener conciencia de nuestra felicidad
para que esta tenga alguna significación. Pero apenas nos percatamos de nuestra
felicidad esta desaparece, pues el solo pensar en ella es como un conjuro que
desvanece su presencia. La contradicción es irresoluble. Conciencia y felicidad
se excluyen y sin embargo no pueden comprenderse la una sin la otra».
Desde el comienzo, Ribeyro deja
constatada la lucha por levantar una obra literaria que considere digna. «Me
causa sorpresa enterarme por recortes que me envían de Lima que la crítica de
casa me considera como el mejor cuentista joven del Perú» (pág. 40). A pesar de
alguna anotación positiva y halagüeña como esta, Ribeyro es un autor exigente y
crítico con su propia obra. Así, no muchas páginas después, nos encontramos con
esta apreciación: «Cada vez tengo más dudas acerca del éxito que pueda tener en
Lima mi volumen de cuentos. Creo que hay tres o cuatro que están verdaderamente
logrados. Los demás me inspiran desconfianza» (pág. 47). Está hablando de la
publicación de Los gallinazos sin plumas.
Cuando deja Lima y empieza a vivir
en diversas ciudades europeas, el diario de Ribeyro deja constancia de su vida,
encuentros, desencuentros, salidas, trabajos eventuales para ganar dinero,
trabajos literarios, amores… El 23 de abril de 1955 anota: «Debo confesar una
vez más que soy incorregible. En cuatro días he gastado íntegramente el dinero
que recibí de Lima, ese dinero que he esperado durante tantos meses y cuya
sabia administración me había tantas veces jurado. Ropa, mujeres y libros… La
única constante que advierto en mi naturaleza es una fría pasión por el
desorden» (pág. 60). La incapacidad para ahorrar y administrar el dinero será
uno de los principales problemas de Ribeyro, que, en gran medida, vive todo
esto como si se tratase de una aventura: tener que pedir dinero a casa, a
amigos, vivir de fiado… mostrándose en general optimista (a la vez que desesperado)
con este tema: de algún modo la providencia vendrá a rescatarlo.
Aunque Ribeyro parece tener muchos
amigos, se considera alguien incapacitado para la vida social. Además, sospecha
desde el principio que no tiene dotes para escribir novelas, que sus impulsos
literarios solo se adaptan al género del cuento. Esto es algo que le angustiará
de forma periódica, porque siente que los grandes escritores de su generación
han creado alguna obra maestra de la novela (Mario Vargas Llosa con La casa Verde, Gabriel García Márquez con Cien años de soledad, Augusto Roa Bastos con Yo,
el supremo o José Donoso con
El
obsceno pájaro de la noche) y que él solo puede escribir cuentos, que
es un género con pocos lectores y cada vez más irrelevantes. Como muchos
grandes escritores (Cervantes con el
teatro o la poesía, o Philip K. Dick
con las novelas realistas), Ribeyro vivirá con la angustia de no sentirse un gran
creador porque no se considera bueno en un género que le crea demasiadas
dificultades (la novela) y sin saber valorar aquello para lo que tiene más
facilidad. La palabra del mudo es uno
de los libros de cuentos más notables del español, y es posible que la gran
novela que Ribeyro buscase sin éxito fuesen las páginas de La tentación del fracaso. Ribeyro publicó tres novelas (Crónica
de San Gabriel, Los geniecillos dominicales y Cambio
de guardia), pero no se sentía satisfecho con ellas.
«Mis 29 años cumplidos sin ninguna
gloria, rico en virtudes, pero con las manos vacías, sin biblioteca, sin hijos,
sin profesión, sin diplomas, sin títulos, sin porvenir…», leemos en una
anotación del 7 de septiembre de 1958. No conseguir ganarse la vida será una de
las obsesiones del diario: al principio, cuando vive en Europa a salto de mata,
y también más tarde, cuando se instale en París, se case, tenga un hijo y
consiga un trabajo (sin demasiadas complicaciones) para la Unesco.
«Cuando era más joven me decía:
“Antes de cumplir los 30 años debo hacer algo importante.” Mañana los cumplo y
no he realizado nada que valga la pena» (pág. 203).
En las páginas del diario relativas
a su juventud se suceden los amores y las conquistas. Sin embargo, en algún
momento notaremos que ha dejado de salir y trasnochar tanto como antes. Ribeyro
se ha casado, pero no existe la constatación previa de haber conocido a su
mujer o de la boda en sí misma. No sé si no escribió sobre ello o si lo eliminó
de la versión publicada.
«Creo que mi diario, de aquí a
algunos años, será probablemente la más importante de mis obras» (pág. 210).
En 1961 empieza –en París– a
trabajar en el equipo de redacción de France-Presse, donde coincide con Mario
Vargas Llosa, que (junto a Alfredo Bryce Echenique) pasará a formar parte de su
círculo de amigos. Ribeyro y Bryce pensarán que la estrella es Vargas Llosa y
no ellos, pero esa idea no parece incomodarles en ningún momento.
En la página 231 leemos: «¿Por qué
esta maldita costumbre de beber mientras escribo? Ayer, que me levanté
temprano, me senté a la máquina con una botella de coñac por delante: a
mediodía estaba completamente borracho. Es verdad que culminé el primer
capítulo (de “Los geniecillos dominicales”) en forma brillante: vomitando como
Ludo. ¡Y por la tarde tener que ir a trabajar! La bebida me es necesaria
durante el acto, no solo porque aumenta mi inventiva gramatical, sino porque
suprime la fatiga, o mejor dicho, la va guardando para más tarde. Además no
creo que beber sea una rareza entre los escritores. Creo que es la ley, por el
contrario (Flaubert, Faulkner, Hemingway, Steinbeck, Beckett, etc.)». Ribeyro
también es un fumador compulsivo y no parece alimentarse muy bien.
En 1973, a la edad de cuarenta y
cuatro años, será ingresado en un hospital y sufrirá más de una intervención
grave en los siguientes meses. No sabrá (o no querrá saber) hasta más tarde que
la enfermedad que ha sufrido ha sido cáncer de esófago. Este hecho marcará su
vida y los restantes años que quedan por constatar en este diario (1973-1978).
Empezarán para él los problemas para dormir y para comer (llegará a pesar solo
46 kilos), un dolor casi constante le acompañará en los siguientes años, y el
agotamiento físico le obligará a hacer más vida en casa. Gran parte de este
proceso quedó registrado en su magistral cuento Solo para fumadores.
Uno de los mayores placeres de
acercase a La tentación del fracaso,
teniendo aún fresco La palabra del mudo,
es que Ribeyro nos habla del proceso creativo de algunos de sus cuentos. Así,
por ejemplo, sabremos que Silvio en el Rosedal le parecía su
cuento más logrado y el que más le representaba. En otros casos, en vez de
hablarnos directamente de la creación de un cuento en particular, Ribeyro
constata una experiencia vital que el lector sabe que en el futuro se convertirá
en cuento. En el diario se menciona, por ejemplo, un desencuentro con un casero
alemán amante de los pájaros, que será el germen del gran cuento Los
cautivos.
En el prólogo, Enrique Vila-Matas opina que La
tentación del fracaso es uno de los grandes diarios del siglo XX. Como ya
he apuntado, resulta llamativo que Julio Ramón Ribeyro, uno de los grandes
escritores en lengua española del siglo XX, pensase que vivía a la sombra
artística de otros grandes escritores (Vargas Llosa, García Márquez, Roa
Bastos) por no tener una incontestable obra larga, cuando en realidad tenía
dos: La palabra del mudo y La tentación del fracaso.
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