AHORA SÍ, MI LISTA DE LAS 10 MEJORES LECTURAS DE ESTE AÑO TAN LOCO.
miércoles, 30 de diciembre de 2020
MIS 10 MEJORES LECTURAS DEL AÑO
domingo, 27 de diciembre de 2020
Colibrí con hielo, por Manuel Moya
Colibrí con hielo, de Manuel Moya
Editorial Maclein y Parker. 322 páginas. 1ª edición de 2019.
He coincidido, como autor, con Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva,
1960) en la editorial canaria Baile del Sol y también somos amigos de Facebook,
donde alguna vez hemos intercambiado algún comentario. Yo sabía que Moya es
poeta y que además ha traducido al español al poeta portugués Fernando Pessoa. Cuando la atractiva
editorial sevillana Maclein y Parker
publicó en 2019 su novela Colibrí con hielo me apeteció
leerla. Me llegó a casa hace ya unos meses y, por esas circunstancias extrañas
que siguen a veces conmigo los libros, me he acercado a ella más o menos un año
después de recibirla.
El narrador de Colibrí con hielo es Gerald Osborn, un inglés de Coventry, de
treinta y tantos años, que lleva siete viviendo en París. Llegó a la ciudad
siguiendo los pasos de muchos de los escritores que admira como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald, ya que Gerald es, o más bien ha querido
ser, un escritor. En el tiempo de la narración trabaja, en realidad, como negro
literario de un escritor que fue famoso unas cuantas décadas atrás y que ya se
encuentra agotado, pero del que sus editores quieren seguir extrayendo réditos.
Así, casa día pasará unas horas en su casa terminando la que posiblemente va a
ser la última novela de la carrera del escritor de exitoso pasado. «Había
fracasado en mi carrera de escritor y había caído en lo más oscuro de las
tinieblas.», nos dirá Gerald en la página 155.
La novela empieza con Gerald
abandonado por Branche, una mulata caribeña de Curaçao, y pasará a contarnos la
historia de este amor. Así sabremos que al principio Gerald estaba con Carlota,
quien también le abandona, y luego pasará a conoce a Branche, que viajó desde
las Antillas hasta París porque deseaba ser actriz y se guiaba por los
recuerdos y los sueños de su madre.
Parte de la tensión dramática del
libro se producirá porque en la casa del viejo escritor, donde Gerald ha de ir
a trabajar, viven Michel y Roger, que son dos jóvenes semidelincuentes, que el
viejo acogió en su casa; dos jóvenes a los que el viejo escritor conoció en los
entornos de jóvenes que trabajaban de chaperos. Ellos serán los que propongan a
Gerald empezar a robar las primeras ediciones de libros dedicados para
venderlos en el mercado de coleccionismo. Gerald empezará a necesitar dinero
porque para tratar de curar la nostalgia que siente Branche por su isla, se
están empezando a gastar mucho dinero en comprar objetos provenientes de allí,
que les permitan reconstruir en un piso de sesenta metros cuadrados de París la
isla de Curaçao. En esta idea de la isla en un piso se rompe en gran parte el
sentido de la narración realista del libro, y si bien en otras páginas Moya ha
estado homenajeando a escritores como Hemingway o Fitzgerald, ahora más bien se
homenajea la libertad creativa de Julio Cortázar
o el humor triste e irónico de Alfredo
Bryce Echenique.
Hasta cierto punto, me estaba
pareciendo que Colibrí con hielo
podía leerse como un simpático pastiche de las novelas de escritores en París
que todos hemos leído en nuestra juventud, pero diría que estas páginas, en las
que la novela se adentra en el realismo mágico o en el surrealismo, consiguen
elevarla.
Manuel Moya ha destacado como poeta,
y alguno de sus poemarios, como La posesión del humo (1997, firmado
por su heterónimo Violeta C. Rangel)
ha sido traducido a varios idiomas. Se nota que Moya es poeta en la cuidada y
sonora prosa de Colibrí con hielo,
novela en la que abundan las sorprendentes metáforas y comparaciones, que en
muchos casos tienen que ver con la naturaleza y, más concretamente, con el
mundo animal (varias veces se hacen, por ejemplo, juegos literarios con la
imagen de los ñus en estampida).
Al principio me estaba preguntando
por la época en la que Manuel Moya estaba situando su historia. Al final he
venido a concluir que tenía que ser sobre el año 2000, puesto que en el París
de la novela aún se paga con francos (el euro entraría en vigor en 2002), pero
ya existen los móviles, Michel
Houllebecq es un escritor reconocido y Lance Armstrong ya había ganado
algún Tour de Francia. En una anotación final, Moya nos indicará que escribió
la novela entre 2006 y 2018.
También me interrogaba acerca de la
idea de que Moya haya elegido como protagonista de su historia a un inglés,
cuyas palabras el lector recibe en un español más que correcto, que además
juega a mezclar registros ligüísticos, y en más de un caso es realmente un
español muy castizo. Ya he dicho que la prosa de Moya contiene una carga
metafórica importante, pero también es importante señalar que Gerald usa muchos
giros propios de un lenguaje oral bastante coloquial. Me pareció raro que un
inglés, que vive en París, use en su discurso términos como «vivales», «pija» o
«capullo». Sobre este tema Moya le tiene preparada al lector una curiosa
sorpresa, que nos adentra en otro juego literario: en la página 299, y por
tanto ya en el tramo final de la novela, leeremos la siguiente anotación a pie
de página: «Nota del traductor: Invito al lector curioso a la lectura del
último capítulo de La mano en el Fuego,
Ed. Calima, 2006.» Es decir, un supuesto traductor de la novela, anima al
lector a acercarse a otro de los libros de Manuel Moya. De este modo, se está
suponiendo que es el traductor de un texto inglés quien recrea este lenguaje
castizo en español para el lector de una novela que, originalmente, fue escrita
en inglés.
Las alusiones y guiños literarios
son constantes en la novela, unas alusiones y guiños hacia las lecturas
literarias de París que continuamente buscan la complicidad del lector.
Como he comentado al principio, Colibrí con hielo va creciendo a medida
que el lector se adentra en su lectura y acaba siendo una entretenida novela de
relaciones amorosas y picarescas, con el trasfondo del París literario de
fondo. El espíritu romántico de Hemingway o Fitzgerald, o el más juguetón e
irreal de Cortázar y Bryce Echenique sobrevuelan estas páginas. Una buena
novela, que quedó en 2020 finalista del XXVI Premio Andalucía de la Crítica.
miércoles, 23 de diciembre de 2020
Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" por Antonio Tocornal
El escritor Antonio Tocornal leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió esto sobre ella:
«Casi 350
páginas bien hinchadas leídas en tres días ya dice mucho a favor de este libro.
La maquetación en formado grande, con márgenes estrechos y la letra mediana han
metido en 343 páginas lo que calculo que podría haber ocupado cerca de 500 en
una edición más holgada, así que más a su favor.
No había leído nada de este autor, que ha
tenido la mala fortuna de sacar esta novela en tiempos de coronavirus, pero el
boca a oreja hace su trabajo y un par de comentarios elogiosos provenientes de
lectores de los que me fío me indujeron a comprar el libro, que estuvo en «la
torre de lecturas pendientes» apenas tres o cuatro semanas.
Caminaré entre las ratas es un retrato hiperrealista de una generación que
no tuvo suerte: los españoles nacidos en los setenta (una década después de la
mía). Es una generación que fue engañada; les dijeron que estudiando
conseguirían un buen trabajo, y vimos salir de las facultades a un ejército de
licenciados que, cuando no emigraban, vivieron en casa de sus padres hasta los
cuarenta años porque con sus títulos, sus másteres y sus idiomas, ganaban lo
mismo que un dependiente de una hamburguesería. Los mismos que no pudieron, a
diferencia de los más viejos y de los más jóvenes que ellos, disfrutar del sexo
sin demasiadas restricciones a los veinte años, porque el miedo al SIDA ya se
había generalizado.
Es una terrible sinécdoque, porque como digo,
se dibuja a una generación entera pero se hace perfilando hasta el más mínimo
detalle a uno solo de sus miembros. En el libro se narra en primera persona el
día a día de Domingo, un espécimen, a punto de cumplir cuarenta años, de esa
generación en el Madrid del 2013, tomado por una economía liberal, por la
crisis del ladrillo que desemboca en el infratrabajo y en el rechazo al
inmigrante, por el nacimiento de una extrema derecha organizada, y por una
plaga de ratas gigantes que deambulan por la ciudad sin que nadie le dé
demasiada importancia, como metáfora de las dificultades y de las amenazas que
asaltan al narrador-protagonista tras cada esquina, tras cada gesto, pero que
son asumidas por una desidia generalizada de la población y las autoridades que
las ignoran. Parece que no hay horizonte, y el fantasma del amigo que se quitó
la vida lo persigue como mostrándole el camino.
El refugio del sexo en internet no es más que
una trampa que acaba por hundirlo en la depresión. Las inquietudes artísticas
del narrador —intenta ser escritor— no es más que otro foco de frustraciones,
porque a pesar de su pasión por la alta literatura, se da cuenta de que su
obsesión de ser publicado con dignidad nunca podrá ser satisfecha, ya que se
esté en el escalón que se esté, siempre parece insuficiente; siempre se mira
con envidia al escritor arribista o que sabe manejar mejor sus contactos y que
ya está, sin merecerlo, en el escalón superior, como el galgo más veloz de las
carreras, que ve que por mucho que corra nunca atrapará a la liebre mecánica.
Domingo le confiesa al lector lo que no se
atreve a confesar a sus padres, a sus mejores amigos, a su psicólogo, así que
el lector se convierte en testigo confidente de unos fantasmas interiores en
los que es muy fácil reconocerse porque todos tenemos los mismos demonios
vergonzosos y todos hemos cultivado, en mayor o menor medida, los mismos
fracasos.
Un perfil de narrador tan semejante al del
propio escritor (misma edad, trayectoria profesional, aficiones, ciudad) nos da
una pista bastante fiable de por qué la autoficción propuesta tiene tanta
credibilidad, pero no debemos hacernos nunca la pregunta de cuánto hay de
verdad y cuánto de ficción en esta historia (ni en ninguna). No sería elegante
y ¿acaso importa?
Sin embargo, esa invitación al lector a
participar en la intimidad, ese paso de ser simple espectador a devenir voyeur es,
desde mi punto de vista, el secreto del éxito de esta extensa novela: uno
quiere saber, y por esa razón, sin importar en qué página se deje la lectura,
ya está sembrada la curiosidad de qué irá a pasar en la siguiente.»
domingo, 20 de diciembre de 2020
El mundo alucinante, por Reinaldo Arenas
El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas
Editorial Cátedra. 319 páginas. 1ª edición de 1968; ésta es de 2018.
Edición de Enrico Mario Santí
De Reinaldo Arenas (Aguas Claras, Cuba, 1943-Nueva York, 1990) había
leído hasta ahora dos libros: Antes que anochezca (1992) y Celestino
antes del alba (1967). Antes que
anochezca es un libro de memorias, que principalmente quiere denunciar la
persecución que sufrió Arenas en Cuba por ser un escritor libre y por ser
homosexual. Este libro póstumo (cuando acabó de escribirlo se suicidó), que leí
ya hace unos veinte años, me encantó. Después me acerqué con gran disposición a
Celestino antes que el alba, su
primera novela, y sufrí una decepción. La apuesta de la novela a favor de la
alucinación no realista me pareció excesiva. Esta segunda lectura me quitó las
ganas de acercarme a una serie de novelas enlazadas que empiezan con El
palacio de las blanquísimas mofetas. Sin embargo, recuerdo que mi amigo
el escritor Federico Guzmán me decía
que para volver con Reinaldo Arenas debía leer la que fue su segunda novela, El
mundo alucinante.
En los Reyes de 2020 me regalé a mí
mismo este libro. Me he acercado a él después de leer Testimonios de la orgía del
también cubano Abilio Estévez, donde
hablaba de él.
La historia de la publicación de la
novela no deja de ser accidentada: Arenas la escribió en 1965, y en 1966 ganó
con ella una Mención en el concurso «Cirilo Villaverde» de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, que fue ese año declarado desierto. Aunque
Arenas prometió revisar el texto para tal vez ganar y ser publicado, la novela
no se pudo publicar y, de forma clandestina salió del país y se publicó, por
primera vez, traducido al francés en 1968. Hasta 1969 no se publicó en español
en México. En Cuba sigue sin haberse publicado.
Esta distorsión en las fechas ha
dado lugar a más de un equívoco: en el prólogo que escribió para la edición
venezolana de 1980, Reinaldo Arenas se queja de que la crítica ha afirmado que El mundo alucinante ha sido influido por
obras del realismo mágico latinoamericano que se escribieron y publicaron
después de la suya, como Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez.
La novela es una parodia fantástica
de las Memorias de Fray Servando
Teresa de Mier, un héroe bastante olvidado de la independencia mexicana. En el
prólogo, Arenas cuentas que descubrió a Fray Servando en un libro de historia y
que no pudo dejar de buscar toda la escasa información que había sobre él.
El comienzo de El mundo alucinante me ha recordado al de Celestino antes del alba, ya que nos acerca a la infancia de Fray
Servando en un entorno rural y violento. Igual que ocurría en Celestino antes del alba, en El mundo alucinante, los familiares de
Celestino o Servando quedan retratados por la fiereza con la que se relacionan
con los animales o con el niño protagonista. «Ella movió un dedo sobre el que
tenía una vela y me la apagó sobre un ojo» (pág. 94); «Te escapas por la
cerradura. Te cortas las manos y las siembras» (pág. 96). Esta recreación
alucinada de la infancia me ha recordado al libro Madurar hacia la infancia
del ucraniano Bruno Schulz, donde la
descripción metafórica del mundo que hacía el niño se convertía en real en sus
ojos. Por ejemplo, el padre de Bruno Schulz
no se movía por las paredes de su tienda de telas como una araña, sino que se
transformaba en “una araña”; pues así es como ve Fray Servando la violencia de
sus familiares sobre él: su madre le vierte cera de una vela en los ojos o le
corta las manos de un modo metafórico-alucinado-real.
Servando deja Monterrey para
ascender (literalmente lo hace sobre una montaña de botellas) hasta la Ciudad
de México, donde entrará en un seminario. Diría que en las escenas del
seminario, Arenas hace un homenaje a La vida del Buscón de Francisco de Quevedo, puesto que esta
parte está narrada en clave picaresca y recuerdo –de la edición de Cátedra en
la que leí El Buscón– que ante una
inocentada en la que los estudiantes arrojaban nabos a Pablos, Quevedo dice que
aquello era una «batalla nabal», con ese error ortográfico tan oportuno. En el
seminario los estudiantes arrojan a Servando velas encendidas y a esto Arenas
lo llama «batallas capillales».
El joven Servando, ya ordenado
sacerdote, se ha convertido en el mejor predicador de México. Por ello le será
encomendado dar un discurso sobre la Virgen de Guadalupe en la Navidad de 1794.
Las palabras que elige para hacerlo le perseguirán toda la vida. Ante todas las
autoridades del virreinato, Servando va a afirmar que la aparición de la Virgen
en América es anterior a la llegada al continente de los españoles, y por tanto
de ningún modo se justifica su presencia allí. Empezará entonces una
persecución a Fray Servando que va a durar toda su vida y que se desarrollará
por dos continentes, América y Europa.
Arenas dice en el prólogo de su
novela que Fray Servando es él mismo. En clave fantástica, alucinada y
paródica, Arenas está hablando de sí mismo a través de Fray Servando. Como él,
Arenas proviene de un mundo rural de violencia y, como joven, llega a la
capital de su país para formarse (en un caso México y en el otro Cuba) y ante
su palabra escrita, en la que los dos expresan su pensamiento con libertad, van
a sufrir censura y persecuciones por parte del poder. Fray Servando acabará
pasando por múltiples cárceles. Las miserias que pasa en ellas serán
minuciosamente descritas. También acabará en El Morro, la cárcel habanera en la
que estuvo Arenas.
«He sido desterrado de mi patria y
vilipendiado, solamente porque quise que la verdad ocupase su lugar sobre todas
las sartas de ruindades entre las cuales he tenido que deslizarme» (pág. 181).
En la novela se critica con saña a
la Inquisición; de forma exagerada en muchas de las calles de las ciudades de
la novela se queman a supuestos herejes. Arenas escribe en contra de cualquier
sociedad que reprima la libertad de pensamiento del individuo, y en este
aspecto es donde choca con el régimen cubano. Recordemos que El mundo alucinante todavía no se ha
publicado en Cuba, cuando han pasado ya más de cincuenta años de su aparición.
Hay partes de El mundo alucinante que están escritas en primera persona, en
segunda y en tercera. Aunque las tres tienden a la exageración y la fantasía,
diría que la primera persona, cuando toma la palabra directamente Fray Servando,
es en la que estos elementos compositivos de la exageración y la fantasía se
llevan más al extremo. En más de una ocasión, las tres voces narrativas narran
la misma historia con enfoques diferentes. En el prólogo Arenas dice que los
mecanismos de la Historia le parecen insuficientes para acercarse al pasado. De
hecho, en más de un capítulo de El mundo
alucinante he pensado en el prólogo de Cien
años de soledad, que acompañaba a la edición conmemorativa de la RAE y
Alfaguara. En él se decía que García Márquez describía la realidad americana
con el tono fantástico con que la describieron en sus bitácoras los primeros
navegantes europeos que llegaron al Nuevo Mundo. Y esto es lo que hace en gran
medida Arenas, unos años antes que García Márquez (conviene recordarlo).
La novela es tremendamente
posmoderna. Además de todos sus elementos fantásticos, aparecen en su trama
personajes literarios, como el Orlando de Virginia Woolf, que será la persona
encargada de presentar a Fray Servando a la nobleza inglesa. También Fray Servando
será capaz de huir encarnado en otra persona. No disfrazado de otra persona,
sino siendo «otra persona». Este tipo de detalles, unido a la inverosimilitud
de las relaciones de causa-efecto establecidas en las escenas, me ha hecho
pensar que El mundo alucinante ha ejercido
una gran influencia en la obra de César
Aira.
Me ha parecido divertida la
descripción que Arenas-Servando hace de la ciudad de Madrid. Una crítica
realmente severa, en la que parecía Thomas
Bernhard hablando de Viena. «En general se dice que los hijos de Madrid son
cabezones, chiquitos, farfullones, culoncitos, fundadores de rosario y
herederos de presidios, y eso también es verdad, pues no existe sobre la tierra
pueblo más corrompido y sucio» (pág. 162).
Se explica en el prólogo que el
título, El mundo alucinante,
posiblemente sea una parodia de la novela El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Ya conocía la
animadversión de Arenas hacia Carpentier por mi lectura de Antes que anochezca. Para Arenas, Carpentier es un escritor servil
y complaciente con el poder. Gracias al prólogo de Enrico Mario Santí sé que
Carpentier estuvo, por dos veces, en el jurado que impidió que Celestino antes del alba y El mundo alucinante ganaran los premios
de la Asociación de Escritores de Cuba. El tramo final de El mundo alucinante se vuelve especialmente barroco al parodiar el
estilo de Carpentier y en él se critica a un poeta que no para de hacer loas al
nuevo poder del México independiente, que pronto se mostrará tan injusto como
el anterior, en una clara alusión, de nuevo, a la situación cubana.
El mundo
alucinante me ha gustado más que Celestino
antes del alba, me ha parecido un libro más maduro. Las páginas de esta
novela contienen imágenes fantásticas muy poderosas, como esas en las que Fray
Servando está encadenado de tal modo que las cadenas forman una inmensa bola de
acero a su alrededor, lo que hará que se derrumbe la prisión en la que está
encerrado y aparezca rodando en la batalla de Trafalgar. Sin embargo, también
he de decir que algunas de las relaciones causa-efecto ilógicas del libro me
expulsaban a veces de él. Decía Borges
que las narraciones fantásticas funcionan cuando el lector percibe que están
construidas con unas reglas, con una lógica interna férrea; y la ausencia de
reglas constructivas de El mundo
alucinante me ha superado en más de una ocasión. Sobre todo me ha ocurrido
con la parte final, en la que la crítica a los poetas institucionales –dardo
envenenado y personal a Alejo Carpentier– no parecía que acabara de seguir la
lógica de la novela.
Admiro de Reinaldo Arenas su libertad y la contundencia de su prosa, pero sigo pensando que sus memorias, Antes que anochezca, es el libro que más me gusta de él y al que quiero volver. En cualquier caso, este próximo diciembre de 2020 se cumple el 30 aniversario de la muerte de Reinaldo Arenas y es un escritor cuyo deseo de libertad siempre debemos recordar.
domingo, 13 de diciembre de 2020
El Wendigo y otros cuentos extraños y macabros, por Algernon Blackwood
El Wendigo y otros cuentos extraños y macabros, de Algernon Blackwood
Editorial Valdemar. 457 páginas. 1ª edición de los cuentos entre 1906 y 1929; ésta es de 2020.
Traducción de Francisco Torres Oliver, José María Nebreda y Marta Lila Murillo
De Algernon Blackwood (Shooter's Hill, Inglaterra, 1869 – Londres,
1951) había leído hasta ahora, también publicado por la editorial Valdemar, el libro John Silence, investigador de lo oculto.
Lo leí en septiembre de 2007, hace ya tiempo. Me dejó una buena impresión. La
apuesta me parecía atractiva: en 1908, Blackwood crea a John Silence, un
detective en la estela de los clásicos Sherlock Holmes o el Padre Brown, pero
que, a diferencia de estos investigadores más terrenales, se dedica a
investigar casos paranormales. Más de una vez, desde entonces, había hojeado en
la biblioteca de Móstoles, una antología de cuentos de terror de Blackwood, que
contenía El Wendigo, que sabía que era una de sus narraciones más
famosas. Sin embargo, no me decidí a leerlo porque era un libro muy antiguo,
con la letra pequeña y no me fiaba de su traducción.
Al ver en las librerías de Madrid
que Valdemar había publicado, había unos meses, un nuevo libro de Algernon Blackwood
me apeteció solicitárselo para poder leerlo y reseñarlo. Me lo enviaron muy
amablemente.
El Wendigo y otros relatos extraños
y macabros está formado por 23 cuentos, tomados de nueve
colecciones publicadas por Blackwood entre 1906 y 1929.
El primer cuento es La
casa vacía, y en él aparece por primera vez el personaje de Jim Shorthouse,
que volverá a aparecer en otros de los primeros relatos seleccionados en la
antología. Imagino –el volumen de Valdemar no lo aclara– que estos primeros
cuentos en los que aparece Shorthouse, que es una suerte de investigador de lo
paranormal, pertenecer al libro La casa vacía y otras historias de fantasmas,
publicado en 1906. El libro John Silence,
investigador de lo oculto es de 1908, y este otro investigador, Jim Shorthouse,
parece un antecedente claro de Silence. En La
casa vacía, Shorthouse acude al llamado de una tía para investigar con ella
una casa abandonada de su pueblo, donde en el pasado ocurrió un crimen, y se
dice que aparecen fantasmas. La casa
vacía es un conseguido cuento clásico de fantasmas, con una gran creación
atmosférica.
El segundo cuento, Una
isla encantada, abandona Inglaterra y nos acerca hasta Canadá, que va a
ser el escenario de un número no desdeñable de relatos de este volumen. De
joven, Blackwood dejó su Inglaterra natal y viajó hasta Canadá y Alaska, donde
desempeñó diversos oficios. Aquellos amplios paisajes de naturaleza primigenia
causarían una honda impresión en él, y se convertirán en escenarios para
algunos de sus relatos y miedos más profundos. En Una isla encantada un
estudiante, que se encuentra solo en una isla, recibirá la inesperada visita de
unos inquietantes indios. De nuevo, es un gran relato de atmósfera, que será lo
que destaque en la creación de Blackwood, en gran medida por encima de sus
tramas.
Me gusta el comienzo de Un
caso de oídas: «Jim Shorthouse era la clase de hombre que siempre
complicaba las cosas. Todo lo que entraba en contacto con sus manos o su mente
acababa en un estado irremediable de confusión.» (pág. 45). En este cuento, el
narrador nos va a hablar de los sucesos extraños que tenían lugar en una
habitación contigua a la suya en una pensión. Diría que J. M. James ha podido ser una influencia sobre Blackwood, ya que un
cuento también de pensiones encantadas, sería La habitación número 13,
del libro Historias de fantasmas de un anticuario, publicado en 1904, el
primer libro de James, el que estoy seguro que Blackwood tuvo que leer.
Un caso de oídas también es
un cuento de fantasmas y, aunque es un relato impecable, el lector siente que,
después de dos cuentos leídos de Blackwood la sensación de que la sorpresa ha
disminuido. Creo que sería recomendable leer este tipo de libros con calma,
intercalando otros entre la lectura de los cuentos. Yo, por ejemplo, leí dos
novelas entre medias. Al leer el cuarto cuento, Cumplió su promesa, en el
que un estudiante recibe en su casa la visita de un amigo al que no ve desde
hace tiempo, el lector ya sabe que ese amigo ha de ser, de nuevo, un fantasma.
Cuando le leído los libros de
cuentos de un escritor fantástico actual como es el argentino Elvio E. Gandolfo, me encantaba la idea
de que jugaba con los géneros y las expectativas del lector. Así en Ferrocarriles
Argentinos, por ejemplo, el lector se podía acercar a un cuento de
terror, el siguiente era un policía, luego uno de ciencia-ficción, luego uno
costumbrista, y no ocurría como con estos cuentos de Blackwood, en los que el
lector ya sabía qué camino iba a tomar la narración. Y esto no quiere decir que
los cuentos de Blackwood no funcionen de forma individual, porque son realmente
piezas muy logradas dentro del género.
Algo diferente en sus presupuestos
me resulta Con la intención de robar, que más que un cuento de fantasmas
es un cuento de posesiones diabólicas, en el que también aparece Jim Shortouse.
En Smith: Un suceso en una casa de
huéspedes, volvemos al tema de las pensiones y a lo que ocurre en las
habitaciones cercanas. Su construcción me ha resultado similar a alguna de las
narraciones de H. P Lovecraft, como
por ejemplo La música de Erich Zann. De hecho, Lovecraft comenta las obras
de Blackwood con profusión en su estudio sobre el género de terror titulado El
horror sobrenatural en la literatura, donde mostraba su admiración por
el maestro inglés. Con esta antología he podido comprobar que Blackwood es una
de las influencias más claras en la obra de Lovecraft.
Me desconcierta un poco Skeleton
Lake: un suceso en el campamento, que me parece que es el cuento más
corto del conjunto, y acaba por no ser un cuento de fantasmas sino de
violencia.
En El que escucha volvemos
al cuento de pensiones, pero esta vez más que un cuento de apariciones, es un
cuento de posesiones y locura, que me acaba pareciendo original y conseguido.
En la página 157 llegamos a uno de
los centros volcánicos de este libro, a Los sauces, que más que un relato
sería ya una novela corta, pues sobrepasa las 60 páginas del formato de página
amplia de Valdemar. De hecho, he visto esta historia publicada de forma
independiente como si se tratase de una novela. Según H. P. Lovecraft, Los sauces, publicada en 1907 es «el
mejor cuento sobrenatural en la historia de la literatura inglesa». No sé si
cabe mayor elogio. He leído Los sauces
y podría simplemente dar la razón a Lovecraft, con tan solo el permiso del
propio Lovecraft, que es el escritor de El color surgido del espacio, que es
otra completa maravilla de relato de terror. En Los sauces dos amigos hacen un viaje en canoa por el Danubio y
tienen que parar a acampar en una de las solitarias islas que se forman en su
interior, un extraño lugar en el que tal vez se estén conjurando fuerzas cósmicas.
De nuevo diría, que Los sauces ha
influido bastante en la obra de Lovecraft, ya que puede ser un claro
antecedente de su «terror cósmico».
A Los sauces le siguen algunos relatos que son más flojos e inocentes
que los leídos hasta ahora, como El baile de la muerte o La
víspera de la fiesta de mayo.
El cuento de
fantasmas de la mujer es diferente y más interesante,
porque está narrado por una mujer. No hay muchos personajes femeninos,
ciertamente, en este libro de Backwood.
En la página 263 llegamos al otro
volcán en erupción del libro, la novela corta El Wendigo, que supera las 50 páginas en el formato de Valdemar.
Volvemos a los grandes bosques canadienses, a los cazadores que han de
enfrentarse a los espacios primigenios del planeta. En este caso, un cazador y
su ayudante tendrán que vérselas con «el Wendigo», un ser primordial y
mitológico que habita esos parajes. Lo mejor del relato es que el Wendigo
siempre se muestra en la distancia, de forma sutil. Otro gran logro narrativo.
Igual que me ocurrió al acabar Los sauces, el cuento que sigue a El Wendigo, que se titula El
embrujo del mar, me parece flojo y prescindible. El incendio del páramo es
original, pero el libro aún no consigue remontar.
En El hechizo de la nieve,
Blackwood parece convertirse en un narrador más joven e ingenuo. No es un mal
cuento, pero no está a la altura de las grandes piezas de este libro.
En Transferencia el libro
remonta. De hecho, diría que a partir de este cuento, los terrores de Blackwood
me parecen más modernos y sutiles, trascendiendo al simple cuento de fantasmas.
Me ocurre igual con Cómplice, que es relato original sobre un turista que puede
vislumbrar la violencia que va a sufrir otra persona.
Luces antiguas sobre un
pequeño bosque hostil y encantado está bien, pero no a la altura de los grandes
cuentos del libro.
La otra ala, donde el
protagonista es un niño que explora la gran mansión de sus antepasados me
parece un texto destacado y moderno. Igual me ocurre con El ocupante de la habitación,
donde al añadir un nuevo elemento como es el suicidio el cuento cobra nuevos
vuelos.
En El valle de las bestias
volvemos a los grandes bosques canadienses y sus secretos. Esta vez el
tratamiento de la historia es diferente al de otras narraciones, y se convierte
en un relato original y sugerente sobre el poder de la naturaleza.
La bolsa de viaje tiene algún
elemento original, dentro de los planteamientos de Backwood, pero acaba
resultando previsible.
En resumen, El Wendigo y otros relatos extraños y macabros contiene dos novelas
cortas muy potentes, que son Los sauces
y El Wendigo, y algunos cuentos
destacados dentro del codificado género del género de fantasmas. Me ha
sorprendido ver que Algernon Blackwood es una de las influencias más claras en
la obra de H. P. Lovecraft. Como ya he señalado, recomendaría leer este libro
intercalando otros entre medias. Sin embargo, también debo decir que, dejando
aparte las antologías, este libro de Valdemar, con un solo autor, se ha
convertido en uno de mis favoritos de la editorial.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
CARLOS PRIMO, PERIODISTA DE EL PAÍS, Y UNO DE MIS EDITORES EN CARPE NOCTEM COMENTÓ EN FACEBOOK MI NOVELA
En los últimos meses he pensado mucho en
este libro. Muchísimo, de hecho. Primero, porque 'Caminaré entre las ratas', de
David Pérez Vega, es muy bueno. Y, segundo, porque lo hemos editado en
Editorial Carpe Noctem, ese proyecto fieramente independiente liderado por
Alberto Gómez Vaquero en el que he tenido (y sigo teniendo) en placer y el lujo
de participar desde el principio. Así que leí el manuscrito de la novela el pasado
otoño, cuando empezamos con el proceso de edición. Primero con curiosidad, y
después con una compulsión que no entendía del todo. ¿Por qué la descripción
minuciosa, microscópica, de la vida diaria de un hombre que frisa los cuarenta
y que camina en el vacío (o entre las ratas, como dice el título), me tenía
absorbido? ¿Cómo relacionarse con un personaje que me inspiraba atracción y
rechazo al mismo tiempo? Sigo sin saberlo, pero sí tengo claro que es una
novela estupenda en torno a uno de mis temas favoritos: el horror y la
maravilla de lo cotidiano. La obsesión por la literatura (y el mundillo
literario), el éxito, el fracaso y sus mentiras, el sexo como espejo oscuro, la
política y la memoria. El protagonista sufre por un trabajo de mierda, liga por
internet, se desvela, se acuerda de su exnovia, discute con sus amigos, visita
a sus padres en Móstoles, da demasiada importancia a lo que la gente dice en
Facebook, se agobia con el ascenso de la ultraderecha y descubre que la muerte
acecha en sus cascos de teleoperador, en el menú del día y en un vídeo porno.
Estas 342 páginas vieron la luz (comercialmente hablando) justo a la vez que el
confinamiento. Una faena. En cuanto podamos la presentaremos como dios manda y
brindaremos por ella y por David, que es un tipo estupendo además de un
escritor estupendo. Pero desde hace un par de meses está en las librerías (en
todas estas: https://www.todostuslibros.com/.../caminare-entre-las...), la gente la está leyendo y los lectores están saliendo
entusiasmados de esta aventura que no lo parece y, sin embargo, lo es. Así que
sí: esto es una recomendación.
domingo, 6 de diciembre de 2020
Tokio blues, por Haruki Murakami
Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami
Editorial Tusquets. 383 páginas. 1ª edición de 1987; ésta es de 2007.
Traducción de Lourdes Porta
Hasta ahora nunca había leído nada
de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Lo
cierto es que tenía prejuicios contra él. Murakami ha sido un escritor muy exitoso
y al que más de un lector al que respeto le ha acusado de bestselero. Sin
embargo, también a otros lectores a los que respeto les he oído comentar que es
un buen escritor. Después de tantos años de oír hablar de Murakami, he acabado
sintiendo curiosidad por él. Compré una edición de bolsillo de Tokio Blues, en el rastrillo navideño
del colegio en el que trabajo, hace dos años por unos pocos euros. Al final, no
ha sido este ejemplar el que he leído, sino otro de la biblioteca de Móstoles.
Era el mismo paginado, pero en la edición original de Tusquets la letra es más
grande y me pareció más cómodo de leer. Ya sabéis que yo soy alguien que compra
libros para luego leerlos sacándolos de la biblioteca; esto no es nada nuevo.
El narrador y protagonista de esta
novela es Toru Watanabe, quien en la primera página tiene 37 años y su avión
está a punto de aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. Estamos en 1987, el año
de publicación de la novela. Por la megafonía del avión empieza a sonar Norgelian Wood de los Beatles, una
música que le traslada al Tokio de su juventud, al año 1969, cuando estaba a
punto de cumplir 20 años.
El cuerpo principal de la novela
está constituido por la cascada de recuerdos a los que accede Watanabe tras
escuchar Norgelian Wood, una música
que le sumirá en la tristeza. El tono melancólico será el elegido para
rememorar su llegada a Tokio –desde su Kobe natal– para estudiar en la
universidad a los 18 años. Desde el principio, el narrador le irá suministrando
pistas al lector para indicarle que la historia que va a leer va a tratar sobre
diversas pérdidas.
Watanabe va a estudiar Teatro
(teórico) en una universidad privada japonesa de poco prestigio y se alojará en
una residencia de estudiantes dominada por una corriente nacionalista y de
ultraderecha, algo que no le agrada mucho. Apodará a su compañero de habitación
con el sobrenombre de Tropa-de-Asalto por su mente cuadriculada, un personaje
al que tanto Watanabe como el lector irán cogiendo cariño.
De forma casual, en un viaje en
tren, Watanabe se encontrará con Naoko, a quien ya conoció en Kobe. Naoko
también se ha mudado a Tokio para estudiar en la universidad. Empiezan a quedar
los domingos para llevar a cabo largos paseos por la ciudad en los que casi no
hablan. Las descripciones de estas escenas de paseos me han recordado a muchas
secuencias de cine oriental donde se muestran relaciones misteriosas. Estoy
pensando, por ejemplo, en la película japonesa Dolls (2002) de Takeshi Kitano o en la norcoreana Hierro
3 (2004) de Kim Ki-Duk. Esta
percepción no deja de ser curiosa, porque a pesar del poso oriental de su imaginario,
se ha acusado a menudo a Murakami de ser un autor de fuertes influencias
occidentales. Esta última apreciación, en realidad, también es cierta: las
referencias literarias, cinematográficas o musicales de Watanabe son europeas
y, sobre todo, norteamericanas. Así, por ejemplo, Watanabe conoce a Nagasawa,
otro estudiante de la residencia que será su amigo, gracias a su admiración
común por El gran Gastby de Francis
Scott Fitzgerald. Nagasawa es rico, arrogante y tiene mucho éxito con las
chicas. Enseñará a Watanabe el arte de ligar en los bares los sábados por la
noche y conseguir un sexo intrascendente, que le hará sentir vacío.
La relación entre Watanabe y Naoko
se estrecha, y el lector descubre el lazo secreto que les une: en el instituto
de Kobe los dos solían salir con Kizuki, mejor amigo de uno y novio de la otra.
A los diecisiete años, después de escaparse de las clases con Watanabe y jugar
al billar con él, Kizuki decide suicidarse. Su muerte separará en Kobe a
Watanable y Naoko para unirlos un tiempo después en Tokio.
Watanabe es alguien solitario (como
he leído en una entrevista que afirmaba ser Murakami en sus tiempos de
universidad) y, aunque no parece hacer muchos esfuerzos por conocer gente nueva,
sí se relacionará con Tropa-de-Asalto, Nagasawa, Naoko y una compañera de clase
llamada Midori. Todos estos personajes están bien perfilados y me he adentrado
en las escenas del libro con interés. Quizás leía con prevención, tratando de descubrir
rasgos de escritura de bestseller; una prosa que asocio a la grandilocuencia y
a los personajes estereotipados. Sí he creído percibir cierta tendencia a la
grandilocuencia en los diálogos: «Tal vez mi corazón esté recubierto por una
coraza y sea imposible atravesarla», le dice Watanabe a Naoko en la página 44.
«No ambiciono el poder o el dinero. Tal vez sea un egoísta, pero es increíble
lo poco que me interesan. En eso parezco un santo. Es más que nada por
curiosidad. Quiero medir mis fuerzas en el mundo cruel.», le dice Nagasawa a
Watanabe en la página 79. Una cosa que me gusta de este diálogo es que Watanabe
consigue rebajar la intensidad de Nagasawa diciéndole que parece un personaje
salido de una novela de Dickens (poco antes Watanabe acababa de leer la novela Lord Jim de Joseph Conrad, prestada por
Nagasawa). Como ya apunté las referencias a la cultura occidental son
apabullantes en esta novela. En un momento dado, alguien le pregunta a Watanabe
si lee a autores japoneses, pero él le da a su interlocutor una lista de
autores europeos o norteamericanos. La novela apela, más de una vez al guillo y
la referencia culta, para conseguir la complicidad del lector. Así, por
ejemplo, cuando Watanabe ha de visitar a una amiga (no quiero contar más de la
trama), que está recluida en un sanatorio mental en la montaña, lleva para leer
La
montaña mágica de Thomas Mann.
Además de hablar de los Beatles, también se hacen muchas referencias al jazz, y
sobre todo se nombra al pianista Bill Evans. El jazz es una de las grandes
pasiones de Murakami y, por lo que he leído, se habla de él en todas sus obras.
Midori es un personaje más mundano
que Naoko, y su libertad a la hora de hablar de sexo, por ejemplo, también
sirve para contrarrestar la grandilocuencia de los diálogos de Watanabe. En la
página 139 Midori le dice a Watanabe que habla de una manera un poco extraña y
le pregunta: «No estarás imitando al personaje de El guardián entre el centeno, ¿verdad?» Este comentario contiene
alguna de las claves del libro: El guardián
entre el centeno se puede entender como una de las referencias de esta
novela y, hasta cierto punto, Watanabe puede verse como un Holden Caulfield a
la japonesa. Watanabe ha de enfrentarse a un mundo adulto que no le comprende y
que no acaba de gustarle. En la novela tendrá varios trabajos eventuales, los
principales son en una tienda de discos y en un restaurante. Sus jefes son
personajes distantes y desdibujados. De hecho, casi no aparecen adultos en esta
novela. En los dos o tres años de universidad de los que se habla aquí,
Watanabe no va a visitar a sus padres, en algunos casos se dice que no vuelve a
casa durante las vacaciones porque tiene que trabajar, o si va a visitar a su
familia esas escenas nunca se cuentan. Watanabe está solo y sin contacto con
sus padres (no hay visitas, ni llamadas telefónicas, ni nada), además no tiene
hermanos. La única persona adulta que se acaba convirtiendo en un personaje es
Reiko, una mujer de 38 años, ingresada en un sanatorio mental. Reiko no acaba
de ser una adulta completa, sino que más bien es una adolescente que extravió
la ruta al mundo de los adultos.
Murakami juega en su novela, de modo
bastante constante, a los contrastes entre los freudianos «eros» y «thanatos»:
la pulsión de vida, el sexo y la belleza de los cuerpos jóvenes han de
enfrentarse de forma constante a la podredumbre de la muerte. Así, por ejemplo,
en la página 252 cuando Watanabe ha de ayudar a un adulto, que en el hospital
está cercano a la muerte, no puede dejar de pensar en el cuerpo desnudo de la
chica de veinte años a la que ama. Murakami va entrelazando estas dos imágenes
durante unos cuantos párrafos.
Juventud, suicidios, soledad, jazz,
literatura, bares, alcohol, belleza, referencias culturales occidentales y
localizaciones y sensibilidades orientales… lo cierto es que con todos estos
elementos Murakami acaba creando algunas páginas hermosas y plenamente disfrutables,
pese a que a mis cuarenta y cinco años, en más de un caso pueda verle al texto
las costuras. Me hubiera gustado encontrarme con este libro a mis dieciocho
años o así. Sé que en ese momento lo hubiera disfrutado mucho y hubiera sido
una lectura muy impactante para mí. Tokio
Blues es una lectura que voy a añadir a mi lista de libros que recomiendo a
adolescentes de bachillerato en el colegio.
Leí en el blog de Vicente Luis Mora que los personajes de
una novela posterior de Murakami, After Dark, y los planteamientos de
la novela eran demasiado similares a los de Tokio
Blues y esto hacía que Mora renegara ya de la lectura de Murakami. Yo, al
haber leído únicamente una de sus novelas más famosas, sí la he disfrutado, aún
teniendo en cuenta lo que he comentado sobre sus costuras. Al hablar de esta
lectura en las redes sociales, me recomendaron que me acercara a Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo, que es para muchos de los
entusiastas lectores de Murakami su obra más destacada.
Es posible que lo haga.
domingo, 29 de noviembre de 2020
Cielos de Córdoba, por Federico Falco
Cielos de Córdoba, de Federico Falco
Editorial las afueras. 100 páginas. 1ª edición de 2011; ésta es de
2020.
De Federico Falco (General Cabrera, Argentina, 1977) había leído hasta
ahora dos colecciones de relatos, La hora de los monos (2010) y Un
cementerio perfecto (2016), que habían bastado para que se convirtiera
en uno de mis escritores latinoamericanos favoritos de la actualidad. Así que,
cuando en redes sociales vi que la nueva editorial barcelonesa las afueras publicaba en España su
novela corta Cielos de Córdoba, publicada en 2011 por la puntera editorial
argentina Nudista, consideré de
forma inmediata que quería leerla. Estuve navegando por la web de las afueras,
y me pareció que su trabajo editorial era muy interesante. Les escribí para
solicitarles el libro y poder leerlo y reseñarlo y, amablemente, me lo enviaron
en unos días.
El protagonista de Cielos de Córdoba es Tino, un niño de
once años al que le faltan unos pocos meses para cumplir doce. Comenzamos la
novela con Tino visitando a su madre en el hospital del pueblo donde viven. La madre
lleva ya tiempo ingresada por una dolencia indeterminada, pero que el lector
entiende que puede ser grave. Como es habitual en sus relatos, Falco nos
introduce en el mundo de Tino con un tono en apariencia sencillo y ligero,
consiguiendo que el lector perciba lo vivido a través de su mirada. Tino se
halla en una frontera difusa: aún es un niño, pero se está adentrando en la
adolescencia sin comprender muy bien los cambios físicos o mentales que se van
a asociar a ella. Como hemos visto, su madre está ingresada en el hospital y su
padre va a ser otra figura ausente, ya que regenta en el pueblo un museo
dedicado al estudio de los ovnis, y dedicará más tiempo a escrutar los cielos
con unos prismáticos (esos «cielos de Córdoba», a los que alude el título),
esperando una llamada del más allá, que a su único hijo. De hecho, cuando Tino
llega a su casa será él quien prepare la cena, supliendo a su madre; así que en
realidad Tino parece tener, en más de un aspecto, más madurez que su propio
progenitor, un adulto que se verá obligado a pedir dinero a su padre para
sobrevivir, mientras espera a que arranque su quimérico museo.
Tino no es un chico muy popular en
su colegio. En el tiempo de la novela, conoceremos su amago de amistad con Omar,
un compañero de clase que siente un repentino interés por él, a raíz de una
mentira sobre su madurez sexual que Tino le ha contado. Éste será uno de los
temas del libro: el despertar de la sexualidad en Tino, y su posible atracción
por Omar. «En el pueblo dicen que ustedes están locos», le comentará Omar a
Tino en la página 77. La familia de Tino procede de Buenos Aires, y en el
pueblo donde transcurre la acción no parece ser una familia muy bien acogida.
En ningún momento se dice el nombre de este pueblo, del que se nos da el dato
de que recibe turistas, y que por lógica ha de estar ubicado en la provincia
argentina de Córdoba.
Durante la lectura me estaba
preguntando por la fecha en que estaba situada la historia: que se tuvieran que
ajustar las antenas del televisor para recibir bien la imagen, y que nadie
hablara de celulares y sí de un coche modelo Renault 12, me hacía pensar que el
tiempo narrativo de la novela no era el actual, y que la narración nos llevaba
unas décadas atrás en el tiempo. En la página 56 se nos habla de una pintada de
aerosol que contiene el sintagma «enero del 86», una pista muy sólida para dar
forma a mis especulaciones.
En el prólogo de La
hora de los monos, el escritor y crítico Antonio Jiménez Morato hablaba de la esencia «neofantástica» de la
propuesta de Federico Falco. Es decir, la teoría de Jiménez Morato era que
autores del panorama actual argentino estaban trascendiendo el realismo
narrativo a través de una apuesta, que sin ser abiertamente fantástica,
bordeaba este género al presentarnos escenas claras pero extrañas. Por ejemplo,
ante un suceso inusual, los personajes no reaccionan del modo esperado en un
relato realista. En Cielos de Córdoba,
aunque en apariencia la nouvelle es
de corte realista, en más de una escena se juega a la extrañeza. Por ejemplo,
Tino ha hecho amistad con una mujer mayor ciega que vive en el hospital, y
Falco describirá algunas escenas con ella que no dejan de ser extrañas. La
obsesión del padre por los ovnis es otro elemento de alejamiento del realismo
y, debido a su empeño en montar y hacer sostenible un museo de sucesos
paranormales, me recordaba al personaje del cuento Un cementerio perfecto, que recorre pueblos de Argentina tratando
de crear precisamente eso, el cementerio perfecto.
Como buen niño, Tino se sigue
fijando en los animales y en la naturaleza. La descripción de los espacios
abiertos (el río del pueblo y los animales) crea destellos poéticos en el libro
y rebaja la tensión narrativa de algunos pasajes.
En gran medida, y como ya he
apuntado, Cielos de Córdoba me ha
recordado a algunos de los cuentos largos (casi nouvelles) de Un cementerio
perfecto, donde también se describían los pueblos de la provincia argentina
y también había niños o adolescentes que se encontraban en un periodo de
descubrimiento y cambio en sus vidas. Esto ocurría, sobre todo, en Silvi
y la noche oscura, una narración que he sentido emparentada con Cielos de Córdoba.
Cielos de Córdoba es una
destacada novela corta sobre el paso de la niñez a la adolescencia. Describe perfectamente
la sensación de desamparo, soledad, extrañeza, pero también de descubrimiento,
de un niño que está haciendo ese salto vital. Nada es explícito en esta
narración, sino que todo quedará bellamente insinuado, mediante una prosa en
apariencia sencilla, pero en realidad muy elaborada.
Diría que Federico Falco no es un
autor muy leído en España, y me parece una pena, porque es un escritor verdaderamente
destacado de la nueva narrativa latinoamericana. Unos pocos días antes de
escribir esta reseña, Falco quedó finalista del premio Herralde de novela 2020 con su obra Los llanos, así que acaba
de fichar por la editorial Anagrama. Espero que esta buena noticia contribuya a
que Federico Falco se convierta en un autor más leído en España. Y no quisiera
acabar este texto sin recomendar a su posible lector que visite la página web
de la editorial las afueras, que considero que está haciendo una gran labor. Cielos de Córdoba no va a ser el último libro
que lea de su editorial.