De Jon Bilbao (Ribadesella,
1972) había leído hasta ahora los libros de relatos Como una historia de terror
(2008) y Bajo el influjo del cometa (2010). Ambos me gustaron mucho. Como una historia de terror, que además
fue el primer libro que leí de la editorial
Salto de Página, me sorprendió de una forma muy grata. Cuando leí Bajo el influjo del cometa el impacto
fue algo menor, y no porque el libro fuese inferior al otro, sino porque ya
sabía hasta dónde podía llegar Bilbao escribiendo relatos.
Se habló bastante de Estrómboli en 2016. Estuve en abril
en la librería Alberti cuando se
presentó en Madrid. La verdad es que me apetecía bastante leerlo, pero lo he
ido dejando hasta ahora, que ya nos hemos adentrado en 2017. Creo que he pasado
por una temporada de solicitar demasiados libros a las editoriales, libros a
los que acabo dando prioridad a la hora de leer, y eso provoca que otros, como
este de Estrómboli, que lo compré, se
acaben quedando un poco rezagados en mi lista de prioridades.
Estrómboli está formado por
ocho cuentos, cuya extensión, en la mayoría de los casos, supera las treinta
páginas. Ya he comentado alguna vez que me gusta bastante leer libros de
relatos, pero que mis relatos favoritos suelen ser largos (por encima de las
quince páginas), y Jon Bilbao escribe relatos justo de esa extensión, en la que
da tiempo a desarrollar una historia, en la que interaccionan varios personajes
y se desarrolla un conflicto sin el desarrollo temporal de una novela, que
tanto me gusta. Sé que Bilbao es un gran admirador de John Cheever, un autor norteamericano que también se movía en esta
paradójica distancia corta-larga de la que hablo y que a mí tanto me satisface.
Del primer cuento, Crónica
distanciada de mi último verano, había leído unas cuantas páginas en la web
de Impedimenta (ver AQUÍ),
y desde el momento en que lo hice supe que más pronto o más tarde leería Estrómboli. Este cuento se desarrolla en
Reno. El narrador, después de perder su trabajo en España, se ha trasladado a
Estados Unidos para acompañar a su novia, que está realizando un doctorado en
la universidad de Reno. Un día, en la lavandería del edificio en el que viven,
sorprende a un motero trasnochado oliendo las bragas de su novia. Le grita y el
motero reacciona riéndose de él. A partir de entonces el narrador empezará a
ser acosado por el motero y sus amigos. La tensión está muy conseguida; es muy
difícil no leerlo de un tirón. Un gran relato.
Me estoy acordando de la teoría del relato de Ricardo Piglia, esa que afirma que en un buen relato siempre se desarrollan
dos historias: una evidente y otra que transcurre a un nivel más subterráneo. Crónica distanciada de mi último verano
podría ser un ejemplo perfecto de esa teoría: en un primer plano nos
encontramos con una historia de violencia evidente, la de la persecución de
unos moteros al narrador, pero en un segundo plano, más escondido, Bilbao está
hablando de la relación del narrador con su novia, que al final acaba siendo
también una historia de violencia.
En gran medida, las narraciones de Bilbao tratan de las fuerzas
ocultas que mueven las relaciones de pareja o familiares (relaciones entre
hermanos, entre un padre y un hijo, etc.).
El segundo cuento, El peso de tu hijo en oro, es otro
relato magnífico. En él, se indaga en la relación de dos amigos, que en
vacaciones o durante los fines de semana, van a buscar oro a la cuenca de un
río, y del peso que cobra en la relación la muerte accidental del hijo de uno
el día que los acompaña al río. Es un cuento muy carveriano, muy intenso.
En Siempre hay algo peor nos trasladamos de nuevo a
Estados Unidos. Esta vez el cuento se desarrolla en San Francisco. Más de uno
de los cuentos de este libro están emplazados fuera de España (Reno, San
Francisco, Nueva Zelanda, la isla de Estrómboli…) y el escenario acaba convirtiéndose
en un protagonista más de la historia. Sobre todo en los que se desarrollan en
Estados Unidos, es notable la asimilación de la cultura cinematográfica o
literaria norteamericanas por parte de Jon Bilbao. La violencia que se muestra
en ellos es muy norteamericana, pero a diferencia de lo que hace, por ejemplo,
el escritor Juan Carlos Márquez en
los relatos de Norteamérica profunda, Bilbao no se atreve al juego completo:
sus personajes, aunque desplazados hasta la otra punta del mundo, siguen siendo
españoles y contemplan a los personajes extranjeros con una mezcla de sorpresa
y asimilación exótica (es muy relevante, en este sentido, el cuento El castigo más deseado, que transcurre
en Nueva Zelanda). Otro gran cuento, y creo que está empezando a dejar de tener
sentido glosar así cada uno de ellos.
Como ya he comentado, los tres primeros cuentos de este libro son
magníficos. Cualquiera debería estar en la antología más exigente del nuevo
cuento español.
Quizás el nivel baja un poco en el cuarto y el quinto cuento. El
cuarto se titula Una boda en invierno, y en él se intercalan varias voces
narrativas. El recurso es nuevo, pues los demás cuentos o bien se desarrollan
en primera persona, o bien la tercera persona está muy apegada al punto de
vista de uno de los personajes. Una boda
en invierno contiene más de una imagen sugerente y misteriosa, pero los
conflictos mostrados no acaban de tomar vuelo.
El quinto relato, Como en un idioma desconocido, nos
habla de un joven ingeniero que empieza a trabajar en una central nuclear y de los
conflictos laborales (en realidad humanos) a los que debe enfrentarse allí.
Bilbao es un gran constructor de cuentos, y se nota que se documenta bastante
cada vez que va a escribir una de sus historias. En esta es posible que la
recopilación de información sobre el funcionamiento de una central nuclear haya
sido excesiva, y en gran medida los detalles técnicos acaban ahogando el
relato, cuyos conflictos entre personajes son menos intensos que en otras
ocasiones.
Avicularia avicularia me ha encantado. Es un cuento sobre un
padre en paro que, a instancia de sus hijos y su mujer, acepta acudir a un
programa de televisión sobre retos, donde acaba comiéndose una araña viva,
siendo este insecto una de sus fobias infantiles. Me gusta que en este relato
Bilbao retoma un elemento de sus primeros libros: el tono ligeramente pulp, el leve tono de terror.
El castigo más deseado que, como ya he comentado, transcurre en
Nueva Zelanda, consigue cerrarse con una escena final ‒con los protagonistas
entre tiburones‒ realmente poderosa.
Estrómboli, sobre un hombre y su amante que van a esta isla a
buscar al hermano del primero, me ha gustado, pero algo menos que el resto de
los cuentos más destacados del conjunto. Es posible que la narración del pasado
de los protagonistas lastre un tanto el ritmo del cuento.
Hacía tiempo que no leía cuentos de Jon Bilbao y he disfrutado mucho al
retomarlos. No recuerdo con exactitud todos los cuentos de sus dos primeros
libros, pero creo que Estrómboli contiene algunas de las
mejores piezas que ha escrito. El estilo, sin ser recargado, busca la precisión
y la sencillez, pero no está exento de cierto lirismo.
Creo que los cuentos son largos porque en casi todos, mediante el
recurso de la analepsis, se narra el pasado de los personajes. Imagino que,
para más de un purista del cuento corto, esto debería ser sugerido y no
mostrado de forma explícita, pero yo creo que gran parte de la fuerza de estas
narraciones reside precisamente en que el lector, a lo largo de sus treinta
páginas, acaba conociendo gran parte de (aunque no todas) las motivaciones de
los personajes.
En 2016 leí Andarás perdido por el mundo de Óscar Esquivias, y ahora me he acercado
a Estrómboli, posiblemente (al menos
de lo que yo conozco) otro de los más grandes libros de cuentos publicados en
España ese año, y puede que durante unos cuantos más.
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