domingo, 20 de diciembre de 2015

Y Dios irrumpió de buen rollo, por Román Piña Valls

Editorial Sloper. 246 páginas. 1ª edición de 2015.

Román Piña (Palma de Mallorca, 1966) es mi editor en Sloper. De él he leído hasta ahora sus novelas El general y la musa y Sacrificio, además del ensayo La mala puta. Cuando el último verano pasé unas semanas en Mallorca, quedamos un día para cenar y me estuvo hablando de esta nueva novela, Y Dios irrumpió de buen rollo, que en aquel momento aún estaba terminando de escribir. Esta vez Román ha decidido editarse a sí mismo, e imagino que esta determinación tiene que ver con el contenido de la novela, muy fuertemente ligado a la actualidad social y política del país, y su deseo de que un escrito que glosa una realidad tan próxima debe ser puesta a disposición de sus lectores lo más cerca posible en el tiempo a los acontecimientos de los que aquí se habla.
Cuando el libro apareció en el mercado, le pedí a Román que me lo enviara para leerlo y comentarlo en el blog.

Y Dios irrumpió de buen rollo empieza presentándonos a sor Eulalia, una monja enclaustrada en un convento de Palma. Sor Eulalia es la encargada de la página web del convento, que promociona sus dulces típicos. Debido a esta función, nuestra monja se relaciona con el mundo exterior a través de internet. La novela sitúa su arranque temporal en junio de 2015, después de las últimas elecciones autonómicas: “España transitaba sin saber muy bien cómo de la dictadura a la democracia. Antes del golpe de Tejero habían pitado al rey Juan Carlos en Euskadi. Ahora, junio de 2015, habían pitado a su hijo Felipe. El pobre Felipe, que estaba portándose tan bien. Los españoles estaban asimilando la abdicación de Juan Carlos. No acababan de acostumbrarse a un rey que no anduviese con muletas ni hablase con un tarugo sobre la lengua.” (pág. 13)
La novela está escrita en tercera persona, pero continuamente, mediante el recurso del estilo indirecto libre, se va cediendo la voz narrativa a los pensamientos de los personajes. De este modo, en el párrafo anterior eran los pensamientos de sor Eulalia los que estábamos leyendo.

A sor Eulalia –que reza en catalán, pero habla y escribe en castellano- le duele España; y sufre continuos devaneos teológicos. Saber si Dios es de izquierdas o de derechas parece ser una de sus preocupaciones principales, y para la que no encuentra respuesta. Contactará, a través de Facebook, con uno de sus articulistas de opinión favoritos: Nofre Pou, personaje también palmesano, y que ha aparecido en otras obras de Román (que yo no he leído). Sor Eulalia se reunirá con Pou –fuera del convento- para analizar la realidad político-social del país y ver si pueden hacer algo por arreglarla y rebajar el clima de crispación al que estamos llegando. Esto les llevará a contacta con Susana, una mallorquina de origen peninsular, que trabaja de dependienta en El Corte Inglés, y que puede ser la clave para conseguir el deseado cambio.
Además de sor Eulalia, Nofre Pou y Susana, Román nos presenta a otros dos personajes: Elena Puig, una pastelera de Palma, que no cree en el bilingüismo, y que reclama para su tierra el uso exclusivo del catalán; y Frederic, natural de Campos (un pueblo del interior de la isla), camionero de profesión, mallorquín y españolista. Y quizás no debería dejar de nombrar que otro de los personajes de esta novela (como ya insinúa el título) es el mismo Dios, que vive cerca de Venus: “Los venusianos se peleaban entre ellos como niños, cogían sus berrinches y tenían sus facciones políticas también, pero si a alguien se le ocurría decir que Dios no existía, lo tomaban directamente por loco, porque tenían a Dios allí mismo. Dios se paseaba a todas horas por las ciudades y los pueblos de Venus. En ese planeta el amor en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Por consiguiente, no había monjas sufriendo y orando, precisamente. En el reparto de bienes divinos, a los venusianos no les había correspondido el concepto de virginidad y, consecuentemente, no se les había ocurrido ningún estilo de vida relacionado con ella.” (pág. 30-31)

Y Dios irrumpió de buen rollo muestra diversos acercamientos a la actualidad, diversas intolerancias nacionales hacia el otro (bien sea éste un nacionalista español, catalán o mallorquín), y pretende desactivar los radicalismos mediante una mirada humorística y simpática sobre las realidades que muestra. También –Román es profesor de instituto de lenguas clásicas- se ocupa de la educación, centrándose en el caso de Mallorca, y la polémica de los últimos años sobre el modelo lingüístico apropiado para las islas (la inmersión lingüística, el trilingüismo, etc); y aquí, en la educación lingüística, puede estar en la novela una de las claves para resolver los conflictos a los que se enfrenta el país (se insinúa, por ejemplo, la necesidad de realizar a los veinte años una mili lingüística, para que unas regiones del país conozcan las lenguas de otras).
La novela está escrita con un lenguaje ágil, cuidado, pero que no deja de lado su uso coloquial con fines humorísticos. Así es posible encontrar en el texto expresiones como “liarla parda” (pág. 12), “ojo al dato” (pág. 63) o “dar el cante” (pág. 69); y, por supuesto, con esta intención humorística y desenfadada está elegido el título.

A cualquier lector español le sonarán los conflictos de los que se habla en esta novela (los tuits de Zapata, la decisión de Carmena de revisar el callejero de Madrid y hacer desaparecer las calles con referencias franquistas, los comentarios nada conciliadores del periodista de cabecera de sor Eulalia, que no es otro que Federico Jiménez Losantos…) y me pregunto, por ejemplo, si se acercara a ella un argentino de Rosario qué podría opinar de esta novela, si lo narrado aquí le resultaría de alguna relevancia, o se perdería por completo dentro de su marco referencial. Quizás podría ir más allá: no sé cómo sería la lectura de un español que cogiera esta novela dentro de diez años, pues es lógico pensar que –como ocurre, por ejemplo, al ver ahora esas películas políticas de la transición española con chistes tan cercanos al momento histórico en que fueron realizadas- de aquí a diez años los tuits de Zapata habrán dejado de ser relevantes. Y éste es quizás el mayor defecto que le encuentro a Y Dios irrumpió de buen rollo: su excesiva dependencia de la actualidad política del último verano y que en más de una ocasión parece más importante para Román apostillar la realidad periodística de última hora (él, además de profesor de instituto, también es columnista de El Mundo Baleares), que dar oxígeno y movimiento a sus personajes. Y a pesar de esto, el desarrollo narrativo de la historia y los personajes –con irrupción de lo sobrenatural incluida y surrealismo delirante- acaba llevando a buen puerto la novela.

Lo mejor de Y Dios irrumpió de buen rollo, por el contrario, sería su irreverencia (se lleva a insinuar que Dios es bisexual o que los gitanos de Palma de Mallorca, por no hablar catalán, son fachas, por ejemplo), y su capacidad para hacernos sonreír con una mirada desenfada y divertida sobre la crispación política actual. Desde luego, si usted quiere leer este libro, no lo deje para dentro de un año, el momento de acercarse a él es ahora.

2 comentarios:

  1. Me parece genial, lo leeré seguro. Gracias por la reseña.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola:

      Muchas gracias por tus palabras. Espero que te guste si lo lees.

      Saludos

      Eliminar