Hacía tiempo que no leía poesía.
La lectura de poesía siempre me parece algo más íntimo que la lectura de prosa.
Nunca dejo de tener la necesidad de leer algo, pero he de sentir una sensación
especial para que ese algo sea
poesía. No tengo muy claro cómo definir ese algo
y no quiero ponerme cursi. Lo dejo aquí. Me apeteció leer poesía, y la fila de poemarios
acumulados sin leer en mis estanterías no es tan larga como la de libros de
prosa, pero no está mal. Me decidí por Divina de Inma Luna (Madrid, 1966), un libro que me firmó la autora en la Feria del Libro de Madrid de 2014. Yo
había quedado con Inma en la caseta en la que firmaba su nuevo poemario (el penúltimo publicado por la autora), para
que me pasara algunos de los ejemplares de autor de mi novela El
hombre ajeno, que acababa de salir por entonces. Inma Luna, además de
ser autora de Baile del Sol, como
yo, también ha colaborado en algunos momentos con la gestión de la editorial.
Empecé a leer Divina un miércoles por la tarde,
esperando dentro de un coche. Pude leer unos pocos poemas. A la mañana
siguiente, al tomar el autobús de la ruta que me acerca al colegio donde
trabajo, volví a empezar el libro y unos cincuenta y cinco minutos después (lo
que dura mi viaje en ruta) lo había terminado (leyendo cada poema varias veces,
como suelo hacer). El poemario viene acompañado de sugerentes ilustraciones de
la artista Loreto Rodera. Me bajé
del autobús con una agradable sensación de conquista, por haberme acabado el
libro justo en el tiempo preciso, por haberlo disfrutado y con esa
incertidumbre metafísica de preguntarme por qué no leo más poemarios cuando los
suelo disfrutar tanto al acercarme a ellos.
De Inma Luna había leído hasta
ahora algunos poemas en la antología de Baile del Sol 23 Pandoras, que apareció
en 2009 y alguno más por internet.
Divina, el poemario anterior a Un vago temblor de rodillas en el corazón (2015) de la editorial Crecida. (su poemario más reciente), se divide en tres partes, siendo
la primera la más extensa. En Párvulo en los nueve círculos -la
primera parte-, la autora indaga en su infancia, centrándose en unos recuerdos
bastante concretos: los del colegio de monjas en el que estudió. La voz
narrativa de una mujer ya adulta ajusta cuentas con un pasado, cuyo tiempo
narrativo es el del franquismo y el que el que la educación de la mujer (y
posiblemente también la de los hombres, pero sobre todo la de la mujer) estaba
basada en la represión, el rechazo del cuerpo y en el desconocimiento de los
hombres. Es una poesía íntima, pero que no duda en abrirse al espacio de
socialización que representa el colegio. El primer poema es bastante
significativo para entender el tono del libro:
La tormenta
Truena
se ha ido la luz
nos hacen rezar a oscuras
nos van inoculando el miedo
Los versos que recuerdan la
represión sufrida se suceden: “de mis tristezas pedagógicas” (pág. 11),
“Imaginar convoca moscas” (pág. 12), “no se pregunta” (pág. 13), “desdibujando
a las mujeres” (pág. 13), “por eso nos prohibieron / mirar por las ventanas”
(pág. 24)
Me gustaría destacar el siguiente
poema:
El patio
Emparejadas como bueyes
salíamos al patio.
Al principio había yerbas,
amapolas,
algunas briznas insólitas de
trigo,
Semillas que brotaban sin deber.
Luego, todo se hizo cemento
de aquel que lastima las
rodillas.
El campo despertaba
demasiados instintos.
Respecto a los poemas de Inma
Luna que había leído anteriormente, los de Divina
me han parecido más certeros, más esenciales. Inma ha dejado atrás algunas
expresiones y acercamientos más coloquiales a lo retratado en sus poemas y
dentro de la búsqueda de la sencillez el nudo del poema -la sensación de la
infancia que quiere evocar- se ha vuelto más precisa, más luminosa. El
vocabulario empleado es siempre próximo, sin ser llano.
Muestro aquí otro poema de esta
primera parte:
El tejado
Aprendí a subir al tejado,
un pie sobre la lavadora, un
salto a la ventana.
Sentada allí, sobre el saliente,
dejaba entrar el vértigo
que me hacía cosquillas.
Así me fui haciendo resistente
a cualquier superficie resbalosa.
El último poema de Párvulo
en los nueve círculos nos introduce en la temática de las siguientes
partes del libro:
Prohibido jugar
No me dejaban jugar con los
chicos
así que nunca supe
cómo relacionarme con los
hombres.
Mi matrimonio fue un fracaso
que se gestó en la infancia.
La segunda parte se titula En la
selva, el extravío, y después del colegio de monjas, nos acercamos a la
vida familiar (y más adolescente) de la autora. La voz poética nos habla ahora
de la madre o el novio, pero su forma de enfrentarse al mundo, después de la
experiencia limitada del colegio de monjas, parece pobre y basada en unos
principios –como el del sacrificio- insuficientes o erróneos para enfrentarse a
la vida:
Tocamientos
Mi novio quería tocarme
y yo siempre decía que no,
le apartaba las manos,
me escabullía.
Me habían cercenado los deseos
y todos mis rincones eran fríos y
angostos
como la esquina recta de una
losa.
Nada de generosidad,
nada de resplandor ni de deseo,
ni un atisbo de vida entre las
piernas apretadas.
En la tercera parte –Y del
cielo, la luna- la protagonista de nuestros poemas se ha quedado
embarazada de forma no deseada y se ve (como en épocas del pasado que se debían
de resistir a desaparecer) obligada a casarse. Lo expresa así en el primer
poema de esta parte:
El tema
Quisieron hablarme de sexo
al enterarse de mi embarazo
y ni siquiera entonces
supieron cómo hacerlo
así que me obligaron a casarme
para evitar el tema.
En algunos poemas se ahonda en la
descripción de las funciones del cuerpo femenino como tema poético. Ese mismo
cuerpo que había sufrido la represión de ser sublimado en la infancia se revela
ahora como una realidad más que tangible. En este sentido, la sencillez
esencial de la poesía de Inma Luna en este poemario me ha recordado a la forma
compositiva de la poeta norteamericana Sharon
Olds, una de las voces más potentes de la nueva poesía norteamericana y con la que encuentro conexiones con la forma compositiva de Inma Luna en Divina.
Dejo aquí uno de los últimos
poemas del libro, que me ha gustado especialmente:
Una gota de leche
Las seis de la mañana,
el niño duerme,
la facultad espera
con su fachada de hormigón y su
voz fría.
El autobús está aparcado
cerca de la gasolinera
esperando por mí.
Una gota de leche
ha manchado mi camisa blanca,
el blanco sobre el blanco
y todavía no amanece.
Tengo el examen de comunicación
social,
aprieto la carpeta contra el
pecho repleto
y le entrego mi tique al
conductor.
Con este poema en el que la
protagonista toma un autobús, leído dentro de un autobús, dejo este comentario,
y me reitero: disfruté mucho de la cercanía de lo contado en este poemario
sincero y hondo. Tengo que dejarme anotado que he de volver a la poesía con más
frecuencia.
Que gusto, David, lo que nos acercas.
ResponderEliminarNo te prives de darte (y darnos) más gustazos similares.
Hola Reve:
EliminarSeguiremos con los poemas, pero mientras tantos hay reseñas de otros libros de poemas con poemas en la etiqueta "poemas" y en la etiqueta "Poemas ajenos"
Saludos
No soy muy de poesía... Igual leo una, y la valoro un montón, pero cuando es mucho, me satura.
ResponderEliminarBesotes
Hola: siempre hay un empezar para todo.
EliminarÁnimo.
Saludos