Traducción, notas e introducción
de Valentín Andrés Álvarez
El curso académico pasado me
propuse leer algunas de las obras fundamentales de la historia del pensamiento
económico. En total leí cuatro libros sobre economía, dos de los albores de
esta ciencia social: La riqueza de las naciones (1776) de
Adam Smith y Primer ensayo sobre la población
(1798) de Robert Malthus; además de
dos obras más modernas, una de John K.
Galbraith y otra de Paul Krugman.
Si quería seguir con la historia
del pensamiento económico, el siguiente libro que debía leer, tras los de Smith
y Malthus, era Principios de economía política y de tributación de David Ricardo (Londres, 1772 – 1823),
publicado en 1817. Ya conté en el blog que me encontré el libro en uno de los
puestos de la cuesta de Moyano al precio de un euro. Algunas semanas después me
apeteció visitar la librería del
Economista situada en Conde Duque. No me importaba volver a comprar el
libro si tenían una edición que me pareciera más legible: la que compré por un
euro tiene una letra muy pequeña y me daba la impresión de que se iba a
desmontar si la empezaba a leer, a subrayar y a hacer anotaciones en sus
márgenes (algo que al final no ocurrió, la edición pese a su modestia es
extrañamente sólida). Me sorprendió que el librero de la librería del
Economista me dijera que no existía ahora mismo disponible ninguna edición de
los Principios de economía política y
tributación de Ricardo, el libro está descatalogado, y me recomendaba la
edición que ya tenía. En la librería del Economista o en cualquier sección económica
de una librería menos especializada es fácil encontrar libros sobre la crisis
actual, pero mucho más difícil dar con los libros clave en la historia de la
economía.
Me encontré entonces pensando en
el gran número de universidades que hay en España en las que se imparte
Económicas y Empresariales y en que ni siquiera los profesores de esas
universidades, que explican una asignatura llamada Historia del pensamiento
económico, parecen estar demasiado interesado en leer los libros fundamentales
de la ciencia que enseñan. Más tarde me encontré pensando en todos los
tertulianos de televisión y radio que parecen hablar de la corriente liberal de
la economía como si no existiera otra y que tampoco parecen (teniendo en cuenta la no existencia del libro que debería ser la biblia liberal) interesados en
profundizar en las ideas que promulgan.
Ya comenté el año pasado que me
sorprendió al leer La riqueza de las
naciones de Adam Smith el hecho de que el supuesto padre del liberalismo
económico no abogaba por propuestas tan radicales como las que yo pensaba que habría
propuesto. Smith opinaba, por ejemplo, que sería mejor que la tierra, dividida
en pequeñas parcelas, la cultivasen los dueños, y no que hubiera grandes
arrendadores; arremetía contra los empresarios y su deseo de manipular los
mercados tirando a la baja los sueldos de los trabajadores; y, en definitiva,
su obra estaba escrita en gran parte en contra del poder de las grandes
empresas y los monopolios, abogando –y sentando las bases- por el modelo de
competencia perfecta: muchos oferentes y demandantes, existencia de información
perfecta, libertad de entrada y salida para empresas, bienes homogéneos y
empresas precio-aceptantes.
En realidad, cuando usted se sienta
tentado a pensar que las propuestas más radicales del liberalismo económico son
debidas a Adam Smith debería saber que se deben a la obra de David Ricardo,
publicada cuarenta años después que la de Smith.
La riqueza de las naciones era un libro optimista, escrito con el vigor
y el deseo de comunicación de un profesor de filosofía; un libro plagado de
ejemplos y de grandes ideas intuitivas. El método de Smith para sentar las
bases del pensamiento económico era inductivo: a través de su observación de la
realidad histórica y de ejemplos concretos llegaba a conclusiones generales.
David Ricardo cambió el enfoque de trabajo de la incipiente ciencia económica,
sus conclusiones van a deberse al método deductivo: a través del pensamiento
abstracto, definiendo un importante número de hipótesis de partida, trabajaba
hasta llegar a conclusiones en apariencia inapelables.
Para poder comentar el libro de
Ricardo con propiedad he consultado el libro Historia del pensamiento económico
de Harry Landreth y de David C. Colander. Leo aquí: “La manera de formular una buena política,
utilizando a Ricardo de modelo, es dejar de lado todo lo que no es esencial y
construir un modelo sumamente teórico que revele las relaciones causales entre
la variables.” “La dificultad de esta formulación teórica y contextual de la
política económica estriba en que en el mundo real estas variables «congeladas»
a menudo se descongelan y producen efectos inintencionados.” (pág. 113). En la
página 128 del libro de Landreth y Colander, cuando se habla de la teoría del
valor de Ricardo que critica la propuesta de Smith, también leo: “En la
literatura que se encuentra entre la más difícil de comprender de toda la
economía, Ricardo intentó demostrar su teoría del valor basada en el coste del
trabajo.” Esto de la dificultad me tranquilizó un poco porque me había
encontrado perdido más de una vez al leer en el transporte público algunas de
las páginas de Ricardo. En la librería
La Central, hojeando el libro Historia del pensamiento económico
escrito por John Galbraith leí que éste denominaba a Ricardo: “economista
oscuro”. Lo cierto es que no es muy recomendable leer a David Ricardo cansado o
en el transporte público, porque requiere grandes dosis de concentración (lo
que tampoco va a impedir que, en más de una ocasión, el lector se acabe
perdiendo entre la maraña teórica y abstracta de la mente del economista, sin
formación universitaria reglada pero muy avispado, al parecer, para el negocio
de la compra venta de acciones bursátiles).
En sus Principios de economía política y tributación David Ricardo da la
réplica a la obra de diversos economistas como Buchanan, Say o Malthus, pero definitivamente con quien
conversa es con Adam Smith. En el
prólogo de su obra, Ricardo nos habla de la admiración que le produce la obra
de Smith, y en su libro se dedicará a revisar algunas de las conclusiones de
éste. De hecho, Principios de economía
política y tributación comienza así: “Fue observado por Adam Smith que…”.
En la primera parte del libro Ricardo nos recuerda la teoría del valor de
Smith, cuando éste definía el valor de uso y el valor de cambio de un bien,
dice Smith: “Las cosas –sigue diciendo- que tienen mayor valor de uso tienen,
con frecuencia, un valor de cambio pequeño o nulo; por el contrario, aquellas
que tienen mayor valor de cambio, tienen un valor reducido de uso o carecen de
él.” Es decir, la paradoja clásica del agua y los diamantes. Para Ricardo el
valor de cambio de las cosas que poseen utilidad tiene dos orígenes: “su
escasez y la cantidad de trabajo requerido para obtenerlas.” Para desarrollar
sus ideas, Ricardo apunta que él está hablando de bienes cuya cantidad puede
ser aumentada por efecto de la actividad humana. Para Ricardo no existe la
diferencia propuesta por Smith entre valor de uso y de cambio, y apunta que el
valor de un bien viene determinado por la cantidad de recursos (o de tiempo de
trabajo) que se emplea en su producción. “Son las relaciones entre las
cantidades de mercancías que produciría el trabajo lo que determina sus
relaciones de valor con el presente y el pasado, y no las cantidades relativas
de ellas que son dadas al trabajador a cambio de su trabajo.” (pág. 24). Para
entender mejor hacia dónde se dirige Ricardo podríamos citar el capítulo XXX,
en el que afirma: “Lo que regula, en definitiva, el precio de las mercancías es
el coste de producción, y no, como se ha dicho frecuentemente, la regulación
entre la oferta y la demanda.” (pág. 318).
Así que los precios de mercado de
los bienes se encuentran en relación directa con su coste de producción, y como
coste de producción más importante debemos considerar el de la mano de obra de
los trabajadores.
Cuando leí Primer ensayo sobre la población
de Malthus cité en el blog algunas de las ideas de Keynes sobre la obra de
Malthus y Ricardo. Allí escribí, tomando las palabras de Keynes, que Malthus
reprochaba a Ricardo que para sus análisis tomaba los salarios de los
trabajadores como constantes. Algo que me extrañó. Ahora, tras leer el libro de
Ricardo, comprendo los matices de ese pensamiento. Lo que Ricardo afirma que es
constante es lo que denomina el “fondo de los trabajadores” o “fondo de
mantenimiento de los trabajadores”, que sería la parte que paga el capitalista a
los empleados tras invertir su dinero en la empresa y restarle su beneficio. Y
en realidad lo define como “casi constante”, porque apunta también que puede
subir y bajar; por ejemplo, leemos en la página 228: “Siempre resultaría una
ventaja de un precio relativamente bajo del trigo; y es que con la nueva
distribución del producto se aumentaría probablemente el fondo de mantenimiento
de los trabajadores”.
En definitiva lo que viene a
decir Ricardo es que el fondo de mantenimiento de los trabajadores (pese a
modificaciones temporales) tiende a ser constante, y esto es independiente del
número de trabajadores que existan en ese momento. Ricardo toma por correcta la
hipótesis malthusiana del crecimiento de la oferta de alimentos por debajo del
crecimiento de la población. Así que un fondo de mantenimiento de los
trabajadores mayor (o un abaratamiento de los bienes básicos -como alimentos o
ropa-, lo que viene a ser lo mismo que un incremento de salarios) lo que va a
provocar es que éstos tengan, de forma temporal, salarios más altos, lo que
conducirá a que se casen antes y a que tengan más hijos. La siguiente generación
de trabajadores, al ser más individuos, tendrán que dividir entre un número
mayor de personas el fondo de mantenimiento de los trabajadores que tiende a
ser constante. Es decir: salario real = fondo de salarios / población
trabajadora. Esta es la llamada ley de hierro de los salarios.
La idea que más se repite en este
libro, llegando a ser casi el mantra ricardiano, es la siguiente: “Cualquier
incremento de los salarios supone una disminución de los beneficios.” (por ejemplo,
leemos en la página 108: “Me he esforzado por demostrar en el curso de esta
obra que el tipo de los beneficios no puede aumentar jamás como no sea por una
reducción de los salarios”). Con los beneficios, se sigue deduciendo, el
empresario puede acumular capital y hacer que la sociedad prospere. Si
cayésemos en la trampa de pensar que los trabajadores se merecen salarios más
altos lo único que se conseguiría sería elevar el precio de los productos
básicos (lo que en términos reales no supondría en verdad ningún incremento
salarial) y que los trabajadores tuvieran más hijos y que en consecuencia los
salarios volviesen a bajar. Para David Ricardo, el salario de los trabajadores
ha de mantenerse de forma constante en el nivel de subsistencia. Este nivel de
subsistencia debería cubrir para ellos la capacidad de alimentarse, vestirse,
vivir en una casa y poder criar a sus hijos; es decir, a la siguiente
generación de trabajadores. La movilidad de las clases sociales no parece ser
una idea que se pase por la mente de Ricardo.
“El precio natural del trabajo es
aquel necesario, por término medio, para que los trabajadores subsistan y creen
una familia en que se reproduzcan sin aumento ni disminución.” (pág. 75)
También apunta Ricardo que según
el grado de progreso de un país ese nivel de subsistencia puede variar, ya que
un trabajador inglés no podría tolerar las condiciones de subsistencia de otro
país más pobre. “Con el progreso de la sociedad, el precio natural del trabajo
muestra siempre tendencia a subir.” (pág. 75)
Si lo he entendiendo bien, para
Ricardo que los salarios se mantengan al nivel de subsistencia en un país más
que recomendable parece algo tan inevitable como una ley física. Pero si la
acumulación de capital hace que la sociedad progrese la situación del
trabajador puede mejorar: “En aquellos países donde las clases trabajadoras
tienen poquísimas necesidades y se contentan con alimentos más baratos, el
pueblo está expuesto a las mayores visicitudes y miserias. No hay allí lugar de
refugio frente a una calamidad; no pueden buscar la salvación en un nivel de
vida más bajo, pues ya lo tienen tanto, que no puede descender más.” (pág. 81)
Ricardo prueba, con sus métodos
abstractos, llenos de hipótesis de partida que podrían ser discutibles, que “cualquier
incremento de los salarios supone una disminución de los beneficios”. Dudo que
esta afirmación se pueda sostener desde un punto de vista macroeconómico, pero
desde la microeconomía empresarial me parece claro que no es cierto en todos
los casos. Propongo un contraejemplo: Henry
Ford para conseguir bajar el precio del coche Ford T en su fábrica de
Detroit, además de mejorar el funcionamiento de su famosa cadena de montaje,
pagaba el doble de salario a sus trabajadores que el que se pagaba en las fábricas
de la competencia. Llegó a haber disturbios en Detroit porque todos los obreros
querían trabajar en las fábricas de Ford. Éste sabía que el trabajo que pedía a
sus obreros en la cadena de montaje era duro, y para llevarlo a cabo necesitaba
a personas con verdaderas ganas de trabajar, que temieran perder su puesto de
trabajo o, mejor aún, que supieran valorarlo. De esta forma, trabajando en el
perfeccionamiento de su cadena de montaje e incrementado los salarios a sus trabajadores, Ford
consiguió abaratar su producto, y en consecuencia incrementar sus ventas, su
producción y sus beneficios (en contra de la idea de Ricardo). Ford, como
capitalista, tenía algo claro: sus trabajadores tenían que ganar un salario que
les permitiera comprar uno de los coches que estaban fabricando. O contado de
otra forma: Ford creía en la motivación en el trabajo a través del salario
(escuela científica de la psicología industrial) y podemos deducir también que
creía en las políticas de demanda.
Al leer los Principios de economía política y tributación he tenido la
impresión de que Ricardo en ningún caso toma en consideración las políticas de
demanda (desarrolladas un siglo después por Keynes). Es decir, no piensa que un
salario mayor para los trabajadores -e incluso, por seguir sus ideas, un
incremento del número de los trabajadores- va a llevar a un incremento de la
demanda y por tanto de la producción y de los beneficios industriales, como
podríamos deducir observando cualquier esquema sencillo del flujo circular de
la renta. Y esto es así, porque como ya hemos apuntado, toma como hipótesis
incuestionable la de la limitación malthusiana de los recursos. Más obreros
trabajando para él no conducirá a más producción y por tanto a más dinero en
circulación y a la posibilidad de que las empresas puedan producir y vender
más, incrementando en consecuencia sus beneficios y el bienestar social (y
teniendo la posibilidad, además, de abaratar costes gracias a los rendimientos
de escala).
Además de la hipótesis
malthusiana, Ricardo, a pesar de criticar algunos aspectos de la obra de Smith,
toma en consideración como reales sus supuestos del modelo de competencia
perfecta; que como ya he dicho serían: considerar mercados con un gran número
de oferentes y demandantes, bienes homogéneos, información perfecta, libertad
de entrada y salida en los mercados para las empresas y empresas
precio-aceptantes. En este contexto, apunta por ejemplo en la página 72: “Este
deseo incesante, por parte de todos los capitalistas, de abandonar un negocio
poco provechoso por otro más ventajoso, ocasiona una fuerte tendencia a igualar
el tipo de beneficios en todas las inversiones.” En este enunciado, Ricardo toma
como válidos al menos los supuestos de competencia perfecta de información
perfecta, libertad de entrada y salida y gran número de empresas. En
consecuencia las empresas no controlan los precios de mercado y han de ser
precio-aceptantes.
Estas hipótesis pueden ser
discutibles en los mercados reales. Por ejemplo, el economista moderno Joseph Stiglitz recibió el premio Nobel
de Economía en 2001 por demostrar la falta de información perfecta (o presencia
de información asimétrica) en los mercados reales. Podríamos apuntar también
que en una sociedad en la que el modelo de crecimiento planteado por Ricardo es
el de la acumulación de capital empresarial las empresas van a ir creciendo
tanto que se hará muy difícil la entrada de nuevos competidores en los mercados
más rentables, y esto considerando que las empresas realmente estén compitiendo
y no que se asocien (como apuntaba Smith que podía ocurrir) y lleguen a la
formación de monopolios, en ningún caso precio-aceptantes.
Como ya he comentado antes,
Ricardo no cree en el crecimiento de los mercados como consecuencia de un
estímulo de la demanda agregada (en contra de la teoría de Keynes). Ricardo
acepta la llamada Ley de Say: toda oferta crea su propia demanda, o lo que es
lo mismo: los mercados tienden al pleno empleo en el largo plazo y la venta de
todo lo producido. Para que esto ocurra debe fomentarse la libertad de mercado:
“Como todos los demás contratos, los salarios deben abandonarse a la leal y libre
concurrencia del mercado, sin someterla nunca a la intervención del poder
público”. Con esta cita de la página 85 creo que queda claro lo que opina
Ricardo de los salarios mínimos. En esta misma página, habla de las leyes de
pobres, que podrían ser un equivalente a las leyes del paro actuales. Dice: “La
tendencia manifiesta de las leyes de beneficiencia está en directa oposición a
estos principios evidentes (…): en vez de hacer rico al pobre, están
proyectadas para hacer pobre al rico.” “La tendencia perniciosa de estas leyes
no es ya un misterio, puesto que ha sido desarrollada completamente por el
experto Mr. Malthus; y todo amigo de los pobres debe desear ardientemente su
abolición.”
En el mundo que dibuja, en el que
el fondo de mantenimiento de los trabajadores puede permanecer constante a
pesar del incremento de la población, no duda Ricardo en hacer responsable al
trabajador de su bienestar: “Una verdad que no admite duda es que el bienestar
del pobre no puede asegurarse de un modo permanente si él mismo no se toma
algún cuidado de su parte, o sin algún esfuerzo por parte de la legislación
para evitar que el número de ellos aumente y para hacer menos frecuentes los
matrimonios jóvenes y faltos de previsión. Los efectos del sistema de las leyes
benéficas han sido completamente opuestos a éstos. Han hecho superflua la
moderación e invitado a la imprevisión, ofreciendo al pobre una parte de los
salarios del hombre previsor y laborioso.” (pág. 86).
Hay algunos párrafos de David
Ricardo que parecen réplicas al programa electoral de Podemos (el de las
europeas). Veamos algunos mensajes de David Ricardo desde 1817 a Pablo Iglesias
en 2015:
1) Esto es lo que opinaría
Ricardo sobre la idea de una “renta mínima”: “Si todos los hombres que carecen
de sustento tuviesen la seguridad de obtenerlo por disposición de la ley y lo
obtuviesen en grado tal que pudiesen llevar una vida tolerable, por
consideraciones teóricas podríamos esperar que todos los demás impuestos serían
pequeños al lado de ese solo impuesto para la asistencia de los necesitados. El
principio de la gravitación no es más cierto que la tendencia de esas leyes a
transformar la riqueza y energía en miseria y debilidad; a apartar la
aplicación del trabajo de todo objeto que no sea la provisión de mera
subsistencia; a borrar toda distinción intelectual; a ocupar, sin descanso, el
espíritu con la satisfacción de las necesidades del cuerpo, hasta que todas las
clases estuviesen, a la postre, infectadas con la plaga de pobreza universal.”
(pág. 87).
2) Esto es lo que opinaría
Ricardo de la fuga de capitales a Andorra y Suiza: “Un país que ha acumulado
una deuda grande se encuentra en una situación muy ficticia; y aunque la
cuantía de sus impuestos y el mayor precio de la mano de obra no le coloquen, y
creo que no, con ninguna otra desventaja frente a los países extranjeros más
que la inevitable de pagar aquellos impuestos, llegará a constituir un gran
interés para cualquier contribuyente apartar su hombro de la carga y trasladar
su propio pago a otro; así, la tentación de emigrar con su capital a otro país,
donde está exento de tales cargas, llegará a hacerse irreprimible y a vencer la
resistencia natural que todo hombre siente a abandonar el lugar de su
nacimiento y de sus primeras relaciones.” (pág. 209).
En este segundo punto Ricardo
habla de los impuestos, un tema que ocupa gran parte del libro. En un gran
número de páginas analiza sobre quién recae en última instancia un impuesto
sobre la tierra, el trabajo o los beneficios del capital. Su conclusión suele
ser que casi siempre recaen sobre el trabajador, empeorando sus condiciones de
vida. Podemos resumir su postura con esta cita: “la sabia máxima de Say: «Que
el mejor de todos los planes financieros es gastar poco, y el mejor de todos
los impuestos, aquel que recauda una suma más pequeña.»
Sobre el tema de la escasez del
gasto, ya expuse AQUÍ la opinión que tenía un economista keynesiano como Paul Krugman (premio Nobel de 2008): el
gasto de alguien paga el trabajo de otro; lo que se ahorra (sin que este dinero
entre en el circuito de inversión a través de las empresas) provocará paro, ya
que, por el porcentaje ahorrado de su renta, el trabajo de una persona no va a
pagar el trabajo de otra.
Sobre el tema de los impuestos:
para Ricardo el mejor impuesto es el más pequeño y en el límite el que no
existe, porque según él lo recaudado por los impuestos se malgasta por el
Estado (entre otras cosas pagando a trabajadores no productivos a través de las
leyes de beneficiencia).
No hay en las 355 páginas de
letra apretada de Principios de economía
política y tributación ni una sola referencia a la educación, la sanidad o
a la construcción de obras públicas. Cuarenta años antes, cuando Adam Smith
desarrolla su modelo de liberalismo económico apunta que el Estado debería ocuparse
principalmente de tres asuntos: un sistema jurídico y policial que haga
respetar la propiedad privada y las normas de convivencia, un ejército para
defender el país, y la construcción de obras públicas necesarias para el país,
pero que no quiera ocuparse de ellas la iniciativa privada. Y añade que sería
positivo que el Estado aportase una educación básica para que los obreros
tengan algún tipo de conocimientos, lo que beneficiaría a la sociedad en su
conjunto.
Para Ricardo la sociedad progresa
si los salarios de los trabajadores se mantienen a su nivel natural (el de
subsistencia) y así pueden aumentar los beneficios de las empresas, que podrán
ser usados para acumular capital. De esta forma mejoraría la inversión en
maquinaria y en tecnología y la sociedad progresaría. La pregunta sería ¿para
quién progresaría? Si consideramos que los trabajadores de una economía pueden
ser el 90% de la población ¿debería este
90% de la población vivir siempre al nivel de subsistencia, sin educación, sin
sanidad, sin infraestructuras, para que la sociedad progrese? Parece una
extraña paradoja que el progreso social esté basado en el no progreso del 90%
de la población. Tampoco existe en este libro ningún análisis sociológico:
¿realmente piensa Ricardo que ese 90% de la población no va a protestar nunca
por tener que vivir siempre al nivel de subsistencia?
Como ya he apuntado antes,
parecía que el progreso resultante de la acumulación de capital llevaría a que
ese nivel de subsistencia subiera y de este modo la vida de los trabajadores
mejoraría. Pero, hacia el final del libro, en el capítulo XXXI, titulado Sobre
la maquinaria, Ricardo nos dice que él pensaba que la introducción de
la maquinaria en cualquier sector contribuía al bien general: en las fábricas
se produciría más con menos trabajadores, y estos se desplazarían a otras
industrias emergentes; pero en este capítulo concluye: “la opinión mantenida
por la clase trabajadora de que el empleo de la maquinaria es frecuentemente
perjudicial para sus intereses no está fundado en un prejuicio ni en un error,
sino que se ajusta a los principios más correctos de la Economía política.”
(pág. 327).
Así que en definitiva, siguiendo
las tesis expuestas en su propio modelo, el que los trabajadores (a los que yo
considero, de forma arbitraria, el 90% de la población) permanezcan en el nivel
de subsistencia para que el país prospere puede que tampoco conduzca a ninguna
mejora para ellos. Por tanto ¿qué entiende Ricardo por prosperar?
Aunque los temas que más me han
llamado la atención del libro son que ya he expuesto, no quiero dejar de
comentar aquí los que posiblemente sean los grandes logros intelectuales de
David Ricardo. El capítulo VII se titula Del comercio exterior y en él
Ricardo expone su famosa teoría de la ventaja comparativa para el comercio. No
me quiero extender en esto porque es algo que se puede consultar en cualquier
manual de principios económicos, y yo lo expongo cada año en mis clases de
economía de bachillerato (está explicado en la wikipedia, pinchar AQUÍ). En la
página 111 del libro se encuentra su famoso ejemplo sobre la producción de
tejidos en Inglaterra y de vinos en Portugal. Aunque Inglaterra sea más
eficiente en la producción de ambos bienes, si atendemos a los costes de
oportunidad de la producción nos percataremos de que si Inglaterra se
especializa en la producción de tejidos y Portugal en la de vino y se lleva a
cabo el intercambio, ambos países saldrán beneficiados. Esta teoría de Ricardo
influyó de modo real en el avance hacia un mundo de comercio internacional sin
aranceles. La influencia de esto en el mundo globalizado actual también podría
ser digna de un comentario crítico.
Había leído en algún lugar que es
David Ricardo el que define el famoso enunciado económico llamado “Ley de los
rendimientos decrecientes”, que podríamos exponer así: “Cuando sobre un factor
fijo (por ejemplo, una fábrica) se van añadiendo unidades de factor variable
(por ejemplo, trabajadores) la producción total aumenta, pero cada vez en menor
proporción.” Es decir, llegará un momento en el que la productividad marginal
empiece a bajar hasta que se haga cero. Consultado la Historia del pensamiento
económico de Landreth y Colander, éstos apuntan que la ley de los
rendimientos decrecientes (o el principio de los rendimientos decrecientes, lo
llaman ellos), fue descubierto por primera vez por el economista francés Turgot en 1765; pero fue redescubierto
y difundido por Ricardo en esta obra, cuando habla de las rentas de la tierra.
Economista oscuro, llamaba John
Galbraith a Ricardo. Oscuro por sus páginas de razonamientos complicados (una
mente brillante la de Ricardo, sin duda) y oscuro por lo tétrico del mundo que
propone: fábricas en las que la mayoría de la población se dedicaría a
trabajar, siempre al nivel de subsistencia, sin educación, sin sanidad, sin
obras públicas (a no ser que el progreso económico llevará a que esos concepto
pasasen a formar parte del nivel de subsistencia del país, algo que Ricardo
nunca llega a insinuar). Un 90% de la población que debe entender que su
sacrificio no será en balde, gracias a él prosperará el país y ellos no morirán
de hambre. Gracias a su sacrificio se alcanzará la deseada y teórica eficiencia
de los mercados. Un 90% que Ricardo parece suponer que no va a quejarse, no va
a protestar; en un mundo oscuro de fábricas humeantes (no habrá ningún Estado
para decirle al capitalista que tal vez debería intentar reducir sus niveles de
contaminación), con una clase rentista de la tierra en plena decadencia
(Ricardo cuestiona la propiedad de la tierra: si no se paga por usar el sol, la
lluvia o el viento que ayuda a las empresas a producir, ¿por qué se debe pagar
por el uso de la tierra a un rentista del suelo?) ante el alza de la nueva
clase social dominante: la burguesía capitalista.
Ya comenté al hablar de Primer ensayo sobre la población de
Thomas Malthus, que Keynes ensalzaba las ideas económicas de Malthus, porque éste parece hacer un
enfoque de demanda sobre la economía (de forma un tanto difusa, apuntan Landreth y Colander).“Yo diría que, en conjunto, emplear a los
pobres en carreteras y otras obras públicas e impulsar a los terratenientes y a
las personas acomodadas a mejorar y embellecer sus posesiones y a emplear
obreros y sirvientes son los medios más a nuestro alcance y más directamente
dirigidos a remediar los males que surgen de la perturbación del equilibrio de
la producción y el consumo ocasionados por la súbita conversión de soldados,
marineros y otras diversas profesiones que la guerra empleaba, en obreros
productivos”, escribió Malthus en 1820 -una idea central en el pensamiento de
Keynes-, y renegaba de la herencia de Ricardo: “¡Si Malthus y no Ricardo
hubiera sido el tronco del que brotó la ciencia económica del siglo XIX, cuánto
más sabio y rico sería hoy el mundo!”
Para finalizar este comentario de
Principios de economía política y
tributación de David Ricardo, voy a tomar una cita de Keynes del libro de
Landreth y Colander, con la que me siento de acuerdo, de tal modo que las
palabras de Keynes me sirven como conclusión de esta lectura ardua y
desasosegante. Escribe Keynes en 1936, en su libro Teoría general del empleo, el
interés y el dinero: “”La idea de que podemos dejar tranquilamente de
lado la función de demanda agregada es fundamental en el análisis de Ricardo y
está en la base de lo que se nos ha enseñado durante más de cien años. Malthus
se opuso vehementemente a la doctrina de Ricardo de que era imposible que la
demanda efectiva fuera insuficiente, pero fue en vano, pues como no fue capaz
de explicar claramente (salvo su apelación a los hechos comúnmente observados) cómo
y por qué la demanda efectiva podía ser insuficiente o excesiva, no fue capaz
de ofrecer un análisis alternativo; y Ricardo conquistó Inglaterra casi en la
misma medida en que la Santa Inquisición conquistó España. Su teoría no sólo
fue aceptada por el mundo financiero, por los hombres de estado y por el mundo
académico sino que la controversia cesó; el otro punto de vista desapareció
casi por completo; dejó de debatirse. El gran enigma de la demanda efectiva con
que había batallado Malthus desapareció de la literatura económica. No se
encontrará mención alguna de él en toda la obra de Marshall, Edgeworth y el
profesor Pigou, que son quienes más han conseguido que la teoría clásica
alcance el estado de madurez. Sólo pudo perdurar furtivamente, bajo la
superficie en los submundos de Karl Marx, Silvio Gesell o Major Douglas.
La rotundidad de la victoria
ricardiana es un tanto curiosa y misteriosa. Tuvo que deberse a una serie de
elementos de la doctrina que la hicieron idónea para el entorno en el que se
proyectó. El hecho de que llegara a conclusiones muy distintas a las que
esperaría una persona normal y corriente sin formación acrecentó, supongo, su
prestigio intelectual. El hecho de que su enseñanza, llevada a la práctica,
fuera austera y a menudo difícil de asimilar, la ungió de virtud. El hecho de
que se adaptara para soportar una vasta y coherente superestructura lógica, le
dio belleza. El hecho de que pudiera explicar una gran parte de la injusticia
social y de la aparente crueldad como un incidente inevitable en el sistema de
progreso y de que de ella se dedujera que intentar cambiar esas cosas sería más
perjudicial que beneficioso la invistió de autoridad. El hecho de que
justificara en parte las actividades libres del capitalista individual le dio
el apoyo de la fuerza social dominante en la que se sustenta el poder político.”
Mención aparte me merece la labor
de traducción de Valentín Andrés Álvarez.
Un trabajo impecable, que (leo en wikipedia) fue un escritor, economista,
humorista y físico español (Grado, 1891 – 1982) asociado a la Generación del
27. Ortega y Gasset definió así a
Valentín Andrés Álvarez: «el hombre que siempre está dejando de ser algo».
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