EL
CALVO DEL SONORA
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy
a dar mis últimas peleas.
Jorge
Teillier
Mecido por el oleaje de la
música y la batuta
de una copa en la mano, se acercaba
a las chicas. A su alrededor
bailaba, y ellas,
a veces, le seguían brevemente el
juego.
Al inclinarse sobre sus
oídos los rechazos
no le hacían mella, no cambiaba el
compás
ni el semblante, sostenido en el
ritmo,
imperturbable a su inmóvil derrota,
bailaba.
Siempre iba solo, siempre estaba
borracho,
entraba en aquel único pub: el
Sonora.
En el andén de Atocha, sólo
un día le vi
en otra parte, como yo, esperaba el
tren, al fin
sobrio –chándal y bolsa de deporte,
escapado
del presidio de cualquier polígono
industrial-.
Tras sentarse, su mirada
hundida se dispersó
por las paredes de márgenes secos
del vagón.
Tal vez, nuestro Tony Manero de los
suburbios,
el Calvo del Sonora, soñase ya en
ese instante
con su particular fiebre del sábado
noche,
embebido de turbios escenarios
propicios:
tequilas y cactus, desierto y
mariachis.
Pasaba de los treinta y
nosotros no alcanzábamos
los veinte. Nos sonreíamos
observándole,
espectadores cruentos de sus bailes
sin pareja.
Siempre estaba solo, siempre iba
borracho.
Había algo patético en él y
también, pienso
ahora, algo poderoso como el hierro
ardiente
de la vida. Nos sonreíamos
divertidos, pero,
quizás –inconfesable, subterráneo-
temerosos
ya del paso del tiempo y los
destinos posibles.
Fundido, otra figura más,
en el mural
de folclore mexicano del Sonora y el
rebullir
de aquellos días inciertos (porque
yo también
tuve veinte años…) le recuerdo esta
noche
como una terca imagen del fracaso,
pero,
porque así lo quiere el tiempo y la
memoria,
irrumpe en mí además como un icono
de cierta voluntad temeraria
–boxeador
sonado que sigue en pie con las
costillas
rotas-, ensalzado al fin por todas
las ocasiones
en que la vida nos obligó más tarde
a nosotros, que aún podíamos
comernos
el mundo, a tener que ser,
persistentes
y en vano, iguales
al Calvo del Sonora.
No soy yo mucho de poemas, y cuando lo soy suelen gustarme más los clásicos sonetos u otras construcciones con ritmo, y no consigo hacerme a este tipo de poesía de versos libres que más me parece prosa poética, y entonces los versos me distraen de la prosa y del mensaje… Creo que lo que cuentas está bastante bien contado (aunque también me pierdo en algunas partes), pero para mí ganaría más todo seguido.
ResponderEliminar¡Saludos!
Hola Caminante:
EliminarTe entiendo; los poemas de este libro se acercan mucho al microrrelato o a la semblanza poética. Bueno, de vez en cuando me da por escribir cosas así, y a los de Baile del Sol por publicármelas. Salvando las distancias mis padres poéticos serían Jaime Gil de Biedma, Juan Luis Panero o Césare Pavese.
Saludos