Me apetece hoy dejar
aquí un texto que escribió mi amigo Federico
Guzmán Rubio (en el blog están comentados Los andantes y Será
mañana, los dos libros que ha publicado en la editorial Lengua de Trapo) para un estado de facebook.
Me parece un
escrito muy emocionante sobre la pasión de leer.
LEER,
por Federico Guzmán
Pasarse la vida apurándose para tener tiempo de leer.
Madrugar o desvelarse, dependiendo de la fisiología y el temperamento, para
leer. Cuidar el número de copas para que la cruda no impida leer o, por el
contrario, dejarlas correr para que a la mañana siguiente la cruda no permita
hacer nada, salvo leer. Terminar lo más rápido que se pueda un libro para
empezar el siguiente: si es excelente, porque es excelente y pide ser leído de
una sentada; si es malo (pero legible), para despacharlo y poder empezar algo
bueno. Si se quiere demorar la lectura de una novela, entonces no se lee más
lento, sino que se lee algo entremedias, de preferencia poesía o cuento. Si se
lleva un libro a mano, alegrarse al constatar de que la cola del banco es
enorme, de que tres pacientes esperan ya turno con el dentista, de que se llegó
veinte minutos antes a la cita. Enterarse de que a uno lo van a operar, y
pensar antes que nada en qué libro llevar al hospital. Viajar a sitios lejanos
y exóticos para acabar encerrado en una pensión de Sarajevo, en una cabaña de
una playa tailandesa o en un hotel de Cuzco, leyendo. Darse cuenta en el taxi
de que con las prisas de la partida a uno se le olvidaron los libros en casa, y
ponerse feliz, pues así podrá comprar dos o tres ejemplares impunemente en la
librería del aeropuerto, sin el menor cargo de conciencia. Ver las estantería
con las docenas de libros comprados y no leídos, y fingirse escandalizado y
prometerse no volver a comprar ni uno solo, pero en el fondo sentirse aliviado,
tranquilo. Aprender a deshacerse de los libros sin mayores tragedias, pues con
el tiempo se aprende que, si es necesario, esos títulos regresarán a uno
mediante caminos inescrutables, como dicen los creyentes que obra el Señor.
Leer rápido y mal lo que se tiene que leer por trabajo para poder leer lo que a
uno le da la gana, sin importar que más de una vez la lectura obligatoria
pudiera ser la elegida, y viceversa. Dejar sin leer algún título de un escritor
admirado para un momento de desesperación que nunca llega; negarse a releer un
libro que allá lejos y tiempo atrás resultó mágico como quien decidió no volver
al lugar donde se fue feliz; resistirse a leer algo que todos recomiendan,
quién sabe por qué. Sentirse triste al ir a una librería y darse cuenta de que
ya ninguno de los ejemplares en la mesa de novedades representan un misterio,
una invitación, y regresar a casa para descubrir que uno tiene el misterio,
arrumbado, en el buró de la recámara o en la tapa del excusado. Agradecerles a
los seres queridos su inmensa paciencia, resignación, ante nuestra desastrosa
afición por la lectura. Establecer metas, llenarse de buenas intenciones,
confeccionar listas ordenadas de lecturas con el fin de drenar lagunas, todo
para destruirlas a los dos días por culpa de una novela policiaca de moda o de
una ganas irrefrenables de releer el Decamerón. Reconocer de inmediato a un
verdadero lector, que pocas veces es escritor, crítico, editor o algo parecido,
y sentir lástima por él, al tiempo que uno percibe la lástima que él está sintiendo
por uno, pues ambos sabemos que el otro no tiene remedio y está jodido para
siempre. Reírse de esos lectores exigentes a los que no les gusta nada y
reírse, pero menos, de esos lectores generosos a los que les gusta todo. Leerlo
todo. Agradecer que la memoria es frágil, pues así se puede volver a abrir un
libro leído hace veinte años y leerlo como la primera vez. Mirar con azoro los
propios subrayados de un volumen viejo y preguntarse cómo es posible que en tan
pocos años uno sea una persona tan diferente, y el libro, otro libro. Entender
que los demás son felices, viven plenamente, no son ni más sabios ni más tontos
que uno, se van de este mundo sabiendo e ignorando lo mismo que todos, sin
haber leído el Quijote. Aceptar que escribir es una pérdida de tiempo, pues
roba tiempo a la lectura. Entender que leer no hace mejor a nadie, pero sí
peor. Sentir lástima por quien afirma, con una satisfacción arrogante, que no
tiene tiempo para leer. Ser consciente de que los libros no cambian la vida, ni
el mundo, ni a uno mismo; simplemente son parte de ellos, una de las mejores
partes, claro. Nunca haber sabido lo que es el aburrimiento, nunca haberse
lamentado por estar solo. Saber que cien años de ocio maravilloso no alcanzan
para leer un carajo, y sentirse feliz ante la evidencia de que la literatura y
la vida siguen siendo mucho más grandes que cualquiera de nosotros.
"Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
ResponderEliminarA veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante".
(Felicidad clandestina, de Clarice Lispector)
Enhorabuena por el texto. Saludos. A seguir disfrutando.
Hola Eloisa:
EliminarEmocionante texto de Clarice Lispector, a quien tengo pendiente de leer. Espero acercarme a ella en este 2015.
Saludos
"Darse cuenta en el taxi de que con las prisas de la partida a uno se le olvidaron los libros en casa, y ponerse feliz, pues así podrá comprar dos o tres ejemplares impunemente..."
ResponderEliminarEsta parte es mi favorita. Me encanta comprar ejemplares impunemente. Es decir, sin sentirme culpable por hacerlo ya que tengo un montón sin leer en casa. ¡Pero si estoy de viaje no tengo un montón sin leer en "casa"!
Y me hace gracia este otro fragmento:
"Ver las estantería con las docenas de libros comprados y no leídos, y fingirse escandalizado y prometerse no volver a comprar ni uno solo, pero en el fondo sentirse aliviado, tranquilo."
Yo no me siento nada tranquila ni aliviada cuando veo mis estanterías. Tampoco cuando veo las de la biblioteca. Ni las de la librería. Me siento ansiosa cuando veo una estantería (si está llena de libros sin leer, claro).
Gracias por compartir el texto. Un abrazo.
Hola Caminante:
EliminarLo cierto es que yo con los libros pendientes de leer si que me agobio de verdad. Últimamente lo controlo mucho y están bajando mis niveles de estrés.
Me alegra que te gustara el texto, Federico es un gran escritor y mejor lector.
Un abrazo
Me falta leer caminando y a pesar de ello conseguir sobrevivir en los pasos de cebra. Optar por transporte público en vez de coche aunque tardes más, sólo porque así puedes ir leyendo. Descubrir de repente un escritor que te entusiasma, y que no es nuevo, para así poder leer todas sus obras; siempre estuvo allí pero de repente se añade a tu lista de favoritos.
ResponderEliminarGenial el texto. Me ha encantado
Hola Makondo:
EliminarLo del transporte púbico lo comparto plenamente. Este es uno de los motivos por los que no tengo coche. Con lo de los pasos de cebra ten cuidado.
Me alegra que te haya gustado el texto.
Saludos