jueves, 8 de mayo de 2014

Benjamín Prado, unos poemas

Ayer, después de tanto oír hablar en el trabajo sobre fútbol, sorteos y Lisboa; por la tarde me acerqué a la librería Tipos Infames para asistir a la presentación del libro de relatos Modo Linterna del argentino Sergio Chejfec; al que introducía el cubano José Antonio Ponte. Cuando Chejfec empezó a alabar a Juan José Saer me sentí realmente en casa entre los escasos desconocidos del público; por fin estaba con mi verdadera hinchada.

Pero en realidad no era de esta presentación de lo que quería hablar hoy, sino de otro asunto: por el camino iba barruntando sobre la entrada del blog de media semana, ¿de quién cuelgo mañana poemas?, y no lo tenía muy claro. En la calle Fuencarral me crucé, al ir hacia Tipos Infames, con el poeta Benjamín Prado (Madrid, 1961). Cuando a la salida de la presentación me lo volví a cruzar, a la misma altura de la calle Fuencarral, pero en sentido contrario; ya decidí sucumbir a la asociación mágica –al más puro estilo Mario Levrero- y percatarme de que Benjamín Prado en realidad estaba recorriendo la calle Fuencarral en un sentido y otro indefinidamente, con la intención de mandarme una señal: quería que colgase algún poema suyo en el blog.
Ok, Benjamín, mensaje recibido.

De Benjamín Prado he leído los poemarios Cobijo contra la tormenta (Premio Hiperión 1995) y Todos nosotros (1998). Este último, que es mi favorito de los dos, lo tengo dedicado.



Dejo aquí dos poemas. El primero es del libro Todos nosotros y el segundo de Cobijo contra la tormenta.


Frío como en el infierno
(Roma, 1995)

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                      Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                        lo mismo
que un oso en una jaula;
                                        marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco cuchillos;
miro la calle;
                      pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                           La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                      Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                            leo a Ungaretti,
pienso: la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío
.

Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                                    Miro atrás 
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                        de repente
alargas una mano,
                              buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,
                 yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche 
y la forma en que llenas la habitación vacía.

Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado. 


4 de octubre en el Landmark Hotel


Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed, en nuestros
sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas. Y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
Y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.


4 comentarios:

  1. A los invisibles tambien nos nombra la luna

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  2. Es un poeta que descubrí hace poco y me sorprendió mucho. Tengo que seguir leyendo poemas suyos. Los que dejas me gustan.
    Besotes!!!

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    1. Hola:

      Lo cierto es que yo leí a Prado hace ya mucho, cuando yo tenía 25 años o así, y Todos nosotros fue un poemario que me gustó mucho.

      Besos

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