domingo, 26 de agosto de 2012

Real en el rosedal, por Elvio E. Gandolfo


Editorial Municipal de Rosario. 64 páginas. 1ª edición de 2009.

A raíz de la lectura de los libros de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947) que hice durante los pasados meses, pude contactar –gracias a Facebook- con el autor, una persona atenta, simpática y cercana. En junio me escribió al correo electrónico e intercambiamos unos e-mails; en uno de ellos me envió en PDF su novela-crónica Real en el rosedal, editado por el ayuntamiento (o municipalidad) de Rosario, que es realmente la ciudad en la que se crió aunque naciera en Mendoza. Real en el rosedal es una novela-crónica difícil de encontrar, y me imagino que pocas personas la habrán leído, así que me sentí un privilegiado al poder recibirla.
Este tipo de cosas van a conseguir que me acabe comprando un e-book: lo voy a necesitar para leer manuscritos o PDF de forma más cómoda. Como tampoco me gusta leer mucho tiempo seguido en el ordenador, lo imprimí: el texto no es muy extenso y está aderezado con fotografías, así que pude leerlo de una sentada, en una de mis privilegiadas noches de verano en las que no tengo que levantarme pronto al día siguiente porque estoy de vacaciones.

En Real en el rosedal Gandolfo nos narra un viaje de domingo a Rosario: “Más que en cualquier viaje de los últimos veinte años, digamos, había retrocedido… No, de hecho, había sentido que navegaba en ese momento mismo, dentro del ómnibus de larga distancia que entraba en la ciudad, en ese presente, en el viejo Rosario, el anterior, el profundo”, escribe en la página 7 y primera del libro. Y al entrar en este Rosario, que siente como el Rosario de su infancia o juventud, nos acercará a su familia y sobre todo nos hará un recorrido por el lugar más emblemático para él de la ciudad: el Parque Independencia.
Esta vuelta por el parque, le sirve a Gandolfo para lo mismo que le servía caminar al protagonista de El paseo de Robert Walser: para reflexionar un poco acerca de todo, la vida, el arte, el paso del tiempo…

Son numerosos los escritores que se citan en estas páginas. He registrado los siguientes: Alan Pauls, Juan José Saer, Fogwill, Mario Levrero, Ray Bradbury, Silvina Bullrich, Raúl García Brarda, Emilio Salgari, Joseph Conrad

Pero de todos ellos con quien tiene más filiación o deuda esta novela-crónica es con Mario Levrero: al leer el libro (las fotocopias del ordenador) tenía un folio al lado e iba anotando lo que me llamaba la atención, para poder luego comentar en el blog. Destaco la página 25: después de comentar algunas fotos (que aparecen reproducidas en el libro), en las que algunos familiares hacen alguna broma, comenta: “En otro orden de cosas, como diría Fogwill, la experiencia sensible me hace pensar en un humor equivalente expresado en palabras en vez de fotos. Algo del quiebre que me hizo elegir Real en el Rosedal como título de estas páginas, por el sentido múltiple, por la sonoridad repetida. Un esguince mental proveniente de un remoto pasado, un mecanismo infantiloide de la conciencia, la expresión”.
El humor de las fotos al que se refiere queda explicado en la página anterior: “Un humor un poco tonto, un poco choto, un poco descendiente del humor de los Beatles, que junto con la revista Mad y algunas películas nos había marcado mucho.” En la página 11 también ha explicado por qué ha elegido un peculiar recurso literario, el de repetir las mismas palabras seguidas: “Como si en un estado de relax metafísico, que hacía años que no sentía, me sobrara energía, aunque siendo escritor, como para repetir algunas palabras sin un sentido concreto, solo por el placer demorado, la degustación, de ralentizar la frase. Hasta con ganas de hacer algún esguince «tipo criollo», al estilo de: «Como decía, digo», y seguir. Por eso el libro empezaba con estas palabras: “Aquel domingo, (aquel, aquel domingo)”

Con el sentido múltiple del título se refiere a que en el Rosedal del parque es donde su hermano suele encontrarse con Real, un antiguo jugador de fútbol local, al que los Gandolfo admiran. En este paseo proustiano hacia la infancia, los nombres de jugadores de fútbol se acaban entremezclando con los nombres de escritores, al mismo nivel de importancia. Y es allí también donde el autor se siente real (ese apellido tan de Saer, dice, y me encanta tener la referencia: está hablando, claro, del doctor Real, uno de los protagonistas de Las nubes; y también, en un orden de cosas más amplio, de ese deje tan de Saer al analizar la percepción de la realidad de los personajes) en el rosedal del Parque.

Y yo había anotado en mi hoja, a lápiz, sobre la página 25 “muy Levrero”, pensando en esos quiebros con el lenguaje tal metaficcionales y en los juegos de Levrero en libros como El discurso vacío o La novela luminosa; y dos páginas después veo que Gandolfo también estaba pensando en Levrero: “Tal vez todos estos esguinces y garliborleos, como diría Mario Levrero, sean para esquivar el hecho emocional profundo, que me produce un poco de vergüenza, por su magnitud. Sin rebajarlo con comentarios o matices irónicos, debo manifestarlo: el Parque Independencia es el mejor parque si no del mundo, al menos de mi mundo.”

En su paseo también le da tiempo a Gandolfo para hablar de su primera novela El instituto (que leí en el libro Sin creer en nada), y de las escenas de aquélla que situó en el Parque.

El lenguaje de Real en el rosedal me ha parecido poético, evocador, quizás más maduro y elaborado que el del Gandolfo que conocía hasta ahora. He remarcado en especial una frase por su belleza y su sonoridad: “Saltamos en el tiempo y el Parque sigue asomando su gran cabezota archimboldesca, desmesurada, oscura y luminosa a la vez, moviéndose lenta, nimbada de grandes eucaliptos.”

Como ya he dicho, es algo desalentador que un escritor con la calidad de Elvio E. Gandolfo sea tan desconocido en España.
Para ver si los editores españoles toman nota (He escrito a tres editoriales, que supuestamente desean descubrir literatura de calidad, para hablarles de Gandolfo, y una me ha contestando dándome unas razones lógicas para el NO -“falta de capacidad”- y otras dos ni me han contestado) voy a contar una anécdota que he encontrado por internet: un periodista pregunta a Fogwill cuál es el más grande de estos tres escritores argentinos: Saer, Piglia y él mismo; y Fogwill, deportiva o elegantemente, contesta que es Saer (el único que en ese momento está muerto), pero añade que ni Piglia ni él son capaces de escribir un cuento como los que escribe Gandolfo.

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