domingo, 14 de septiembre de 2025

Estambul, de Orhan Pamuk


 Estambul, de Orhan Pamuk

Editorial Mondadori. 436 páginas. 1ª edición de 2003; esta es de 2006

Traducción de Rafael Carpintero

 

En la primavera de 2025 compré de segunda mano, a través de Iberlibro, dos libros de Orhan Pamuk (Estambul, Turquía, 1952), premio Nobel de Literatura de 2006. Fueron la novela El museo de la inocencia (2008) y el libro de memorias Estambul (2003). Los compré con la intención de preparar un viaje a Estambul en julio de 2025. Ya he vuelto de ese viaje. Había empezado Estambul en Madrid, unos días antes de partir, leí gran parte de sus páginas en la propia Estambul y lo finalicé en Madrid. Aunque estuve casi dos semanas en Estambul, los ajetreos del turista no me permitieron sacar demasiadas horas para la lectura.

Pamuk comienza su libro evocando su más remota infancia. Fue un niño que perteneció a la burguesía de Estambul, cuyo abuelo había creado una próspera fabrica de telas que, tras su muerte, el padre de Pamuk y su tío empezaron a echar a perder. Aunque vivió varias mudanzas, buena parte de su infancia la pasó en el llamado «edificio Pamuk», donde convivía gran parte de su familia. La familia había vivido en un palacio, pero –por problemas financieros– tuvieron que alquilarlo y pasar a vivir en el edificio anexo. Para él existían dos núcleos: el central, formado por su madre, su padre, su hermano (que le sacaba dos años) y él, y luego otro grupo más amplio con tíos y abuelos. Que se juntaran para comer, no evitaba las continúas peleas (que podían acabar en los tribunales) entre los familiares, normalmente por temas de herencias y dinero.

Tampoco eran infrecuentes las peleas entre la madre y el padre, que, durante la infancia de Pamuk, en más de una ocasión, se separaban y Pamuk pasaba a vivir con algún familiar.

Me ha gustado el capítulo intimista en el que Pamuk recrea el surgimiento de la culpa, momento que ocurre al tener erecciones involuntarias, recriminadas por terceros. También me ha interesado la relación con la religión: los Pamuk son una familia de acuerdo con la modernización del país, propuesta por Atatürk, y, por tanto, creen en la occidentalización de Turquía. Pamuk nos muestra que, de niño, tanto su familia como él, percibían la religión como propia de los pobres y uno de los lastres que impedía la modernización del país.

 

En el capítulo 4, titulado La amargura de las mansiones derruidas de los bajás: el descubrimiento de las calles, Pamuk empieza a pasar de sus recuerdos personales más privados a describir la ciudad de Estambul desde una perspectiva más general. Pamuk no empezará a hablar de los cambios que, desde el siglo XIX se han operado en el paisaje de la ciudad. Llama la atención, por ejemplo, la pasión de los estambulíes por disfrutar del incendio de las viejas mansiones de madera, muchas de ellas construidas a las orillas del Bósboro. Estos incendios debían ser muy frecuentes, todavía en la juventud de Pamuk, y se hayan documentados por los viajeros europeos que visitaban la ciudad en el siglo XIX.

Durante más capítulos, Pamuk intercala los recuerdos personales con los colectivos. Me ha gustado, por ejemplo, leer sobre las películas que se rodaban en la ciudad, durante la década del 50 y 60. En Turquía había, por entonces, una potente industria local, como en muchos más países de Europa. Luego, Pamuk podía cruzarse por su barrio con los actores que hacían de extras en las películas.

 

Hay capítulos del libro que se convierten en pequeños ensayos sobre algún tema. Así, por ejemplo, el 7, titulado Los paisajes del Bósboro de Melling, analiza los grabados que el alemán (de sangre italiana y francesa) Melling hizo en el siglo XIX de la ciudad. En este capítulo se reproducen algunos de sus dibujos y pinturas.

 

No lo he dicho aún, pero el libro está lleno de fotos, en blanco y negro. Algunas de ellas pertenecen a la familia de Pamuk y retratan su vida íntima, y otras reproducen calles de la ciudad y reproducciones de cuadros o grabados que en el pasado se hicieron de Estambul.

 

En el capítulo 10 Pamuk no hablará de la amargura de la ciudad; una amargura que acaba contagiando a sus habitantes.

Me ha impresionado el capítulo en el que Pamuk habla de los golpes que los profesores daban a los estudiantes en su escuela, de los que él se libraba por ser un buen alumno. El hecho de no haber hecho las tareas o molestar en clase podían ser motivos para recibir una buena tunda.

 

Con la idea de documentarse para su libro, Pamuk leyó viejos periódicos de la ciudad, y en el capítulo 16 recoge algunas frases que le han gustado, leídas en artículos de opinión de distintas épocas.

 

Me han gustado, sobre todo, los capítulos en los que Pamuk habla de algunos de los escritores que retrataron Estambul en el pasado. Resat Ekrem Koçu que era historiador y compuso la Enciclopedia de Estambul, que, en principio, aparecía de forma semanal en un periódico y luego se recogía en forma de libro. En esta enciclopedia, Koçu recogía hechos del pasado, centrándose en lo macabro o extravagante, y Pamuk disfrutó mucho en su juventud con ella. Me resulta curioso leer que Koçu, como historiador, estaba interesado por el pasado otomano de Turquía, al igual que el profesor de la universidad que era su maestro, y ambos tuvieron problemas por tratar este tema ante las nuevas autoridades que exigían la occidentalización del país y olvidar el pasado. Y, sobre todo, me ha interesado que Pamuk me hablara de Ahmet Hamdi Tanpinar, un novelista que, según él, es el que mejor refleja la amargura de Estambul. He buscado información sobre Tanpinar y en España lo tiene traducido la editorial Sexto Piso, con traducción de Rafael Carpintero, el mismo traductor de Pamuk y, por lo que he visto, traductor de todo (o casi todo) lo que de literatura turca llega al mundo hispano. A la novela Paz de Tanpinar la llaman el «Ulises turco», por sus juegos con las voces interiores de los personajes.

 

Pamuk nos va a hablar del que fue el barrio judío de Estambul y del barrio de los rumíes, descendientes de griegos y que, a mediados del siglo XX, aún conservaban su idioma en algunos comercios. Pamuk nos va a hablar también de las campañas políticas en contra de las minorías y el intento de que todos los habitantes de Estambul hablen turco y no otras lenguas, como aún ocurría en su infancia. He estado, en este julio de 2025, de visita en los barrios de Estambul donde Pamuk dice que vivían los judíos y los rumíes (Balat y Fener) y diría que allí ya no vive nadie, como comunidad, que hable en una lengua que no sea el turco. También nos hablará Pamuk de los ataques violentos que, en el pasado, han sufrido estas comunidades. «En mis recuerdos de infancia queda como parte de aquella limpieza cultural la manera en que se callaba a los que por la calle hablaban en voz alta griego o armenio». (pág. 278)

 

Pamuk también nos hablará de los escritores europeos, como Théophile Gautier o Nerval, que en el siglo XIX visitaron Estambul, como fuente de exotismo y como fueron creando mitos (algunos trasmitidos de unos viajeros a otros) sobre la ciudad. Muchos de estos viajeros estaban interesados, sobre todo, por el harén del sultán, una realidad, que nos dirá Pamuk, para él, en el momento –a principios del siglo XXI– que escribe el libro, le parece tan exótica como les parecía a aquellos escritores europeos. También nos hablará de que a los estambulíes, aunque tolerasen una mirada propia sobre sus miserias, no les gustaba que así la retratasen los extranjeros, como, por ejemplo, los porteadores de mercancía con multitud de cajas sobre sus espaldas.

Me ha llamado la atención la historia sobre cuando el escritor francés André Guide visitó Estambul, ya en el siglo XX, escribió un artículo ridiculizando las vestimentas de los estambulíes. Esto tuvo como consecuencia de Atatürk, en su deseo de occidentalizar el país, prohibiera aquellas vestimentas antiguas u orientales.

 

En la página 338, cuando Pamuk se dispone a contar algo personal, como eran las frecuentes peleas que tenía con su hermano, que siempre acababa perdiendo al ser dos años menos, nos dice (a modo de disculpa, más seguramente ante sus familiares que ante el lector), que a veces su memoria puede fallar y que, por tanto, el lector debe dudar de sus palabras. Literalmente escribe: «Si lo importante para un pintor no es el realismo de las cosas sino su forma, para un novelista no lo es el orden de los acontecimientos sino su estructura, y para un escritor de memorias no lo es la verdad del pasado sino su simetría».

Así que, por esta ley de simetría, ya que Pamuk empezó los primeros capítulos del libro hablando de sí mismo y de sus familiares, va a terminar el libro hablando también de sí mismo. En este sentido, el capítulo 35, titulado El primer amor, se podía leer como un relato independiente y me ha parecido una narración bellísima.

 

En primera instancia, la inclinación artística por la que Pamuk sintió atracción fue la del dibujo y la pintura, que le ayudan a salir de la realidad, a refugiarse en un espacio privado al que, de niño, quería trasladarse. También gustaba de conseguir la admiración de la maestra o de los adultos por sus conocimientos y, posteriormente, por la calidad de sus dibujos.

Pamuk empezará a estudiar arquitectura, pero en el segundo año perderá el interés y preferirá vagar por la ciudad nocturna. Su hermano mayor se ha ido a estudiar a Estados Unidos y su padre suele pasarse poco por casa, así que acabará discutiendo con su madre, que teme que deje los estudios por convertirse en pintor, algo que considera posible hacer en lugares como París, pero no en Turquía. Al final, Pamuk le dará una noticia aún más inquietante: va a dejar la universidad, pero no para ser pintor, sino escritor.

 

El estilo de Pamuk es bello y evocador, desarrollado en frases largas, en las que va introduciendo muchas matizaciones, mediante frases subjuntivas.

 

Creo que hubiera sido mejor acercarme a un libro como Estambul habiendo leído antes alguna de las novelas más famosas de Orhan Pamuk, pero al llegar ya la fecha de mi viaje a Estambul barajé la posibilidad de empezar a leer El museo de la inocencia, antes que Estambul y me pareció más sensato, dadas mis circunstancias vitales, empezar por el segundo libro. Ha sido una buena experiencia leer la mayoría de las páginas de este libro durante mi estancia en Estambul. No podría recomendar el libro como «guía turística» con la intención de que vayan a llevar al lector a lugares físicos de la ciudad, porque el libro, más bien, propone un viaje interior, un viaje hacia el espíritu melancólico de la ciudad y, en este sentido, ha logrado que mi viaje a Estambul se ha haya ido recubriendo de capas a las que no podría haber llegado de otro modo. Seguiré con el autor.

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Cuentos completos 5, por Philip K. Dick


Cuentos completos 5
, de Philip K. Dick

Editorial Minotauro. 663 páginas. 1ª edición de 1963 a 1980; esta es de 2020

Traducción de Manuel Mata y Carlos Gardini

 

Ya he comentado muchas veces que uno de los mitos de mi adolescencia es el escritor de ciencia ficción estadounidense Philip K. Dick (1928, Chicago – 1982, Santa Ana). En los años 90 leí bastantes de sus novelas y, una vez pasados los treinta y cinco años, seguí con las que me faltaban. Sin embargo, me había dejado sin leer sus cuentos, publicados en España por la editorial Minotauro en cinco volúmenes. En el verano de 2021 leí el volumen 1, y he mantenido esta tradición –que acaba en el verano de 2025– con la lectura del volumen 5. Tenía ganas de llegar a ya al volumen 5 porque los cuentos que recoge este libro están escritos en su etapa de madurez y, según críticos y lectores, es su mejor libro de relatos.

El volumen 1 reunía 25 cuentos, escritos entre 1951 y 1952; el segundo 27, escritos entre 1952 y 1953; y el tercero 23, escritos entre 1953 y 1954. Hemos de tener en cuenta que la primera novela de Dick, Lotería solar, no apareció hasta 1956. El volumen 4 reúne 18 cuentos, escritos entre 1954 y 1964. El volumen 5 contiene 24 cuentos y el periodo de su escritura abarca 17 años (1963-1980), el más largo de los cinco libros.

 

El prólogo del volumen 5 está firmado por el escritor de ciencia ficción Thomas M. Disch, y, en él, Disch dice que Dick fue tanto un escritor para escritores como para lectores. También dice que su estilo literario no suele alcanzar grandes cotas, pero –como todos sabemos ya a estas alturas– Dick tenía grandes ideas.

 

La cajita negra es el primer relato. Se trata de una historia paranoica de persecuciones estatales, en el contexto de la Guerra Fría, con –por ejemplo– comunistas chinos en Cuba. Lo que más me gusta de este relato es que aparece la religión del mesmerismo, con sus cajas negras de empatía. Las personas que las usan pueden acompañar a Mercer mientras sube a una loma y va recibiendo pedradas. El FBI sospecha que Mercer representa la avanzadilla de una invasión extraterrestre. Lo que me gusta es, como el propio Dick explica en sus comentarios a los cuentos al final del libro, que este relato lo usó en la composición de su famosa novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968); La cajita negra se publicó en 1964. Normalmente, aunque muchas de sus historias tienen elementos en común, Dick crea mundos diferentes en cada novela o relato; pero también resulta agradable encontrar estas escasas confluencias dentro de su otra.

 

La guerra de los fnuls también trata de una invasión extraterrestre; en este caso se trata de los fnuls, que periódicamente tratan de tomar la Tierra. En esta ocasión lo hacen convertidos en vendedores de inmuebles, con aspecto humano. Los fnuls no saben por qué, pese a su camuflaje, los humanos siempre los detectan. En este caso, aunque estén camuflados de vendedores de inmuebles, miden solo 60 centímetros. El cuento contiene ese humor surrealista de Dick que resulta un tanto inmaduro, aderezado aquí con algo de picante sexual, un tanto machista. No es este, desde luego, uno de los mejores cuentos del libro.

 

El nivel mejora en el tercer relato, Artefacto precioso. Estamos en Marte y en el planeta se están instalando colonos procedentes de una Tierra superpoblada. El protagonista, Milt Biskle, es un antiguo soldado que perdió el pelo y los dientes, como tantos otros, a consecuencia de su participación en la guerra. El relato acaba siendo una crítica a las aglomeraciones de las grandes ciudades de la Tierra. Milt quiere visitar los lugares de su infancia y el lector acabará teniendo la sensación de que todo se trata de un simulacro, ahondado en esa idea de las historias de Dick en la que la realidad que percibimos (o nos hacen percibir) no acaba de ser la «real».

 

En Síndrome de alejamiento dos policías detienen el vehículo de un hombre que conduce con exceso de velocidad. Aunque estamos en la Tierra, el hombre piensa que se encuentra en Gamínedes y que tal vez ha asesinado a su mujer. ¿Esto es real o es un falso recuerdo? De nuevo nos encontramos, igual que en el anterior, con una historia de Dick en la que se plantea la «realidad de lo real». El tercero y este cuarto son buenos relatos.

 

Una odisea terrícola, con sus 50 páginas, es el relato más largo del conjunto. Trata de una California que ha sufrido una guerra nuclear y de la vida de los supervivientes. Algunos animales, debido a la radiación, ha desarrollado capacidades fantásticas, como, por ejemplo, el hecho de una rata pueda tocar la flauta. Este detalle enseguida me hizo pensar en la novela El doctor Moneda Sangrienta, que leí en los años 90 y que tenía este argumento. La narración está repleta de sucesos inquietantes e imaginativos. Este cuento se publicó por primera vez en las obras completas y se trata de apuntes, o fragmentos, de la que iba a ser la novela El doctor Moneda Sangrienta. Me gusta el relato, pero recomendaría mejor leer la novela, porque en mi recuerdo es una de las mejores obras de Dick.

 

Su cita será ayer: un hombre despierta a su rutina, y comienza con su tarea relativa a la única copia que queda de un libro importante. En este relato hay robots y viajes en el tiempo, lo que hace (esto último) que su planteamiento sea confuso y que no me acabe de gustar.

 

Combate sagrado: unos tipos sacan de la cama al protagonista. Tiene que revisar una máquina que analiza el riesgo de estar sufriendo la amenaza de una guerra o no. La máquina cree que ese riesgo existe, pero los humanos del FBI piensan que puede estar fallando. Aunque algunas de las pruebas a las que los humanos someten a la máquina para ver si tiene capacidad real de analizar la situación me parecen un tanto ingenuas, el final es tan inquietante que ha hecho que se eleve para mí el valor de este cuento y que me acabe gustando bastante.

 

Un juego sin azar nos conduce de nuevo a una colonia humana en Marte. La colonia va a recibir la visita de unos feriantes del espacio. Esto pone en alerta a algunos de sus habitantes, ya que el año anterior perdieron bastantes de sus bienes con las apuestas a las que les llevaron otros feriantes. En esta ocasión, cuentan con la presencia de un niño con poderes psíquicos, que puede ganar a los feriantes en sus juegos. Así ocurre y recibe lo que en apariencia era el mejor regalo: unas muñecas robots. Quizás han sido engañados y estas muñecas robots suponen en realidad una amenaza. Este es uno de los cuentos que más me ha gustado del libro porque tiene el encanto puro de Dick: si el lector analiza su estructura interna, la lógica causa-efecto de sus ideas, comprobará que es un disparate de cuento, pero contiene el misterio y la extrañeza propia de un cuento de Dick, que, en ocasiones como esta, sigue una lógica propia ajena a la real, y esto –al menos ante mis ojos– le da un gran valor expresionista o surrealista al cuento.

 

No por su encuadernación me gusta porque nos remite a otro cuento de Dick: Más allá se encuentra el wub, que está contenido en el volumen 1. Un editor de Marte trabaja sus libros encuadernándolos con piel de wub, un animal de la fauna marciana. A pesar de que el wub, al que perteneció la piel, está muerto, no así su piel, que tiene capacidad para modificar el contenido del libro. De nuevo, es una narración original, con una lógica absurda y bella propia del mundo de Dick.

 

En La revancha la policía interviene un casino regentado por extraterrestres. Sin embargo, el protagonista consigue salvar una máquina del millón. Como estamos dentro de un relato de Dick, la máquina del millón desarrollará instintos homicidas contra nuestro protagonista. Puro Dick paranoico.

 

La fe de nuestros padres: el protagonista va a tener la oportunidad, gracias al consumo ocasional de una droga, de ver la televisión de un modo alucinógeno, pero ¿y si estaba drogado antes y le hacían ver una realidad alterada y lo que ve ahora, gracias a la nueva droga, es la realidad? El mundo está dominado por un líder, que posiblemente no es quién la población cree que es. De nuevo, puro Dick paranoico con la realidad.

 

En la página 371 tenemos el relato más corto del libro, pero con el título más largo; se titula La historia que podrá fin a todas las historias para la antología de Harlan Ellison, Dangerous Visions, y el título es casi más largo que el microrrelato loco que viene después. Me ha gustado del puro desconcierto que me genera.

 

La hormiga eléctrica es el que me ha parecido el mejor cuento de todo el libro. El director de una empresa sufre un accidente y pierde una mano, que le puede ser sustituida por otra biónica en el hospital. En este lugar, va a descubrir que, en realidad, no es un humano sino un robot, y que no trabaja en una empresa, sino que es propiedad de dicha empresa. Esto le va a generar una terrible crisis existencial, que le va a conducir a la autodestrucción. Es un relato bello y triste.

 

Cadbyry, el castor necesitado me hizo leer sus primeras páginas con una sonrisa de incredulidad. El cuento está protagonizado por un castor, al que su mujer presiona para que consiga más fichas de póquer, cuya acumulación da la medida del estatus en este mundo de los castores que crea Dick. A nuestro castor no le va a quedar más remedio que acudir en busca de ayuda a un conejito psicólogo. Los problemas matrimoniales del castor son evidentes, y empezará a ilusionarse cuando le surja la oportunidad de conocer a una mujer que quizás pueda darle el amor que necesita. En este relato aparece una mujer joven de pelo negro, que el lector de Dick sabe que simboliza a su hermana melliza que falleció en el parto y a la que Dick siempre sintió a su lado como una presencia sanadora. Hasta cierto punto, esta propuesta me ha recordado al cuento Josefina la cantora o el pueblo de los ratones de Franz Kafka.

Este cuento lo escribió Dick en 1971 y no se publicó hasta que fue incluido en esta antología. Esto pasa con algunos otros relatos del conjunto. Imagino que por esta época, Dick estaba más centrado en escribir novelas y conseguir publicarlas.

 

Algo para nosotros, temponautas trata sobre viajeros en el tiempo. Un grupo de astronautas terrícolas ha sido enviado a la misión de realizar un viaje en el tiempo. Un fallo hará que entren en bucle en un ciclo temporal, que les permitirá, por ejemplo, asistir a su propio entierro. Es un buen relato sobre las paradojas de los viajes en el tiempo, otro de los temas recurrentes de Dick.

 

Las prepersonas es un relato inesperado. Dick nos habla de una sociedad en la que los padres pueden decidir, hasta que los niños tienen doce años, que ya no desean a sus hijos y el Estado puede retirarlos en un furgón para llegarlos a un depósito, donde si, en el plazo de treinta días, no son adoptados por nadie serán eliminados. El relato se puede interpretar como una crítica al sistema de perreras, que recoge a animales domésticos abandonados, pero también, y sobre todo, como una crítica a las leyes proaborto. En su comentario final, Dick explica que este relato recibió críticas, pero que él quería dejar clara su postura antiabortista. Sin compartir su idea de fondo, he de decir que me ha gustado.

 

El ojo de la sibila es también un relato extraño. En él, Dick empieza a hablar de la antigua Roma. Esto no es algo infrecuente en su última etapa creativa, puesto que en su explicación paranoica del mundo, él se sentía un cristiano primitivo trasladado a la California de 1970. Este cuento acabará hablando de los años escolares de Dick y su vocación por la escritura. Sin ser un buen cuento, estructuralmente hablando, me ha resultado interesante por el tema autobiográfico.

 

El día que el señor Ordenador se cayó del árbol nos plantea la discusión de un ciudadano con sus electrodomésticos, controlados por un ordenador central que sufre episodios de locura. Uno de los protagonistas del relato va a ser un empleado de una tienda de discos, oficio que tuvo Dick en su vida real y que, a veces, aparece en sus historias. El ordenador central, como una IA enloquecida, empezará a generar información falsa. Es un cuento correcto, sin más.

 

La puerta de salida de adentro también trata del mundo de los robots y del control estatal. Un joven ciudadano, de vida mediocre, es agraciado con el premio de poder mejorar su formación. Descubrirá tarde que la primera prueba a la que debe someterse es a un juego moral.

 

Cadenas de aire, redes de éter descubriré en el comentario final que Dick lo uso para la su novela La invasión divida, que he leído, pero que no recordaba, o al menos no recordaba este detalle. Es un relato sobre la soledad, sobre dos personas, un hombre y una mujer, que viven en cúpulas aisladas en un planeta remoto. Cuando la mujer es víctima de una enfermedad, los dos empezarán a relacionarse más. Lo sorprendente de este relato es que se publicó en 1979 y está perfectamente integrado en él el uso de la IA con frases como estas: «En la pantalla grande apareció un mensaje. Era la respuesta del Sistema de la IA, llegada con un día de antelación», «No era de extrañar que el sistema de IA le hubiera notificado que el factor ético era prescindible en este caso». Me gusta más que los anteriores.

 

Extraños recuerdos de la muerte no es un cuento de ciencia ficción, sino que es un cuento realista sobre un hombre preocupado por el desahucio de una vecina mayor y acaba siendo una reflexión sobre la locura. El esfuerzo estilístico de Dick es aquí mayor que en sus otros relatos. Este cuento me sorprende por inusual.

 

Espero llegar pronto trata sobre un viaje intergaláctico de diez años, donde una nave espacial tiene la responsabilidad de mantener dormidos a los sesenta tripulantes. Sin embargo, algo falla y una de esas personas se despierta. La nave tendrá que ingeniárselas para que, en los próximos diez años, no pierda la cordura y decide suministrarle imágenes de sus recuerdos, con inesperadas consecuencias. ¿Lo real es real?

 

El caso Rautavaara nos presenta a unos extraterrestres que, debido a las leyes interplanetarias, se ven en la situación de ayudar a unos terrícolas que han sufrido un accidente cósmico. A través de un cuerpo humano muerto, al que han intentado revivir, entrarán en contacto con una deidad inesperada. Es un cuento inquietante, me gusta.

 

La mente alienígena nos presenta a una nave que se ha desviado de su trayectoria por un suceso inesperado, que tiene que ver con una mascota. Es un cuento escrito con afán bromista e inferior a otros.

 

Después de cinco veranos (y cuatro años) esta aventura de leer los cinco volúmenes de los Cuentos completos de Phillip K. Dick ha llegado a su fin. La verdad es que no podría afirmar, de forma contundente, que este quinto volumen sea significativamente el mejor de todos. En muchos de sus relatos, se nos vuelve a presentar el Dick juguetón, que escribe con intenciones cómicas, de sus comienzos. Quizás en esta etapa última ya no trata de hacer, como al principio, un giro final en los cuentos que les dé un nuevo significado, en muchos casos chistoso, y que acababa arruinando un tanto el alcance global de la pieza. Creo que había estado suponiendo que en este quinto volumen me iba a encontrar con relatos que tuvieran más que ver con el mundo de la novela Valis, con las inquietudes más profundas de Dick sobre la realidad, y no ha sido así. En cualquier caso, este Cuentos completos 5 contiene piezas destacadas de la producción de Philip K Dick y, en conjunto, me han acompañado bien en mis últimos inicios de verano. Ahora me queda por leer la Exégesis de Dick. Espero no tardar mucho en acercarme a ella.

 

domingo, 31 de agosto de 2025

El Eternauta, por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López


El Eternauta
, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López

Editorial Planeta. 373 páginas. 1ª edición de 1957-59; esta es de 2022

Prólogos de Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain

 

Entre abril y mayo de 2025, empecé a recibir información sobre el estreno en la plataforma Netflix de la serie de seis capítulos El eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín. También empecé a leer comentarios sobre que esta serie estaba basada en un cómic mítico argentino del mismo nombre, que se publicó, por entregas, entre 1957 y 1959, en la revista Hora Cero. El cómic estaba escrito por Héctor Germán Oesterheld (Buenos Aires, 1919 – Desaparecido, 1977) y dibujado por Francisco Solano López (Buenos Aires, 1928 – 2011). Ya he contado alguna vez que, cuando va a llegar el verano, me suele apetecer leer libros de ciencia ficción o terror, porque son géneros que asocio a la libertad adolescente de las vacaciones escolares, y me empezó a llamar la atención este cómic de El eternauta, con prometedoras dosis de ciencia ficción y terror. También he contado más de una vez que me suelen gustar las narraciones apocalípticas. Se lo solicité a Planeta Cómic para poder leerlo y reseñarlo, y ellos me lo enviaron.

 

No es habitual que yo lea cómics, pero tampoco ha sido algo inédito en mi vida adulta. He leído, por ejemplo, Todo Paracuellos de Carlos Giménez, o una amplia antología de American Splendor de Harvey Pekar.

 

No he visto la serie de Netflix, aunque me han hablado de ella; así que he llegado al cómic con una mirada pura sobre lo que me iba a encontrar. Recomiendo al lector del cómic que espere al final de su lectura para acercarse a los prólogos de Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain, que acompañan a esta edición de Planeta Cómic de 2022. Alguna vez he hablado en mi canal de YouTube -Bienvenido, Bob- sobre la irrelevancia de los llamados «spoilers» en la literatura, si pensamos que esta tiene más que ver con el «cómo se dice» que con el «qué se dice». En otras palabras, para cualquier lector literario que acometa, por primera vez, la lectura de El Quijote, debería ser irrelevante, para el placer que va a obtener de un libro como este, saber que, al final de la historia, nuestro loco de La Mancha, muere cuerdo en su cama o no saberlo. Sin embargo, para una narración (sin dejar de ser literaria) como El Eternauta, donde la sorpresa y la sensación de maravilla con que el lector se va a encontrar, casi en cada página, revelar los secretos de la narración sí puede ser significativo. Señalaré solo algunos asideros argumentales que ocurren muy al principio de la historia.

 

De entrada, debería comentar que El Eternauta cuenta con dos narradores principales (llegará a existir, durante unas breves viñetas, un tercero). El primero de ellos es Oesterheld, el creador de la historieta, que en una madrugada, sobre las tres de la mañana, trabaja en su casa con la ventaba abierta para poder mirar las estrellas. Enfrente de la mesa en la que escribe se empieza a materializar una figura, vestida con una ropa extraña. Durante toda esa noche, esta «figura», a la que acabará llamando «el Eternauta». Así se dará paso al segundo narrador de la historia, el Eternauta, que nos contará que se llama Juan Salvo y que vivía en Vicente López, un municipio al norte de la ciudad de Buenos Aires. Salvo no es alguien rico, pero «mi pequeña fábrica de transformadores me permitía vivir a gusto» (pág. 17). Cuando El Eternauta se materializa ante Oesterheld, se da una coordenada temporal. Dice el Eternauta: «No necesitas contestarme, ya sé que estoy en la Tierra. A mitad del siglo XX, alrededor del 1957» (pág. 14). En la viñeta siguiente leemos: «Esto último lo dijo mirando los libros sobre la mesa. Y las revistas: había un magazine de actualidad con la foto de Krushchev en la tapa». En la página 87 se nombrará a la perrita Laika. Como vemos, el contexto histórico en el que escribió el cómic es el de la guerra fría. Este dato será importante para comprender cuál es la primera interpretación que los personajes dan a los sucesos extraños de los que ellos van a ser testigos.

 

El Eternauta, le contará a Oesterheld que, la noche que comenzó toda su aventura extraordinaria, se encontraba, como tantos otras veces, jugando al truco en la buhardilla de su chalet con sus amigos. Su mujer, Elena, lee en la cama, en la planta de abajo, y su hija, Martita, está ya durmiendo. Esta imagen de los amigos jugando al truco enseguida se me hizo muy representativa de la cultura argentina, pues el mismo Jorge Luis Borges tiene un poema sobre el truco, que acaba siendo una metáfora de la repetición, del eterno retorno, poema que apareció en Fervor de Buenos Aires (1923). La apacible partida se ve interrumpida porque se va la luz. No se oyen ruidos. Algo está sucediendo. Ha empezado a caer una inesperada nevada fosforescente. Los amigos pronto se dan cuenta de que no deben salir de la casa ni abrir las ventanas. Al entrar en contacto con los copos de nieve, las personas mueren. «Todo hasta donde se podía ver, se cubría ya de aquella nevada. Nevada irreal, nevada de dibujos animados Y mortal, terriblemente mortal…» (pág. 20).

En su prólogo, Guillermo Saccomanno nos explicará que existe una interpretación política sobre el tema inicial de El Eternauta, sobre esa nevada mortal en Buenos Aires. En 1955, los cazas de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza de Mayo, tratando de acabar con el peronismo. Estos bombardeos mataron a más de 400 personas.

 

Los protagonistas de la historia, encerrados en la casa de Juan Salvo, que aceptan rápido todo lo que está ocurriendo, sellarán cualquier apertura de la casa con la idea de atrincherarse dentro. Pronto sabremos que la buhardilla de la casa contiene bastante material útil para la supervivencia, porque Salvo y sus amigos tienen aficiones científicas. Así, por ejemplo, Favalli, que va a ser uno de los protagonistas de la historia, es profesor de física en la universidad. Poco antes de que los acontecimientos extraños hayan comenzado, por la radio han escuchado hablar de un ensayo radioactivo, por parte de Estados Unidos, que ha generado polvo radioactivo. Otro de los amigos tendrá en la buhardilla de Salvo un contador Geiger, lo que le permite comprobar si afuera de la casa hay presencia radioactiva. Pronto sabrán que no, aunque la suposición de que la muerte debida a la nieve fosforescente está relacionada con las explosiones atómicas estadounidenses será una hipótesis a barajar en el comienzo de la historia. Ya he dicho que nos encontramos en el contexto de la Guerra Fría. Transformarán también una radio para que funcione a pilas y así saber qué noticias llegan (si alguien está emitiendo) del mundo exterior. Y no será difícil para ellos hacer trajes con una máscara incluida y un filtro, que les permitan salir de la casa y explorar los alrededores sin sucumbir a la toxicidad de la nevada.

Este comienzo, en el que los protagonistas poseen conocimientos científicos y capacidad para usar materiales con los que fabricar productos, que les ayudarán a salir adelante, me ha recordado a las historias escritas por Julio Verne. Aunque, cuando era niño, acabé leyendo algunas de las novelas escritas por Verne, en principio recibí sus creaciones en forma de cómics. Cuando tenía unos ocho años, mi padre me regaló unos libros de tapas duras que se titulaban Grandes novelas ilustradas, y el primero que leí contenía diez historias en forma de cómic, hechas a partir de las novelas de Julio Verne; siempre contadas en 30 páginas. De hecho, incluso la forma de dibujar los rostros de Francisco Solano López me ha recordado a cómo se dibujaban algunos personajes de aquellas Grandes novelas ilustradas. Aunque, en cualquier caso, debo añadir, que el detalle de los dibujos de Solano López es superior a aquellos. He leído que, para esta edición de Planeta Cómic, algunos dibujos originales han sido restaurados. Creo que también están aquí presentes los trazos típicos de los cómics bélicos de la época.

El papel de las mujeres en el cómic es muy limitado (solo aparecen tres), con roles muy secundarios, frente a los hombres, y en cualquier caso muy alejados de la acción. Por lo que me han contado, esto ha sido actualizado en la serie, otorgando a las mujeres más protagonismo.

 

Existe una primera parte del cómic en la que los personajes se organizan para sobrevivir en la casa de Salvo, como si se trataran de Robinsones urbanos; de hecho, se cita la obra de Daniel Defoe. Quizás sea esta parte la mejor de la obra, la más misteriosa y desconcertante. Los personajes se van a cruzar con otros supervivientes, con los que quizás tengan que enfrentarse por conseguir los recursos escasos. En este sentido, El Eternauta me ha hecho recordar algunos planteamientos de series mucho más modernas como The Walking Dead, que se empezó a emitir en 2010, más de 50 años después de que apareciera el cómic argentino. The Walking Dead está basado en un cómic, escrito por Robert Kirkman y dibujado por Tony Moore y Charlie Adlard. Sin embargo, los supervivientes decidirán unirse cuando descubran que tienen un enemigo común, desconocido y misterioso.

 

El Eternauta se publicó en la revista Hora Cero, entre 1957 y 1959, al ritmo de tres páginas por semana. Esto hace que sea frecuente encontrar una última viñeta de página (que hacía la tercera de esa semana) y que la siguiente recoja una información muy parecida, que sirve para recordarle al lector el punto en el que se quedó la historia la semana anterior. Sin embargo, esto no supone ningún problema para el lector actual. He leído en algún comentario sobre el cómic en internet que, para los cánones actuales, resulta excesivo su texto, porque hay pequeñas viñetas verticales que no contienen dibujo sino simplemente texto explicativo. A mí tampoco esto me ha parecido que fuera ningún problema. Sin embargo, sí que he tenido la sensación de que hay ideas que, de forma continua, se repite su exposición en el texto, o bien en la parte que corresponde al narrador, o en los bocadillos de los personajes. Por ejemplo, en la primera salida de la casa de Salvo, al observar la magnitud de la tragedia acontecida, al ver a los muertos, repite varias veces la idea de que ellos tuvieron suerte por tener todas las ventanas cerradas, pero que la gente a la que la nevada le pilló con alguna puerta o ventana abierta pereció. Esto insistencia en ideas ya señaladas es un rasgo de estilo, que se va a repetir a lo largo de la narración. Quizás estos subrayados quitan algo de sutileza a lo contado; pero imagino también que se tratan de convencionalismos del género, sobre todo en publicaciones que había leer de semana en semana.

 

En cualquier caso, lo que verdaderamente consiguen Oesterheld y Solano López es una historia vibrante y llena de tensión narrativa, en la que el lector se encuentra siempre en vilo; siempre queriendo saber qué va a ocurrir en la siguiente página (de hecho, más de una vez me he descubierto adelantando viñetas con la vista, porque no podía contener la curiosidad). Es posible también que una lectura más atenta o analítica nos haga cuestionarlos los límites de la verosimilitud narrativa, puesto que la intensidad de lo contado es tanta, que uno diría que los personajes no hacen nunca una pausa para dormir o comer, por ejemplo. Por supuesto, Oesterheld y Solano López, en su afán de rizar el rizo narrativo, va a situar a los personajes al borde continuo de precipicios narrativos, y se van a librar de una muerte inminente por una pirueta narrativa, a la que acceden por la casualidad o por una solución improvisada a última hora; una casualidad o una solución improvisada común al género de aventuras (muy usada en películas y novelas: se abre una trampilla al final, los personajes se lanzan a un río desde un precipicio, etc.) que podríamos llamar «el método Scooby-Doo» de resolución de escenas narrativas. Con esto no quiero ser despectivo con los recursos narrativos de Oesterheld, porque entiendo que la forma de narrar esta historieta ha de conducir, por fuerza, a este tipo de resoluciones, donde juega un papel importante el pacto narrativo entre autor y lector. También nos vamos a encontrar con otro convencionalismo presente en este tipo de historias: van a morir muchas personas según avanza la trama, pero si algún personaje ha sido individualizado de forma significativa existen altas posibilidades de que su muerte sea aparente y que aparezca de nuevo (cuando el lector le da por muerto) de forma sorpresiva.

En realidad, pese a estos pequeños detalles, en apariencia negativos que muestro aquí, y como ya he apuntado, me ha parecido que esta historieta era muy adictiva y que el lector, de forma continua, desea seguir leyendo para saber hacia dónde se encamina. Desde el principio, en cualquier caso, el lector sabe que Juan Salvo tendrá que entrar en contacto con una máquina del tiempo, o un aparato similar, para poder convertirse en «el Eternauta», un viajero del tiempo.

 

El Eternauta tuvo una continuación, a cargo de Oesterheld y Solano López, en 1976. Años antes Oesterheld se había unido a los montoneros. Esto hizo que, con la dictadura de Videla, Osterheld tuviera que vivir en la clandestinidad, y a veces dictaba sus textos desde un teléfono para que los pudiera recoger Solano López. Finalmente, Oesterheld se convirtió –junto con sus cuatro hijas y sus yernos– en uno de los desaparecidos por la dictadura argentina. Elsa Sánchez, esposa de Osterheld, también fue secuestrada, pero sobrevivió y se convirtió en una de las fundadoras de las Abuelas de la Plaza de Mayo.

Planeta Cómic no ha sacado, al menos en España, esta segunda parte de El Eternauta, pero espero que, gracias al éxito de la serie de Netflix, y la consiguiente revitalización de esta historia, se plantee hacerlo; porque me interesaría leerla. En definitiva, El Eternauta me ha parecido una gran historia, que he leído con gran sentido de la sorpresa y la maravilla, que es como se deben leer las historias de aventuras.

lunes, 25 de agosto de 2025

Caravana para cuervos, por Eminé Sadk

 


Caravana para cuervos, de Eminé Sadk

Editorial Automática. 234 páginas. 1ª edición de 2020; esta es de 2025

Traducción y notas de MaríaVútova

 

Me llega al correo electrónico, de forma habitual, información sobre las novedades de Automática. Es una editorial que me interesa, publica sobre todo libros de países del Este europeo, de idiomas de los que es difícil encontrar traducciones en el mercado literario español. Leí, por tanto, la ficha de prensa de Caravana para cuervos (2020) de Eminé Sadk (Dúlovo, Bulgaria, 1996), que era «la nueva revelación de la joven literatura búlgara», y que había escrito esta novela cuando tenía solo veintitrés años. En principio, la dejé pasar, porque son demasiados los libros que quiero atender y, con mi escaso tiempo libre, no puedo acercarme a todos. Más tarde, recibí información sobre la novela Sonia pide la palabra de la rumana Lavinia Braniste, que, además, iba a estar en la Feria del Libro de Madrid 2025, firmando sus libros y participando en una charla, durante la segunda semana de la Feria. Me apeteció acudir a esta charla. Antes, me pasé por la caseta de Automática, para comprar la primera novela de Braniste, Interior Cero y que me la firmara. Las editoras –que ya me conocen por algunas reseñas que he escrito de sus libros– me regalaron Caravana para cuervos de Eminé Sadk.

Aunque estaba leyendo el Volumen 5 de los Cuentos completos de Philip K. Dick, me apeteció hacer un alto en esta lectura y acercarme a Caravana para cuervos, que se iba a convertir en mi primera incursión en la literatura búlgara.

 

El protagonista de Caravana para cuervos es Nikolay Todorov, profesor de Geografía en un instituto desde hace veinte años. Tiene cuarenta y seis años, está soltero, no tiene hijos y sus padres ya han muerto. El día en el que comienza la narración, el Director del instituto en el que trabaja ha decretado un día de fiesta, precisamente porque Todorov ha ganado un proyecto europeo de renovación educativa (el lector, aunque sienta curiosidad, no acabará sabiendo qué proponía Todorov en este proyecto). Por la noche, los profesores, junto con el Alcalde de la pequeña ciudad búlgara en la que viven, van a celebrar una fiesta en el instituto. Al ser día de mercado, Todorov aprovechará el día libre en su honor para visitar el mercadillo de la ciudad.

La narración está escrita en tercera persona y, de vez en cuando, se le cede la voz a Todorov y conoceremos algunos de sus pensamientos. Este recurso de ceder la palabra a los personajes, la narradora omnisciente también lo hará con otros personajes.

La acción se va a situar en un mes de octubre bastante cálido, en el que parece alargarse el verano; por efecto del cambio climático, parece insinuarse en el texto. Esa primera mañana, Todorov tratará de ver el telediario: «Mostraban imágenes dramáticas de enfrentamientos en la capital entre los manifestantes y las fuerzas del orden», leemos en la primera página. Estas manifestaciones en Sofia acabarán teniendo importancia en el tramo final de la novela.

Los alumnos que se cruzan con Todorov este día de mercado no parecen tenerle demasiada simpatía, sino que se ríen de él cuando se cruza con ellos.

 

La fiesta que se ha convocado en el instituto, a causa del triunfo de Todorov, va a devenir en un momento epifánico para él. Sus compañeros empezarán a comer y a beber sin tino. «“¿Qué esperaba? ¿Qué diferencia puede marcar el proyecto que hemos ganado si esta gente no está dispuesta a cambiar? Seguirán exactamente de la misma manera…”, reflexionaba con pesar mientras observaba a sus compañeros secarse el sudor de la frente.»; leemos en la página 38. Todorov abandonará la fiesta y se juntará con otros personajes en la calle. Con ellos iniciará una noche de excesos a la que no está acostumbrado. Esta misma noche va a recibir una información sensible sobre su padre –muerto hace siete años–, un profesor de Lengua de instituto, del que Todorov nunca ha sentido que estuviese a su altura. «Mi mundo acaba de dar un vuelco. ¡Se me han juntado demasiadas cosas!», le dirá Todorov a otro personaje en la página 54. Después de esta extraña noche, Todorov va a tomar la decisión de cambiar de vida y, en primera instancia, va a abandonar la pequeña ciudad en la que vive.

De un modo simbólico, Emilé Sadk ha elegido para su personaje la profesión de profesor de Geografía. Parece decirnos la autora que Todorov es alguien que conoce las capitales de todos los países del mundo, pero no cómo viven sus gentes; y también –lo que acabará siendo más significativo en la novela–, aunque Todorov conoce el nombre de todas las capitales de los países del mundo y el nombre de los ríos que los atraviesan, no parece conocer la historia y a las gentes de la región de Bulgaria en la que vive. Su viaje de descubrimiento va a conducirle, de esta forma, a la región de Ludogorie, que, antiguamente, en turco, se llamaba Deliormán.

 

Debemos saber que Eminé Sadk es una búlgara de origen turco. Esta doble condición va a ser importante en la composición de la novela. Gracias a una nota a pie de página –a cargo de María Vútova, la traductora– sabremos que en las décadas de 1970 y 1980 el gobierno búlgaro inició campañas de unificación del país, en contra de la minoría turca. De esta forma, se cambiaron topónimos originariamente turcos por otros equivalentes en búlgaro, y así la región de Deliormán pasó a llamarse Ludogorie. En 1989, más de 360.000 turcos búlgaros fueron expulsados a Turquía, lo que se conoce como «la gran excursión». Esto hizo que muchas zonas de Bulgaria, donde vivían estos musulmanes, quedasen prácticamente despobladas. De esta región de Europa, tan desconocida para un lector español, nos habla Eminé Sadk.

 

Creo que la primera parte, la que nos muestra la vida y crisis de Todorov, es la mejor resuelta del libro. Después de esa loca noche, la novela se va a abrir a la aparición de nuevos personajes, como Mila, cuyo padre la abandonó y se fue a Occidente, lugar al que luego emigraría su madre con su nueva pareja. Mila vivía con su abuela, hasta que esta muere y se queda sola. Se dedicará a visitar pueblos abandonados de la Bulgaria profunda, fotografiar objetos de sus casas, que pueden ser usados, y encontrar a personas, en las redes sociales, a las que donárselos. El lector avanzará en la lectura de la novela, sintiendo que el personaje de Mila –que aparece en el segundo capítulo– pertenece a un camino que no se va a transitar. Sin embargo, como la lógica narrativa nos indicaba desde un principio, Mila acabará cruzándose con Todorov.

 

He tenido la sensación de que, en algunos momentos, las andanzas de Todorov por Ludogorie se tiñen de un halo de irrealidad, de pérdida de verosimilitud narrativa; ya que, por ejemplo, Todorov se cruzará con un grupo de gitanos (otra de las minorías de la región) y tendrá con ellos algún problema cuyo planteamiento me ha parecido un cliché. También se cae en alguna licencia sobre el amor a primera vista, que me ha resultado un giro narrativo algo juvenil.

En cualquier caso, debería apuntar que la narración no es del todo realista de un modo consciente, puesto que hay pequeñas escenas que nos pueden hacer pensar en una especie de «realismo mágico del Este». En este sentido, por ejemplo, cuando Mila empieza a tocar un piano roto en una casa abandonada sucede lo siguiente: «Varias palomas adormecidas en las viejas vigas echaron a volar y se posaron sobre el piano. Formaron una especie de joró. Daban vueltas en un círculo perfecto, como amantes del heavy metal, moviendo la cabeza adelante y atrás, atrás y adelante.» (pág. 80) Este mundo del Ludogorie, un tanto loco, me ha recordado al cine del serbio Emir Kusturica y a películas como Gato negro, gato blanco (1998).

 

Emilé Sadk usa un lenguaje de metáforas y comparaciones sorprendentes, que mezcla lo tradicional (con toques poéticos), con lo moderno, como veníamos con esas palomas que bailaban heavy metal. Me ha llamado la atención de que en el original hay palabras en turco que usan los personajes; tema que explica la traductora.

Caravana para cuervos se publicó en 2020, cuando Eminé Sadk tenía veinticuatro años; y ya he dicho que la escribió con veintitrés. Aunque en algunos momentos se nota cierta ingenuidad juvenil en la composición de las escenas, o en la creación de efectos narrativos causa-efecto, me ha parecido una novela fresca e imaginativa, que me ha hecho mirar hacia un rincón de Europa –esa región de Bulgaria de la que fueron expulsados los turcos– que desconocía totalmente. Desde luego, Caravana para cuervos no tiene la profundidad y la tensión narrativa de Una carpa bajo el cielo de la rusa Liudmila Ulítskaya, que es el mejor libro de la editorial Automática que he leído, pero hay que tener en cuenta que Ulítskaya es una escritora madura, en la plenitud de su talento, cuando escribe una obra magnífica como Una carpa bajo el cielo, y que Eminé Sadk es una joven promesa de la nueva literatura europea y que, como a tal, hay que celebrarla. Y hay que celebrar también que la editorial Automática nos acerque a estas voces de la periferia de Europa, que no parecen, en principio, apuestas económicas fáciles.