domingo, 8 de junio de 2025

Crónica de piedra, por Ismaíl Kadaré

 


Crónica de piedra, de Ismaíl Kadaré

Editorial Alianza. 281 páginas. 1ª edición de 1971; ésta es de 2024.

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde

 

Ya he contado que me propuse leer en 2025 a Ismaíl Kadaré (GjirokastraAlbania; 1936 – Tirana, 2024) y le solicité tres libros suyos a la editorial Alianza. Después de acabar El general del ejército muerto (1963), con la grata sensación de haberme acercado a una obra maestra de la literatura europea del siglo XX, empecé Crónica de piedra (1971). Se la pedí a Alianza porque en el resumen de la contraportada afirma que es una obra autobiográfica y tenía la sensación de que me iba a gustar conocer más y empatizar con Kadaré. En la lectura del libro, en ningún momento, se señala que su narrador se llame Ismaíl Kadaré, pero uno lo lee pensado que así es.

Kadaré nació en Gjirokastra, una ciudad al sur de Albania, que en 2025 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad por ser un «raro ejemplo de pueblo otomano bien conservado y construido por terratenientes». Esta ciudad, evocada desde el título –ya que sus calles, casas y tejados están construidas con piedra– será uno de los personajes principales de la novela.

 

Como ocurría en El general del ejército muerto, Crónica de piedra comienza resaltando el clima adverso. El narrador, en el primer capítulo, evoca una noche de su infancia en la que no para de llover, y esto puede suponer un problema para su familia, puesto que el aljibe, donde se guarda el agua, puede acabar rebosando e inundando la casa. Los vecinos llegarán al hogar para ayudar a sus padres a solucionar el problema. La idea de comunidad, de ser el niño parte de un solo cuerpo formado por muchas personas, también va a estar presente en el libro. Las últimas dos páginas de la novela nos hablan de alguien que, después de muchos años, vuelve a su ciudad natal y evoca a personas de su infancia que ya han muerto, pero que él siente que se han fundido con las piedras que componen el espacio humano. Personas y piedras de la ciudad se fundirán en una bella metáfora que aparece casi al final del libro: «La carne tierna de la vida volvía a llenar el caparazón de piedra.» (pág. 279)

 

Crónica de piedra es una evocación de la infancia, desde la vida adulta, pero que intenta recrear la mirada inocente de un niño sobre la realidad. De este modo, se narra una conversación entre las mujeres de la familia y las vecinas en la que, escandalizadas, comentan que un joven vecino ha cometido la osadía de empezar a usar gafas. «Se me hizo un nudo en la garganta. Cómo logre contenerme y no ponerme a gritar, solo yo lo sé.», apuntará una de ellas. La mirada es doble: el adulto evoca esta escena cotidiana con un aire cómico, con ironía, pero también recuerda cómo el niño empieza él mismo a sentir que necesita gafas, puesto que de lejos los contornos de las casas y los árboles se le tornan borrosos, y para solucionarlo, en ocasiones, se coloca delante de uno de sus ojos un cristal que encuentra en un baúl de la abuela, una pura excentricidad, pero que le servirá para poder disfrutar de las películas en el cine.

 

El contexto histórico de los primeros capítulos es de la ocupación italiana de la ciudad, un hecho al que el narrador da, de entrada, menos importancia que a otros sucesos que le llaman mucho más la atención. Así nos hablará, con gran entusiasmo, de una ola de brujería que se ha desatado en la ciudad. «Manos invisibles colocaban objetos maléficos por doquier, en los umbrales de las puertas, tras los muros, bajo los aleros, envueltos en papel o en sórdidos trapos viejos que helaban la sangre.» (pág. 44). También el niño nos hablará de una chica a la que sus padres no dejan salir de casa por la vergüenza que le supone a su familia que tenga una barba como la de un hombre, o de ancianas de ciento treinta y dos años. Esta evocación de la infancia contiene, como vemos, pequeños toques de realismo mágico, que más que recordarme a la obra de Gabriel García Márquez, me han evocado la del judío polaco Bruno Schulz y sus cuentos recogidos en Madurar hacia la infancia (que, por cierto, acaba de reeditar Siruela y que recomiendo con pasión).

 

Me ha gustado percatarme de que Crónica de piedra tenía elementos relacionales con El general del ejército muerto. En esta última novela, el general y el cura italianos, en su búsqueda de los restos de los soldados de su país muertos en la Segunda Guerra Mundial, llegan a la ciudad de Gjirokastra y aquí, en un bar, un camarero les contará una historia de la guerra, acerca del impacto que supuso para la ciudad que los italianos abrieran en ella un burdel. En esta historia, se habla del primer albanés que se atrevió a visitar el prostíbulo, llamado Lame Kareco Spiri, del que también se habla, en referencia a la misma historia, en Crónica de piedra.

 

Al narrador, sus padres a veces le mandan a pasar unos días a la casa de uno de sus abuelos, en las afueras de la ciudad. El abuelo suele pasar el tiempo leyendo libros escritos en turco, y en una de estas visitas le prestará el libro de Macbeth de William Shakespeare, lo que empezará a despertar en él la pasión por la literatura.

Aunque la novela comienza en un tono poético, pronto la violencia de los años vividos empezará a afectar a los personajes. La ciudad de piedra acabará inmersa en los devenires de la Segunda Guerra Mundial y será bombardeada por aviones ingleses. Los griegos arrebatarán la ciudad a los italianos, y durante un breve periodo de tiempo, el dominio de esta pasará de unos a otros, de italianos a griegos, para quedar más tarde a merced de los guerrilleros albaneses, de los que muchos ciudadanos de Gjirokastra no se acaban de fiar porque son comunistas, y muchos de los vecinos de la ciudad no saben cuáles son sus intenciones. Al final, y aquí se acabará la crónica, la ciudad, siguiendo los hechos históricos, caerá en manos de los alemanes. «Al caer el crepúsculo la ciudad que había figurado en los mapas del Imperio Romano, de los normandos, de Bizancio, del Imperio Turco, del Reino de Grecia, del Reino de Italia, se acostó esta vez bajo el imperio de los alemanes. Cansada, profundamente aturdida por la confrontación, no daba la menor señal de vida.» (pág. 274). Como ya he apuntado anteriormente, el narrador personifica a la ciudad y la convierte en otro personaje más de la trama; de hecho el lector sentirá, con los personajes humanos, el dolor de los bombardeos o los incendios sobre sus muros.

Otro hecho histórico del que se habla en el libro es que Enver Hoxha, que fue líder comunista con los guerrilleros, y futuro dictador de Albania, es otro de los vecinos de la ciudad de piedra.

 

El niño convivirá con el horror de la guerra sin olvidar el sentido de la maravilla, y así nos hablará, por ejemplo, de una temporada en la que el lenguaje cotidiano tendía a dibujarlo en su mente desde la literalidad: «El lenguaje cotidiano, equilibrado y seguro hasta entonces, aparecía de pronto convulsionado por la acción de un terremoto. Todo se derrumbaba, se quebraba, se fragmentaba. Había penetrado en el reino de las palabras. Era una tiranía implacable. El mundo se llenó de gente que en lugar de cabeza tenía un pepino; otras cabezas se ponían a dar vueltas; los ojos reventaban como cartuchos; a algunos se les congelaba la sangre como los hielos (…)» (pág. 94).

También sucumbirá el niño a su fascinación por el aeropuerto y la fascinación que le causan los aviones, aunque lleguen para lanzar bombas sobre su cabeza. El niño llegará a llorar cuando los aviones dejan el aeropuerto, y más tarde dirá: «Teníamos ante nosotros el campo abandonado del aeropuerto, a través del cual debíamos pasar. Por fin nos encontramos sobre él. Jamás había imaginado que pudiera llegar a pisarlo. Sentí una punzada en el corazón. Aquella explanada había sido sagrada para mí. Una especie de hermana o esposa del cielo. Predestinada como una princesa.» (pág. 255). También nos hablará de su ligero despertar sexual, pero, por esos años, el aeropuerto y los aviones, serán, en realidad su verdadero amor.

 

Además de la voz del narrador, en las páginas finales de muchos capítulos, podemos acercarnos a otras voces narrativas: las páginas de un anciano cronista de la ciudad, las páginas del periódico local o las voces desconocidas de algunos vecinos, lo que enriquece los matices de la obra.

 

Igual que he observado esa relación comentada entre El general del ejército muerto y Crónica de piedra, en torno a la idea del burdel, he percibido también más conexiones que Kadaré va a establecer con alguna otra de sus obras. En Crónica de piedra se habla de dos familias de la ciudad, los Karllashe y los Hankoni, que tienen una disputa pendiente desde hace setenta años. Para hablar del carácter vengativo de los albaneses se evocaba esta historia en El general del ejército muerto y, aunque aún no lo he leído, creo que es la historia que Kadaré cuenta en su novela Abril quebrado, que espero leer también este año de 2025.

 

Ya dije que El general del ejército muerto me ha parecido una obra maestra y he acabado Crónica de piedra con la sensación de nuevo –aunque algunos peldaños por debajo, pero desde una altura alta– de haber leído un gran libro. Cuando en las dos últimas páginas el narrador, ya desde la vida adulta, nos habla de una visita a la ciudad y evoca a todas las personas muertas de las que nos ha hablado en las páginas anteriores, el lector siente una honda pena, prueba clara de que ha conseguido levantar ante él su mundo ficcional de un modo emocionante y convincente. Seguiré con Kadaré.

 

domingo, 1 de junio de 2025

El general del ejército muerto, por Ismaíl Kadaré


El general del ejército muerto,
de Ismaíl Kadaré

Editorial Alianza. 346 páginas. 1ª edición de 1963; ésta es de 2019.

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde

 

Ismaíl Kadaré (GjirokastraAlbania; 1936 – Tirana, 2024) era uno de los autores clásicos del siglo XX europeo, que había anotado desde hacía mucho tiempo, y que tenía aún pendientes de leer. De hecho, creo que es el único autor de lengua albanesa del que se ha hablado a nivel europeo, o al menos yo no conozco a otro.

Me apenó que, cuando murió en el verano de 2024, a los 88 años, aún no hubiera leído nada suyo. Para solucionarlo, a principios de 2025 le escribí al representante de prensa de la editorial Alianza, para que me enviara tres libros del autor, para poder leerlos y reseñarlos. Estos libros fueron: El general del ejército muerto (1963), Crónica de piedra (1971) y El Palacio de los Sueños (1981), que –leí en internet– eran tres de sus obras más significativas. Se considera que El Palacio de los Sueños es su obra maestra y no quería empezar por ella, sino acercarme hasta la cima de la montaña habiendo podido conocer antes sus laderas, así que empecé por El general del ejército muerto que fue su primera novela publicada. Según la información que encuentro en internet se publicó por primera vez en 1963, pero al final del libro existe la siguiente nota del autor: «Tirana, 1962-1966». Por lo que he leído en el prólogo de Crónica de piedra, a cargo de Ramón Sánchez Lizarralde, el traductor, Kadaré revisó más de una vez sus libros y en algunas de las siguientes ediciones los iba mejorando. Quizás esto fue lo que ocurrió con El general del ejército muerto, que se publicó por primera vez en 1963, cuando el autor tenía 27 años, y luego lo fue corrigiendo y modificando para ediciones posteriores. O quizás hay un error inicial en la página de la Wikipedia, o en algún otro lugar, que es arrastrado posteriormente en el resto de páginas.

 

En 1939 la Italia fascista de Benito Mussolini invadió Albania, creando un protectorado, situación que se prolongó hasta 1943. La narración de El general del ejército muerto empieza «veinte años después de la guerra», referencia que se repite más de una vez en el texto. Así que el tiempo narrativo del libro debe ser 1962-63. El algún momento se habla también de la guerra de Vietnam, que comenzó en 1964 y, teniendo en cuenta que el tiempo de la novela se prolonga durante unos dos años, estos deben de estar comprendidos entre 1962 y 1965.

 

El general ha recibido la misión de viajar a Albania, en la compañía de un cura, que también es militar (con grado de coronel), pero en la actualidad la misión del cura «solo figuraba como representante espiritual» (pág. 18). «El general dio a entender que él era el principal personaje de aquella misión», leemos en la página 18. Aunque el general esté al mando de la misión, dependerá, en más de una ocasión del cura, puesto que este sí estuvo durante la Segunda Guerra Mundial destinado a Albania y conoce el idioma albanés, habilidad de la que carece el general. El general ha recibido la misión de –tras un acuerdo entre su país y Albania– viajar a Albania para buscar y rescatar los restos de los soldados muertos de su país en la última guerra, y entregar estos restos a sus familiares. Aunque en todas las reseñas que se pueden leer sobre este libro en internet señalan que el general y el cura proceden de Italia, Kadaré se cuida de nombrar a este país de un modo directo, aunque, más tarde, cuando estos personajes lean el diario de un soldado que murió en Albania y que, queda claro que pertenece a su ejército, se citará al «duce» como responsable de la situación, y por tanto se hablará por fin de Mussolini e Italia.

 

«Sobre la tierra extranjera caía una mezcla de agua y nieve.» es la primera frase del libro, y resultará significativa, porque un mal tiempo perenne parecerá acompañar al general y al cura en su misión en Albania, un mal clima que se acabará convirtiendo en un símbolo de la triste misión que les ha sido encomendada a estos hombres. El general observará, desde la ventanilla del avión «la imagen amenazadora de las montañas», «tierras abruptas» o «sombrías laderas» y una sensación de irrealidad empezará a rondarle. «En aquellos abismos y barrancos, por toda aquella vastedad invernal, se pudría bajo la lluvia el ejército que él venía a exhumar.» (pág. 15). El clima como símbolo es muy importante en la composición de la novela, que se divide en dos partes, y entre las dos se producirá un salto temporal, en el que el narrador aludirá hablar de la primavera y el verano de las tierras albanesas, para dejarnos otra vez ante las inclemencias del segundo otoño del general y el cura. En otro momento del libro, el coronel recordará unos días que pasó en una playa de su país, antes de partir para su misión, y el narrador escribirá: «comenzaron a aparecer nubes en el horizonte, nubes negras cargadas de lluvia, que viajaban hacia el este, hacia Albania.» (pág. 115)

 

El general y el cura, de los que nunca sabremos los nombres, cuentan con listas que detallan, hasta cierto punto, la localización de las tumbas que han de buscar. Sin embargo, debido a diversas circunstancias, como el clima o la imprecisión de las localizaciones anotadas durante la guerra, la tarea no sea fácil. Además, tendrán que contratar a trabajadores locales que les ayuden y, allí por donde pasen, podrán sentir miradas de curiosidad, que pueden también mezclarse con el rencor que algunos aldeanos pueden sentir al revivir el pasado. Así mismo, la relación que se establece entre el general y el cura no siempre va a ser cómoda.

 

En algunos capítulos se nos mostrarán episodios del pasado del general, como las visitas que, tras saberse públicamente qué misión iba a llevar en Albania, empezará a recibir en su casa de familiares de los militares muertos allí. Todos ellos le rogarán que encuentre los restos de sus hijos, maridos, etc. Sobre todo, se destacará la relación que el general acabará tenido con la familia del coronel Z, cuya joven y bella viuda le pedirá encarecidamente que encuentre los restos de su esposo. Esta búsqueda del coronel Z, sobre cuya muerte existe un misterio, será uno de los leitmotiv de la novela. Es posible también que el coronel Z no haya sido la estupenda persona que su familia piensa que era.

 

La novela utiliza el recurso cervantino del relato dentro del relato. Así un camarero de Gjirokastra –ciudad natal de Kadaré– le contará a aquel la historia de un burdel de mujeres italianas que los invasores abrieron en su ciudad. O, como ya conté antes, el lector podrá acercarse a las páginas de un soldado desertor, que recibirá un juicio negativo por parte del general y el cura, al considerar su testimonio el propio de un «llorica sentimental».

Además, el general y el cura se irán cruzando por los caminos de Albania con otro militar de un ejército extranjero (posiblemente alemán), al que acompaña un alcalde, que ha de realizar una misión similar a la suya, aunque sus listas y localizaciones parecen más caóticas.

 

Kadaré irá haciendo descubrir al general, y con él al lector, cómo es el carácter y cómo son las costumbres de los albaneses. Así, por ejemplo, hablará de sus ideas ancestrales de venganza que, por lo que he leído en internet, es el tema central de su novela Abril quebrado (1978).

Será significativo para el lector observar los cambios que se irán produciendo en el orgullo del general al enfrentarse a su penosa misión, a la que acabará considerando miserable: «repatriar aquel gran ejército, reducido ahora a unas cuantas toneladas de calcio y fósforo.» (pág. 258) Esta idea del ejército de jóvenes muertos prematuramente se va también cargando de simbolismo, y hará que el libro cobre un profundo mensaje antibélico.

 

El tramo final de la novela, en el que se va acumulando la tensión narrativa y la melancolía, me ha parecido magistral. Es sorprendente la madurez que presenta Ismaíl Kadaré en su primera novela, que fue muy bien acogida en Francia y desde aquí se lanzó al resto del mundo, empezando a consolidar el prestigio del autor. El general del ejército muerto es una de las obras maestras de la segunda mitad del siglo XX.

domingo, 25 de mayo de 2025

Cartas III, El terror de la razón, por H. P. Lovecraft


Cartas III, El terror de la razón
, de H. P. Lovecraft

Editorial Aristas Martínez. 425 páginas. 1ª edición de 2024.

Traducción y edición de Javier Calvo

 

 

En 2023 leí Cartas I, Escribir contra los hombres, de H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937), que publicó la editorial Aristas Martínez. En 2024 leí Cartas II, Diario de sueños, que, al principio del proyecto, iba a ser una parte del segundo volumen de las cartas, editadas en español por Javier Calvo para la editorial Aristas Martínez, y al final se desprendió de ese libro y se publicó como un volumen independiente. A finales de 2024, Aristas Martínez publicó el tercer y definitivo volumen de estas cartas seleccionadas de Lovecraft, con el título de El terror de la razón. Como contaba Calvo en el volumen I de las cartas, Lovecraft llegó a escribir unas 75.000 cartas, de las que se conservan 10.000. En Estados Unidos existe una edición de las cartas completas, formada por 23 volúmenes.

 

El volumen I trataba sobre las ideas literarias de Lovecraft y las percepciones sobre su propia obra y la de sus amigos. En el segundo volumen se recogían los veintidós sueños que Lovecraft narró por cartas a sus interlocutores, y Calvo hacía el ejercicio de buscar en su obra artística si esos sueños se habían trasladado a las novelas y relatos del autor. Este tercer volumen es «de temática más amplia y dispersa», apunta Calvo en la primera página de su prólogo. A veces Lovecraft, en sus extensas cartas, desarrollaba ideas que podían tener la densidad de un ensayo, que luego usaba, con las mismas palabras, para publicarlos en periódicos amateurs.

 

Javier Calvo ha dividido los contenidos de este volumen en cinco partes. Calvo hace una introducción a cada una de las partes, que acaba siendo bastante significativa. En el volumen I, hacía una introducción al comienzo de cada año y aquí la introducción es por esa división temática, que él mismo ha decidido y que considera arbitraria. Así cada una de estas cinco partes recorren, en orden cronológico, todas las etapas vitales del autor.

A continuación voy a hablar un poco de cada una de ellas:

 

1) Un arte individual de la reminiscencia

Aquí Lovecraft habla de su relación con el pasado y el conflicto que le suponen los cambios históricos. Nos dirá Calvo que, en 1904, cuando muere el abuelo de Lovecraft el pasado se convierte para él en su auténtica patria, un espacio seguro y sin pérdidas.

«Todo lo que he amado lleva dos siglos muertos», leemos en la página 32, en una carta a Kleimer. Lovecraft se va a identificar sobre todo con el siglo XVIII y con la Roma clásica. En relación a la historia de Estados Unidos, respecto a la guerra de independencia de 1776 él se sentía a favor del rey británico y piensa que fue un error que Estados Unidos se desligara de Gran Bretaña.

«Es el mundo actual el que me parece más irreal y fantástico, y espero a medias despertarme y descubrir el mundo de 1903» (pág. 36)

Lovecraft ama Providence fundada en 1636, porque considera que es la más colonial e inglesa de las ciudades americanas. No le gusta la vida industrial y urbana, sino que añora un mundo de pueblos con casitas pintorescas.

En la página 52 me agrada leer las cartas que Lovecraft le manda a la escritora Zealia Brown Reed. Leí los tres relatos que escribió en colaboración con ella en el libro Más allá de los eones (La maldición de Yig, El montículo y La cabellera de Medusa), entonces firmaba como Zelia Bishop y esos cuentos fueron de los que más me gustaron de este volumen de relatos en colaboración.

 

Son interesantes las notas que Javier Calvo añade sobre los interlocutores de Lovecraft. Así conoceremos, por ejemplo, a Woodbum Harris, un granjero de Vermont, sin un interés aparente por la literatura, al que Lovecraft escribió tres cartas y entre las tres suman 250 páginas.

Para Lovecraft el futuro y el progreso carecen de significación concreta.

«El crecimiento inevitable de la era de las máquinas ha hecho que nuestro sistema económico de libre mercado sea obsoleto e impracticable, de tal manera que no podremos tener paz hasta que lo reemplacemos por algún nuevo sistema adecuado a las nuevas condiciones y que devuelva al hombre de la calle la capacidad para ganarse la vida.» (páginas 92-93).

 

2) La ética del espectador

Aquí Lovecraft hablará de la necesidad de crearse una ética individual. Calvo opina que Lovecraft, sin quererlo, se aproxima a las filosofías orientales, como el Tao, en su negación del deseo.

«La humanidad en su conjunto carece de meta o propósito.» (pág. 109)

«Apenas sé cómo es sentir emoción.» y «El erotismo pertenece a un orden inferior de instintos, y es una cualidad animal en lugar de noblemente humana.» (Pág. 111)

«Jamás he sentido el más mínimo interés por el romance y el afecto.» (pág. 112)

«Los mayores placeres no residen en las cosas frenéticas o animales, sino en las percepciones estéticas delicadas y en la tranquilidad no emocional.» (pág. 118)

Para Lovecraft, que se declara no creyente, Dios es la Razón.

Sí le gusta viajar a Lovecraft, de lo que saca «una sensación más intensa y emocionante de expansión, de sorpresa y de la inminencia de prodigios desconocidos.» Le gustaba viajar por las regiones más remotas de Nueva Inglaterra, buscando lo antiguo en las construcciones.

Aquí también, en alguna carta, Lovecraft habla de su sensación de fracaso vital y de falta de dinero: «Conozco a pocas personas cuyos logros estén más continuamente alejados de sus aspiraciones, o que en general tengan menos razones para vivir.» (pág. 170)

 

3) Una filosofía sin el hombre

Para Lovecraft el universo no tiene un plan central.

«Nuestra especie humana no es más que un incidente trivial en la historia del cosmos.» (pág. 193). Más adelante se referirá a las personas como «alimañas irrelevantes», piojos o insectos reptantes.

Al principio va a rechazar las teorías de Einstein y todo el cuerpo de la nueva física cuántica (de la que hablará bastante en sus cartas), para acabar aceptando sus preceptos.

No sabemos nada del cosmos y la religión le parece un mito falso.

No le gustan los escritores de ciencia ficción que muestran la vida en otros planetas como si fuesen muy parecidos a los humanos, lo que a Lovecraft le parece muy improbable.

 

4) Del fascismo ilustrado al socialismo racional

Antes del crack de 1929, Lovecraft se consideraba archiconservador, partidario de un orden monárquico y aristocrático. De hecho, hasta 1930 escribió muy poco sobre política en sus cartas.

Lovecraft se sentirá contrario al movimiento de independencia de Irlanda, porque él se siente profundamente anglosajón y británico.

En las 15 únicas cartas en las que habla de política, antes de 1930, Javier Calvo lo retrata como «un pobre hombre desconectado de la realidad» (pág. 284)

Lovecraft sentirá una simpatía inicial por el fascismo de Mussolini y, en menor medida de Hitler, al que ve como un imitador de Mussolini.

«En realidad, el fascismo que Lovecraft quiere para América es un socialismo cultivado y humanístico, dirigido y controlado por una élite funcionarial ilustrada y altamente preparada.», dice Calvo en la página 287.

A pesar de que a Lovecraft casi no salía de su casa, en la que vivía con dos tías, le gusta verse a sí mismo como un hombre de acción, como un soldado. Es particularmente cómico este párrafo de la página 302: «¿Es que vamos a ser tan mujeriles como para preferir la vocecilla emasculada de un árbitro al sediento grito de un guerrero de barba rubia y ojos azules? ¡El único poder seguro en el mundo es el poder de un brazo derecho velludo y musculado!» Aseveraciones como esta me hacen pensar que Lovecraft era un homosexual reprimido, a pesar de que se casó con una mujer, durante un breve periodo de tiempo, y que en alguna carta mostraba su aversión por los homosexuales.

 

Según avanzan los años 30, Lovecraft va cambiando sus posiciones políticas del fascismo fantasioso, hasta posiciones más sociales, para evitar una revolución popular. Al final, será partidario de las políticas del New Deal de Roosevelt. Tampoco le gustará la prohibición de Hitler de prohibir los libros escritos por judíos.

«Lo que necesitamos, sin duda, está bastante más a la izquierda que el New Deal.» (pág. 346)

 

5) El problema de las razas

Javier Calvo ha dejado para el final este tema, porque es el más controvertido del libro. Dice que lo podía haber ocultado, pero que le parecía su obligación mostrar todas las facetas de la personalidad de Lovecraft y el racismo es importante en la configuración de su semblante. Calvo no quiere blanquear a Lovecraft.

Calvo señala que existió el proyecto de erigir en Providence una estatua de Lovecraft, pero al final se rechazó por su racismo. Ya he contado alguna vez que yo estuve en Providence, buscando las huellas de Lovecraft y que me extrañó que, salvo una placa en el patio de la universidad, no había nada que recordara la vinculación del autor con su ciudad. Me doy cuenta ahora de que se debía a este problema.

Dice Calvo que algunos de los biógrafos de Lovecraft han tratado de minimizar su racismo, considerando el contexto de su época, pero él señala que, incluso así, Lovecraft estaba entre los individuos más retrógrados con este tema de los nuevos Estados Unidos.

Sobre todo, Lovecraft echaba pestes de los extranjeros con los que se encontró en Nueva York, cuando se mudó allí con la idea de ganarse la vida y no pudo conseguirlo, como vimos en el volumen de Cartas I. Lovecraft tenía una idea anticuada sobre la ciencia biológica en lo que respecta a los seres humanos, y pensaba erróneamente que blancos, negros, eslavos u orientales no tenían ancestros comunes. Algunas de las opiniones que aparecen en las cartas de esta sección sobre los negros son realmente terribles y he decidido no reproducir aquí ninguna de muestra.

 

De los tres volúmenes de cartas, el que me sigue resultando más interesante y emocionante es el primero, donde Lovecraft hablaba de sus aspiraciones y fracasos literarios. Era un libro que, incluso, alguien que no fuese fan de Lovecraft, pero que sí estuviera interesado en los procesos creativos de los escritores podría disfrutar. En cambio, estas Cartas III creo que están destinadas, de forma más específica, a los fans de Lovecraft, que quieran conocer más rasgos de su personalidad.

Me sigue quedando por leer su libro de ensayos, que publicó Páginas de Espuma. A ver si lo leo pronto.

 

domingo, 18 de mayo de 2025

El libro vacío /Los años falsos, por Josefina Vicens


 El libro vacío / Los años falsos, de Josefina Vicens

Editorial FCE. 331 páginas; primera edición de 1958 y 1982, ésta es de 2011.

Prólogo de Aline Petterson

 

Mi amigo Federico Guzmán vivió unos años en Madrid y cuando regresó a México –en 2014, si no me fallan las cuentas– me regaló un libro de una escritora de su país; un libro formado por dos novelas cortas: El libro vacío (1958) y Los años falsos (1982) de la escritora Josefina Vicens (Tabasco, 1911 – Ciudad de México, 1988). Por aquellos días los dos leíamos con fervor al uruguayo Mario Levrero y Federico me dijo que venía conexiones entre las obras de Levrero y Vicens y que seguramente era una escritora que me iba a gustar. Que haya permanecido este libro una década en mi estantería de libros por leer solo habla de mi desbarajuste a la hora de organizar mis lecturas.

 

El libro vacío está narrado por Juan García que se debate entre el deseo de ser escritor y el de no tratar de escribir nunca más. «No he querido hacerlo. Me he resistido durante veinte años.», así comienza la novela. Las primeras páginas son profundamente metanarrativas, y José García da insistentes vuelvas a la idea de que la escritura es una condena para él, que no puede dejar. «Yo no quiero escribir. Pero quiero notar que no escribo y quiero que los demás lo noten también. Que sea un dejar de hacerlo, no un no hacerlo. Parece lo mismo, ya sé que parece lo mismo. ¡Es desesperante! Sin embargo, sé que no es igual. Por lo contrario, sé que es absolutamente distinto, terriblemente distinto. Porque el dejar de hacerlo quiere decir haber caído y, no obstante, haber salido de ello. Es la verdadera victoria. El no hacerlo es una victoria demasiado grande, sin lucha, sin heridas.» (pág. 27) Lógicamente la novela completa no se iba a poder sostener con reflexiones de este estilo y, poco a poco, la vida y los recuerdos de José García se irán filtrando en las páginas que escribe.

José nos informará de que ha comprado dos cuadernos. En el primero irá haciendo anotaciones a vuelapluma y si considera que algo de lo que escribe ahí merece la pena lo pasará al segundo. El primer cuaderno será la novela que el lector va a leer. En este sentido, El libro vacío (1958) podría estar emparentado con El discurso vacío (1996) de Mario Levrero, donde el propio Levrero declaraba que iba a empezar a escribir sin ningún plan, simplemente con la peregrina idea de cambiar su letra y de este modo cambiar su personalidad, dando la vuelva así a la idea de la psicología de deducir la personalidad de una persona a través de su escritura. Es lógico pensar que Levrero conocía el libro de Vicens y que su título es un homenaje al de la mexicana.

En principio, a José García le gustaría escribir una novela, pero piensa que no tiene vivencias suficientes para hacerla creíble. Intentó hacerlo y sus personajes carecían de vida. «No se trataba de usar la experiencia y el conocimiento, sino la imaginación; una imaginación de la que carezco en absoluto, porque no pude, a pesar de todos mis esfuerzos, urdir una trama medianamente interesante. Como no pude, tampoco, lograr siquiera un escenario.» (pág. 45).

Poco a poco, iremos conociendo datos de la vida de José: está casado y tiene dos hijos, el mayor, en la universidad, tontea con una chica, que puede que no le convenga, y el pequeño tiene problemas de salud. José, a sus cincuenta y seis años, trabaja de contable en una oficina por un bajo sueldo y siente que su vida es un fracaso. De niño vivía cerca de la costa y quiso ser marino. Lo cierto es que, aunque el juego inicial era el de dar vuelvas y vueltas sobre la doble y paradójica idea de escribir y de dejar de hacerlo, la novela toma cuerpo cuando José nos relata los detalles de su vida, que él mismo considera miserables y banales, pero en esa misma miseria y banalidad se encuentra la capacidad de que el lector pueda empatizar con él y seguir leyendo la novela con interés. Incluso, en algún momento de la narración, el propio hecho de hablar en su cuaderno, que no lee nadie, de sus miserias, va a impeler a José a tratar de actuar sobre la realidad.

En la página 131 José señalará que suele cometer faltas de ortografía al escribir, pero estas no aparecen en el libro que el lector tiene entre manos y, por tanto, en detalles como este se puede percibir la mano de la autora sobre los gestos de su criatura que escribe.

 

En El libro vacío, más de una vez, José indica que se siente solo y que desea poder entenderse con el próximo. Como ya he señalado, esta novela se publicó por primera vez en 1958, un tiempo en el que estaba muy en boga la corriente existencialista dentro de la literatura y escritores franceses como Albert Camus o Jean-Paul Sartre parecen influencias para Vicens.

Además de relacionar este libro con El discurso vacío de Mario Levrero, creo que también se le podría relacionar con Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, con ese personaje que desea, pero sin conseguirlo, dejar de escribir.

El libro vacío es una novela en esencia triste sobre los anhelos de un tipo corriente cuya única esperanza de realizarse –la escritura de una gran obra– no parece estar a su alcance; pero esa dolorosa esperanza, en la que se asienta la esencia de lo humano, no parece acabar de abandonarle nunca.

 

Los años falsos (1982) es una novela bastante más corta que El libro vacío. Mientras que esta última, en el formato reducido del FCE, tenía unas 200 páginas, la segunda tiene unas 100. Igual que me ha ocurrido al acercarme a las primeras páginas de El libro vacío, las primeras páginas de esta segunda novela me han generado algo de confusión. «Todos hemos venido a verme.» es la primera frase de la novela. En la primera escena no acababa de entender si una madre y sus dos hijas gemelas visitaban una tumba en la que yacía el padre y el hermano, o el hermano estaba con las mujeres fuera de la tumba. Durante algunas páginas he pensado que el narrador era un joven de diecinueve años muerto y que narraba desde la tumba que compartía con su padre, para comprender, más tarde, que en realidad el joven narrador estaba vivo, pero que su conflicto vital era que el mundo parecía empeñado en que tenía que ocupar el espacio que había dejado su padre, muerto cuatro años atrás.

El padre se dedicaba a la política y el hijo va a encontrar un trabajo acompañando a la cuadrilla de su padre, a sueldo todos de un político; así se hará un espacio entre los antiguos amigos de su padre, que quieren llamarle por el nombre del difunto, a lo que él se niega. En gran medida, Vicens hace en esta novela una crítica contra la clase política mexicana (extrapolable a la de todo el mundo, supongo), que ella conocía, porque participó en diversos movimientos sociales, sobre todo a favor de las mujeres campesinas (como vi en un reportaje sobre su vida en YouTube). Leeremos: «Yo pensaba –pero pensaba solamente– en la diferencia que existe entre el Presidente que describen los políticos, sentado poco menos que a la diestra de Dios Padre, y en el transitoriamente sentado en Palacio Nacional, rodeado de lacayos, y oscilando entre escribir su nombre en las páginas de la historia o en los bancos de Suiza.» (pág. 304)

En Los años falsos Vicens parece criticar también el machismo de la sociedad mexicana: iremos conociendo la vida del padre de Luis Alfonso, el narrador, un hombre armado, que abandona a su familia durante semanas, que malgasta el dinero en la cantina y que tiene una amante. Leeremos: «Ser hombre, para ellos, es tener muchas mujeres: esposa y todas las que puedan tener. Mientras más mujeres se tengan más hombre se es.» (pág. 321)

El hijo, Luis Alfonso, que es una persona más sensible habrá de decidir qué camino quiere seguir en la vida, mientras que todas las fuerzan parecen querer hacer que se convierta en una sombra de su padre.

 

Josefina Vicens, como he dicho, se dedicó gran parte de su vida a la política, a favor de las mujeres del campo, y, por lo que he podido ver en internet, fue una persona adelantada a su época, puesto que no escondía demasiado su lesbianismo. Fue crítica taurina y escribió guiones de cines. El libro vacío y Los años falsos, con su lenguaje cuidado y pensativo, me han parecido dos novelas notables de la literatura latinoamericana del siglo XX.

domingo, 11 de mayo de 2025

Actos humanos, por Han Kang

 


Actos humanos, de Han Kang

Editorial Random House. 202 páginas; primera edición de 2014, ésta es de 2024.

Traducción de Sunme Yoon

 

De Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), Nobel de Literatura 2024; leí en octubre, cuando se produjo el fallo del premio, dos novelas: La vegetariana (2007) y La clase de griego (2011). En diciembre de 2024, la editorial Random House publicó dos más: Imposible decir adiós (2021) y Actos humanos (2014). Estas dos últimas las he leído de más moderna a más antigua, y creo –aunque tampoco importa demasiado– que quizás debería haber seguido el orden cronológico, ya que la protagonista de Imposible decir adiós, que es una escritora, cuando empieza su narración sufre pesadillas porque en el pasado, en 2014, publicó una novela sobre las matanzas de mayo de 1980 en la ciudad coreana de Gwangju.

El lector conocerá, en las últimas páginas de la novela, las circunstancias históricas que conducirán a los sucesos narrados; pero creo que, con el fin de contextualizar el argumento, voy a hablar ya de estos hechos: en octubre de 1979 muere asesinado el dictador de Corea del Sur, Park Chung-hee. En diciembre de 1979, el militar Chun Doo-hwan dio un nuevo golpe de estado. En 1980 disolvió la Asamblea Nacional y se presentó a las elecciones presidenciales como candidato único. Entre el 18 y el 27 de mayo de 1980 se produjo en la ciudad de Gwangju el llamado «Levantamiento de Gwangju», que condujo a la represión estatal y a la llamada «masacre de Gwangju». Murieron entre 1.000 y 2.000 civiles, muchos de ellos estudiantes que pedían democracia para Corea del Sur, y que fueron acusados de ser extremistas comunistas.

 

La novela se divide en siete partes. En cada una de ellas Kang se va a acercar a un personaje diferente. El primero será Dongho, un estudiante de secundaria de quince años. Kang narra este capítulo en segunda persona y tiempo presente. Dongho está buscando a su amigo Jeongdae, otro estudiante que, junto con su hermana, alquiló una habitación en la casa familiar de Dongho. Dongho sabe que Jeongdae ha muerto, tras recibir disparos de los militares y está buscando su cadáver. Dongho se siente culpable porque al sentir que Jeongdae caía al suelo se fue a refugiar y dejó su cuerpo sobre la calle. Dongho ha tomado la tarea de llevar un registro de los cadáveres sin identificar, que se encuentran en el Gobierno Provincial o en un gimnasio cercano. «Y era cierto, tu trabajo no era duro. Seonju y Eunsuk se ocupaban de poner planchas de madera aglomerada o poliestinero en el suelo y extender una lámina de plástico para colocar encima los cadáveres. Les limpiaban la cara y el cuello enmarañados con un peine fino y los envolvían con el plástico para evitar que despidieran olor. Mientras tanto, tú anotabas en el libro de registro el sexo, la edad aproximada, la clase de vestimenta y el calzado que llevaban y les asignabas un número.» (pag. 18). Estas chicas, Seonju y Eunsuk va a ser las protagonistas de otras de las partes del libro.

Actos humanos es una novela que requiere de un lector atento para disfrutarla plenamente. Los protagonistas de todas las partes están relacionados entre sí y, no estoy del todo seguro, pero creo que en esta primera, titulada Las avecillas, ya aparecen todos los personajes de los que más adelante Han Kang nos va a contar su historia.

La primera parte, que es la más extensa, no da tregua. Desde la primera página, el lector siente la tensión narrativa. El ejército ha matado ya a bastantes civiles y se nos ha hablará de la logística desarrollada para poder identificar los cuerpos, pero además se empieza a rumorear que el ejército va a entrar de nuevo en la ciudad para cargar contra las personas que se encuentran en el Gobierno Provincial. Se recomienda a los más jóvenes –a los menores de diecinueve años– que se vayan a sus casas, pero algunos, como Dongho, no quieren obedecer esta orden.

 

La segunda parte se titula El hálito negro y está narrada en primera persona por Jeongdae, el amigo al que buscaba Dongho en la parte anterior. «Nuestros cuerpos estaban apilados en forma de cruz.» (pág. 47) es la primera frase. Jeongdae está muerto y su alma flota cerca del que ha sido su cuerpo. Como ocurría en Imposible decir adiós, Han Kang no duda aquí en usar un elemento no realista en una narración profundamente realista y que aspira a hablar de un hecho histórico. Dongho, en la primera parte, sentía inquietud por el alma de su amigo y aquí nos la encontramos.

Como también ocurre en otras de sus novelas –en La clase de griego e Imposible decir adiós– en Actos humanos Han Kang también hace uso de poemas para expresar algunos sentimientos. Esta segunda parte es especialmente espeluznante, sobre todo cuando el personaje nos cuenta cómo los militares queman los cadáveres.

 

La tercera parte se titula Las siete bofetadas. Está narrada en tercera persona y su protagonista es Eunsuk, chica que aparecía en la primera parte del libro. Eunsuk trabaja en una pequeña editorial y esto le permitirá al lector conocer cómo funcionaba en ese momento la censura en Corea del Sur sobre las publicaciones artísticas. De este modo, debe reunirse en la clandestinidad con un traductor de un texto occidental y, más tarde, será interrogada –y recibirá las siete bofetadas que adelantaba el título del capítulo– sobre su paradero.

 

En Hierro y sangre conoceremos el destino de los detenidos por las manifestaciones y así sabremos de las torturas que van a sufrir en la cárcel. En este caso, la narración está escrita en primera persona, pero ahora se usa el tiempo pasado, porque a partir de aquí la novela ya no habla de la masacre de Gwangju desde el presente de mayo de 1980, sino que esos acontecimientos empezarán a ser una evocación, un recuerdo traumático en la vida de las personas que participaron en ellos. Personas que van a sufrir soledad, pesadillas, depresiones… y algunas se acabarán suicidando. «Cuando me llamó por teléfono, usted me dijo que Jinsu no era un hecho aislado. Que era muy probable que muchos más de nosotros acabáramos quitándonos la vida.» (pág. 104). Además, en esta cuarta parte, sabremos que a los protagonistas los está contactando alguien –un periodista, la propia escritora Han Kang– para que le cuenten su historia. Las consecuencias de los hechos históricos, aunque en apariencia puedan ser olvidados, siguen vigentes en la realidad, parece decirnos Han Kang en esta segunda mitad de la novela.

También sabremos que algunos de los militares que fueron enviados a Gwangju, para reprimir las protestas de la población civil, eran veteranos de la guerra de Vietnam, que tildarán a sus compatriotas de «malditos rojos» y actuarán contra ellos de una forma completamente fanatizada.

 

En Donde se abren las flores, una mujer ha de enfrentarse a la disyuntiva de atender los requerimientos de una persona, a la que rechazó en el pasado, para hacer un reportaje sobre la masacre de Gwangju o no hacerlo.

 

Donde se abren las flores nos acerca a la madre de Dongho, el protagonista de la primera parte, que desde la actualidad recuerda a su hijo, asesinado a los quince años. Esta es una de las partes más emotivas del libro.

 

En La vela cubierta de nieve la protagonista será la propia Han Knag, originaria de Gwangju. En esta parte final del libro nos hablará de cómo llegó a conocer los acontecimientos que ocurrieron en su ciudad cuando ella era una niña y aportará algo de contexto histórico.

 

Actos humanos, como también ocurría en Imposible decir adiós, es una dura y profunda indagación sobre la condición humana, sobre lo que una persona es capaz de hacerle a otra. La entrega, el dolor, el remordimiento, pero también la violencia y el odio se mezclan en esta tensa novela, de la que cuesta apartar la mirada, igual que cuesta apartarla de un accidente en la carretera. Actos humanos me ha parecido otra gran novela de Han Kang.

 

lunes, 5 de mayo de 2025

Annie John, por Jamaica Kincaid

 


Annie John, de Jamaica Kincaid

Editorial Lumen. 156 páginas; primera edición de 1985, ésta es de 2023

Traducción de Héctor Silva

 

En 2023 vi esta novedad de la editorial Lumen en algunas librerías de Madrid, Annie John de Jamaica Kincaid (Antigua y Barbuda, 1949). Estuve hojeando el libro y me pareció interesante: una novela de iniciación, en parte autobiográfica, de una mujer negra de las Antillas; la novela de una escritora que había sido candidata al premio Nobel en más de una ocasión. Algún tiempo después, me volví a encontrar con un ejemplar de este libro en la librería de segunda mano Ábaco. Costaba 7 € y, en realidad, no era un libro de segunda mano, porque estaba intacto. Lo compré y, meses más tarde, cuando se acercaba la concesión del premio Nobel de 2024 me puse con él, después de leer dos libros de relatos de la china Can Xue y hacer mis propias quinielas sobre el premio.

 

Annie John está escrita en primera persona y acompañaremos a su protagonista desde que tiene diez años hasta que cumple diecisiete. «Hubo un breve tiempo, cuando yo tenía diez años, en que creí que solo se morían personas desconocidas.», esta es la primera frase del libro. Gracias a ella la autora nos trasladará al mundo de la infancia, con su tipo de creencias propias, y sabremos también que la historia está siendo narrada desde algún punto indefinido del futuro y que, por tanto, lo narrado aquí será una rememoración. El primer capítulo nos traslada al descubrimiento de la muerte por parte de la niña que, más tarde, sabremos que se llama Annie John, y su atracción por velorios y entierros de personas desconocidas. Es un buen capítulo y entiendo que la autora haya decidido colocarlo en el libro antes del segundo, que, por lógica narrativa, podría haber sido el primero, puesto que en él, Annie John nos narrará su historia y la idílica relación inicial con sus padres y sobre todo con su madre. La madre se peleó con sus padres y a los dieciséis años llego a la isla de Antigua desde Dominica, su isla de nacimiento. El padre, que sacará treinta y cinco años a la madre (esto lo sabremos en el último capítulo) es carpintero. A veces algunas de sus antiguas amantes, con las que ha tenido más de un hijo, echarán mal de ojo y santerías sobre Annie John y su madre, pero nunca sobre él.

 

He leído en internet algunos datos sobre la vida de Jamaica Kidcaid y, en gran medida, coinciden con la información que da sobre sí misma el personaje de Annie John, pero creo que no debemos confundir, en cualquier caso, a personaje con autora, puesto que también se pueden encontrar hechos diferentes. Por ejemplo, en la novela, Annie John es hija única, y en la realidad Jamaica Kidcaid tuvo un buen número de hermanos.

 

Annie John nos hablará de algunos episodios fundamentales de un infancia o adolescencia, como su paso por el colegio o el cambio a la secundaria. Nos hablará de su afición por los libros o la forma en la que destacaba en los estudios, a pesar de que fuera de las aulas su comportamiento no era precisamente ejemplar. Nos hablará también de sus mejores amigas, de esas chicas de las que pensaba que era inseparable, pero con las que acabará sintiendo, con el paso del tiempo, que ha dejado de compartir asuntos importantes. Estos episodios los irá narrando en saltos temporales de dos o tres años. De los diez años, pasaremos a los doce, a los quince y definitivamente a los diecisiete.

 

Nunca había leído ningún libro de una escritora de las Antillas y la verdad es que este tema me resultaba atractivo. La isla de Antigua fue una colonia británica hasta 1981, así que, en el tiempo narrativo de la novela, los habitantes de la isla reciben una educación británica. Me han resultado curiosas las páginas en las que Annie John se cuestiona la figura de Cristóbal Colón, quien llegó a la isla en 1493, y es reprendida por ello, ya que su profesora considera que es un personaje histórica relevante e intachable. También se hablará del pasado esclavista de la isla; el esclavismo quedó abolido en Antigua en 1833. En este sentido, me ha resultado llamativa la forma de hablar en la novela de una chica de origen inglés que llega a su clase: «Mirándole el rostro, yo sabía cómo se sentía Ruth. Sus antepasados habían sido los amos, mientras que los nuestros habían sido los esclavos. Ella tenía tantísimo de qué avergonzarte, y estando diariamente con nosotras era inevitable que lo tuviera siempre presente. Nosotras podíamos mirar a cualquier de frente, pues nuestros antepasados no habían hecho nada malo, excepto permanecer indefensos. (…) Pero nosotros, los descendientes de los esclavos, sabíamos perfectamente lo que había ocurrido en realidad, y yo estaba segura de que si los papeles hubieran estado invertidos, nosotros habríamos actuado de modo diferente; estaba segura de que si nuestros antepasados hubiera ido de África a Europa y se hubieran encontrado con la gente que vivía allí, se hubieran interesado como corresponde en los europeos que viesen, habrían comentado “qué bien” y a continuación se habrían vuelto a casa a contárselo todo a sus amigos.» (pág. 83).

 

Sin embargo, aunque sí se hablará, como ya he dicho, de la relación de Annie John con sus amigas, sus profesoras o el entorno del colegio, lo más importante del libro, su tema central, será hablar de la relación de Annie John con su madre. En los primeros capítulos, cuando se narran los diez años de la protagonista, Annie John nos mostrará la relación idílica que tiene con su madre. De hecho, la última frase, antes de dar el salto temporal a los doce años, será esta: «Tal era el paraíso en el que yo vivía.» (pág. 30)

A partir de los doce años, la relación entre madre e hija comienza a torcerse. En la página 51 leeremos: «Yo había caído en desgracia con mi madre.» Aunque no se acaba de explicar de un modo claro por qué ha ocurrido ese cambio, el lector acaba pensando que la madre desea que su hija crezca como una «señorita», cumpliendo una serie de códigos sociales bastantes rígidos que, en gran medida, chocan con los intereses o aficiones de Annie John. Quizás también podríamos pensar en que, con el crecimiento adolescente de Annie John, se empieza a establecer una rivalidad entre las dos mujeres de la casa.

 

La prosa es sencilla, contenida, no exenta de momentos poéticos.

He tenido la sensación de que la novela, agradable en su primera mitad, aunque algo tópica en su descripción de la infancia y la adolescencia –pese al paisaje insólito donde se sitúa–, decaía en la segunda parte, debido principalmente a la insistencia de la autora en esta idea de la mala relación entre madre e hija. Kincaid ha ido acumulando escenas en las que se mostraba el choque entre las dos mujeres, de un modo bastante similar unas y otras, pero considero que le ha faltado introspección psicológica para analizar este conflicto de un modo más profundo.

Leída esta novela de Jamaica Kincaid, escrita originalmente en inglés, siento ahora curiosidad por la obra de Maryse Condé (Guadalupe, 1934 – 2024), otra escritora antillana que escribió su obra en francés.