Cerbantes Park, de Carlos Robles Lucena
Editorial NAVONA. 278 páginas. 1ª
edición de 2022
Conozco a Carlos Robles Lucena (Terrassa, 1977) de las redes sociales, y
también porque colaboro, publicando reseñas, en su web literaria Revista Kopek. Cuando apareció su
primera novela en la editorial barcelonesa Navona,
me preguntó si me apetecía que me incluyeran en los envíos de ejemplares de
prensa. Al final quedamos en intercambiar libros. Yo le envié a Carlos mi
última novela, Esto no es Bambi, y su editorial me envió Cerbantes Park.
Al abrir la novela, el lector se
encontrará en el primer capítulo con la voz narrativa de Jacob Expósito. Su
primera frase es ésta: «Algunas noches me despierto temblequeando y pienso que,
en realidad, el parque me lo he inventado yo.» Expósito vive en un parque de
atracciones abandonado, junto a su perro Argos. La peculiaridad del parque es
que fue el primero del mundo dedicado a la literatura; y en él se ofrecían
experiencias literarias, principalmente propias de la narración oral, y que en
las atracciones del parque se recrean desde los cuentos populares hasta las
referencias de la alta literatura. Expósito y Argos viven en las tripas de una
réplica del Nautilus del Capitán Nemo, el personaje creado por Jules Verne.
Pasean por las extensas tierras del parque, mientras tratan de evitar quedar
expuestos ante el dron del guardia de seguridad. Expósito va narrando su vida y
sus recuerdos en notas de voz que deja en un grupo de WhatsApp, en el que solo
queda él como miembro. Expósito ha soñado a veces con su «nombre al lado de los
grandes creadores de la historia de la literatura», aunque la novela que trató
de escribir, sobre la propia historia de la literatura, terminó siendo un
fiasco. En otros momentos, abandonados ya sus sueños, Expósito se considera a
sí mismo con un escritor ágrafo, un escritor que ya solo tiene fuerzas para
grabar audios en ese grupo de WhatsApp muerto del que ya he hablado. También
Expósito quiso ser un editor de culto y también fracasó en su empeño.
Los capítulos en los que habla Jacob
Expósito se suelen intercalar con unos segundos, en tercera persona, en los que
se narra principalmente la historia del Comisario, un joven del suburbio
barcelonés de Terradell (que parece un trasunto de la Terrassa natal del
autor), de donde también es Expósito, y la que va a ser la primera novela del
Comisario, Arán. El Comisario es un joven orgulloso de sus orígenes obreros y
charnegos, obsesionado con los parques de atracciones, a los que quiere dedicar
su tesis doctoral. Para poder escribirla recibe una beca con la que puede
viajar a Viena, ciudad en la que a conocer a Almudena, perteneciente a la clase
alta madrileña. Para el Comisario los parques de atracciones simbolizan un
sueño de equidad social, y en Viena va a comprender que lo que en realidad él
siempre quiso no fue hablar de parques de atracciones sino construir uno. Los
contactos del mundo de Almudena le pueden aportar financiadores para cumplir
este ideal, que, al igual que su amigo Expósito, puede además hacerle alcanzar
sus sueños de letraherido.
Durante buena parte de los treinta y
ocho capítulos del libro se mantiene la alternancia de capítulos, entre los que
habla Expósito en primera persona y aquellos en los que se habla del Comisario
en tercera, pero no siempre ocurre así, y al final hay más capítulos de los
segundos que de los primeros. En cualquier caso, en ambas partes de la novela
se suceden las comparaciones o las metáforas cargadas de referencias literarias.
Así, por ejemplo, cuando Expósito se despierta en el Nautilus y comprueba que
el perro Argos duerme a su lado, comenta: «como el puto dinosaurio de
Monterroso» (pág. 75). «El Comisario, en cambio, como buen lector casi
adolescente de Kundera, necesitaba algo de peso, algo que le atara al suelo.»
(pág. 33)
En gran medida, Cerbantes Park es una novela concebida como alabanza a la
literatura, como canto de sirena por un arte en decadencia, en peligro de
extinción. Así en la página 129 podemos leer: «Tenía ‒y el pasado no es
caprichoso‒ la certidumbre de que la gente seguía con ganas de Literatura con
mayúsculas, pero carecía de los arrestos necesarios para afrontar su lectura.
Querían el brillo carismático, la pátina intelectual que da la familiaridad con
las obras maestras de la historia de la Literatura, pero no está dispuesta a
hacer el esfuerzo de leerlas, no quieren prescindir de sus dos buenas horas de
juegos de mierda con el móvil, la rutina de cardio y la golosina hiperglucémica
de las serias.» También hay en la novela un homenaje a Roberto Bolaño como
emblema de la resistencia última literaria, sobre todo para Expósito, que
soñaba en «la manera de convertirme en el nuevo Roberto Bolaño» (pág. 126)
En el epílogo, Robles Lucena evoca
una conversación que tuvo en la universidad Pompeu Fabra con un profesor que le
conminó a unir los dos caminos que unían su primer libro de relatos. «Había
cuentos a lo barrial y otros a lo marciano, ¿qué resultaría de esa mezcla? Esta
es mi demorada respuesta.» (pág. 276) Me gusta esta reflexión de Robles Lucena
sobre su propia obra, esa mezcla de «lo barrial» y «lo marciano». He de decir
que los capítulos en los que el autor tiraba a lo marciano, esos en los que
principalmente habla de cómo funciona Cerbantes Park o de las características
de su decadencia, me han parecido más conseguidos, más poéticos y evocadores,
que aquellos en los que habla de la ciudad dormitorio de Barcelona, Terradell
(un trasunto de Terrassa, como ya he dicho), o incluso de Viena. No quiero decir
con esto, que el análisis sociológico que se hace de este suburbio esté
planteado de un modo pobre, pero sí me ha sonado a algo ya leído. En cambio,
los otros capítulos, en los que la novela se adentra en los presupuestos de
casi una novela fantástica o futurista, me han parecido mucho más originales e
imaginativo. En algún momento, he pensado en la novela corta Pastoralia
del escritor norteamericano George
Saunders, donde los dos personajes principales han de hacer de trogloditas
en una cueva prehistórica para los visitantes de un parque temático. Esta
referencia también la evoca el autor en su epílogo. Pero existe para mí otra
referencia que el autor no cita, pero que yo sí la he sentido presente, y
quizás esto tenga más que ver con mis obsesiones personajes, que con las
intenciones literarias de Robles Lucena. Algunas de las escenas del libro, en
las que aparecían androides haciendo de humanos, y el aire de simulación, me
han hecho pensar en las novelas de Philip
K. Dick. Esto lo observo, por ejemplo, el siguiente párrafo de la página
253: «El espectáculo que los esperaba al final del frío tobogán los sobrecogió
profundamente. A izquierda y derecha del estrecho camino, descubrieron aguas
estancadas llenas de restos de droides, árboles semihundidos en la ciénaga y
unos cuantos pozos de lava que despedían un fuerte olor de azufre. Se
percataron de que, a medida que avanzaban, los droides iban contando sus
trágicas historias con voz quejumbrosa y divinos tercetos.»
Quizás en estas imágenes poéticas y
en la idea de la desaparición de la literatura también esté el espíritu de Ray Bradbury.
Como ya he señalado, Cerbantes Park contiene algunas páginas
muy bellas, poéticas e imaginativas sobre la literatura, los letraheridos y la
decadencia del arte, y representa un buen debut de Carlos Robles Lucena en la
novela.
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