Cometierra, de Dolores Reyes
Editorial Sigilo. 173 páginas. 1ª edición de 2019.
Cuando se empezó a acabar el
confinamiento debido a la crisis sanitaria del coronavirus, me apeteció visitar
alguna librería y apoyar al sector del libro. Así, un miércoles por la mañana
había acabado pronto mis clases y me planté en La Central de Callao. Hace unos
meses, cuando comentaba en las redes sociales que me estaba gustando mucho Nuestra
parte de noche de Mariana
Enriquez, mi amigo el escritor Paco
Bescós me comentó que entonces era muy posible que me gustara Cometierra,
de Dolores Reyes (Buenos Aires,
1978). Ya había oído hablar antes de esta novela, pues llevaba unos meses
sonando en las revistas de literatura. Dolores Reyes, profesora y madre de
siete hijos, ha debutado pasados los cuarenta años en la literatura con esta
novela, Cometierra. La autora se
formó en los talleres literarios de Selva
Almada y Julián López.
Desde Latinoamérica está llegando
una literatura fantástica con tintes de terror que me resulta muy estimulante,
así que me apetecía leer Cometierra.
Me he puesto con ella a los pocos días de comprarla, algo cada vez más raro en
mí, que acumulo libros sin tino.
Cometierra empieza de
un modo dramático: una adolescente, apenas una niña, no quiere salir de su
habitación para acudir al entierro de su madre. Esta niña será la narradora de
la historia. El lector entenderá pronto que en su hogar ha tenido lugar un
feminicidio a cargo del padre (no se sabe aún si está huido o preso). La
dedicatoria del libro es ésta: «A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos.
A las víctimas de feminicidio, a sus sobrevivientes». Melina y Araceli son dos
jóvenes asesinadas que se encuentran enterradas en un cementerio cercano a la
casa de Dolores Reyes.
No sabremos el nombre de la
narradora, a la que los demás llaman «Cometierra» porque ha descubierto que, al
llevarse tierra a la boca del lugar que ha tenido que ver con la vida de una
persona muerta o desaparecida, puede vislumbrar su paradero actual. Este
elemento fantástico está asumido con mucha naturalidad en la novela y, en
principio, el don que le ha sido concedido no supondrá ninguna alegría para su
dueña. «En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra
adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos acompañada de risas por lo
bajo. Tampoco papeles de alfajores, esos que quería y no podía comprar,
rellenos con tierra sobre mi banco. Solo algunas miradas cada tanto y mucho
silencio» (pág. 20).
Una hermana del padre vendrá a
ocuparse de sus sobrinos, pero al no sentirse cómoda con los dos huérfanos les
acabará dejando a su libre albedrío. El Walter, el hermano mayor, y Cometierra
abandonarán el colegio, y mientras él empieza a trabajar en un taller, ella se
quedará en casa, jugando a la play o
bebiendo cerveza.
En una entrevista que vi en Youtube,
le preguntaban a Reyes por el tema de las familias desestructuradas y
contestaba que el 80 por ciento de las familias de las que venían sus alumnos,
en una barriada pobre, ya no eran una familia tradicional, que en la mayoría de
los casos se encontraba ausente la figura del padre.
No se dice dónde está situada la
historia. Al principio pensé que en un pueblo, pero al final se habla de
«barrio», así que me inclino a pensar que Reyes está ubicando su novela en
alguna de las villas marginales del cinturón del Gran Buenos Aires.
La fama de Cometierra se ha empezado
a extender y personas que buscan a familiares desaparecidos van dejando, en el
jardín de su casa, botellas con fotos y mensajes dentro para que les llame y les
ayude. Cometierra acumula esas botellas al final del patio, y sabe que no puede
ayudar a todo el mundo, que aquélla es una responsabilidad que no ha pedido.
Sin embargo, sí atenderá a alguno de estos requerimientos («Empezaba a ver que
los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la
boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo», pág.
28), lo que le conducirá a un mundo de sordidez y violencia que le apartará más
del entorno. Esto hará que se refugie en la pequeña familia que forma con su
hermano, en una casa que se está convirtiendo en un centro de reunión para los
amigos del Walter. Esta situación me ha recordado a la de la película Nadie
sabe del japonés Hirokazu Koreeda,
también sobre padres ausentes.
En la segunda parte han pasado unos
años y Cometierra se ha convertido en una joven, en una adolescente que ya es
casi una mujer, y que se va a ver envuelta en un caso de secuestro a una joven.
Quizás ella sea el elemento que necesite un policía, que busca a una prima
desaparecida. «Miré la foto en sus manos y después lo miré a él. La sonrisa de
la chica y algo en el cuerpo del flaco me hacían pensar que esa vez podía ser
distinto, que por una vez podía llegar temprano» (pág. 66). En algunos momentos
la novela cobra tintes de policiaco con toques de fantástico, pero ésta no
acaba de ser la dirección que decide tomar Reyes para su novela, puesto que las
intrigas policiales (en esta intriga sí llega a insistir) que surgen aquí acaban
su desarrollo pronto. Más bien parece que Reyes quiere mostrarnos este mundo
desamparado de adolescentes pobres que han de crecer solos como consecuencia
–principalmente– de la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres. De
hecho, es significativo el rechazo instintivo que siente Cometierra hacia
Ezequiel, el policía que requiere su ayuda, un rechazo muy sintomático de
algunos de los problemas que el libro quiere revelar al lector. Conocía el
argentinismo «cana» para referirse a un policía, pero en este libro aparecen
unos cuantos más que desconocía, como «yuta». Buscar a personas desaparecidas
debería ser la labor de la policía, reflexiona Cometierra, pero no lo hace.
En un momento dado, Cometierra ha de
atravesar una zona de su barrio, pero prefiere dar un rodeo y no pasar por una
calle en la que la gente arroja gallos muertos. Este mundo de superstición y
ritos mágicos me ha llevado a pensar en los cuentos de Las cosas que perdimos en el
fuego de Mariana Enriquez,
donde los pobres de Argentina se consuelan creando sus propios ritos
sincréticos.
En los sueños de Cometierra cada vez
se aparece más la profesora Ana, una joven docente que fue asesinada poco antes
de que ella dejara la escuela. Ana ha empezado a hablar en sueños a Cometierra.
El lenguaje de Cometierra es de una aparente sencillez, pero está muy trabajado.
Reyes emplea términos y expresiones que puede usar una adolescente argentina,
como «celu» por «celular», «cero ganas», o «me re flashearon», pero a la vez
las frases cortas, elusivas en muchos casos, desprenden una gran belleza, la
evocación de un mundo duro y misterioso.
Me han gustado mucho los dos libros
que he leído de Mariana Enriquez, Lo que
perdimos en el fuego y Nuestra parte
de noche, y es cierto –como apuntaba mi amigo Paco Bescós– que era lógico
que me gustara Cometierra, como así
ha sido. Siguiendo esta línea actual del fantástico argentino, Dolores Reyes
usa el género de terror para acercarnos a miedos cotidianos y denunciar la
situación de abandono que sufren muchos de sus compatriotas en las villas
miseria, sobre todo cuando se trata de mujeres. También es cierto que en algún
momento he tenido la sensación de que Cometierra
prometía algunas líneas narrativas que al final se han quedado sin desarrollar,
y algunas escenas me han parecido resueltas de un modo un tanto precipitado.
Pero la sensación general es bastante positiva, porque la voz narrativa que ha
conseguido Dolores Reyes para su primera novela es, sin duda, poderosa y
atractiva, y muchas de las escenas de este libro son muy potentes, bellas y
misteriosas. Bienvenida sea Dolores Reyes al mundo de la narrativa
latinoamericana. Habrá que estar atentos a sus nuevas obras.
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