Editorial Valdemar. 418 páginas. Primera edición de 1897, esta de
2018.
Traducción de Marta Lila Murillo.
Prólogo de Jesús Palacios.
Ya he comentado alguna vez que cuando se aproxima el verano –y el fin
del curso académico– me apetece leer literatura de terror o ciencia-ficción,
los géneros con los que crecí. Creo que, aunque ahora soy profesor y no alumno,
el fin de curso me hace viajar en el tiempo hasta la época de la
despreocupación del verano adolescente. Es sobre todo entonces cuando entro en
webs de editoriales como Valdemar.
Me había fijado últimamente en la publicación de la novela El escarabajo del
escritor inglés Richard Marsh
(Londres, 1857-Sussex, 1915). Marsh es un escritor de novelas populares que
desarrolló su carrera entre el siglo XIX y el XX. Su libro más famoso es El escarabajo, que se publicó el mismo
año que Drácula de Bram Stoker. Durante bastante tiempo, El escarabajo se vendió más que Drácula e, incluso, recibió mejores
críticas literarias. Sin embargo, en la década de 1960 el libro deja de
publicarse en Gran Bretaña y empieza a caer en el olvido. En el mundo
anglosajón se rescató a principios del siglo XXI y, ahora, la editorial
Valdemar lo publica por primera vez en España.
Me había intercambiado algún mensaje por Facebook con Rafael Díaz Santander, uno de los
editores de Valdemar, y le escribí para proponerle el envío de la novela con el
propósito de hacerle una reseña en la revista Eñe. A Díaz Santander le pareció
bien; poco después de que la novela llegara a mi nueva casa empecé a leerla,
dejándome para el final el prólogo del siempre impagable Jesús Palacios.
El escarabajo está dividido
en cuatro partes. Cada una de ellas tiene un narrador diferente. La novela se
publicó inicialmente por entregas, y eso provoca que cada uno de sus capítulos
termine con la técnica del «cliffhanger»; es decir, en un momento de fuerte
tensión narrativa.
La primera parte se titula La casa con la ventana abierta y la
narra Robert Holt, un oficinista inglés que está pasando por sus horas más
bajas. Holt perdió el trabajo, hace días que no come y, en la primera página de
la novela, le encontramos en plena noche de tormenta llamando a la puerta de un
albergue de pobres para dormir. Para colmo de males, en el albergue no le
dejarán entrar y será arrojado a la cruda noche. En su deambular llega a una
casa solitaria con una ventana abierta. Tras dudar, acabará allanando la
vivienda para protegerse de la intemperie. Hasta aquí nos encontramos con una
novela al más puro estilo Charles
Dickens, una crítica a la situación social de los más desfavorecidos en la
gran metrópoli. Sin embargo, el cariz de la narración no tardará en cambiar,
puesto que la casa solitaria no está deshabitada y Holt tendrá que enfrentarse
a un extraño personaje, al que más adelante se le llamará «el Árabe», y que
durante la mayoría de las páginas de la novela será de edad y sexo indefinidos.
En esta parte de la narración los elementos terroríficos comienzan a
acumularse: «Noté que la criatura comenzaba a ascender por mis piernas, a
trepar por mi cuerpo (…). Daba la sensación de ser algún tipo de araña gigante…
una araña de pesadilla; la reencarnación monstruosa de una visión aterradora»
(pág. 46). También se puede constatar aquí la presencia de algunos elementos
góticos: por ejemplo, cuando «el Árabe» pronuncia las palabras «el escarabajo»,
la luz de las habitaciones suele apagarse y dejar a los personajes a oscuras.
La criatura infernal, todavía bastante indefinida, puede manejar la voluntad de
Holt, hasta el punto de conducir su cuerpo a la casa de un político –llamado
Paul Lessingham– con la intención de que robe unas cartas que parecen ser de su
interés.
La segunda parte se titula El hombre hechizado y está narrada
por Sydney Atherton, un inventor inglés de clase alta, arrogante y atractivo
para las mujeres. En esta parte, la novela se sirve de recursos propios del
folletín amoroso de la época. Atherton se declara a Marjorie Lindon, su amiga
de la infancia, que a su vez está enamorada y comprometida con Paul Lessingham,
el político al que la criatura de la primera parte quiere arrebatarle sus
cartas a través de Holt. Como suele ocurrir en los folletines (me estoy
acordando de mi lectura del verano de 2017, La hija de Jezabel de Wilkie Collins), en El escarabajo nos encontramos con más de
una casualidad inverosímil y algún detalle de puro vodevil, como por ejemplo un
personaje que se esconde tras un biombo para escuchar una conversación ajena.
En realidad, gran parte del encanto de los folletines, o de la literatura de
género, consiste en encontrarnos con estas casualidades, exageraciones,
«cliffhangers» delirantes, y seguir leyendo con una sonrisa.
La verdad es que la de Atherton me ha parecido la voz narrativa menos
interesante de las cuatro propuestas. Me acababa cargando su arrogancia y su
machismo trasnochado. Después de escuchar a Marjorie, por ejemplo, anota:
«Sabía que, de todas las mujeres jóvenes, era la menos histérica y poco
proclive a ser presa de simples delirios» (pág. 202). Aunque eso sí, hay un punto
muy destacado en su narración: cuando le muestra uno de sus inventos a un
invitado, una máquina de destrucción masiva por medio de un gas letal. Es
decir, está prefigurando, unos veinte años antes, la violencia química de la
Primera Guerra Mundial, y la escena resulta sobrecogedora.
La tercera parte se titula El terror de la noche y el terror del día
y está narrada por Marjorie Lindon. Creo que la novela gana a partir de aquí;
la tercera y la cuarta parte me parecen más conseguidas que las dos anteriores.
Marsh ya tiene más claro hacia dónde se dirige y todo fluye con mayor
naturalidad. Me gusta la voz narrativa de Lindon, una mujer fuerte y aventurera,
adelantada a su tiempo.
Como El escarabajo se
publicó como novela por entregas, además de los «cliffhangers» comentados
también se da otro recurso propio de este tipo de publicaciones: a veces se
repiten acontecimientos ya narrados a modo de sumario (imagino que para un
lector que se incorpora tarde a las entregas o que se ha perdido algunas), pero
que quedan perfectamente justificados en la narración, porque dichos acontecimientos
se cuentan desde la perspectiva de un nuevo narrador.
La cuarta parte se titula A la caza y está narrada por
Augustus Champnell, un detective privado muy al estilo de Sherlock Holmes, el famoso
personaje de Arthur Conan Doyle. De
esta parte, me gusta cuando el político Paul Lessingham nos cuenta (su
narración está recogida en los escritos de Champnell) las aventuras de su
pasado en Oriente, que es uno de los misterios que mueven la trama. Como indica
el nombre de esta cuarta parte, los personajes principales de la novela, con la
ayuda del detective privado, tratan de dar caza a la criatura de edad
indefinida, el ser diabólico que puede convertirse en escarabajo y que amenaza
la paz metropolitana de Londres.
He anotado varios comentarios de El
escarabajo que nos hacen pensar en una mirada racista (o colonial) sobre
los países orientales –en este caso Egipto–, lugares peligrosos que sólo
pueden traer la desgracia y el horror para los occidentales (o los británicos),
comentarios como: «Lugares como el que había descrito abundan en El Cairo de
hoy en día, y son muchos los ingleses que han penetrado en ellos pagando un
alto precio» (pág. 303); o bien la casera de la casa en la que se alojaba «el
Árabe», que se refiere a él como un «sucio extranjero» (pág. 352); o bien «Los
orientales nos dejan muy atrás. Si su civilización es lo que nos complacemos en
denominar muerta, sus hechizos (cuando uno llega a conocerlos) ¡están bien vivos!»
(pág. 337).
En el prólogo, Jesús Palacios cita a Minna Vuohelainen, la estudiosa moderna que ha rescatado la figura
de Marsh, y habla de «mala conciencia colonial» para referirse a ese miedo a
Oriente y a las muestras de xenofobia.
Palacios reivindica al monstruo que aparece en El escarabajo como «un monstruo insolentemente moderno, que
pareciera más propio de las páginas de Clive Barker, del universo del primer
David Cronenberg o del bestiario multiforme de Brian Yuzna que de un folletín
gótico victoriano, cuyo poder de mutabilidad y penetración convierte las
veleidades bisexuales y homoeróticas del Conde Drácula en un juego de niños»
(pág. 25).
Hace al menos una década leí Drácula
de Bram Stoker, precisamente en la edición de Valdemar, y es cierto, como se
apunta en el prólogo, que Drácula y El escarabajo tienen más de un elemento
en común, con su escritura, en gran parte, en forma de diario, con su monstruo
ancestral que rompe la paz londinense y con sus juegos eróticos. A mí me gusta
más Drácula, que me parece una gran
novela, pero me uno a lo que dice Palacios sobre El escarabajo: «Supone uno de los últimos grandes clásicos del
Gótico victoriano por rescatar. Un clásico todo lo menor que se quiera, con sus
defectos y virtudes, pero que merece de sobra pasar por fin a formar parte de
la selecta galería de monstruos y villanos que señalaron el cambio del siglo
XIX al XX» (pág. 27).
El escarabajo es lo que yo
entiendo como una divertida lectura de verano.
Curioso. Estaba buscando una reseña sobre esta novela que cabo de leer. Resulta que estoy de acuerdo en la impresión general. Pero lo interesante es que he descubierto que no soy el único al que en verano le da por el terror y la ciencia ficción. Debe ser algo generacional.
ResponderEliminarHola, Sergio:
EliminarSí, me parece algo muy de verano lo de la ciencia ficción y el terror.
Saludos