Editorial Cátedra. 222 páginas. 1ª edición de 1871 y 1837.
Edición de Leonor Fleming
Como ya conté la semana pasada, tras
leer la novela Echeverría de Martín
Caparrós, cuyo protagonista era Esteban
Echeverría (Buenos Aires, 1805 — Montevideo, 1851), me pareció que lo más
lógico era acercarme a la obra de este autor inaugural de la literatura
argentina. Mi novia estudió Filología Hispánica y en las estanterías de su
biblioteca tiene muchos libros clásicos de la editorial Cátedra. Ella lleva tiempo insistiéndome con la idea de
que, ya que me gusta tanto la literatura argentina, debería leer algunas de sus
obras fundacionales, como El matadero de Esteban Echeverría, Martín Fierro de José Hernández o Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Los tres
libros están en mi casa. Por fin me he acercado a uno de ellos.
Dejé el estudio previo que acompaña
al libro para él final y empecé leyendo El
matadero. Se trata de una narración de tan sólo 23 páginas, que algunos
califican de «cuento» y otros de «crónica». Echeverría lo escribió en Los Talas,
una finca familiar, cercana a Buenos Aires, pero ya en un territorio ajeno a la
ciudad. Está escrito entre 1838 y 1840, cuando en Buenos Aires la policía
política del dictador Juan Manuel de Rosas (perteneciente al movimiento
político de los «federales») se mostraba más activa contra los «unionistas»,
tendencia política liberal a la que pertenecía Echeverría. En esta época de
represión, Echevarría toma un escenario del arrabal de la ciudad, como era el
del matadero –que él conocía bien porque había vivido de niño muy cerca del
lugar– para escribir una historia política. La narración empieza hablando de un
periodo de lluvias torrenciales sobre Buenos Aires, que han hecho que haya
escasez de carne. De esto se culpa, desde la iglesia y el pueblo, a los
«unionistas», encarnación de todos los males. Cuando Echeverría hace estas
consideraciones su estilo es irónico. Echeverría entra en el matadero y
describe la brutalidad de las gentes que lo habitan y su lenguaje soez. Entre
ellos destaca el personaje de Matasiete, que será la primera representación
literaria en Argentina del que luego será el gaucho, pero también el malevo.
Como luego leeré –comentado por Leonor
Fleming– en el prólogo, Matasiete es la verdadera creación literaria de El matadero, aunque Echeverría quiera
darle el protagonismo a un joven unionista del que los brutos del matadero
harán terrible burla. El joven representa los valores de libertad y europeísmo
(no español, claro) que Echeverría defendía para su nueva nación. Pero su
discurso resulta engolado y vacío, mientras que Matasiete es un verdadero
personaje, definido por sus acciones. Me gusta la reflexión que Fleming
establece sobre esto: cuando Echeverría pone en boca de sus personajes sus
ideales políticos, su literatura se resiente; y acaba siendo un escritor
valioso, a pesar de sí mismo, cuando centra su mirada en otra realidad que le
rodea, pero que se escapa al ideal: la brutalidad del matadero, o la dureza de
la pampa en La cautiva.
Como apuntaba Caparrós, El matadero es un texto que
perfectamente aguanta una lectura modera. De hecho, como apuntaba mi novia,
debería haberlo leído antes. De este texto parte, por ejemplo, en gran medida
la narración de mi admirado Roberto Arlt.
También me doy cuenta, ahora, de que El fiord de Osvaldo Lamborghini está conversando, en gran medida, con El matadero. Saber esto, sin embargo, no
hace que El fiord me guste más, que
–como ya dije en su momento– me parece una obra totalmente sobrevalorada. El matadero es bastante mejor que El fiord.
Después de El matadero, leí La cautiva.
Un largo poema escrito, principalmente en octosílabos. Como decía Caparrós,
aunque Echeverría consideraba que sería recordado por este tipo de poesías, y
no por El matadero (que si siquiera
quiso publicar en vida), se equivocaba, y las poesías se han quedado, ahora
mismo, bastante anticuadas. Estoy de acuerdo con Caparrós. En realidad, se
tarda poco en leer La cautiva y es un
texto curioso. De él, destaca la descripción del desierto, de la pampa, hasta
ahora un territorio fuera del imaginario literario sudamericano. En La cautiva se habla del amor de María y
Brian, secuestrados por los indios (los «salvajes», en boca de Echeverría, que
no deja aquí en muy buen lugar a los nativos americanos), creando esa fuerte
dicotomía argentina de «civilización y barbarie». Gracias al coraje de María,
los dos logran escapar, no sin producirse antes una escena un tanto patética
para una lectura del siglo XXI: cuando María, cuchillo en mano, libera a Brian,
éste le dice: «María, soy infelice, / ya
no eres digna de mí.», porque cree que ella ha sido violada por los indios, y
éstos al haber «ajado la pureza de tu honor» hacen que la mujer se aparte de su
idea de amor romántico. Por fortuna, para los dos, ella ha defendido su «honor»
cuchillo en mano y pueden huir al desierto. Esto no supondrá una liberación,
puesto que en el desierto, con todos los elementos en contra, volverán a
sentirse «cautivos». El poema gana cuando se describe la naturaleza, y la escena
titulada «El festín», por su brutalidad, recuerda a las imágenes que luego
Echeverría creará en El matadero.
Como apunta Fleming, Echeverría va dejando atrás los presupuestos del
romanticismo y entra en los del naturalismo. El poema, pierde de nuevo, igual
que ocurría en El matadero, cuando
Brian, en plena agonía, da en el desierto un discurso sobre los ideales de la
posición unionista. De nuevo, Echeverría pierde cuando idealiza y gana cuando
describe la barbarie que ve a su alrededor.
Después de las dos obras de
Echeverría, he leído el estudio previo de Leonor Fleming, de unas ochenta
páginas. En él, he vuelto a leer sobre la época que vivió Echeverría, y que,
más o menos, conocía gracias a la reconstrucción del siglo XIX que hace Martín
Caparrós en su Echeverría.
En la biografía que Fleming elabora
sobre Echeverría se le da más importancia a la guitarra, como elemento
simbólico, que la que le da Caparrós en su novela. En esta biografía de Fleming
no se habla de ningún intento de suicidio (recordemos que así empezaba la
novela de Caparrós), ni de ningún amor con una prima que acaba muriendo en el
campo. Lógicamente, la novela de Caparrós es una ficción, encajada en un
periodo histórico, sobre un hombre del que realmente no tiene los datos
suficientes para conocer su vida de forma real y juega, con la ficción, a
inventarse una vida para él.
Gracias a la novela de Caparrós
sabía, por ejemplo, que Echeverría fue el primer argentino que publicó en su
nuevo país un libro de poemas, que sería Los consuelos, publicado en 1834.
Aprendo ahora, además, que Elvira, publicado en 1832, es el
primer poema del romanticismo en lengua española. Echeverría quería saltarse
los modelos literarios españoles y por eso mira hacia lo que se está haciendo
en Francia en ese momento. La publicación de Elvira se anticipa un año a la publicación de El moro expósito del duque de Rivas, que sería la primera
obra romántica española.
«En la dicotomía entre la patria idealizada
y la geografía tumultuosa del país real hay una contradicción que interioriza
el poeta; racional y conscientemente opta por la primera y se impone
voluntariamente la tarea de reflejarla en el poema, pero afectiva y
subconscientemente elige, o es elegido, por la segunda, la que su subjetividad
rescata con más ímpetu y mejores versos.», como ya he apuntado antes me gusta
esta reflexión que hace Fleming en la página 66 del prólogo.
Creo que ha sido una buena idea leer
Echeverría de Martín Caparrós, y El matadero y La cautiva de Esteban Echeverría seguidos. El matadero es una lectura muy interesante, muy reveladora para
cualquier lector al que le interese la literatura argentina. La cautiva se ha quedado más anticuada,
pero como curiosidad romántica resiste una lectura. Y el prólogo de Leonor
Fleming me ha resultado muy instructivo. Ahora ya solo me falta acercarme, por
fin, al Martín Fierro de Hernández y
al Facundo de Sarmiento. O, quizás,
tal vez, también me falte empezar a usar el voseo por las calles de Madrid.
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