Editorial Anagrama. 365 páginas. 1ª edición de 2016.
Este libro lo compré el último día
de la Feria del Libro de Madrid de 2016,
cuando realmente ya había pensando no adquirir nada más. Vino a Madrid, de
visita, Jesús Artacho, escritor y
bloguero al que conozco a través de internet, y acabé bajando a la Feria (que
me quedaba entonces al lado de casa) para dar una vuelta con él. Ya que iba a
acercarme a las casetas del Retiro, comprobé qué escritores estaban firmando
libros esa mañana y me encontré con el nombre de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957). De este autor había leído una
novela, A quien corresponda, que compré en mi viaje a Argentina en 2009,
un texto duro sobre la época de la dictadura de Videla y sus secuelas treinta
años más tarde. Tomé el libro de mis estanterías para que me lo dedicara el
autor y, ya que pude cambiar tres palabras con él, me apeteció comprar también Echeverría,
que me llevé a casa dedicado. Da una muestra del descontrol de mi montaña de
libros por leer el hecho de que he tardado un año y medio en acercarme a esta
obra, cuando, en realidad, era una novela que me apetecía leer, puesto que
habla de los comienzos de la literatura argentina y de la condición del
escritor.
El Echeverría aludido en el título
es Esteban Echeverría, nacido en Buenos Aires en 1805, quien iba a ser el
primer escritor que publicaría un libro de poemas (en 1834) en la Argentina
postcolonial, autor, además, del relato El matadero, que da inicio al realismo
argentino. También es autor del largo poema romántico La cautiva. Ambos textos,
El matadero y La cautiva, son de sobra conocidos en Argentina, puesto que todo
estudiante de secundaria ha de leerlos durante sus años de formación.
La novela comienza con un joven
Echeverría a punto de suicidarse. Esta elección no es casual por parte de
Caparrós, puesto que Echeverría pasó cinco años (entre los veinte y los
veinticinco) en París y volvió a su tierra fuertemente influenciando por la
corriente literaria del romanticismo. El Echeverría de diecisiete años ha
dejado embarazada a una prima, de la que le han separado, llevándola al campo
(donde morirá al dar a luz). Esta tragedia, según Echeverría, también ha
conducido a su madre hacia una muerte prematura. En la página cinco de la
novela ya se adelanta que Echeverría se va a exiliar a Montevideo. La historia
de Echeverría, en líneas generales, ha de ser de sobra conocida para un
argentino. Y Caparrós, sabiéndolo, elige la opción de describir sus
pensamientos, y describir hechos sobre los que seguramente no cuente con
ninguna fuente real. Es decir, Caparrós elige la invención y la novela, frente
al intento de alcanzar una fiel reconstrucción histórica. De hecho, en Echeverría el autor reniega de la novela
histórica, con algún desdén como éste: «En el mercado vacilante de la letra,
las novelas históricas son el refugio más canalla: libros que se venden porque
te dicen que al leerlos no estás perdiendo el tiempo; que estás haciendo algo
útil, que vas a aprender algo. Libros que aprovechan esa última cualidad que
atribuimos a los libros –el supuesto saber, el prestigio de la letra impresa–
para vender a muchos sus cositas.» (pág. 47); y un poco antes podemos leer: «Lo
propio de la información es disiparse. Cualquiera que intente conocer asuntos
de hace cien años, ciento cincuenta años descubrirá enseguida que casi todo
aquello se ha perdido. Es sorprendente la cantidad, la calidad de lo que no
sabemos sobre alguien que vivió hace menos de dos siglos.» (pág. 46), «No
sabemos; callamos o escribimos.» (pág. 46)
Echeverría se divide en
siete partes, marcadas con una fecha significativa en la vida del protagonista.
Cada una de estas partes finaliza con un capítulo titulado Problemas. En ellos, Caparrós reflexiona sobre el propio material
de la novela, de las dificultades que tiene al acercarse a él, de sus dudas. En
este sentido, como creo que quedaba claro desde las citas que denostaban a la
novela histórica como género, Echeverría
no es una novela histórica al uso. A Caparrós le interesa reflexionar sobre la
figura del creador, sobre titubeos que le achaca a él sobre su obra, y que
pueden ser los del propio Caparrós sobre la suya.
La novela contiene muchas sentencias
memorables. Destacaría este párrafo: « A primera vista, el pasado es un
lugar donde viven sobre todo personas ricas y famosas, o heroicas y arrojadas,
o épicamente desdichadas, trágicas; nunca pensamos en el pasado como momentos
aburridos, cotidianos, de millones y millones que nunca hicieron nada
inolvidable –y que, de hecho, ya fueron olvidados.
Del pasado, lo más difícil de entender es que
cada uno de sus momentos es un presente, la culminación de miles de años, del
punto más avanzado de la historia. Nos parece que cualquier momento del pasado
tenía ya su pátina y su polvo: un lugar habitado por personas abrumadas por su
propia antigüedad. No sabemos pensarlos modernísimos, llenos de la emoción de
estar viviendo lo nuevo, lo más nuevo: de haber llegado a lo más lejos.»
La vida de Echeverría tiene una
fuerte dimensión política, puesto que él es considerado un «unitario»
(demócrata urbano y europeizante), en contraposición a los «federales»,
partidarios del dictador Juan Manuel de Rosas. Su oposición ideológica al
dictador será la que haga que tenga que exiliarse en Montevideo.
Echeverría vivirá obsesionado (o al
menos el Echeverría que dibuja Caparrós) con la idea de crear una literatura
nacional, que se separe de los modelos españoles (lo español era, para
Echeverría, lo primitivo, de lo que había que huir) y, desde un mundo artístico
lleno de dudas, acabará, sin él saberlo, triunfando en aquello que pensaba que
estaba fracasando, puesto que, como ya apunté, su nombre se encuentra ahora en
alguna calle de cada ciudad de Argentina y sus textos se consideran
fundacionales de la literatura nacional.
Dos hechos peculiares confieren a
Echeverría un aire de artista trágico: muere en el exilio de Montevideo en 1851
a los 45 años, sin poder conocer la derrota y el exilio de Rosas en Inglaterra
y sin poder regresar a su patria. En ella, los que fueron sus amigos (y que
también vivieron exiliados) acabarán alcanzando cargos de gran responsabilidad.
«Echeverría había muerto pobre y solo.» (pág. 364). El segundo hecho es que
Echeverría no supo medir la calidad de sus logros literarios, puesto que él
pensaba que sería recordado por sus largos poemas románticos y no quiso
publicar en vida El matadero, que es
el texto por el que realmente se le recuerda. «El matadero: que este texto, el
único que todavía se le puede leer entre tanto poema romántico fervoroso
esforzado, le pareció vulgar y sospechoso, y nunca lo acabó. Esa deriva
cervantina, kafkiana, volteriana –esa manera en que un escritor se equivoca
sobre el valor de lo que escribe– me resultaba tan cercana que abandoné
cualquier prurito o resistencia.» (pág. 318)
Ya he comentado que el estilo de
Caparrós es altamente sentencioso y subrayable. Me llaman la atención también dos
recursos: de forma habitual juega a repetir palabras o núcleos sintácticos en
la misma frase. Veamos algunos ejemplos: «su nombre nombra una calle» (pág.
365); «le dijo, dirá que» (pág. 41); «Si no fuera un solitario no podría pensar
mis ideas solitarias, se dice, solitario. Si no fuera un solitario mi vida
sería tanto más fácil.» (pág. 107). El segundo sería el de las frases
inacabadas, lo que da al texto un aire de rapidez y (falsa) improvisación. Por
ejemplo: «Se tienta, se pregunta si.» (pág. 297).
La lectura de este libro me ha hecho
pensar en otro libro que me traje de Argentina en 2009: El farmer de Andrés Rivera. En esta novela, el poco
conocido en España, pero gran escritor, Rivera especulaba sobre el fin del
dictador Juan Manuel de Rosas en su destierro en Inglaterra, y podría leerse
como una contrapartida a Echeverría.
Con Echeverría, Caparrós ha escrito una novela inteligente sobre el
siglo XIX en Argentina, sobre los orígenes de su patria y su literatura; sin
fanatismos, desde la broma, la especulación y el presente. Una buena novela, en
definitiva que trata sobre: «Echeverría era el primer cronista argentino, el
primero que intentó hacer relato de sus zonas más turbias, y era, también, el
primer antiperonista, uno que no necesitó a Juan Domingo Perón para empezar a
serlo.» (pág. 318)
Después de leer Echeverría, lo más lógico era tomar de la biblioteca de mi novia un
libro de Cátedra del propio Esteban Echeverría, que contiene El matadero y La cautiva. La semana que viene hablaré de este libro.
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