Editorial Anagrama. 358 páginas. 1ª edición de 2015.
Escribí esta reseña el 5 de enero por la tarde. Menos de veinticuatro
horas después supe de la muerte de Ricardo Piglia. Hoy no me tocaba publicar
esta reseña, pero he querido adelantarla como una forma de homenajear al
maestro.
Había comprado Blanco nocturno (2010) y El
camino de Ida (2013), las dos últimas novelas de Ricardo Piglia (Adrogué, Argentina, 1940), según salieron al
mercado (muchos años antes había leído libros como Respiración artificial y Prisión
perpetua), y en las dos ocasiones acudí a las presentaciones de Madrid
que tuvieron lugar en la Casa de América. Sin embargo, cuando apareció en el
mercado Los diarios de Emilio Renzi, aún sabiendo que los acabaría
leyendo tarde o temprano, no los compré de forma inmediata. Quería poner orden
en mi montaña de libros por leer, cada vez más caótica, y además, me decía,
sabiendo que estos diarios estarían formados tres volúmenes, podía esperar a que
saliera el tercero y leer así todo el conjunto de un golpe. Al final acabé
comprando este libro cuando vi que apareció en las librerías la segunda
edición, porque, claro, yo, como gran fetichista de libros que soy, quería leer
los tres libros de los diarios de Piglia, pero quería que todos fuesen su
primera edición, y que estuvieran firmados por él, a ser posible. Estuve
atento, pero en esta ocasión no acudió a la Casa de América de Cibeles a
presentar su nuevo libro (he sabido que había enfermado). Ya que estaba, cuando
apareció el segundo tomo lo compré también. Durante las pasadas Navidades he
leído Las memorias de Emilio Renzi.
Cuando empezaron a aparecer reseñas sobre este libro, algunas
señalaban que resultaba raro leer los supuestos diarios de Ricardo Piglia, pero
que, cuando el narrador hablaba de sí mismo, se llamase «Emilio Renzi». Igual
que Mario Levrero para escribir tomó
su segundo nombre y segundo apellido (su nombre completo es Jorge Mario
Varlotta Levrero) parece que Ricardo Piglia ‒cuyo nombre completo es Ricardo
Emilio Piglia Renzi‒ ha hecho lo mismo pero al revés, trasvasando su segundo
nombre a su álter ego. En las propias memorias podemos encontrar algunas
explicaciones a este fenómeno. En la página 328 leemos: «A veces pienso que tendría
que publicar el libro con otro nombre, cortar así del todo los lazos con mi
padre contra el cual, de hecho, he escrito este libro y escribiré los que
siguen. Dejar de lado su apellido sería la prueba más elocuente de mi distancia
y mi rencor.» Está hablando de su libro de relatos La invasión. Su padre era
un médico peronista, que deseó que su hijo siguiera sus pasos y Ricardo Piglia
se rebeló contra aquella imposición.
En la página 281 podemos leer: «También a mí me subyuga la presencia
de un narrador que observa los acontecimientos, lejanamente implicado (como en
Henry James, en Conrad y en Fitzgerald): me gustaría que él fuera el autor de
estos cuadernos con un estilo claro y eficaz reseña los hechos de mi vida,
desde afuera, y podrá existir por las referencias ambiguas de mis conocidos que
hablarán también de él (cuando se refieran a mí).»
Así que por un lado tenemos a un Piglia que desea distanciarse de su
apellido paterno, y que además anhela que sus diarios estuvieran escritor por
otro que hablara de él; en este sentido, se puede entender el juego de la
diferencia de nombre en el diario. Quizás algo que me ha sorprendido más ha
sido que en la página 317 se señala que Emilio Renzi ha nacido el 24 de
noviembre de 1941y en la contraportada del libro se dice que nació en 1940
(aunque lo cierto es que podría ocurrir que sea la fecha de la contra del libro
la que esté equivocada, porque en la wikipedia se señala también el 24 de
noviembre de 1941 como fecha de nacimiento de Piglia y las referencias a la
edad en el diario siempre nos remiten a 1941 como fecha de nacimiento).
En cualquier caso, aunque se llame el narrador de estos diarios Emilio
en vez de Ricardo uno lo lee como si hablara de sí mismo (Emilio Renzi es un
personaje de sus novelas, que al fin y al cabo no deja de ser un trasunto del
propio autor).
El diario transcurre entre 1957 y 1967. Cuando Piglia comienza con él
tiene dieciséis o quince años (si doy por buena la fecha de nacimiento de 1941)
y lo que sorprende es que no observamos en ellos ningún titubeo juvenil. La
prosa de Piglia es precisa y adulta desde el principio. Piglia empieza a
escribir en sus cuadernos cuando la familia ha de abandonar su Adrogué natal y
trasladarse a Mar de Plata porque el padre, médico de profesión, teme volver a
ser encarcelado por su militancia peronista. Unos años después, Pligia-Renzi se
trasladará a La Plata para acudir a la universidad. Entre Adrogué, Mar de
Plata, La Plata y Buenos Aires transcurren estos diarios.
Sobre todo al comienzo, las anotaciones del diario son muy breves y
Piglia no sigue ningún orden claro; puede escribir varios días seguidos y
también puede estar más de una semana sin anotar nada. Diría que le interesa
más registrar hechos que sentimientos («Vivir sin pensar, actuar con el estilo
sencillo y directo de los hombres de acción», pág. 72). En muchos casos, más
que hacer anotaciones propias de un diario las entradas se dedican a analizar
textos literarios: muy interesantes sus reflexiones sobre la construcción
narrativa en los libros de William
Faulkner y Ernest Hemingway.
Para dar mayor unidad y coherencia a este volumen, Piglia ha añadido
un prólogo y una coda que, formalmente, no serían parte del diario. Así en las
primeras diecisiete páginas un Emilio Renzi, mayor y algo borracho, le cuenta
al narrador (que sería Ricardo Piglia) su relación primera con la literaria,
ese contacto primigenio que cubriría desde que a los tres años en Adrogué sale
a la puerta de su casa con un libro del revés y se sienta en la calle a ver
pasar a la gente que viene de la estación de trenes y un señor le señala que tiene
el libro del revés, y el Renzi mayor piensa que ese señor sólo podía ser Borges (me encantó esta anécdota),
hasta los dieciséis, cuando comienza el diario (de este modo se habla de sus primeras
lecturas de Verne o Camus). Siguiendo una técnica similar a
ésta, al final del libro nos encontramos con veinte páginas que están escritas,
como las primeras, en 2015 y en las que Renzi le habla a Piglia sobre la muerte
de su abuelo, también llamado Emilio Renzi, que combatió en la Primer Guerra
Mundial. Se cuenta aquí una anécdota sobre por qué el abuelo mandó a su mujer a
Italia, para que el padre de Piglia naciera en suelo europeo, cuando ya había
comenzado la Gran Guerra, que yo le escuché contar al propio Piglia en 2013, en
la presentación de El camino de Ida de
la Casa de América.
Durante los primeros años, Renzi nos hablará de sus amoríos, sus
amigos, sus lecturas, y la relación con su abuelo. Hacía la segunda mitad del
diario, las entradas se hacen más largas y creo que más interesante también,
sobre todo cuando sus amistades empiezan a ser también literarias, y las
personas retratadas aquí llegan a ser Juan
José Saer, Daniel Moyano o Haroldo Conti.
Renzi estudiará Historia, huyendo de la vocación impuesta por su padre
hacia la Medicina, y eludirá estudiar Filología o Literatura porque quiere ser
él quien elija sus lecturas. Su vocación literaria parece clara para él desde
el principio: «¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en
escritor? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco,
se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo
se siente peor, pero tener que
hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como
cualquier otro).» (pág. 16)
En algún momento, Renzi parece tener alguna duda sobre qué motiva la
escritura del propio diario: «La suprema impostura está en el hecho mismo de
escribir estos cuadernos. ¿Para quién los escribo? No creo que sea para mí y
tampoco me gustaría que alguien los leyera.» (pág. 58); pero, en general, se
muestra como una persona muy segura de sí misma, alguien que ha decidido
jugárselo todo a una carta, la de la literatura. Me ha hecho gracia reconocer
una frase del diario que tenía anotada en mi cuaderno de citas como
perteneciente al libro Prisión perpetua: «Ni siquiera a la
carta equivocada. Se jugó la vida a una carta que nadie había visto nunca en la
baraja.» En la página 170 del diario leemos: «Soy alguien que se ha jugado la
vida a una sola baraja.» y en la 176: «Se trata de una existencia mal
congeniada y esto hace poco que lo he llegado a comprender. Mal congeniada
quiere decir haber aceptado el riesgo de jugar todo a una carta y no saber si
realmente ese naipe existía en la baraja.»
Siguiendo la máxima de Faulkner, Renzi se convierte en un observador
que no desea juzgar lo que ve. Así, uno de los temas más curiosos de estas
páginas es la descripción de su relación con Cacho, amigo de juventud y ladrón
profesional, que trabaja (entra a
robar en las casas de los barrios buenos) sólo los sábados por la noche.
Quizás, pero no estoy seguro, en la relación que establece con este amigo se
encuentre el germen narrativo de la novela Plata quemada.
La primera mujer con la que vive le acabará señalando su distancia de
las cosas, pero Renzi parece entender que éste es el peaje que tendrá que pagar
para cumplir con su sueño de ser escritor. Escribe cuentos, tratando de escapar
de la órbita de Borges y Cortázar, sobre la que parecen dar
vueltas sin salida sus contemporáneos.
Se ganará la vida como profesor universitario, sin sentir mucho apego
por el trabajo. Renunciará a la estabilidad económica al dimitir de sus
cátedras como protesta por la dictadura de Onganía, algo que el lector
descubrirá bastante después de que ocurra (un pequeño problema del diario, a
veces, son los saltos de escenarios sin que el lector sea avisado de ellos).
Renzi pasará más de un apuro económico, pero esto sólo parece fortalecer su
vocación.
Hacía el final de estas páginas se hablará en gran medida del proceso
creativo de los cuentos de La invasión,
que fueron presentado al premio Casa de América en Cuba, resultando
mencionados, y publicados en Cuba y Argentina. Tanto Renzi como el lector,
tienen la sensación de que Piglia va a triunfar con sus cuentos desde el
principio. En más de un caso, alguna anotación da cuenta de la seguridad (y la
arrogancia juvenil) que Renzi tiene en su talento: «Me siento a la vanguardia
de los escritores de mi generación» (pág. 299); hablando de su libro de
cuentos: «Estoy seguro de que el volumen está a la altura de lo mejor que se ha
publicado en el género en estos tiempos» (pág. 317), o en la página 321: «En
diez años seré el mejor escritor argentino.»
Como ya he comentado, me han gustado mucho las páginas que hacen de
introducción y de coda del volumen, escritas en 2015, y el diario, que al
principio me parecía demasiado escueto y disperso, me ha ido ganando según las
entradas en él se hacían más extensas y se reflexionaba más sobre literatura (a
veces se introducían cuentos escritos en la época y destacaría un texto,
publicado en una revista, sobre El oficio de vivir de Cesare Pavese que me ha parecido
realmente brillante), además de empezar a desfilar por sus páginas muchos de
los escritores que admiro (Saer, Conti, Moyano…). Algunas de sus frases son
auténticas joyas de lucidez.
En definitiva, Los diarios de
Emilio Renzi gustará a los seguidores de Ricardo Piglia y presiento que voy
a disfrutar bastante con el segundo volumen, Años felices. Ya hablaré
de ellos.
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