Traducción de Domingo Santos.
Encontré esta edición de Fluyan
mis lágrimas, dijo el policía en una librería de segunda mano, especializada
en ciencia-ficción, que estaba en Ópera (Madrid). Fue un viernes por la tarde y
estaban a punto de cerrar. La novela costaba 25 euros, un precio elevado para
lo que suelo gastarme en librerías de segunda mano. Era la primera edición del
libro, que apareció en España en 1976, estaba nuevo, con su faja promocional
incluida, y en ese momento estaba descatalogado en España (unos años después lo
volvió a reeditar Minotauro). Además,
la traducción era de Domingo Santos,
al que yo conocía –también es escritor de ciencia-ficción– como traductor del
mítico Dune de Frank Herbert.
Acabé comprándolo. Le comenté al librero que era la última novela, de las que
estaban disponibles en España en ese momento, que me quedaba por leer de Philip
K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982). El librero no me contestó nada, me
cobró y salí de la tienda algo cortado. No mucho después la librería cerró. No
me extrañó nada. No hace falta ser profesor de Economía y Empresariales (como
yo) para saber que si abres un negocio dirigido a un público muy concreto y
especializado, este sólo puede prosperar si tú mismo eres un entusiasta del
material que vendes.
A pesar de que, ciertamente, Fluyan mis lágrimas... era la última novela
de Dick traducida al español (si descontamos alguna inencontrable traducción
argentina) que me quedaba por leer y de que pagué 25 euros por ella, llevaba
cinco o seis años en mi montaña de libros por leer. Además, Minotauro sacó al
mercado una nueva, Laberinto de muerte, que compré y leí de forma inmediata. También
leí una novela de Dick en inglés (The man whose teeth were all exactly alike),
aún no traducida al español, antes que Fluyan
mis lágrimas..., que tiene más prestigio que estas otras novelas de las que
hablo. Y no sé por qué. Quizá tenía miedo a que me decepcionara, o a quedarme
sin más novelas de Dick para leer (y eso que aún no he leído sus cinco tomos de
cuentos). El caso es que este verano estuve ocho días de vacaciones en Londres (después
de diez años sin ir), y me gustaba entrar en las grandes librerías de varias
plantas, visitar su sección de ciencia-ficción y hojear los libros de Dick aún
no traducidos al español. Creo que hacerlo me rejuvenecía, ya que Dick ha sido
uno de mis escritores fetiches, mi escritor favorito durante la adolescencia. En
Londres terminé comprando dos novelas en inglés y un libro de entrevistas. Al
regresar a Madrid, antes de empezar con ellas me apeteció tomar por fin, de los
altillos de mis estanterías, Fluyan mis
lágrimas...
También he estado hojeando de
nuevo la biografía de Dick Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, escrita
por Emmanuel Carrère. Según esta
biografía, Fluyan mis lágrimas... fue
una de las novelas más importantes para Dick a nivel personal. En noviembre de
1971, después de varias semanas pensando que alguien iba a asaltar su casa, ésta
fue efectivamente desvalijada. Según Dick, este hecho probaba que no era un
paranoico, sino que tenía razón de modo intuitivo. El episodio del asalto le
preocuparía, sin embargo, durante mucho tiempo. Una de sus teorías era que el
gobierno de Estados Unidos entró en su casa en busca del primer manuscrito de Fluyan mis lágrimas..., porque en esta
novela hablaba de una droga con la que, supuestamente, estaba experimentando el
propio gobierno, cuyo presidente en aquel momento era Richard Nixon, y él había
preconizado algunos de los acontecimientos secretos que estaban ocurriendo en
la realidad. Por tanto, el gobierno le seguía la pista. La vida de Dick siempre
pareció una novela de Dick.
El personaje principal de Fluyan mis lágrimas... es Jason
Taverner, un cantante de cuarenta y dos años que dirige un programa de
televisión llamado Jason Taverner show,
que posee una audiencia de treinta millones de personas. Jason mantiene un
romance con la también famosa cantante Heather Hart. Aunque se siente algo
mayor, Jason es una persona satisfactoriamente instalada en una vida de éxito.
Después de uno de sus programas,
Jason vuela con Heather desde California hasta una de sus casas en Suiza. Por
el camino recibe la llamada de una joven actriz a la que trató de ayudar en su
carrera, con la que además (esto Heather sólo lo sospecha) tuvo un romance.
Jason hace un alto en el camino para averiguar por qué la joven actriz siente
tanta urgencia por verle. En su casa, Marilyn, la actriz, arrojará a Jason una
«esponja Callisto», que se anclará en su pecho con sus cincuenta tubos de
alimentación. Aunque Jason logra arrancársela, algunos de sus tubos quedarán
insertados en su interior. Su vida corre peligro y, ya en el hospital, tendrá
que ser operado. Éste sería el resumen del primer capítulo.
En el segundo Jason se despierta,
pero en vez de estar en el hospital, se encuentra en la habitación de un hotel
barato. Sigue llevando el traje de la noche anterior, y un fajo de 5.000
dólares en un bolsillo que también estaba allí hace veinticuatro horas. Jason
se asusta. No puede limitarse a salir a la calle y volver a su casa. La novela,
escrita durante los años 70, está ambientada en 1988, y en este 1988 de coches
voladores, en que el hombre, además de en la Tierra, vive en colonias
marcianas, sigue gobernando Richard Nixon. El mundo –o al menos la porción de
mundo que representan los Estados Unidos– se ha convertido en un estado
policial, con controles «pols» y «nacs» en casi todas las calles. Además, los
campus universitarios están acordonados por la policía y los estudiantes
condenados a vivir bajo tierra.
Jason, a pesar de su traje bueno y
su dinero, se ha despertado en una habitación de hotel desconocida sin
documentos de identidad, lo que puede llevarle a un campo de concentración tras
ser interceptado por cualquier control policial rutinario. Jason comienza a
hacer llamadas telefónicas y nadie ‒ni su agente, ni su amante‒ le conoce. Es
posible que ya no sea una estrella de la televisión con una audiencia de
treinta millones de espectadores.
Jason decidirá pagar una fuerte
suma de dinero al recepcionista del hotel para que le presente a algún falsificador
de tarjetas. Así empieza a entrar en contacto con una cadena de enigmáticas
mujeres y policías. Es posible, también, que alguna de las mujeres con las que
se cruza sea una confidente de la policía.
El ambiente que recrea Dick en
esta novela es profundamente angustioso y paranoico. El lector siente en cada
momento el peso de la persecución del aparato del Estado sobre Jason, que en
realidad no ha cometido ningún delito. Lo malo no es cometer un delito
‒reflexiona McNulty, un alto cargo policial, que acabará convirtiéndose en uno
de los personajes secundarios de la novela‒, sino que la policía se haya fijado
en ti.
En Fluyan mis lágrimas... nos encontramos con los elementos clásicos
de las novelas de Dick: angustia existencial y paranoia, además de percepciones
de la realidad alteradas y personajes perdidos en otros mundos. La novela está
escrita en tercera persona, pero, como viene siendo habitual en Dick, el
narrador cede la voz a los personajes reflejando sus pensamientos y terminando
el párrafo con la palabra «pensó». Tenemos aquí también a una misteriosa mujer
morena, trasunto de la hermana gemela de Dick, muerta semanas después del
parto.
Como ya he leído muchas novelas
de Dick (más de veinte; de hecho, es el escritor del que más libros he leído),
ya conozco muchos de sus trucos narrativos. Al principio pensaba que toda la
novela, la realidad alternativa en la que un personaje tan popular como Jason
se convierte en un desconocido sin papeles, iba a ser un sueño inducido por el
veneno que inoculó en Jason la esponja Callisto del primer capítulo. Pero,
según avanzaba en la lectura, y veía que en algunos capítulos el narrador nos
hablaba de McNulty y el lector podía acercarse a sus pensamientos, deduje que la
resolución del libro tenía que ser algo más compleja de lo que estaba
imaginando, como así ha sido al final (compleja y absurda y divertida no tienen
por qué ser términos contradictorios).
Como siempre, me han encantado
los detalles fantásticos e imaginativos que utiliza Dick en sus novelas. Así,
por ejemplo, leemos en la página 243: «Aquel selecto edificio de diez plantas
que flotaba, sobre chorros de aire comprimido, a algunos palmos del suelo. La
flotación daba a sus inquilinos la incesante sensación de estar siendo
suavemente acunados, como en un gigantesco regazo materno. Aquello siempre le
había gustado. Allá en el Este aún no se había puesto de moda, pero aquí en la
Costa era el último y carísimo grito».
La edición de Acervo de 1976 está
plagada de erratas (comienzos de frase sin mayúscula, pronombres con tildes o
sin ellas, la misma palabra –por ejemplo «rió»– en unas ocasiones con tilde y en
otras sin ella, alguna frase de traducción dudosa…), pero hasta este detalle
tan pulp aporta encanto al libro.
Espero que la nueva edición de Minotauro esté revisada.
Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (el título hace referencia a
un verso de un poema de John Dowland,
que le gusta al jefe de policía McNulty) tiene mucho sentido del ritmo y va
generando una angustia y una intriga que hacen que el lector quiera seguir
leyendo. El libro contiene prácticamente todos los elementos característicos de
una novela de Dick (no había aquí, sin embargo, ninguna subtrama que hablase de
Dios). Se trata de una destacada obra de su bibliografía, lo que no quiere
decir –al menos para mí, que soy un devoto del universo dickeano– que sea una
obra menor, sino todo lo contrario: estamos hablando de una gran novela.
«Mi realidad está filtrándose de
vuelta», dice uno de los personajes. Yo, que empecé a leer a Philip K. Dick en
1990, no puedo dejar de quererlo.
A los 16 años tenía un compañero de instituto que semanalmente me suministraba ciencia ficción(y yo a él) y claro, compartíamos a Phillip K. Dick, Frederik Pohl, John Varley, Asimov, Arthur C. Clark, etc. Pero Dick tenía algo especial. Esa continua inclusión de detalles imaginativos que hace que nunca baje el ritmo de la historia y te sorprenda a la vuelta de cada página. Y también tuve la alegría de encontrar en una biblioteca pública lo que escribió Carrere(muchos años más tarde). Carrere ya me gusta de por sí. Hablando de un escritor como Dick... Pues mejor. Sí, recomendable para cualquiera.
ResponderEliminarHola Sergio:
EliminarYo a esa edad también leía ciencia-ficción y siempre me pareció que Dick estaba a otro nivel. He leído hace poco un libro de entrevistas a Dick y otra novela (Gestarescala) que comentaré por aquí.
Saludos