Hace dos semanas comenté aquí El
trino del Diablo de Daniel
Moyano (Buenos Aires, 1930-Madrid, 1992). Llevaba al menos dos años en la
montaña de mis libros sin leer. Precipitó su lectura el hecho de que en Semana
Santa pasé cinco días de vacaciones en la isla de Gran Canaria, gracias a la
amabilidad de mi amigo Samuel Rodríguez
Navarro, que es un gran lector, y que en nuestra visita a Las Palmas me
mostró una librería de segunda mano que recogía libros usados y los vendía a
bajo precio. De este modo, el establecimiento conseguía recaudar fondos para
una causa benéfica. Me llevé dos libros de aquella librería: la primera edición
de Donde
van a morir los elefantes, de José
Donoso, por tres euros, y la primera edición (y posiblemente única) de Tres
golpes de timbal, la última novela que publicó en vida Daniel Moyano,
por dos euros.
Al regresar a Madrid volví a
buscar en internet información sobre Moyano y leí El trino del diablo, y más tarde ‒tras un libro de Patricio Pron‒ Tres golpes de timbal. Tras su exilio en
España, Moyano publicó en la madrileña editorial Legasa, de la que nunca había
oído hablar. No creo que siga en activo. Leí en una entrevista que, aunque en
España no era muy leído, Moyano estaba siendo traducido al francés o al inglés
y que incluso una de sus colecciones de cuentos había sido traducida al polaco,
aunque no se podían encontrar sus cuentos en España, donde vivía. El caso es
que un amigo convenció a Moyano para que presentara uno de sus cuentos al
premio Juan Rulfo. Lo hizo y ganó entre 2.500 participantes. Esto provocó que
se interesara por él la poderosa agente Carmen
Balcells, y por esa razón (imagino) su siguiente novela –Tres golpes de timbal‒ se publicó en
Alfaguara (un libro, por cierto, impreso en mi ciudad, en Móstoles, pero con el
que me fui a topar en Gran Canaria, a más de 2.600 kilómetros de casa).
Ya comenté que me gustó El
trino del diablo, que su juego simbólico y un tanto irónico me resultó
bastante agradable, y que además era una novela bien escrita. Un libro digno de
rescatar, como ya hizo la editorial zaragozana Tropo.
Los dos primeros párrafos de Tres golpes de timbal me parecen muy
potentes:
«A más de
cinco mil metros de altura, las mulas andinas trepan dejando señales rojas en
la nieve, hechas con las gotas de sangre que se les escapan por la nariz.
Mulitas tan livianas y ligeras que parecen nubes: pero dentro de esa aparente
liviandad, el corazón les late tan fuerte que los jinetes pueden oír su
golpeteo. También las palabras, en el refugio cordillerano donde escribo esta
historia, suenan como latidos; y llegan a mí de la misma manera que el ruido
del corazón de las mulas al preocupado oído del mulero.
Más arriba de este refugio, llamado Mirador de los Vientos, el cielo es
permanentemente azul. Las nubes están siempre allá abajo. Las he visto tiritar
de frío y deshacerse en lluvias que no me alcanzan. Son algo así como la
intensidad que aquí tiene la altura, la que desnuda las palabras y hace sangrar
las mulas. Debajo de ellas viven las aves de vuelo corto, que sólo conocen su
reverso. En cambio para el cóndor, que las domina, y cuyo vuelo permite la
expansión de la cordillera, casi no existen; son como el polvo en el camino».
En la página 13 el «Narrador» nos
dice lo que ha ido a hacer al Mirador: «He venido aquí a poner en sonidos
escritos y ordenados las historias recogidas por Fábulo Vega, astrónomo y
titiritero, que son la memoria de Minas Altas, su pueblo y el mío. Él ha moldeado
y fijado en sus muñecos a cuantos vivieron y murieron, para salvarlos del
olvido. A lo largo del tiempo, ha ido copiando el mundo. Aparte la historia que
tengo que contar, observo en unos globos eólicos la dirección y fuerza de los
vientos, que anoto diariamente en unas planillas con rayas convencionales. Cada
mes la bajo a Minas Altas. Desde allí mis informes cruzan la cordillera a lomos
de mula, llegan al mar y recorren los observatorios astronómicos del mundo
ayudando a comprender el comportamiento del planeta en estos apartados rincones
de su casi despoblado Sur».
El «Narrador» desciende desde el
Mirador al pueblo montañoso de Minas Altas, formado por una población huida de
la destrucción de Lumbreras. Allí contempla el teatro de títeres de Fábulo para
reconstruir la historia del pueblo. Este hecho central del libro –la
reconstrucción mediante el lenguaje y la memoria de la destrucción de un
pueblo‒ puede simbolizar del exilio personal de Moyano, que abandonó Argentina
y llegó a España para no tener que convivir con la dictadura militar de Videla,
pero también –como he leído en internet‒ puede simbolizar cinco siglos de
historia americana, es decir, la destrucción de la cultura de los indios por
los europeos.
En Minas Altas sólo viven tres
clases de personas: astrónomos, muleros y músicos. Fábulo reconstruirá para el «Narrador»
(que en realidad sólo ejerce de narrador durante un número corto de páginas,
pues la historia –puede que escrita por el «Narrador»‒ será leída por el lector
como si estuviese contada por un narrador omnisciente) la historia de su pueblo.
Primero conoceremos la destrucción de Lumbreras por unos bárbaros al mando de
alguien al que se llama Sietemesino, un personaje que puede ser una persona,
una araña o un tiburón. Este tipo de juegos líricos y simbólicos han
contribuido a sacarme en más de un momento de la historia. Así comienza un
capítulo: «Tras su paso por araña, el Sietemesino llegó al mar. Allá intentó
transformaciones que le llevaron años, lo que permitió que Eme creciera
maravillosamente descubriendo que en sus cuerdas vocales la música había
escondido la belleza más extrema que puede haber en una voz» (pág. 41). Eme
Vega es huérfano, fue un bebé superviviente a la destrucción de Lumbreras. En
su voz, el pueblo desea guardar su memoria y, para ello, desde la costa, se
hará traer un instrumento musical fantástico, que nunca se vio en la
cordillera: un piano. Además debe evitar que el Sietemesino capture a un gallo
blanco, que contiene las palabras de la canción del pueblo.
Toda la novela está impregnada de
un aire onírico, de realismo mágico y cuento tradicional. Personalmente
considero que, para que una narración tan libre como ésta funcionase, las leyes
que rigen el mundo fantástico creado deberían ser más claras. El lenguaje es
uno de los grandes protagonistas de esta novela, con momentos líricos
destacables, pero la laxitud de la narración y esa capacidad para convertir,
por ejemplo, al Sietemesino ahora en persona, ahora en araña, provocaban que me
saliese de la novela en muchos momentos que me parecían carentes de tensión. Si
cualquier cosa puede pasar, entonces no existe la emoción de saber qué ocurrirá,
o cómo van a salir los personajes de una situación concreta.
Yo soy un gran admirador de H. P. Lovecraft y disfruto mucho de las
atmósferas que consigue en sus cuentos y novelas más destacados, pero algo
parecido a lo que me ha pasado con Tres
golpes de timbal me ocurrió al leer el primer volumen de sus Obras completas, editado en Valdemar (un
libro del que disfruté a lo grande, y todavía más con el volumen dos): al
llegar a la novela La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, una historia
protagonizada por Randolh Carter (un habitual del mundo lovecraftiano), me
pareció que los elementos fantásticos, que en otras historias resultaban contenidos,
en ésta se encontraban desbordados.
Como ya he escrito, busqué
información sobre Moyano en internet, leí entrevistas que le hicieron hace más
de veinte años, y me interesó lo que leí acerca de él. Moyano me cae muy bien y
su figura de escritor herido es del agrado de mi mente creadora de mitos
literarios. Además, después del comienzo de la novela transcrito, mi
disposición hacia ella era muy positiva, pero lo cierto, y me duele decirlo, es
que su lectura me ha decepcionado. No sé si es un mal libro (está muy bien
escrito), pero a mí su propuesta no me ha llegado como deseaba. El texto de la
contraportada finaliza con esta frase: «Un mundo que sólo se cumplirá tras el
placentero esfuerzo de un lector cómplice». La verdad es que yo, después de
todo lo leído sobre Moyano, cumplía bien con mi cometido de lector cómplice, y
no me importa demasiado esforzarme a la hora de leer (aunque el placer de la
lectura parece contradictorio con cualquier tipo de esfuerzo), pero no ha
habido suerte con esta novela.
Tres golpes de timbal estaba destinada a un lector cómplice que no
era yo.
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