Éste es un libro robado. También
es una primera edición. El 28 de marzo de 1974 se terminaron de imprimir en
Buenos Aires 3.000 ejemplares de esta novela, leo en la página final del
volumen. Unos cuarenta años después, uno de esos 3.000 ejemplares estaba (sin
haber sido leído ninguna vez, intuyo por el estado de conservación) de adorno
en un bar al que solía ir con mi novia tras salir del cine, uno de esos bares
que han empezado a tomar la costumbre de decorar con libros sus paredes, como
si de objetos vintage se tratara.
Creo que ante estos locales, que lucen paredes adornadas con libros, siento lo
mismo que un animalista frente a las jaulas donde están encerrados los últimos
ejemplares de una especie en extinción para realizar experimentos químicos:
necesito abrir las jaulas. Primero tengo que vencer mi aversión al robo. Cuando
vi esta primera edición de El trino del diablo de Daniel Moyano (Buenos Aires, 1930;
Madrid, 1992) al alcance de mi mano, mientras espera unas croquetas y una
ensalada ‒por ejemplo‒ pensé en decirle al encargado que se la compraba. Intuía
que los del bar eran libros comprados de saldo (también había mucha edición
mala de las décadas de los 70 y 80), pero no sabía qué tipo de respuesta iba a
recibir. También pensé en cambiarlo por otro: ir al día siguiente al bar con un
libro de casa y decirle a algún camarero que se lo cambiaba por otro de las
estanterías. Al final mi novia, que es más resuelta que yo para estas cosas,
abrió su bolso y lo metió dentro. Luego decidí dejar, para compensar a unos
camareros a los que les debía dar igual nuestro latrocinio, pero con el ánimo
de acallar mi conciencia pequeñoburguesa, más propina de la habitual.
Tenían más ejemplares
interesantes, como algunas primeras ediciones de los libros de Manuel Puig (aunque la verdad es que éstas
son fáciles y baratas de conseguir en las librerías de saldo). Con el tiempo he
pensado que tenía que haber desvalijado aquellas estanterías: el bar acabó
cambiando de dueño, y con él cambiaron a los camareros de toda la vida y la
decoración. Desaparecieron casi todos los libros y fueron sustituidos por
teléfonos antiguos y artilugios así. La carta empeoró notablemente. En uno de
los locales de enfrente, mi novia y yo coincidimos con uno de los antiguos
camareros, quien nos contó que, al cambiar el local de dueños, les habían
despedido a todos ilegalmente y aún estaban pendientes de juicio. Imagino que
aquellos libros se venderían al peso en alguna librería de viejo o irían
directamente a la basura cuando cambió la decoración. Creo que está claro que
merecían ser robados.
¿Y quién es Daniel Moyano? Yo lo
conocía porque la editorial Tropo
reeditó en 2009 esta novela que hoy comento junto con un conjunto de relatos,
un libro que se tituló El trino del diablo y otras modulaciones.
Daniel Moyano pertenece, junto a escritores como Haroldo Conti o Antonio Di Benedetto, a esa generación de autores argentinos cuyas
trayectorias artísticas y personales truncó la dictadura del general Videla.
Escritores silenciados durante los años de la dictadura que, con la llegada de
la democracia, quedaron eclipsados por el peso de las grandes voces mediáticas
del boom hispanoamericano.
Leo en internet que el padre de
Moyano asesinó a su madre, y al ser encarcelado perdió la patria potestad de
sus hijos. Daniel Moyano fue criado por sus tíos en diversos pueblos de Córdoba
y acabó residiendo en La Rioja (Argentina). Moyano trabajó como albañil y
periodista, tuvo la oportunidad de estudiar violín con unos vecinos españoles,
y acabó trabajando como profesor de este instrumento en el Conservatorio
Provincial de Música. También fue violinista del cuarteto de cuerda de esa
institución. En 1976, tras el golpe militar, es detenido, y cuando sale de la
cárcel se exilia a España. En Madrid se ganó la vida como obrero en una empresa
de maquetación y luego fue crítico de libros para El Mundo. He encontrado estas palabras autobiográficas en la
wikipedia que quiero reproducir aquí:
«El día del golpe de 1976 yo
estaba en Córdoba, intentando inscribirme en la Facultad de Filosofía, porque
se me había ocurrido estudiar. Cuando regresé a La Rioja había controles como
si fuera una ciudad ocupada. Llegué a casa... Me dijeron que habían detenido a
casi todos los intelectuales. Muchos eran del diario El Independiente. Además estaba detenido Ramón Eloy López, un
poeta, un sacerdote, uno de los tres miembros del Partido Comunista, algunos de
la JP y el arquitecto que proyectó la cárcel. Lo metieron en la celda de
castigo. Esa noche dormí en casa, sabía que me podían detener. Había sido
amenazado por la Triple A, y por LV14, la emisora local. Una locutora estaba
leyendo un capítulo por día de El trino
del diablo y le dijeron que si seguía leyendo iban a volar la radio. Me amenazaron
a mí, recurrí al gobernador, Carlos Menem y me había puesto custodia policial
en casa. Me levanté temprano, estaba preparando mi ingreso a la Facultad con
ese placer de entrar por primera vez a esas disciplinas. Abrí un libro y vi que
se detenía un auto: eran cuatro, tres caminaron despacio hacia casa. Mi hija
María Inés, de siete años, dormía. Mi hijo Ricardo, que tenía catorce, estaba
levantado junto a dos hijos de una familia amiga, y estaba mi mujer. Me
apresuré a abrirles la puerta antes de que la derribaran. Era el 25. Pregunté
si me podía cambiar de ropa. Dijeron: “Sí, pero pronto”, y me acompañaron al
dormitorio. “¿Llevo documentos?”. “No los va a necesitar”, dijo uno. Eso me
asustó. Pero no tuve tiempo de tener miedo. Quedé incapaz de reaccionar porque
eso era insólito. Yo era periodista, además de escritor, trabajaba para Clarín,
y músico y plomero. Me llevaron de casa al cuartel, en silencio. Estaba cerca.
Al cuartel entré a los empujones. En un salón enorme estaba media La Rioja de
pie, contra la pared (no nos dejaban sentar), con un colchón al lado. (...) Me
enteré de que mis libros los secuestraron de la librería Riojana y los quemaron
en el cuartel, junto con los de Cortázar y Neruda. Qué honor. Bajé siete kilos
en doce días: hacía gimnasia a escondidas. Cuando me dijeron que podía
abandonar la provincia, me fui a Buenos Aires, gestioné mi pasaporte, volví a
La Rioja y en una semana levanté mi casa. El 24 de mayo de 1976, tomamos el
“Cristóforo Colombo”, y el 8 de junio comenzó el exilio en Barcelona».
El domingo 27 de marzo aún estaba
disfrutando de mis vacaciones de profesor en Semana Santa. Por la tarde terminé
de leer No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles de Patricio Pron y pensé seguir con alguna
de las anteriores novelas de Pron, que había sacado de la biblioteca, pero al
haberme traído de mis vacaciones en Gran Canaria la novela Tres golpes de timbal,
que encontré en una librería de Las Palmas por dos euros ‒que fue la última
novela que vio publicada Moyano‒ y buscar información sobre él, me apeteció
ponerme con alguno de sus libros y decidí empezar por El trino del diablo porque está escrito antes y porque, además,
como se puede deducir del texto que he reproducido antes, pudo contribuir en
gran medida a la encarcelación del autor dos años después de ser publicada.
Tenía un poco de sueño ese
domingo, pero me tomé otro café sobre las diez de la noche y leí El trino del diablo de un tirón en unas
dos horas, sin levantarme ni una vez del sillón.
El trino del diablo es una novela corta, pero de densa trama, que
se remonta hasta 1591, cuando el conquistador español Capitán General Brigadier
Juan Ramírez de Velasco funda la ciudad de La Rioja en un lugar equivocado.
Sobre la ciudad en la que va a nacer Triclinio, el protagonista de la novela,
muchos años después, pesa ya desde la primera página del libro un destino
trágico. El tono inicial de la novela es bastante irónico; y así apostilla el
narrador a uno de los que habló en 1591 sobre la fundación de la ciudad: «El
sacerdote del grupo, un cura lampiño, defendió lo mejor que pudo a los pobres
del futuro, estableciendo así un remoto antecedente para los curitas del Tercer
Mundo» (pág. 9).
Triclinio ha nacido en una
familia de mieleros bastante humilde, pero también con un don para la música. A
Triclinio, que se va a formar como violista –igual que Daniel Moyano‒ se le
llena la cabeza de sonidos y esto hace que no entienda casi nada de lo que le
rodea. Desde ya debo apuntar que El trino
del diablo no es una novela realista, sino profundamente simbólica, sin que
el significado de los símbolos propuestos quede del todo especificado en el
texto. Los sonidos que pueblan la cabeza de Triclinio pueden simbolizar, por
ejemplo, su condición de artista, que pasa por el mundo ajeno a sus penurias al
portar un consuelo permanente.
La novela, en algún caso, juega
de forma irónica con los convencionalismos del realismo mágico que tan de moda
estuvo en la literatura hispanoamericana por esos años: «La figura flaca y
apaisajada de Triclinio se hizo familiar por las calles riojanas, con el violín
en una mano, su andar distraído y la abejas que a veces lo seguían desde la
casa hasta las proximidades del Conservatorio como en un cuento de García
Márquez» (pág. 17).
La ironía y el realismo mágico
vuelven a darse la mano en párrafos como éste: «Submarinos capaces de perforar
la tierra vinieron desde el Pacífico por debajo del territorio y se bebieron el
agua de las vertientes subterráneas, mientras las viejas y los niños salían en
procesión con el Santo en andas pidiendo que lloviese» (pág. 21).
Las plagas que se pronosticaron
en 1591 acaban de caer sobre la ciudad fundada en el lugar equivocado y
Triclinio tiene que emigrar a Buenos Aires con la intención de ganarse la vida
con su violín, pero un nuevo hecho surrealista-simbólico va a truncar sus
planes. Así se lo cuenta el dueño de la pensión en la que se aloja: «Acá todos
somos violinistas y todas las pensiones son para violinistas, incluso algunos
hoteles, y esto no es un sueño. Acá en Buenos Aires todos tocan el violín, pero
no para ganarse la vida, como parece que usted pretende, y permítame que me
meta en sus cosas» (pág. 39).
Triclinio acabará cayendo en la
pobreza y viviendo en una villa miseria llamada Villa Violín, donde todos sus
habitantes son músicos artríticos y acabados. El tono juguetón e irónico del
principio acaba volviéndose más dramático y Triclinio, dentro de una trama cada
vez más surrealista y delirante que se parece a la de una novela de Mario Levrero (intuyo que Levrero tuvo
que leer a Moyano), se verá envuelto, por ejemplo, en más de un derrocamiento
presidencial. Pero mientras las intenciones narrativas de Levrero suelen ser
más surrealistas y apelan al inconsciente, las de Moyano se vuelven más
políticas, y aparecerán en la novela torturadores y elementos de tortura, que
tal vez la música pueda derrocar. La novela antecede dos años al golpe de
Estado de Videla, y por tanto está invocando a dictadores anteriores, pero
queda claro que a los militares de 1976 no debían de gustarles muchas de las
escasas páginas de este libro valiente y original, escrito con un lenguaje
cuidado y bello.
Ya saben, si ustedes viven en
España y quieren leer este libro tienen dos opciones: o robarlo en un bar, como
hice yo, o buscar la reedición de 2009 (que además viene acompañada de unos
cuentos por los que siento bastante curiosidad) que sacó la editorial Tropo.
(Esta reseña apareció publicada en la revista Eñe.)
Como de costumbre, consigues despertar mi curiosidad por estos autores desconocidos, además de aderezarlo con el relato de "cómo conseguí la novela" que es otra aventura para los que seguimos el blog. Saludos.
ResponderEliminarHola Viejo Fettes:
EliminarEsta novela está bien. Poco después leí de Moyano la última novela que publicó en vida, "Tres golpes de timbal" y aunque me disposición era buena me defraudó. En breve hablaré de esta novela en el blog.
Saludos