El octavo poeta que
antóloga Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española,
antología (contemporánea) es Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico,
1958).
Por supuesto, conozco
algunos de los poemas más famosos de Jiménez, pero no le leído en profundidad.
Observo extrañado, al abrir la antología de Diego, que la sección dedicada a
Jiménez, de sus poemas sólo aparecen los títulos de sus poemas (a no ser que “
5 UN RUISEÑOR” sea en sí mismo un poema. No encuentro información en internet
sobre este posible error de la antología. Así que dejo aquí algún poema de Juan
Ramón Jiménez, tomado de internet, pero que no está reproducido en la antología
de Gerardo Diego.
ADOLESCENCIA
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
El siguiente poema está anunciado en la antología (el
título), pero luego no está reproducido:
EL POEMA A CABALLO
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío...
La brisa leve del río.
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se está la orilla dorando.
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío...
La brisa leve del río.
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se está la orilla dorando.
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
LA ESPADA
¡Qué confiada duermes
ante mi vela, ausente
de mi alma, en tu débil
hermosura, y presente
a mi cuerpo sin redes,
que el instinto revuelve!
(Te entregas cual la muerte).
Tierna azucena eres,
a tu campo celeste
trasplantada y alegre
por el sueño solemne,
que te hace aquí, imponente,
tendida espada fuerte.
ante mi vela, ausente
de mi alma, en tu débil
hermosura, y presente
a mi cuerpo sin redes,
que el instinto revuelve!
(Te entregas cual la muerte).
Tierna azucena eres,
a tu campo celeste
trasplantada y alegre
por el sueño solemne,
que te hace aquí, imponente,
tendida espada fuerte.
En 1934 Juan Ramón se encontraba en un momento poético de distanciamiento respecto a los poetas más jóvenes que se habían dado a conocer en la reivindicación de la figura de Góngora en el año 1927. Por un lado, su singularidad poética le impelía a marcar distancias estéticas; por otro, el mismo desprecio que "Caballo verde para la poesía" hacía de la poesía pura afirmaba la separación de los poetas del 27, que acusaban a Juan Ramón de destemporalización y abstracción intelectual en su acercamiento a tendencias más sociales como las de Neruda. Fue el propio autor, algo despechado, el que se negó radicalmente a ser incluido en la edición ampliada de 1934 de la antología de Gerardo Diego (igual que había hecho Emilio Prados, por otro lado, en nombre del superrealismo que defendía).
ResponderEliminarGracias por tu acercamiento a esta magnífica antología que siempre es un placer revisar.
Hola Ana:
EliminarMuchas gracias por tu erudita respuesta. Esto es lo mejor de llevar un blog, que siempre te encuentras con personas que saben más que tú y de las que puedes aprender.
Yo tengo la edición original edición de 1934 de la antología de Gerardo Diego y lo raro es que está la semblanza de Juan Ramón Jiménez, su poética y luego está el título de sus poemas, pero no los poemas. Lo lógico hubiera sido que si Jiménez decide dejar la antología no hubiera referencias a él.
Cada vez estoy más convencido de que esta Antología de 1934 es la joya de mi biblioteca.
Saludos