Editorial Anagrama. 335 páginas.
1ª edición de 1995, ésta de 1997.
Traducción de Mauricio Bach.
Ya conté en la entrada del domingo
pasado que había sacado tres libros de Michael
Chabon (Washington D.C., 1964) de la biblioteca de Retiro. Si a Los
misterios de Pittsburgh (1988) me llevó la entrada que la wikipedia
dedica a este autor, con esta nueva novela, Chicos prodigiosos, me ha
ocurrido lo mismo. Reproduzco aquí el párrafo que consiguió captar mi atención:
“Después del éxito de Los misterios
de Pittsburg, Chabon pasó cinco años trabajando en su segundo proyecto, al
que llamó Fountain City. Se
trataba de una ambiciosa obra que giraba alrededor de un arquitecto que
construye un campo de béisbol perfecto en Florida.
Escribió más de 1.500 páginas que acabó resumiendo en 672 para entregárselas a
su agente, quien después de leerlas no dio el visto bueno a la obra.
Después de abandonar el proyecto y
pasar por una pequeña crisis creativa, comenzó a escribir la que sería
definitivamente su segunda novela, Chicos
prodigiosos, en la que se basaría en sus experiencias con Fountain City para contar la
historia de un escritor frustrado que pasa varios años escribiendo una novela”.
(Ver entrada de la wikipedia AQUÍ).
La acción de Chicos prodigiosos vuelve a situarse en Pittsburgh; pero ya ha
pasado una década desde la novela anterior y ahora estamos a principios de los
90. La voz narrativa de Chicos
prodigiosos es la de Grady Tripp, un profesor de literatura de 41 años, que
en el pasado disfrutó del reconocimiento artístico gracias al éxito de sus
primeras novelas y que ahora –desde hace siete años– se encuentra estancado en
la redacción de una obra (titulada Chicos
prodigiosos), que ya ha alcanzado el desproporcionado número de 2.611
páginas. Aunque se trata de una evocación desde un futuro más o menos lejano
(como comprendemos en las páginas finales del libro) y en algunos momentos
Tripp evoca su pasado, el cuerpo principal de la narración se desarrolla en
tres días, en un fin de semana en el que en la universidad de Pittsburgh tiene
lugar un festival literario.
Como era de esperar, el tono de
esta novela es mucho más cínico que el de Los
misterios de Pittsburgh. Si en esta última Art Bechstein, el joven
protagonista, vive un verano crucial que marcará el final de su primera
juventud, en Chicos prodigiosos
Tripp, adicto a la marihuana (el traductor le llama “porrata”, palabra que
nunca había oído; en mi barrio siempre se ha dicho “porreta”) no tiene ningún
alto concepto de sí mismo: “No voy a pretender convencer a nadie” (pág. 40);
“En un nuevo episodio de su prolongada carrera de hombre insensible y
despreocupado” (nota: habla de sí mismo) (pág. 109); “Comprendí que podía
escribir diez mil páginas más de brillante prosa y no por ello dejar de ser un
minotauro ciego dando traspiés sin ton ni son, un ex chico prodigioso
fracasado, adicto a la marihuana, con problema de obesidad y un perro muerto en
el maletero del coche” (pág. 253).
En gran medida Chicos prodigiosos habla de escritores,
y su retrato no acaba siendo muy favorecedor: “Se me ocurrió la idea de que un
editor era una especie de Oppenheimer en versión artística y necesitaba gruesas
gafas protectoras para contemplar el tremendo resplandor producido por la
vanidad de los escritores” (págs. 266-267).
Durante los escasos días que dura
el festival literario, Tripp recibe la visita de su antiguo amigo de la
universidad Terry Crabtree, que también es su editor y al que le apetecería
echar un vistazo a la novela que Tripp dice que ya ha acabado. Crabtree no va a
poder seguir dando la cara por Tripp en la editorial durante mucho más tiempo,
y necesitaría de él una buena novela ya.
La abundancia de hechos es apabullante
en los tres días de este libro: el mismo viernes que Tripp recoge a Crabtree en
el aeropuerto su mujer le ha abandonado, presumiblemente porque ha descubierto
la existencia de su amante: Sara Gaskell, rectora de la universidad, y mujer de
Walter Gaskell, el director del departamento de Inglés, y por tanto jefe de
Tripp. Esa noche, además, Sara le cuenta a Tripp que está embarazada de él. Y por
si fuera poco Tripp interrumpe el intento de suicidio –en el jardín de la casa
de los Gaskell– de uno de sus alumnos de escritura creativa, James Leer, un
joven sensible y atormentado que hasta cierto punto me recordaba al Art
Bechstein de Los misterios de Pittsburgh.
Tomando todos estos nudos
narrativos la novela avanza con un ritmo frenético: James parece quedar bajo la
tutela protectora de Tripp y pasar a ser objeto del deseo homosexual de
Crabtree; y después del robo de una extraña posesión fetichista de Walter Gaskell
y la muerte de un perro ciego, Tripp, acompañado de James, conduce el sábado
hasta la casa de sus suegros con la intención de hablar con su mujer.
Tripp es huérfano (hijo además de
un padre suicida) y la familia de sus suegros, que posiblemente va a perder, ha
constituido hasta ahora su recreación de un núcleo familiar: sus suegros son
judíos, y sus hijos adoptados son judíos procedentes de Corea. Las escenas
situadas en la casa de los suegros son vigorosas y divertidas; y con ironía se
describen las curiosidades de los ritos judíos (Chabon es un escritor judío, y
Art Bechstein, el protagonista de Los
misterios de Pittsburgh también lo era).
En cierto modo, me ha parecido
que la intención paródica y humorística (quizás como deseo de quitarse la
frustración del largo tiempo que había dedicado a su fracasado proyecto
anterior) de Michael Chabon en esta novela acaba jugando en su contra, y
termina por presentar situaciones rocambolescas y en gran medida inverosímiles,
que me han hecho avanzar por un gran número de páginas de la segunda mitad del
libro con una mirada escéptica sobre lo leído; aunque también divertida, a
pesar de no poder olvidar el delirio narrativo de lo contado. En este sentido
me ha recordado a la reciente literatura inglesa satírica, como la novela Barras y estrellas del escritor inglés William Boyd.
Destacaría las reflexiones que
Chabon hace sobre los escritores. La presencia de un escritor pulp –que se parece a H. P. Lovecraft– llamado Albert Vetch,
que firma sus libros como August Van Zorn, y que vivía en la buhardilla del
pequeño hotel de la casa de la abuela de Tripp, en la que éste creció, recorre
los pensamientos del protagonista durante toda la novela, y consigue darle al
libro un toque misterioso y melancólico. Vetch fue la primera persona que
conoció Tripp víctima de lo que él llama el mal
de la medianoche: “Este mal es un insomnio de origen emocional: el paciente
se siente en todo momento –aunque escriba al amanecer o a media tarde– como si
estuviese echado en un asfixiante dormitorio, con la ventana abierta de par en
par” (pág. 28).
El mal de la medianoche me ha hecho pensar en el síndrome de Zuckerman del que habla Philip Roth, sobre los conflictos de los escritores con la realidad
que los rodea. Pero, en todo caso, Chabon no profundiza en estas ideas como
para poder compararse con lo escrito por Roth.
En realidad, el comienzo de Chicos prodigiosos era muy prometedor y,
aunque mis expectativas no han acabado de colmarse, la novela tiene mucho
sentido del ritmo, las escenas están dibujadas con precisión (aunque se trate
de una precisión delirante) y hay más de un momento divertido y brillante en
este libro, lo que hace que, aunque no esté a la altura de los grandes clásicos
modernos norteamericanos (y estoy pensando de nuevo en Philip Roth), su lectura
me haya resultado agradable.
Hola, gracias por pasarte por mi blog y hacerte seguidor. Nos leemos!!!
ResponderEliminarHola:
ResponderEliminarSí, me suelen atraer blogs con títulos como el tuyo a los que llego por casualidad.
Acabo de dejar un comentario en tu última entrada sobre M. Duras.
saludos
Buenos días, David. Creo que conocemos el blog de Anna Genovés y a través de su enlace he entrado en el tuyo. Me ha encantado tu blog y me haré asiduo. Te invito a dar una vuelta por el mío. Un saludo.
ResponderEliminarMiguel
Hola meternura:
EliminarSí, conozco a Anna Genovés, ha comentado aquí alguna vez.
Pues encantado de que que hayas llegado hasta aquí. Siéntete bienvenido.
Me paso por tu blog.
saludos
David, gracias por visitar mi blog, allí te espero cuando quieras. Eso de las casualidades da buenos frutos, siguiendo el rastro te he encontrado y me congratulo.
ResponderEliminarMe propongo leer tu poemario, me seduce el título, felicitaciones,promete y mucho.
Éxitos y ánimos, afecto al cine como yo, desde las ciudades sin cines (menos en Andorra).
!Salve!
Hola Natalia:
ResponderEliminarPues encantada de que hayas llegado hasta aquí. A mí también me gusta buscar blogs por la red y encontrar los dedicados a la literatura.
Si te interesa leer alguno de los poemas de Siempre nos quedará Casablanca tengo alguno colgado en el blog: están en la etiqueta: "3 siempre nos quedará Casablanca".
Saludos
Casablanca siempre nos quedará, los leeré con gusto. Hasta pronto, saludos.
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