Editorial Mondadori Argentina. 156 páginas. 1ª edición de 1975, libro firmado en 1973. Esta edición es de 2009.
Ya he contado, en la entrada correspondiente a la novela de Marcelo Lillo Este libro vale un cadáver, que en las últimas Navidades un amigo, el poeta chileno Leandro Hernández, me envió un paquete de libros no editados en España. Mi primer interés a la hora de hacerme con estos libros habían sido las dos reediciones de obras de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) que Mondadori había sacado para Argentina, Uruguay y Chile, pero no para España. Se trata de las novelas Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y La banda del ciempiés.
Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo es el tercer libro de Levrero, tras la novela La ciudad y el libro de relatos La máquina de pensar en Gladys, ambos de 1975; y de los 6 libros de este autor editados por Mondadori España, y que he leído en los últimos años, con el que más relación guarda es con París, publicado en 1980 (el siguiente al de Nick Carter).
La relación entre estas dos obras es estrecha porque, para crearlas, Levrero se basa en la fuerza onírica del subconsciente, logrando un mundo poderoso, más irreal que fantástico. El género fantástico, para lograr un universo articulado y coherente, suele emplear un código de reglas estricto, sin embargo Levrero en París, y más todavía en Nick Carter, narra sin ataduras lógicas, lo que da lugar a un texto fruto del puro subconsciente desatado.
En Nick Carter parte de la trama (debido al mundo de los sueños o al de la televisión) transcurre en un lugar denominado la Zona Siniestra de París, que tiene bastante que ver con aquel París al que llegaba el narrador de la novela homónima.
Quizás la diferencia más grande entre estas dos obras es que en París, escrita posteriormente, el tono es más angustioso y dramático (con esas imágines sexuales que provocan dolor por inalcanzables y esas amenazas tangibles de perros asesinos) que en Nick Carter, concebida más como una divertida parodia freudiana de obras más serias; de hecho, esta novela se publicó con la apostilla de folletín.
Aunque el tono de Nick Carter es predominantemente burlesco, según avanzamos podemos advertir una filiación literaria concreta: en la página 117 Nick evoca un viaje con su abuelo a un volcán, y en la 118 el abuelo se menciona como “mi abuelo Randoph”. Es decir, Nick Carter es el nieto literario de Randoph Carter, el protagonista de algunos de los cuentos de H. P. Lovecraft: El testimonio de Randoph Carter (1919), La búsqueda en sueños de la ignota Kadath (1926-1927) y A través de las puertas de la llave de plata (1932-1933). Relatos que, como ya comenté cuando hablé del volumen II de las Obras completas de Lovecraft, eran los que menos me interesaban de su obra, porque están basados en sueños y aquí Lovecraft deja volar su imaginación libremente, sin medir los efectos buscados; es decir, escribe saltándose las reglas estrictas que suele exigir el género fantástico, y a las que normalmente sí se somete en el resto de sus creaciones.
Nick Carter recibe un encargo de Lord Ponsonby: éste presiente que algo va a suceder en su Castillo y, para prevenirlo, quiere contratar los servicios del famoso detective. Ya la primera escena del libro es paródica: Carter entra en el bungalow de Lord Ponsonby atravesando la puerta-ventana del salón y aterriza suavemente en un sillón enfrente del Lord. Y explica su conducta diciendo que “a veces no puedo contener mi exhibicionismo” (pág. 12, 2ª del libro). En estos primeros párrafos también descubrimos que Carter lleva a su ayudante Tinker dentro de su bolso de mano. Poco después la imagen especular de Carter mantiene relaciones sexuales con la hija del Lord dentro de un espejo que está detrás de él (lo que ocurre en los espejos crea continuamente en la novela una realidad paralela y onírica que tiene mucho que ver con el “ello” freudiano). Se llega a citar a Freud en algún momento del libro, por ejemplo en la página 112: “No es la mujer de los sueños de Carter, pero tiene un atractivo especialmente maligno, que tal vez Freud habría catalogado de edípico”. El análisis psicológico de los personajes es paródico, como puede verse en las páginas 115-116, donde se afirma lo siguiente: “El psicocomatista de Tinker opina que su escaso desarrollo físico se debe a su constante presencia en ese bolso más ventilado, lleno de papeles doblados y productos químicos”; o también: “Usted necesita una pequeña psicoterapia, mi estimado amigo. Es evidente que sus celos provienen de un complejo de inferioridad, probablemente por hechos acaecidos en su primera infancia. Tal vez una madre dominante…” (pág. 61).
Nick Carter hace hincapié en la fuerza narrativa del inconsciente, en muchos casos a través de una visión onírica del mundo: los personajes, como en un sueño, pueden cambiar de escenario; o la cara de una persona puede mutar ante la contemplación de otra. Pero además, y como detalle paródico, tanto del género policiaco como de las teorías freudianas, se emplea con humor la presencia del superyó. Así entra Carter en acción: “Salto a mi automóvil desde la ventana de mi despacho en el séptimo piso de la vieja casa de apartamentos de la calle Baker, y salgo a toda velocidad”. (Observamos además en este párrafo el guiño al género policiaco con esa calle Baker de Sherlock Holmes).
Levrero usa indistintamente la primera, la segunda o la tercera persona para su narración, con continuas interpelaciones al lector o al personaje.
Como la lógica narrativa se rompe casi en cada página hemos de leer con atención. Continuamente se incorporan elementos nuevos al flujo narrativo que son introducidos con un artículo determinado (como si el lector supiera de quién le están hablando) y no con un artículo indeterminado.
Como broma final, Carter ha de visitar un Castillo, aparentemente inalcanzable, que nos recuerda al de su admirado Franz Kafka.
El hilo argumental de Nick Carter se hace cada vez más disparatado: la acción puede transcurrir en una realidad que puede saltar a la pantalla de la televisión: “Nadie advierte, ahora, que la acción continúa en la pantalla del televisor” (pág. 62).
Y hacia el final nos aguarda otro juego burlesco: además de la subversión de las reglas narrativas para crear un argumento coherente, también encontramos una parodia de los folletines del siglo XIX, porque de repente descubrimos que casi todos los personajes están vinculados por sorpresivas relaciones familiares.
Y ha sido en este momento, debido al toque de humor y a la parodia de varios géneros narrativos populares o de la teoría psicológica, donde me he descubierto más de una vez pensando que esta novela no estaba escrita por Mario Levrero, sino por César Aira, quien publicó su primer libro, Moreira, en 1975, el mismo año que vio la luz Nick Carter.
No he leído ninguno de los primeros libros de Aira, pero me atrevería a pensar que éste leyó con gran interés las primeras obras de Levrero y que su lectura llegó a influirle.
La obra de Mario Levrero me interesa y una novela tan alocada y libre como Nick Carter la he leído con simpatía, pero también he de decir que no creo que pudiera leer muchas obras seguidas con estas características.
Me parece bien lo que hacen escritores como Levrero y Aira, admiro su afán de subvertir las reglas de la narrativa clásica y de parodiar otros géneros como la novela psicológica, la policiaca, el folletín, la novela expresionista…, buscando nuevos cauces y límites, pero también es cierto que una gran novela psicológica (pienso, por ejemplo, en las obras de Dostoievski) tiene más capacidad para emocionarme y empatizar con mi sensibilidad que su parodia disparatada.
Después de leer del tirón, hace unas semanas, la trilogía involuntaria de Levrero, llegué a la misma conclusión o sospecha a la que has llegado tú sobre el interés con que Aira leyó los primeros libros de Levrero.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Javier:
ResponderEliminarSí parece clara la filiación entre Levrero y Aira, aunque la verdad es que ambos (como me chiva mi novia) han bebido de las vanguardias hispanoamericanas de los año 30: Juan Emar, las novelas policiacas de Vicente Huidobro, etc.
saludos
Sin haber leído mucho a Levrero me atrevería a afirmar que el nombre clave en esta genealogía rioplatense es Copi.
ResponderEliminarPor cierto, David, ¿le echaste un ojo al Babelia de ayer? Parece ser que La ciudad sin cines se adelantó al redescubrimiento de Saer.
Y para acabar de argentinear, estoy leyendo Los Living, de Caparrós (cuyas crónicas me parecen deslumbrantes), y se me está haciendo un poco aburridona. Esperemos que mejore. Abrazo!
Federico
Hola Federico:
ResponderEliminarSí, ya apunté a Copi.
Del Babelia de ayer me ha hablado Eduardo Laporte. Era de imaginar que un medio como el Babelia tenía que hacerse eco de la reedición por parte de El Aleph de tres novelas de Saer y sus cuentos completos. Es todo un acontecimiento literario.
Ya dije al hablar aquí de los libros de Saer que era sorprendente que libros como Glosa no se puedan encontrar en editoriales españolas, cuando es una de las mejores novelas en español de las tres últimas décadas.
Hoy he comprado el volumen con las 3 novelas, y me imagino que le seguirá el de los cuentos.
Ese de Caparrós lo sopesé y luego me dio algo de mal espina con lo que leí en reseñas de suplemento.
Ahora estoy con tu recomendación: Yuri Herrera, me gusta pero con alguna reserva: se me está haciendo un poco corto.
Ya comentaré a Yuri (después de a Freud, claro)
saludos
Recuerdo que en una entrevista Aira decía que en nuestra época era prácticamente imposible escribir literatura sin ironía, sin parodia, sin desquiciamiento, sin pastiche. Al intentar sortearlos, según él, se caía irremediablemente en la convencionalidad y la afectación. De hecho, afirmaba admirar a los escritores que lo conseguían, sin dar nombres (me parece). Y cuando pienso en muchos de los escritores contemporáneos que más admiro, Orejudo, Vila-Matas, Villoro, esto parece ser tremendamente verdad. Aira y compañía escriben desaforadamente porque es el única camino que consdieran aún abierto. Sobra agregar que ese camino ya también está cerrado, ¿Qué queda? Ni puta idea.
ResponderEliminarHola a todos!
ResponderEliminarQueda, amigo, lo que ha estado presente siempre y aún continúa estándolo: el TALENTO.
Nótese que Balzac, Hugo, Tolstoi, Dickens o Zola, perfectamente podrían ser hoy en día directores de cine o programadores de videojuegos. De "esto" (estas formas de creación) antes no había.
Saludos.
Hola anónimo y Bluff:
ResponderEliminarYo también he leído, o escuchado, alguna entrevista de Aira, y me parece que es alguien a quien le encanta epatar con sus palabras.
Los autores que citas, anónimo, a mí también me gustan (bueno, a Orejudo no le he leído y tengo que ponerme), pero pensando en algún contraejemplo, algún autor que no use la ironía en la actualidad y me guste se me ocurre por ejemplo Rodrigo Rey Rosa, que más que irónico es descreído.
Y quizás reflexiono también sobre una frase que le he oído a Borges en un DVD que tengo de cuando salió en Tv Española en 1976 y 1980: a la literatura actual le falta épica, que es el inicio de la literatura.
Como dice Bluff a mí también me parece que la corriente literaria no es lo importante sino el talento.
Me llamaba la atención alguna crítica, hace unos meses, sobre Libertad de Franzen. El comentarista decía que estaba muy bien todo pero que el problema era que eso ya se había hecho. Es decir que Franzen sabía contar una historia y crear personajes, pero que eso ya lo había hecho Dostoyevski o Zola. Y a mí me parecía que si haces algo parecido a Dostoyevski o Zola para que quieres más.
Tú puedes innovar má o menos en la forma, pero al final la literatura se reduce a esto: contar una historia, con personajes, con algo que emocione. Si lo que haces es tan raro que el lector no consigue entrar el lazo creador-lector se rompe y la idea literaria desaparece.
A mí cada vez m interesa más la voz narrativa, eso que cnsiguen casi sin que se note los norteamericanos: Philip Roth, Saul Bellow...
saludos
El anónimo soy yo, Federico, que se me olvidó firmar. Lo de la épica se lo había escuchado a Piglia, al hilo de su última novela, si no recuerdo mal. En cuanto a lo de la repetición y lo de la originalidad, no sé, es un asunto bastante complicado. Quizás es diferente ser original en todos los aspectos. De la misma forma en que tú ahora estás interesado en la voz narrativa, yo estoy un poco obsesionado con la prosa. ¿Umbral es original? Pues la verdad, no, y sin embargo su prosa es única, y eso es ser original, ¿no? La prosa de Orejudo y la de Villoro me parece original, en cambio, la de Vila-Matas, a mi parecer, no lo es, y sin embargo es el autor original por excelencia. Lo mismo, quizás, sucede con Aira, cuya originalidad radica en la trama y el procedimiento. Vargas Llosa es original en la estructura, tampoco en el lenguaje ni en la trama. En fin, quizás un autor original en todos los aspectos (¿Cervantes?) resultaría ilegible.En fin, David, ya mejor te dejo de molestar y me voy a comer algo. Un abrazo,
ResponderEliminarFederico
Hola Federico:
ResponderEliminarAunque no firmarte me imaginé que eras tú, por el tono.
Yo creo que al final si no hay nada que contar no hay libro; a veces me ha ocurrido que me ha gustado más un libro que otro sabiendo que el primero es menos literario, pero su capacidad para que yo empatizara con la historia era más grande.
Un problema que veo al tema de la originalidad es que puedes caer en el texto sin capacidad para transmitir; imagino que toda escritura depende de la fuerza personal del autor, y más que la historia contada (las historias se repiten a lo largo de los siglos) lo importante es su mirada sobre una realidad contada: se puede describir la guerra de Troya o la de Vietnam, ser las dos guerras y ser las dos historias interesantes gracias a sus detalles. Y al final como dice Borges (he estado volviendo a ver el video citado) uno ama a Cervantes o a Alonzo Quijano porque los siente como amigos, algo que no puede ocurrir con lo creado por Quevedo, aunque Quevedo escriba mejor.
Cuando yo leía a Primo Levi, por ejemplo, lo hacía con solemnidad, sus palabras testimoniales me parecían imprescindibles para mí, y no me importantaba tanto el estilo, la originalidad... a Levi siempre le he sentido como a un amigo, un maestro (vital no literario).
saludos
Hola, David
ResponderEliminarBuscando entradas que hablen del cruce Aira y Levrero encontré el tuyo. Ahora estoy con la banda del ciempiés, que tiene un aire similar a Nick Carter. Mirá, para mí es más simple: todo lo que hizo Aira según la crítica -que no se ve siempre, más bien pocas veces en sus libros- lo hizo levrero en sus novelitas: el contínuo narrativo, las tramas que terminan siendo del s. XIX (parodias de estilo hay en él hasta de la ciencia ficción, no solo policiales folletines rosa), el sueño (tan fuerte en el la metáfora y la metonimia), en fin, escribir como si la literatura acabara de inventarse. Vi por ahí que decían que Copi es el nombre clave, y no es así: nada más lejano que Copi de Levrero. Más bien Felisberto, Fantomas, Juan Emar, etc. Levrero es un raro, su familia no se parece a él. A diferencia de Copi, Felisberto, Aira, que son grandes escritores, pero con familia, anclados en la literatura de sus paises, bebiendo de ella, Levrero no necesita de la literatura de su país, ni del río de la plata, y es difícil inscribirlo en la historia de la literatura. No digo todos sus libros, la trilogía involuntaria es un levrero particular, es el decente. Me refiero a sus libros como aguas salobres, los policiales, gelatina y espacios libres; junto con el discurso vacío, toda su última época. Está mas cerca de Juan Emar y Pablo Palacio, inubicables, ridículamente molestos.
Me encanta tu blog.
Saludos
Hola e. r.
ResponderEliminar“La banda del ciempiés” la tengo en casa para leer en breve. Además la semana pasada me llamaron desde la librería Iberoamericana para avisarme de que había llegado a la tienda desde Uruguay “La máquina de pensar en Gladys”, que ya tengo también en la estantería de inleídos, y que espero leer pronto.
En la misma estantería tengo un libro de Juan Emar, “Un año”, que compré en la feria del libro de hace dos años. Me tengo que poner con él, por ahora no puedo opinar.
A Copi también lo quiere leer, le gusta mucho a mi amigo Federico Guzmán, que es quien lo nombra. Y además la semana pasada Federico me dejó un libro de prosas de Osvaldo Lamborghini, que debe andar en la línea de los raros.
De Felisberto leí “Nadie encendía las lámparas”, y creo que está claro que Levrero le había leído y admirado, y Aira ha leído y admirado a los dos. En una biblioteca que me queda cerca tienen las Obras completas de Felisberto, un volumen que sacó Siruela, a ver si lo leo pronto también.
De Pablo Palacio me habló un amigo hace poco. Lo ha editado ahora en España creo que Galaxia Gutemberg, y sí, tiene buena pinta. Y quiero leerlo también… y al final me voy a volver loco, ¡no doy abasto!
Te apunto otro nombre que no citas: Macedonio Fernández.
¿Fantomas es un escritor o un libro de Cortázar?
Gracias por lo del blog.
Saludos
Jaja,
Eliminarme ampliaste la lista que tiré al azar. Macedonio, por supuesto. Fantomas el libro, ¿lo recordás? Un folletín del siglo pasado, de Allain y Sauvestre (por supuesto, Alphonse Allais también, cómo olvidarlo), el criminal, bueno este libro lo pienso más bien en relación a nick carter...
La lista es interminable, es cierto. En fin, así nos va.
Saludos desde buenos aires!
Hola e.r.
ResponderEliminarFantomas recordaba que era un libro raro de Cortázar... y no sabía quiénes son estos Allais y Suavestre que citas...
Será cuestión de investigar... y al final las listas en vez de cerrarse se hacen cada vez más largas!!
saludos desde Madrid