lunes, 25 de julio de 2011

Formas de volver a casa, por Alejandro Zambra

Editorial Anagrama. 164 páginas. 1ª edición de 2011.

Leí, poco después de que apareciera en Anagrama, la primera novela de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), Bonsái (2006) y en aquel momento su lectura me desconcertó (En la siguiente entrada del blog hablaré de Bonsái, novela que acabo de releer hace apenas una hora).
Había leído durante los dos últimos meses buenas críticas de Formas de volver a casa y, por diversas circunstancias, me apeteció esta semana acercarme a una novela breve y elegí ésta.
Compré el libro el lunes 18 por la tarde, en la FNAC de Callao, y al salir del edificio entré en el de enfrente, el Corte Inglés. Había oído hablar de la cafetería de su última planta, la novena, una cafetería con unas espectaculares vistas sobre la plaza de Callao y la Gran Vía. Subí hasta allí pensando que nunca había estado en este lugar y al entrar y tomar sitio en la terraza, atisbando por las cristaleras las azoteas de la Gran Vía y su transito de personas y coches, después de haber pedido una coca-cola y empezado a leer el libro de Zambra, que sitúa su acción en 1985, cuando el protagonista tiene 9 años, empecé a pensar, quizás sugestionado por la lectura, que yo había estado ya en esa cafetería de niño, posiblemente acompañado por mi madre y mi abuela; en 1985, por ejemplo, cuando yo tenía 10 ó 11. Y de un modo extraño, sugerente, penetré en los recuerdos del personaje de Formas de volver a casa, lo más seguro un trasunto del propio Zambra. Ni que decir tiene que me encantaron las 30 ó 40 páginas que leí el lunes allí, recuperando las sensaciones de mi propia infancia a través de la infancia de otra persona, en otro país, pero durante los mismos años.

Formas de volver a casa comienza (quitando una breve escena que abre el libro) el 3 de marzo de 1985, día de terremoto en Chile: los adultos conversan de noche en torno a una hoguera, y los niños se pelean dentro de unas tiendas de campaña. El protagonista, un niño de 9 años, sale de la tienda de campaña, dispuesto a explorar el mundo de los adultos. Le llama la atención su vecino Raúl, que vive sólo, lo que dentro de su mentalidad de niño le parece una desgracia. Sorpresivamente ese día aparece el vecino frente a la hoguera de los adultos con una mujer y una niña de 12 años, a las que presenta como su hermana y su sobrina.
La niña, Claudia, seguirá al protagonista durante los siguientes días y le encomendará una misión: vigilar a Raúl, su supuesto tío, y una vez a la semana le tendrá que hacer un informe.
La primera parte de la narración, Personajes secundarios, evoca el mundo de la infancia: el niño mirará con inocencia y misterio hacia los adultos, y la misión que le propone Claudia le parece una aventura despreocupada. Sin embargo, en esta evocación del año 1985, el narrador va incluyendo reflexiones que pertenecen a su yo adulto; por ejemplo, cuando habla de la experiencia del terremoto, una experiencia divertida para el niño, escribe: “Si había que aprender algo, no lo aprendimos. Ahora pienso que es bueno perder la confianza en el suelo, que es necesario saber que de un momento a otro todo puede venirse abajo. Pero entonces volvimos, sin más, a la vida de siempre.” (pág 19-20)
Y también ya en estas primeras páginas de la novela comienzan las insinuaciones políticas, donde se conjuga la visión del niño con la del adulto; se habla de Pinochet apareciendo en la televisión y se dice: “Tiempo después le odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba solamente por esos intempestivos shows que mi papá miraba sin decir palabra.” (pág 20)

En la página 51 comienza una segunda parte del libro, La literatura de los padres, y se produce una quiebra en la construcción narrativa: el autor del libro (un trasunto del propio Zambra), nos habla de la escritura de las páginas que hemos leído. “Avanzo de a poco en la novela. Me paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera, como si hubiera existido.” (pág 53). Y el autor nos expone su vida actual, la relación con sus padres o con una mujer, eme, de la que se está separando. El tono ahora es más melancólico que antes. Desde la vida adulta del treintañero se reflexiona sobre la época de la dictadura: “Crecimos pensando eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados, en esa penumbra.” (pág. 56).
Después se dice: “Me siento demasiado cerca de lo que cuento. He abusado de algunos recuerdos, he saqueado la memoria, y también, en cierto modo, he inventado demasiado.” (pág. 64).

En la tercera parte, La literatura de los hijos, se resuelve el misterio sobre Claudia y Raúl, planteado durante la primera parte.
Algo que me ha resultado interesante es que al describir la casa de sus padres en la segunda parte se usan frases que se vuelven a repetir casi calcadas 40 ó 50 páginas después: el autor nos implica en su juego metaficcional, está inventado una historia, pero en realidad usa a personajes como Claudia o Raúl para hablar de sus propios padres; de los que cuando es preguntado en el colegio, ya en democracia, tiene que soportar la mirada de sorna y deprecio de un profesor, porque él dice que durante la dictadura ellos se mantuvieron al margen.
En la página 77 (parte 2ª) el autor habla así de sus padres: “Gracias a esa biblioteca tu madre se ha puesto a leer y yo también, aunque tú sabes que prefiero ver películas, dijo mi padre.”
En la página 125 (parte 3ª), retomada otra vez la obra de ficción, el narrador dice hablando de sus padres: “Gracias a esta biblioteca tu madre se ha puesto a leer y yo también, aunque tú sabes que prefiero ver películas, dice mi padre. No mira a Claudia, pero es sumamente cortes, cuidadoso.” (La supuesta escena de su realidad, pág 77, es utilizada en la ficción, pág 125, donde introduce además el elemento inventado, Claudia)
El juego metaficcional resulta interesante y eleva la hondura de la novela, dándole nuevas aritas y planos.

El libro tiene una cuarta parte, Estamos bien, donde se retoma la voz narrativa de la segunda parte, y el autor quiere que la mujer, eme, lea el manuscrito de la novela (parte 1ª y 3ª del libro).
Formas de volver a casa acaba con el terremoto del 27 de febrero de 2010, y la reflexión final del autor sobre el motivo que le llevó a escoger la noche del terremoto de 1985 para comenzar su novela: “Durante esa noche tan lejana pensé por primera vez en la muerte” (pág. 163).

Formas de volver a casa me ha resultado un libro de una gran madurez narrativa, escrito con un lenguaje muy cuidado, evocador y sugerente; y cuyo juego entre realidad y ficción consigue múltiples matices para acercar nuestra mirada actual al pasado reciente de Chile, a su nueva sociedad y a sus silencios provenientes del ayer.
El futuro (si no ya el presente) como escritor de Alejandro Zambra resulta muy prometedor.

2 comentarios:

  1. Hola, David. Bueno, me llevo este libro de puente, a ver qué tal. Me ha sorprendido mucho que haya quien hable de este Zambra como muy malo, la verdad. De momento me quedo con tu entrada pero la próxima semana publicaré una reseña con mi opinión concreta al respecto. Lo que, en cualquier caso, veo mucho por algún que otro sitio es una falta absoluta de modales en la crítica, no sé qué opinas al respecto.

    (Por cierto, ¿te viste en la lista de mejores blogs literarios que confeccionó el Olmos? Pues búscate.)

    Parlamos.

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  2. Hola Peri:
    Ya he visto lo de Patrulla de Salvación y Zambra. Al principio de ese blog contactaron conmigo para enlazar el artículo sobre Fernández Mallo, que es casi mi única entrada en la que yo hablo mal de un libro, y parece que eso era lo único que les interesaba de mi blog.
    Detrás de la broma de las señoras mayores, veo la mano de un autor joven, o relativamente joven, con este perfil: yo escribo, no me publican, y esto no es porque yo no sea bueno, sino porque el mundo editorial es una mierda y he de decir que todo lo que se publica de gente joven es muy malo para demostrarlo.
    Lo que es una espiral absurda, en vez de leer para disfrutar lees para no hacerlo, o disfrutar con el escarnio de otros.
    Lo paradójico es que esta actitud malsana hace que tu blog se haga popular: hay mucha gente en el mundo literario de internet con el perfil expuesto arriba. Y además ya no es un intento de desmontar el libro sino que llegan al insulto contra el autor, lo que me parece pasarse ya de la raya de lo lógico.
    En realidad no están haciendo crítica literaria sino intentando corroborar una tesis peregrina expuesta en entradas anteriores, qe TODA la literatura joven en español no vale nada.

    Y Zambra sí es bueno, quizás la conclusión del enigma propuesto en la novela no sea todo lo emocionante que podría ser, pero el juego de Zambra ya por otro camino, hace una literatura de silencios y sutilezas. A mí el juego entre la novela propiamente escrita y la visión metalitateraria del supuesto autor comentando lo escrito me pareció interesante.

    Sí, ya he visto lo de Olmos. Como él dice, nos conocimos por internet cuando yo escribí una reseña de su libro El estatus, y después de eso nos hemos visto en persona algunas veces.
    Sé que él ha sacado alguna idea de lectura (luego comentada en Mal-herido) de mi blog, como el caso de Charles Baxter, Salter y ahora creo que Saer o Di Benedetto, por ejemplo. En general lo que a mí me gusta a él no.
    En persona el trato con Olmos es muy cordial, es una persona muy educada y divertida, aunque no compartamos bastantes gustos sobre literatura. Sus dos blogs me gustan mucho y me parecen verdaderamente enriquecedores del mundo literario en internet.

    saludos

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