Alberto García-Teresa (Madrid, 1980) fue mi compañero de firma en la caseta de Baile del Sol, durante la última Feria del Libro de Madrid. Me había encontrado ya con textos escritos por él al buscar reseñas de libros en Internet, pues colabora en varias revistas digitales. No resultó difícil que estableciéramos conversación, ya que yo conocía su querencia por la ciencia-ficción. Así mantuvimos una interesante charla sobre George R. R. Martin (al que no he leído) o Philip K. Dick (del que he leído casi todo).
Alberto es licenciado en Filología Hispánica y está realizando un doctorado que guarda relación con la llamada poesía de la conciencia: Me recomendó fervientemente la antología de Baile del Sol Once poetas críticos en la poesía española reciente, que ya descansa en la estantería de inleídos de mi biblioteca.
En la wikipedia podemos encontrar un interesante artículo sobre la poesía de la conciencia (ver AQUÍ). En la primera línea de este artículo leemos: “Poesía de la conciencia es una de las etiquetas con las que se alude a las poéticas que practican una oposición al capitalismo en su fase global y postmoderna”.
Oxígeno en lata de García-Teresa se divide en tres partes, y la primera, Cadena de montaje, es la más extensa de ellas, ocupando al menos las dos terceras partes del libro. Cadena de montaje podría inscribirse en esta corriente poética por la que su autor siente tanto interés, la poesía de la conciencia. La mayoría de los versos de estos poemas: “Hemos olvidado el tacto del agua” (pág. 21, dentro del primer poema de Cadena de montaje), “Malditas estas gentes de hormigón y chimeneas, / maldito su utilitarismo de votos y euros” (pág 23)… pretenden ser una toma de conciencia frente a una idea del progreso humano que García-Teresa entiende como insostenible y errónea.
En estos poemas la idea del “yo” casi desaparece frente a un “nosotros” genérico: la voz poética se erige en conciencia colectiva, por ejemplo: “Aspiramos a conquistar el placer / saqueando y envenenando fuentes” (pág. 26), “Arde la tierra, / y pensamos / que sólo el presente nos juzga” (pág. 29).
También, entreverados con los poemas que llaman al “nosotros”, se encuentran otros donde se interpela a un “tú” culpable; por ejemplo, en la página 32 leemos: “Tu apariencia / de superioridad / en una sociedad injusta / sólo delata tu crueldad, tu afán / por remarcar cuánta explotación insuflas”
Y de forma minoritaria en esta primera parte del libro también aparece la figura del “yo”. En la página 62 leemos: “¿Cómo justificar el abandono de las ilusiones // Fui yo; yo inhalé sus larvas. / Yo me arropé con sus laberintos”, que suele ser un yo desencantado, derrotado.
He leído a algún otro poeta de la conciencia, y debería decir que, aunque sus presupuestos básicos me parecen interesantes, a veces el nivel artístico de las obras no me satisface del todo porque hacen predominar la contundencia y claridad del contenido frente a la propuesta estética del lenguaje.
Esto no me ha ocurrido al leer a García-Teresa, ya que Oxígeno en lata apuesta por un lenguaje metafórico cuidado, que a veces se deja llevar hasta el surrealismo: “Una vaca azul se estrelló contra la autopista. / Le siguió un tentáculo de rosal” (pág. 40); y a veces (a diferencia de casi todos los poetas de la conciencia) hace uso de la rima –casi siempre, cuando existe, en asonante-. Transcribo a continuación un poema de tan sólo 4 versos (pág. 25) donde se puede apreciar esta tendencia, que no es la más significativa, del conjunto, en el que predominan poemas más largos y sin rima:
FRONTERA
Hay un abismo entre tu cama y mi techado,
una sima entre mi cemento y tu adobe
de sólo unos centímetros de noche
y de unos bulliciosos brazos cerrados.
En la segunda parte del libro, La arena en el engranaje, el “nosotros” o el “tú” da paso a un “yo”, que, no exento de angustias existencias, se deja llevar hasta la conquista de un territorio donde protegerse de la intemperie: el amor (“Te debo cada gota de mi sangre, / cada inspiración que hincha mi costado”, pág. 78) o la práctica de la poesía (“De nuevo, la poesía, en su excavación te salva”, pág. 79).
En la tercera parte, Poemas de Ignacio Sombra, García-Teresa dialoga con la figura de un personaje poético: “Nos creíamos poderosos / por permanecer tristemente solos” (pág. 118).
Copio aquí un poema de Oxígeno en lata (pág. 36) que puede resultar significativo:
TANTO CUADRO, TANTO poema,
tanta película, tanta filosofía
de paño, agua tibia y cera
cuando la auténtica indagación que encuentra
nuevas puertas que atravesar
se halla al alcance de nuestras manos.
Tan sólo hay que girar la cabeza,
despegar los labios, deslengüetar corazones
para recuperar la esencia;
aquélla desalojada de lo común
a golpe de televisión, subsidio
y tres por dos en el IKEA.
Qué huecos debemos de estar
para que nos colmen sus promesas
y qué sometimiento tan total
para tolerar ver vacías las calles
mientras millones y millones de luces
catódicas nos encierran.
Ha sido agradable leer este libro y creo que Alberto García-Teresa es un poeta aún bastante joven con una interesante proyección.
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