Editorial Seix Barral, 127 páginas. Primera edición de 1997.
Fue poco después de acabar Piedras encantadas, otra de las novelas de Rey Rosa, que leí en enero, cuando acudí a la librería de segunda mano Dedalus, en la calle de los Madrazos de Madrid, detrás del museo Thyssen. La librería está regentada por dos argentinos (si no me equivocan los acentos) y su especialidad es la literatura hispanoamericana. Buscaba alguno de los títulos que aún no había leído de Rey Rosa. Encontré esta novela, Que me maten si…, que según la contraportada “puede considerarse la obra maestra de Rey Rosa”.
Tras unos tres meses en la sección de inleídos de mi librería, me apeteció ponerme con ella. (Siempre me propongo que los inleídos no aumenten y siempre me cuesta mantener esta premisa.)
Si en los libros de Rey Rosa la acción se había situado, hasta ahora, en Guatemala o Marruecos, ahora también podemos encontrar escenarios europeos: Inglaterra o París.
La novela está ambientada en los años posteriores al alto el fuego de la guerra civil de Guatemala, es decir finales de los 90 del siglo XX.
En Que me maten si… no existe la figura de un protagonista principal, sino que un pequeño puñado de ellos se va dando réplica en los cortos capítulos:
Ernesto, antiguo soldado, ha decidido dejar el ejército e ingresar en la universidad. Su padre, militar, opina que hace lo correcto, ahora que los escándalos sobre la vulneración de los derechos humanos por parte de la institución empiezan a salpicarla.
Pedro Morán, amigo de Ernesto, e implicado en casos de corrupción militar y contrabando de droga.
Lucien Leigh, escritor de viajes y ficción, inglés de más de 80 años, que viaja a Guatemala para documentar alguna de sus historias, y que acostumbra a perder ocasionalmente sus audífonos para luego captar los sonidos a través de una frecuencia de radio.
Emilia, militante desencantada de izquierdas, de la que Ernesto se enamora en la universidad.
De nuevo, como en casi toda la narrativa de Rey Rosa, nos encontramos aquí con la brutalidad que el autor guatemalteco achaca a su país: “Allí había sido asesinado a sangre fría –Guatemala style- un amigo querido. Le intrigaban los seres brutales, pero la brutalidad en ese país era una fuerza impersonal que se manifestaba aquí o allá, una fuerza fuera del control de los hombres, implacable y desinteresada” (página 9).
Fue poco después de acabar Piedras encantadas, otra de las novelas de Rey Rosa, que leí en enero, cuando acudí a la librería de segunda mano Dedalus, en la calle de los Madrazos de Madrid, detrás del museo Thyssen. La librería está regentada por dos argentinos (si no me equivocan los acentos) y su especialidad es la literatura hispanoamericana. Buscaba alguno de los títulos que aún no había leído de Rey Rosa. Encontré esta novela, Que me maten si…, que según la contraportada “puede considerarse la obra maestra de Rey Rosa”.
Tras unos tres meses en la sección de inleídos de mi librería, me apeteció ponerme con ella. (Siempre me propongo que los inleídos no aumenten y siempre me cuesta mantener esta premisa.)
Si en los libros de Rey Rosa la acción se había situado, hasta ahora, en Guatemala o Marruecos, ahora también podemos encontrar escenarios europeos: Inglaterra o París.
La novela está ambientada en los años posteriores al alto el fuego de la guerra civil de Guatemala, es decir finales de los 90 del siglo XX.
En Que me maten si… no existe la figura de un protagonista principal, sino que un pequeño puñado de ellos se va dando réplica en los cortos capítulos:
Ernesto, antiguo soldado, ha decidido dejar el ejército e ingresar en la universidad. Su padre, militar, opina que hace lo correcto, ahora que los escándalos sobre la vulneración de los derechos humanos por parte de la institución empiezan a salpicarla.
Pedro Morán, amigo de Ernesto, e implicado en casos de corrupción militar y contrabando de droga.
Lucien Leigh, escritor de viajes y ficción, inglés de más de 80 años, que viaja a Guatemala para documentar alguna de sus historias, y que acostumbra a perder ocasionalmente sus audífonos para luego captar los sonidos a través de una frecuencia de radio.
Emilia, militante desencantada de izquierdas, de la que Ernesto se enamora en la universidad.
De nuevo, como en casi toda la narrativa de Rey Rosa, nos encontramos aquí con la brutalidad que el autor guatemalteco achaca a su país: “Allí había sido asesinado a sangre fría –Guatemala style- un amigo querido. Le intrigaban los seres brutales, pero la brutalidad en ese país era una fuerza impersonal que se manifestaba aquí o allá, una fuerza fuera del control de los hombres, implacable y desinteresada” (página 9).
Tampoco falta el tema de la corrupción: “En este país, para gente como vos o yo, el único lugar para enriquecerse es la institución. O la droga” (página 14).
El estilo vuelve a ser elíptico, concentrado, sugerente y poético, sobre todo cuando describe las amenazas de la selva o de los narcos a través de las grabaciones del audífono de Leigh.
Quizás respecto a otros de sus libros, la historia narrada en esta novela sea más oscura aún, más carente de esperanza. El destino de los personajes parece ser sólo la muerte, ni siquiera les acaba por salvar el exilio o la literatura; pero más escalofriante que la falta de futuro para sus personajes, resulta el escaso porvenir que Rey Rosa concede a los inocentes de su país, los niños, centrada su imagen, esta vez (en Piedras encantadas eran los niños de la calle y las bandas) en una institución benéfica bajo sospecha de cometer abusos con ellos.
El mal triunfa, parece decirnos Rey Rosa, y además va a seguir haciéndolo. Y se despide de nosotros frente al muelle donde los niños del orfanato juegan a tirarse al río. “Y el agua oscura y oleaginosa de jade y obsidiana se alzaba en pequeñas olas y recibía generosamente una y otra vez los pequeños cuerpos oscuros” (página 127).
En el fondo del mar o del río ha sido donde los asesinos impunes han hecho desaparecer en las páginas de esta historia los cuerpos de sus víctimas. Leí estas últimas líneas en el autobús camino del colegio donde trabajo, cerré el libro y observé por los cristales el sol naciente, estremecido, impactado.
Lo único malo de las novelas de Rey Rosa es que se leen como mucho en dos días, y uno siempre acaba con ganas de más. Ya sólo me queda por leer de él el libro de cuentos Ningún lugar sagrado (que ha engrosado ya las filas de mis libros inleídos, porque lo encontré en la librería Antonio Machado, anexa al Círculo de Bellas Artes), el libro de relatos Otro zoo (al que la crítica no puso muy bien, aunque dentro del nivel de Rey Rosa esto no me impide desear leerlo) y la última novela en Anagrama, El material humano.
El estilo vuelve a ser elíptico, concentrado, sugerente y poético, sobre todo cuando describe las amenazas de la selva o de los narcos a través de las grabaciones del audífono de Leigh.
Quizás respecto a otros de sus libros, la historia narrada en esta novela sea más oscura aún, más carente de esperanza. El destino de los personajes parece ser sólo la muerte, ni siquiera les acaba por salvar el exilio o la literatura; pero más escalofriante que la falta de futuro para sus personajes, resulta el escaso porvenir que Rey Rosa concede a los inocentes de su país, los niños, centrada su imagen, esta vez (en Piedras encantadas eran los niños de la calle y las bandas) en una institución benéfica bajo sospecha de cometer abusos con ellos.
El mal triunfa, parece decirnos Rey Rosa, y además va a seguir haciéndolo. Y se despide de nosotros frente al muelle donde los niños del orfanato juegan a tirarse al río. “Y el agua oscura y oleaginosa de jade y obsidiana se alzaba en pequeñas olas y recibía generosamente una y otra vez los pequeños cuerpos oscuros” (página 127).
En el fondo del mar o del río ha sido donde los asesinos impunes han hecho desaparecer en las páginas de esta historia los cuerpos de sus víctimas. Leí estas últimas líneas en el autobús camino del colegio donde trabajo, cerré el libro y observé por los cristales el sol naciente, estremecido, impactado.
Lo único malo de las novelas de Rey Rosa es que se leen como mucho en dos días, y uno siempre acaba con ganas de más. Ya sólo me queda por leer de él el libro de cuentos Ningún lugar sagrado (que ha engrosado ya las filas de mis libros inleídos, porque lo encontré en la librería Antonio Machado, anexa al Círculo de Bellas Artes), el libro de relatos Otro zoo (al que la crítica no puso muy bien, aunque dentro del nivel de Rey Rosa esto no me impide desear leerlo) y la última novela en Anagrama, El material humano.
Cuando acabe con ellos ¿cómo será entrar en una librería de segunda mano sin la esperanza de encontrar un libro sin leer de Rey Rosa?
Me encanta Rey Rosa. A propósito de tu último párrafo, me vino a la mente una anécdota de mi admirado Javier Marías. Él era uno de los introductores en España de Thomas Bernhard, convenció tanto a Alfaguara como a Anagrama para que lo tradujeran en aquella época, hablo a finales de los 70 y principios de los 80, pues era un autor no conocido en nuestro país en aquellos días. Con esto quiero contar que el tipo se lo bebió todo de uno de sus autores predilectos.Pues bien, Marías aún guarda un libro en su inmensa biblioteca (más de 20.000 libros me confesó una vez, esa es una historia de la que hablaremos alguna vez), un libro , digo, sin leer de Bernhard, sólo por ofrecerse la tranquilidad de que aún le queda un libro de él por leer.
ResponderEliminarJoder, éso es èpico.Eso es amar la literatura.
Hola:
ResponderEliminarYa conocía la afición de Marías por Bernhard, no sabía lo del libro que se reserva. Yo creo que no podría hacerlo...
saludos