miércoles, 3 de marzo de 2010

París, por Mario Levrero



Editorial Debolsillo (Mondadori). 154 páginas. Edición de 2008, primera edición 1980.

París constituye la segunda novela de la producción de Levrero llamada la Trilogía involuntaria. Ya he empezado a leer la tercera, El lugar, y me estoy dando cuenta de que el orden de lectura no debería ser el que Debolsillo indica para esta edición. Han elegido el orden según la primera publicación, que es La ciudad 1970, París 1980 y El lugar 1984; el orden en que las escribió Levrero fue: La ciudad 1966, El lugar 1969 y París 1970.

Y sin haber acabado El lugar, ya noto éste más conectado con La ciudad que París.

Si en el prólogo de La ciudad leíamos que Levreo consideraba que su estilo no es fantástico, esa idea se podía sostener en el primer libro, donde no se rompía la lógica física de lo contado -los protagonistas hacían cosas extrañas, pero no irreales-; no ocurre lo mismo aquí, en París el narrador (tal vez el mismo que el de El lugar, tal vez el mismo Levrero) nos informa de que llega a la ciudad de París después de un viaje de 300 siglos, y según sale de la estación de tren (La ciudad finaliza con el narrador entrando en Montevideo en tren), toma un taxi conducido por un cadáver con telarañas.
“Actualmente ni siquiera sé si realmente soy”, se nos dice en la página 32.

El taxi deja al protagonista (de nuevo una primera persona innominada) en un lugar llamado el Asilo, custodiado por gendarmes que no permiten salir a nadie, y donde un cura distribuye las habitaciones y se encarga del tráfico de prostitutas que entran y salen.

“Hay un desajuste en el tiempo que me está desesperando” (página 42), escribe el narrador como si estuviese leyendo una novela de Philip K. Dick, uno de los autores de referencia de Levrero.
En este libro el estilo se vuelve más personal y maduro, y la influencia de Kafka sigue estando presente, pero no de un modo tan definitivo como en La ciudad.

En la página 59 al protagonista le brotan alas en la espalda y puede evadirse volando de la azotea del Asilo. Para Levrero esto sigue siendo realismo, un realismo que descubre al indagar en sí mismo e intentar descifrar sus huecos oscuros. Sin embargo, con una fuerza inevitable, a la mañana regresará al Asilo.

Los sueños cobran más fuerza que en La ciudad, pudiendo el protagonista vivir dos realidades a la vez; confundiéndose para el lector dos planos de dos mundo planteados diferentes.
En París sigue estando Kafka, pero también está Philip K. Dick, y también William Burroughs (otro de los referentes de Levrero). Muchas de las escenas me han recordado a la prosa densa y opresiva de El almuerzo desnudo.

El París de este libro es un espacio onírico y desubicado como la ciudad del volumen anterior, aunque según avanza la trama conocemos algunas referencias temporales, se cita a la Resistencia y a la entrada de las tropas de Hitler en París. Lo que no deja de parecer una broma de película de serie B.

Levrero da rienda suelta a sus angustias, sus fobias existenciales, su sensación de inutilidad de todo, describiendo este mundo amenazante, incomprensible, a veces de carácter onírico-freudiano: vuelven las esquivas y bellas mujeres, rodeadas de perros agresivos, acompañadas esta vez de ángeles…

Las imágenes que crea Levrero son poderosas; aunque me costaba encontrarse el humor, a ratos conseguía angustiarme bastante.
Este libro me parece una interesante curiosidad. Sé que disfruto más con el realismo, con la creación de tramas y personajes, pero, de vez en cuando me sientan bien estos aires distintos, raros, perturbadores.





4 comentarios:

  1. Menuda incursión en Levrero. Como creo que escribí alguna vez, de este autor sólo he leído El discurso vacío. Me dejó un buen sabor de boca. Tengo párrafos enteros subrayados.
    Saludos.

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  2. Hola, pues estoy pensando también en leer este de "el discurso vacío".

    Cuando empecé a escribir más de seguido procuraba no leer dos libros consecutivos del mismo autor para no coger vicios copiando su estilo. Ahora, de vez en cuando, leo a un autor hasta agotarlo.

    saludos

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  3. Hola, qué pasa. El discurso vacío es una novela perfecta para que te acerques al uruguayo del diario de la beca. Tengo que reconocer que sentarse a escribir, para mí, implica una serie de circunstancias muy difíciles de prever, pero llevo unos días queriendo dar las gracias por el acuso recibo, David, y aprovecho que llueve a cántaros (tan bella expresión, tan sonora, quiero decir), porque, bueno, no tiene que llover para que me siente a escribir, o sea, cuando toca toca, y si llueve y no toca, imagínate el papelón, enjaulado y dando vueltas como un tigre. Pero hoy llueve y toca. Gracias por el acuso recibo (a ver qué remedio, te acorralé.. ¡je je!), y por el esfuerzo o enganche que tienes con Levrero. Todos nos sentimos perdidos y no le damos más importancia que la que nos lleva el poema, y el poema es eterno, de malo, se comprende, pero perseveramos, vamos, como quien dice, palpando fantasmas en un vagón de metro lleno. Levrero cuenta todo esto. Por ejemplo, habla de los automatismos, habla de esa serpiente que es insaciable y se manifiesta en cuanto no queremos tumbar a no hacer nada, pero nada de nada, imposible, ¿quieres hacer nada?, deletréamelo, ah, no, im-po-si-ble-, viene esa bicha, la angustia difusa, qué cabrón Levrero, aquí nombrando (no sé su propiedad cuánta será) hiló fino, la angustia difusa que precede a cualquier momento de ocio, y a tomar por culo. Dice Cioran. Es un aforismo negro clásico. Pienso una cosa de pie, me tumbo, y pienso la contraria. Aplicado al caso, bueno, de pie, uno cree que lo mejor es estar sentado o incluso tumbado, mirando todas estas jodidas gotas de lluvia en el cristal, pero es así, tumbado, uno piensa que lo que quiera..., y así sucesivamente. Lo dejo, David, que me lío. Tenía pensado hilar un par de frases más y después (sí perdona, tdv no llegue a eso) leerme tu post, pero viene visita, mientras van a por cerveza bajo la lluvia, me voy a leer tu post, un saludo afectuoso, el bueno de Levrero, y ya hablamos en otro momento de trenes que viajan fuera de horario (trenes dentro de trenes, como muñecas rusas) que viajan a una ciudad nerviosa, que llevan dentro trenes que piensan trenes y no llegan a ningún sitio o sólo conectan con espacios donde no hay más cine que la esperanza oculta de cada uno (hala ahí, qué torero... je je)

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  4. Yo tengo aquí El Lugar, no quise leerlo (hice alguna avanzadilla kamikaze y leí al azar unas cuantas páginas, el resultado fue como leer a Samuel Beckett, de mala manera, transversalmente, en una noche oscura). Pero ahora, poco a poco, por lo que cuentas, por haber leído a Dick y demás, kafka y Cía, me están entrando (las perdí) ganas de intentarlo otra vez, creo que algún día me lanzaré aello,aleerlas en el orden que finalmente intuyas,unabrazoinformal

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