martes, 30 de marzo de 2010

El calvo del Sonora

Terminé el viernes pasado de corregir las galeradas de mi novela Acantilados de Howth, y mandé la copia a Baile del Sol. Espero que no se pierda por el camino y pueda por fin ver alguno de mis libros en papel antes de que el e-book arrase con todo esto. Finalizada esta operación he retomado el libro de poemas que tenía por acabar. Un mes sin acercarme a él ha hecho que pueda ver lo que llevo con más perspectiva y sea más fácil su corrección.
Como ahora estoy con La grande de Saer, que sobrepasa las 400 páginas, y al menos necesitaré unos cuantos días más para acabarlo y hacer la reseña, me apetece colgar un poema propio (hace tiempo que no lo hago). He elegido el que da título al libro de El calvo del Sonora. Hace dos fines de semana me preguntaron por el significado del título. Realmente es casi una broma entre amigos. Éste fue el primero que escribí para ese poemario y, en cierto modo, marcó su tono narrativo y de poemas extensos.
En la foto se ve el local que hace más de una década fue el Sonora.
Me gusta pensar que el poema está influenciado por Juan Luis Panero.







EL CALVO DEL SONORA
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.
Jorge Teillier
Mecido por el oleaje de la música y la batuta
de una copa en la mano, se acercaba
a las chicas. A su alrededor bailaba, y ellas,
a veces, le seguían brevemente el juego.
Al inclinarse sobre sus oídos los rechazos
no le hacían mella, no cambiaba el compás
ni el semblante, sostenido en el ritmo,
imperturbable a su inmóvil derrota, bailaba.
Siempre iba solo, siempre estaba borracho,
entraba en aquel único pub: el Sonora.

En el andén de Atocha, sólo un día le vi
en otra parte, como yo, esperaba el tren, al fin
sobrio –chándal y bolsa de deporte, escapado
del presidio de cualquier polígono industrial-.
Tras sentarse, su mirada hundida se dispersó
por las paredes de márgenes secos del vagón.
Tal vez, nuestro Tony Manero de los suburbios,
el Calvo del Sonora, soñase ya en ese instante
con su particular fiebre del sábado noche,
embebido de turbios escenarios propicios:
tequilas y cactus, desierto y mariachis.

Pasaba de los treinta y nosotros no alcanzábamos
los veinte. Nos sonreíamos observándole,
espectadores cruentos de sus bailes sin pareja.
Siempre estaba solo, siempre iba borracho.
Había algo patético en él y también, pienso
ahora, algo poderoso como el hierro ardiente
de la vida. Nos sonreíamos divertidos, pero,
quizás –inconfesable, subterráneo- temerosos
ya del paso del tiempo y los destinos posibles.

Fundido, otra figura más, en el mural
de folclore mexicano del Sonora y el rebullir
de aquellos días inciertos (porque yo también
tuve veinte años…) le recuerdo esta noche
como una terca imagen del fracaso, pero,
porque así lo quiere el tiempo y la memoria,
irrumpe en mí además como un icono
de cierta voluntad temeraria –boxeador
sonado que sigue en pie con las costillas
rotas-, ensalzado al fin por todas las ocasiones
en que la vida nos obligó más tarde
a nosotros, que aún podíamos comernos
el mundo, a tener que ser, persistentes
y en vano, iguales al Calvo del Sonora.

12 comentarios:

  1. Hola, David. Muy bien llevado todo. Lo he leído (me falta lo de saer) y tengo que darte, si sirve de algo, mi visto bueno. Luego me voy a imprimir el poema para leérselo a alguien, a lo mejor a mimismo en la ventana. Tengo que poner a punto algunas cosas, pero veo que mi prosa empieza a fluir en diferentes momentos de muy diferentes formas y me siento más Pessoa que Joubert, por decirlo de alguna manera, y además viene el polen, y a mí el polen me aniquila, así que ya tengo una nueva excusa para seguir con apuntes varios y lecturas esta primavera. Saqué Ir tirando, de Dick, y me gusta. Pienso que no leemos novelas, rastreamos autores, mimetizamos personalidades. Y Dick, bueno, Dick escribía bastante mal y muy flojo, a veces, tal vez por exigencia del guión o la simple y razonable logomanía de cada cual frente al teclado. Pero no hay una página sin que aparezca el hombre, las preguntas que se cuelan entre las preguntas que sí realizamos, las preguntas que desearíamos realizar. Todo lo que la literatura dice porque nos puede el decoro, porque las intuiciones pasan demasiado rápido, porque lo que tenemos que decir no lo vamos a acabar de decir, en la vida. Bueno, ya acabo, te comento todo esto porque te lo leíste de joven y eso te tuve que influir poderosamente. Te dejo, que tengo una biografía de Hamsun a medias y se lee sola, la voy a acabar. Un abrazo.

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  2. Lo de en cada página (de Philip K. Dick) es una exageración, aunque página página y media dos páginas y media qué más dará, el hombre aparece -que es lo que dice levrero de chacel en el diario de la beca-, más, en Ir tirando, claro, que es de corte urbana y sentimental, o lo mismo, puede que justo lo mismo -10 9 8 7-, no, que cuando aparecen marcianos, que cuando aparecen más marcianos que androides o menos androides que humanos pero más babosas -en todo caso... 3 2 1- del sistema D que humanos, que aparece lo mismo, página página y media etc, el hombre en philip k dick, venga, te dejo, que no quiero dar la nota del pájaro carpintero tan pronto en el día,unabrz
    unsaludo

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  3. Ese libro de Dick, Ir tirando, lo tuve en las manos alguna vez, incluso de saldo. Lo podía haber comprado por muy poco, pero lo dejé pasar. Me gustaba el Dick escritor de Ciencia ficción. Del realista leí “Confesiones de un artista de mierda” y no me convenció del todo, de hecho lo he leído dos veces, y me siguió sin convencer. Dick expande su creatividad cuando hace tramas de cf, es como si se iluminase su prosa. No me parece que escriba mal, aunque es cierto que repite recursos. El comienzo de “Los tres estigmas de Palmer Eldrich” me parece soberbio, y páginas de “El hombre en el castillo”, por poner dos ejemplos. A ver si me pongo con sus cuentos.

    Por cierto, yo también me pongo fatal con el polem.

    saludos

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  4. me gusta mucho el poema, como siempre una sorpresa cinematográfica y reflexiva. Saludos

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  5. Pues Móstoles y el polen ya sí que puede ser de juzgado de guardia. Yo aquí, entre cemento, atrapaso en el caso viejo, me libro algo, pero es pasar un rato (estuve ayer, muy lindo) en El Retiro, y me pongo a morir, tal vez me vaya a la playa en el peor momento de la primavera (qué frase más rara, el peor momento de la primavera), de Dick no ciencia ficción, yo leí La Transmigración de Timothy Archer y me gustó bastante, el otro no lo he leído, el que dices, el del artista, pero ya caerá, seguro que a mí me pilla con otros ojos,unsalud

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  6. Atrapado en el casco viejo (si es que no se puede escribir sin mirar, leñe),malasañaconcretamenteunabrazo

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  7. Leyendo este poema, cada uno de nosotros podría perfectamente jurar y perjurar que ha visto alguna noche al calvo del Sonora. Enhorabuena

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  8. Hola, David. Estaba leyendo el comienzo de lo último del Tabucchi y me he acordado de tu calvo, aunque tu poema y este breve texto introductorio hablan de cosas distintas... el párrafo al que me refiero dice así: "Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud, respondió". No sé por qué me resulta difícil no relacionarlo con tu poema. A ver qué opinas.

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  9. Hola:
    David: lo del polen me mató la semana pasada, pero ésta está dando una tregua. Por cierto, a ver si cambio el texto de presentación del blog, porque hace un mes me mudé de Móstoles a Madrid.

    Noseaszote: gracias por tus palabras.

    Detective: creo que todos hemos visto alguna vez al Calvo del Sonora, y alguna vez lo hemos sido. Unos meses después de escribir este poema me crucé con alguien con un perro por Móstoles, y tuve esa intuición clara de saber que le conocía, pero no le ubicaba. Tras pensarlo me percaté de que era él, al menos una década después de verlo en el Sonora. Como si hubiera surgido del poema, y lo más irónico de todo: el tipo estaba igual que como lo recordaba,ahora en vez de en los 30 estaría en los 40, pero yo me había convertido en un treintañero,, le percibí como de mi edad...


    Peri Lope: sí, veo que tienes razón con tus palabras de Tabuchi. El tema de la inconsciencia de la juventud es un clásico. Recuerdo aquella palabras de Mark Twain: "la juventud ese divino tesoro que no vale nada en las manos insensatas de un joven".
    De Tabuchi leí Sostiene Pereira y La cabeza Perdida de Damasceno Monteiro, y me gustaron basntante, sobre todo el primero. Pero lo dejé de leer tras Tristano muere, me que pareció un libro bastante fallido.

    La frase del poema "porque yo también tuve 20 años..." imagino que todo el mundo la reconoce como la de Camus: "que nadie me diga que 20 años es la mejor edad de la vida porque yo también tuve 20 años", pero sobre esto me encanta la contestación que le da Gesualdo Bufalino en Argos el ciego: "andaba yo entonces por la treintena, poco más o menos; y, por un motivo que yo me sé nunca había tenido veinte años (...) Los tuve entonces inopinadamende, como regalo de aquel verano, al fin y al cabo se me debían. Ahora no permitiré que ningún sabihondo de la Francia venga a decirme que a los veinte años, por tardíos y postizos que sean, no se es feliz"

    Lo que le pasó a Bufalino a los 20 lo cuenta en La perorata del apestado: estuvo en un hospital para tuberculosos.
    Estos dos libros de Bufalino son dos de los mejores libros que he leído en mi vida, parte de mi educación sentimental. A ver si los releo y a ver si los comento en este blog para intentar hacer una modesta campaña de reconocimiento de su nombre, alguien que no me canso de recomendar.

    saludos

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  10. Leer a Bufalino es una de las mejores experiencias lectoras que he tenido.No entiendo que no se le reivindique como se lo merece, es el arquetipo perfecto del escritor oculto hasta edad avanzada,el escritor vilamatiano por excelencia

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  11. la juventud es una enfermedad que se pasa con los años

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  12. En cuanto abandonó la mesa y cerró la puerta de su estudio, su padre se acuclilló en su mente. El viejo había tenido la habilidad de un campesino para hablar en cuclillas, aunque no era un campesino, ya que había nacido y se había criado en la ciudad y se había trasladado a un lugar más pequeño solo para aprovechar su talento. Con una destreza constante los había convencido de que era uno de ellos. En medio de una conversación sobre el césped delante del juzgado, se ponía en cuclillas y sus dos o tres compañeros lo imitaban, sin interrumpir la conversación. Había vivido su mentira a base de gestos; nunca se había dignado a contar una.

    Eudora Welty

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