La vida suspendida, de Eduardo Laporte
Editorial Sr. Scott. 161 páginas. 1ª edición de 2025.
Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979),
navarro residente en Madrid, es mi amigo. Había leído hasta ahora cuatro de sus
libros: La tabla (2015), Diarios 2025-2016 (2017), Tiempo
ordinario (2021) y Navarra-Madrid (2024). En enero de
2025 se ha publicado su último libro, La vida suspendida, en la nueva
editorial Sr. Scott. Como suele ser
habitual, Laporte me incluyó en la lista de la editorial para el envío de
ejemplares de prensa; aunque cometió un pequeño error: envió el libro a mi
antigua dirección y esto hizo que me tuviera que acercar a la casa en la que
viví hasta 2022 para rescatarlo.
La vida
suspendida empieza con un prólogo del propio Laporte, escrito ya próximo a la
publicación del libro, y con más de un año de diferencia respecto a la
finalización del texto principal. En este prólogo, Laporte, después de conversar
con su nuevo editor en Sr. Scott, Alberto
Beceiro, nos expone la idea de «publicar a su pesar». Es un concepto que me interesa, porque alguna vez yo
también he sentido ese pudor que parece experimentar Laporte ante la idea de
que los demás vayan a leer su texto. «Lo publicaría, por tanto, a mi pesar,
porque ya estaba escrito y porque me cansaba de acumular manuscritos en el
cajón.» En este prólogo, quizás a modo de advertencia, el autor le adelanta al
lector que su obra trata sobre una IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo).
Adentrarse en sus páginas –unas páginas en gran medida dolorosas y
conflictivas– va a ser, por tanto, un acto que dependerá de la responsabilidad
del lector.
Todos los libros que he leído de
Laporte –así como el resto de los que tiene publicados– están escritos desde el
«yo»; o bien son diarios, recopilaciones de artículos o novelas que hablan
desde su propia experiencia. La vida
suspendida, nos dirá el propio Laporte, también habla de una experiencia
personal, pero el autor le ha añadido algunas dosis de ficción: «Es lo que
aprendí de esta áspera experiencia y que, de mejor o peor manera, trato de
reflejar en este escrito tan verdadero que tuve que recurrir a injertos de
ficción, para hacerlo creíble.» (pág. 13). En cualquier caso, a mí, que he
leído los diarios de Laporte me resultará complicado (aunque el autor, como
veremos, nos va a dar alguna pista), leer este libro pensando que tiene ficción
añadida, porque sigo viendo la voz narrativa del autor, y reconozco algunos de
sus episodios vitales, ya comentados en otros libros.
Laporte conoce a María, a la salida
de un cine, alguien que leyó, en algún momento, alguno de sus artículos
periodísticos, le agregó a Instagram y, al fin, le ha reconocido ese día
azaroso. Empieza una relación con ella y, solo unas pocas semanas después,
recibe la noticia de que se ha quedado embarazada. Durante un breve lapso de
tiempo, Laporte va a fantasear con la idea de tener ese hijo y convertirse en
padre. De hecho, apuntará que, tras un
largo periodo de inestabilidad económica, quizás sea este su momento. Sin embargo,
la falta de planificación y la fase tan inicial en la que se encuentra su
relación con María harán que ambos tomen la decisión de iniciar una
Interrupción Voluntaria del Embarazo en un hospital público de la Comunidad de
Madrid. La vida suspendida nos va a
hablar de este proceso, desde una perspectiva que puede resultar insólita o
impúdica: la voz narrativa de Laporte se va a dirigir de forma directa al feto
que no pudo convertirse en persona, en su hijo; al que se referirá con varios
nombres, destacando el de «Serafín». «Vuelvo a ti en este ejercicio de
literatura de duelo, extremo quizá patético, gratuito y pornográfico. (…)
Quizás quiera volver a ti para cerrar también los duelos y quedarme para
siembre en la celebración.» Uno de los libros de Laporte que me falta por leer
es Luz de noviembre por la tarde (2011),
donde homenajea a sus padres, que murieron de cáncer, cuando él era bastante
joven, con una diferencia de pocos meses. Así que este nuevo libro se
emparentaría con ese otro por temática, pero también con sus diarios. De este
modo, La vida suspendida tiene una
fuerte filiación con Tiempo ordinario
(2021), un diario del que Laporte quitó las referencias a fechas concretas y
que se lee como una narración de unos cuantos momentos vitales, sobre los que el
autor va reflexionando, como apuntes poéticos de su propia vida. En La vida suspendida la voz narrativa es
similar, pero, en este caso, las escenas evocadas son más intensas, al tener
más fuerza narrativa y más conflicto.
En la novela existe una escena
central, la de la visita a la clínica abortista, que va a coincidir con el día
del Padre de 2022, y la narración se irá demorando al acercarse a los días
previos y a los posteriores, basculando sobre ese día clave en esta historia,
en el que un aspirador acabará succionando al feto de escasas semanas.
En gran medida, me ha sorprendido la
capacidad de Laporte para mostrarse sin pudor en esta obra. Desde hablar de sus
problemas financieros y la necesidad de recurrir a empresas, fuera del circuito
bancario habitual, de micropréstamos, hasta sus inquietudes religiosas, de las
que nos había empezado ya a hablar en sus diarios, pasando con sus problemas
con los clientes de grandes empresas para los que trabaja de autónomo,
escribiendo textos corporativos.
Quizás la nota de ficción (el propio
Laporte así lo insinúa) sea la creación del amigo Petrus (varios de los
personajes del libro aparecen aquí con un nombre ficticio), que hará sentir
culpable a Laporte, al enfrentar su decisión a sus ideas religiosas. Y este
personaje tiene la labor, por tanto, de generar más tensión narrativa a un
texto ya bastante tenso y triste.
Como ocurría en sus otros libros, Laporte
llena con fruición su texto de citas literarias; y su lenguaje tiende a ser
reflexivo y poético, con algunos detalles hacia el deje más moderno, como «ese espermatozoide
y óvulo que habían logrado ese match»
(pág. 20), que otorgan la texto, a veces, un raro deje humorístico; y, en
algunos casos, elige mezclar un registro culto del idioma con otro más vulgar:
«Miembros de Hamás se han cargado a cientos de jóvenes» (pág. 135) o «sabios
del pasado que no se habían coscado de nada» (pág. 147). Sé que estas
características son rasgos del estilo de Laporte, pero en algunos casos son
construcciones lingüísticas que no me acaban de convencer.
Me han gustado las reflexiones que
hace Laporte sobre el propio sentido de la obra en marcha: ¿la escribe para
pedirle perdón al hijo que nunca nacerá? ¿La escribe para tratar de conseguir
algo de reconocimiento literario? O, en cualquier caso, ¿qué sentido tiene
enfrentar su dolor al dolor real de un padre que ha perdido a un hijo de quince
años, con el que a compartido una cantidad ingente de recuerdos, como le llega
a ocurrir al corregir el texto de un cliente?
De las cuatro obras que llevo leídas
de Laporte, La vida suspendida es que
la que más me ha emocionado. Ya me pareció que Tiempo ordinario daba un salto respecto a su anterior libro de
diarios, titulado sencillamente Diarios
2015-2016, y creo que ahora se vuelve a dar un salto desde Tiempo ordinario a La vida suspendida, que me ha parecido una obra desgarrada,
sentida, impúdica y bella.
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