Aguas de primavera, de Iván S. Turguénev
Editorial Alba. 211 páginas; primera edición de 1872, ésta
es de 2023,
Traducción de Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella
En el verano de 2016 leí Padres e hijos (1862), la
que se considera la obra más perdurable de Iván
S. Turguénev (Orel, Rusia, 1818 – Bougival, Francia, 1883). Fue un libro
que me gustó bastante y, desde entonces, tenía pensando volver con la obra del
ruso. En la primavera de 2024, vi que la editorial
Alba acababa de sacar en su magnífica colección Alba clásica tres nuevos libros de escritores rusos del siglo XIX: El
eterno marido de Fiódor M.
Dostoievski, Aguas de primavera de Iván
S. Turguénev y ¿Quién sabe? de Aleksandr
I. Herzen. Se los pedí para reseñarlo y, por ahora, he leído los dos
primeros.
Aguas de
primavera
comienza con Dmitri Sanin angustiado después de haber pasado una velada
supuestamente agradable en compañía de la mejor sociedad de su ciudad. Sanin
tiene cincuenta y dos años y comienza a sentir el miedo ante el abismo de la
vejez, la enfermedad y la muerte. En estas circunstancias, ya de madrugada,
empezará a revolver cajones y, de forma casual, encontrará una crucecita de
granates que le lleva –como si de su propia magdalena proustiana se tratase– a
recordar una historia de su pasado, algo que le sucedió en 1840, cuando tenía
veintidós años. Por tanto, el tiempo narrativo de la novela es 1870, y en su
cuerpo central –en la mayoría de sus páginas– el narrador, Sanin, va a evocar
unos sucesos en los que se vio envuelto treinta años antes. De este modo será
frecuente que el narrador le recuerde al lector que se están evocando tiempos
pasados: «En aquel tiempo aún no había fotografías. Y los daguerrotipos apenas
empezaban a popularizarse.» (pág. 158), «Como es sabido, en aquellos tiempos en
valor de una hacienda se determinaba por la cantidad de siervos.» (pág. 171).
Sanin, a sus veintidós años, ha heredado un dinero y ha
decidido viajar por Europa antes de convertirse en funcionario en Rusia. En el
momento en el que empieza la narración de 1840, Sanin, ha llegado de Italia a
Fráncfort, y se ha gastado su último dinero en un billete para la diligencia
que le ha de llevar hasta Rusia. Sin embargo, un suceso inesperado acabará
cambiando sus planes y, posiblemente, el rumbo de su vida. Sanin entra en
Fráncfort en una confitería italiana. Se extraña de que no haya nadie tras el
mostrador para atenderle, y entonces una muchacha de rizos morenos, de unos
diecinueve años, sale de la trastienda y le pide ayuda. Su hermano (luego
sabremos que se llama Emilio y tiene catorce años) se ha desmayado. Sanin,
mientras viene el médico, ayuda, junto al viejo Pataleone (amigo y sirviente de
la familia), a que Emilio se recupere. Para Sanin habrá comenzado un periodo de
ensoñación juvenil, ya que le ha deslumbrando la belleza de Gemma, la chica de
diecinueve años. Gemma y Emilio son hijos de Guiovanni Battista, ya fallecido,
y de la señora Roselli, con quien viven. Sanin, tras prestar su ayuda a Emilio,
será invitado por las dos damas a visitar más tarde la casa. Como el lector
podrá intuir, Sanin va a perder la diligencia que había de llevarle a Rusia y
va a pasar unos días más en Fráncfort. Pronto descubrirá que Gemma está
prometido con Karl Klüber, un rico comerciante local. La madre de Gemma ha
puesto muchas esperanzas vitales en este futuro matrimonio porque, después de
la muerte de su marido, el negocio familiar va cada vez más de capa caída.
La escena del encuentro inicial entre Sanin y Gemma está
basada en un hecho real que le aconteció a Turguénev en su juventud, también en
Fráncfort; y un hecho importante en el desenlace del libro, que no quiere
revelar, también está basado en la propia vida del autor. He leído en internet,
que Turguénev tuvo una madre muy dura y posesiva y que el carácter de esta
madre ha influido en la creación de sus personajes literarios. Así en sus obras
suelen aparecer mujeres fuertes y dominantes y también hombres débiles, que se
comportan como «esclavos» de estas mujeres. De hecho, Turguénev se enamoró de
la cantante de ópera Pauline Viardot-García y estuvo siguiéndola por toda
Europa, durante una gran parte de su vida. Pauline estaba casada y Turguénev
llegó a convivir con el matrimonio, y se llegó a construir una casa en París
cerca de la de ellos. Este carácter sumiso de Turguénev con las mujeres fue
utilizado, de forma burlesca, por Dostoievski
para crear uno de los personajes de Los demonios.
Turguénev fue amigo de Lev
Tolstói, pero se acabaron enemistando. Al parecer, Tolstói invitó a
Turguénev a su finca, y se la estuvo mostrando palmo a palmo, presentándole
incluso a todos los animales y las relaciones que mantenían entre ellos.
Turguénev sintió que esto era quizás una burla a su forma de narrar y acabó
abandonando la finca de Tolstói antes de tiempo. La enemistad se prolongó
durante muchos años; incluso Tolstói llegó a retar en duelo a Turgunév, pero
este lo rechazó y se acabó marchando de Rusia para instalarse en Francia.
Una de las escenas principales de Aguas de primavera tiene que ver también con un duelo, un desafío
muy propio del temperamento ruso y que agitará la naturaleza de las relaciones
entre los personajes.
Es cierto, que los recuerdos de Sanin en 1840 comienzan de
un modo muy amable, y que en los primeros capítulos hay poca tensión narrativa,
pero esta irá aumentando según el lector avanza hacia el desenlace del libro.
De hecho, el tramo final de la novela me ha parecido bastante sorprendente e
incluso, cuando Sanin (o el narrador de la historia), ya en 1870, no ha querido
seguir rememorando sus recuerdos más duros de degradación, cuando se descubrirá
como un verdadero hombre débil, me he quedado con ganas de leer esas páginas
que solo están sugeridas en la novela y que podían haber sido desarrolladas en
otra novela diferente.
Cuando acabé Aguas de
primavera y, ya desde 1870, dejé al personaje con cincuenta y dos años, la
emoción por su juventud perdida y el lamento por los errores del pasado me
calaron bastante hondo, haciéndome pensar que, bajo la apariencia inicial de
una comedia ligera, se escondía la mano de un maestro.
De hecho, he estado buscando en internet información sobre
Iván Turguénev, y he leído que era agnóstico y que, pese a ocuparse de algunos
de los grandes temas de su época en sus obras, en gran medida –sobre todo en
sus novelas cortas, como es considerada Aguas
de primavera– suele hablar mucho de las relaciones entre hombres y mujeres,
y del paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Dostoievski y Tolstói como
escritores más religiosos nos dan obras más torturadas, y podríamos decir que
en el imaginario occidental sus escritos se han vinculado más con la idea de
«lo ruso». A Turguénev, en cambio, se le vincula más con la literatura
francesa; de hecho, llegó a ser un buen amigo de Gustave Flaubert. Sin embargo, es posible que el gran heredero de
Turguénev será otro ruso que se ocupa también de la turbulencia de las
relaciones, el rápido paso del tiempo y la cercanía de la muerte, que sería Antón Chéjov. De hecho, una de las
mejores novelas cortas de Chéjov, El duelo (1891), trata de temas
similares a los de Turguénev y uno de sus ejes compositivos es la presencia de
ese duelo de carácter tan ruso. En definitiva, Aguas de primavera me ha parecido una gran novela corta, que gana
mucho en su tramo final; la obra de un autor delicado y profundo. Me he quedado
con ganas de leer más obras de Iván Tuguénev.