El concepto de ficción, de Juan José Saer
Editorial Rayo
Verde, 346 páginas. Escritura de los textos entre 1965 y 1996; esta edición es
de 2016
En el verano de
2023 leí
El
limonero real (1974), que era el último libro de la obra narrativa de Juan José Saer (Serodino, Argentina,
1937 – París, 2005) que me faltaba por leer. Decidí entonces acercarme, a
finales de 2023, a sus libros de ensayos. De esta forma, le solicité a la editorial Rayo Verde, que está
acometiendo la valiente empresa de reeditar a Saer en España, que me enviara El
concepto de ficción para poder leerlo y reseñarlo.
El concepto de
ficción
reúne textos escritos por Saer entre 1965 y 1996. Algunos aparecieron en
diarios. Algunos otros son simples notas de lectura personajes, donde Saer
habla consigo mismo sobre el oficio de escribir. El orden de este libro es el
inverso al de la escritura, salvo en algunos casos en los que, para dar unidad
temática al conjunto, se decidió cambiar algunos textos de lugar.
«Nunca
sabremos cómo fue James Joyce» (pág. 13) así empieza el primer texto (que Saer
no quiere llamar ni «ensayo» ni «artículo»), donde Saer afirma que los
biógrafos de Joyce acaban metiendo ficción en sus obras. «Podemos por lo tanto
afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario que la ficción, y que
cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito
turbio de tergiversar la verdad. En cuando a la dependencia jerárquica entre
verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que
la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía
moral.» (pág. 15) «Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción
multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a
una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su
turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de
antemano cómo esa realidad está hecha.» (pág. 16)
Uno
de los textos que más me ha gustado del libro es el segundo, el titulado La
perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina. El escritor polaco
vivió veintitrés años en Argentina y se relacionó con los escritores argentinos
relevantes de la época. Llegó a conocer a Borges,
pero no se resultaron simpáticos. Me ha interesado esta idea: una parte de la
literatura que habla sobre Argentina no ha sido escrita en español. Durante
algunas décadas en Argentina llegó a haber más ciudadanos nacidos fuera del
país que en él y, nos dice Saer, parte de la que podría llamarse «literatura
nacional» (un término al que critica) ha sido escrita en polaco, francés,
inglés… En este sentido destaca la historia del ingeniero francés Alfred Ebelot que fue contratado por el
gobierno argentino en 1875 para cavar una fosa de 500 kilómetros que frenara
las invasiones indias. Ebelot escribió artículos en francés, para un periódico
de Francia, pero, dice Saer, interpela a los argentinos y a la formación de su
país.
En
otro texto se habla de la pasión de Borges por la literatura inglesa, de la
que, según Saer, destaca a algunos escritores de segunda fila, y su fobia por
la francesa. Pierre Menard, considera Saer, es una crítica velada a Paul Valéry, una crítica a un
plagiador.
Uno
de los autores a los que más relee Saer es a William Faulkner, y elogia Santuario.
«Zama es superior a la mayor parte de las
novelas que se han escrito en lengua española en los últimos treinta años, pero
ninguna buena novela latinoamericana es superior a Zama.», así elogia a la gran novela de Antonio Di Benedetto en la página 55.
En
gran medida estos textos representan un recorrido por gran parte de la
literatura argentina. Así, en la página 67, llegamos al Martín Fierro de José
Hernández, que no se consolidó como la gran obra nacional hasta que la
reivindicó como tal Leopoldo Lugones
en una conferencia de 1913, hasta entonces se considera que había sido una obra
celebrada por demasiada gente inculta.
Saer
también homenajea a su amigo el poeta Juan
L. Ortiz, al que considera uno de los grandes de la literatura argentina,
aunque siempre se moviera en los márgenes. De hecho, en él está basado el
personaje de Washington Noriega, habitual en sus novelas.
Sobre
Roberto Arlt dice que le parece
falsa la afirmación de que escribía mal, una acusación que alcanzó a autores
como Shakespeare, Cervantes o Faulkner.
Saer
carga contra la cultura oficial, «Si aceptamos la definición de literatura
oficial como toda aquella literatura que es excedida y englobada por el sistema
de pensamiento al que adscribe», «La verdadera literatura manifiesta o modifica
aspectos más oscuros y complejos de la condición humana» (pág. 118), «Donde
quiera que esté, el escritor escribe siempre desde ese lugar que lo impregna y
que es el lugar de la infancia.» (pág. 122)
Saer
habla del Facundo de Sarmiento, donde piensa que el repudio
a la barbarie coexiste con la fascinación, como en el Martín Fierro también existe esa fascinación. Me ha resultado
curiosa la idea de que para Borges el Martín
Fierro, que es un poema, se podía leer como una novela, y que para Sabato el Facundo, que es un ensayo, también se podía leer como una novela.
Saer
da una lista de grandes autores argentinos (en los que piensa que «el saber
ocupa») y cita a los siguientes: Sarmiento,
Lugones, Martínez Estrada, Macedonio
Fernández, Juan L. Ortiz y Borges. Me ha gustado que en esta lista
aparezca Martínez Estrada, porque hace no mucho me compré un libro con sus
cuentos completos y este comentario ha hecho que me entren más ganas de leerlo.
También Saer cita la más conocida parte ensayística de la obra de Martínez
Estrada.
Saer
dedica varios artículos a hablar de la Nouveau
Roman francesa, y llega a afirmar que muchas de las obras destacadas de la
narrativa occidental del siglo XX (Proust,
Kafka, Musil, Svevo, Gadda, Virginia Woolf, Faulkner,
Pavese, Beckett, etc.) cumplen con la idea de que su principal propuesta
formal es rechazar lo habitualmente considerado como novelístico.
Es
bonito el artículo en el que ensalza la obra de Felisberto Hernández, basada en recuerdos, sobre todo en Tierras de la memoria, Por los tiempos de Clemente Collins o El caballo perdido. Me gusta la
especulación sobre que Felisberto llegó a leer a Sigmund Freud y esa influencia se ve en sus escritos.
Saer
evoca su casa cuando tenía ocho años y su madre y sus hermanas escuchaban la
«novela» en la radio, palabra que para él cambiará de significado cuando lea a
Joyce o Faulkner a los veinte años.
Hay
un artículo sobre Freud, en el que Saer sostiene que sus teorías son en gran
medida literarias y, por esto, buscaba comparaciones y metáforas en el campo de
la literatura y no de la ciencia.
Saer
habla de La invención de Morel y del
prólogo que le escribió Borges, donde dice que este último se equivoca porque
escribe que esa narración es una reivindicación de la novela de aventuras, como
si así fuera la de Bioy Casares, en contra de la novela psicologista, que es lo
que realmente es La invención de Morel
según Saer.
«El
problema capital que se plantea la literatura es el de cómo representar. No el de qué
representar, sino el de cómo.»
(pág. 215), parece que en 1972 Saer ya hablaba de la irrelevancia de los spoilers en literatura.
Saer
critica la última etapa creadora de Borges, El
hacedor y El informe de Brodie,
que le parece más simple que la anterior y no exenta de banalidad. Recuerdo que
Piglia también hablaba de que la calidad literaria de Borges bajó mucho cuando
se quedó ciego y tenía que dictar sus cuentos en vez de escribirlos. Aunque
Saer parece más establecer una relación entre la decadencia literaria y las
ideas políticas de Borges.
Saer
se muestra crítico con la supuesta capacidad educativa de los medios de
comunicación de masas (radio y televisión).
«La
afirmación de Borges de que no se puede no ser moderno es un sofisma
inteligente, pero deja de lado el detalle fundamental de que para un escritor
hay un modo preciso de ser moderno, que consiste en saber qué es lo que ha
hecho la literatura hasta el momento en el que él comienza a escribir y tratar
de enriquecer formalmente esos resultados.» (pág. 233). Saer también piensa que
ha ocurrido lo contrario: que, por ejemplo, la prosa de Borges ha influido en
la forma de redactar revistas en Argentina.
Saer
dedica un artículo a Lovecraft y
afirma que no es un escritor de primer orden, pero en él ve el diagrama
perfecto de la literatura fantástica. «El problema con la literatura fantástica
consiste en saber si nos propone una evasión infinita o un enriquecimiento
razonable. Cuanto más maravilloso es el mundo que se nos propone, pero es la
literatura a través de la cual nos la proponen. Las maravillas de Lovecraft son
inferiores a sus demonios. Las maravillas me distraen del punto de partida, de
lo real. Los demonios me lo revelan. Las maravillas más discretas son las más
convincentes: el Gran Teatro de Oklahoma, de Kafka, en el cual todo el mundo
tiene su lugar» (pág. 256)
A
Saer no le convence la crítica literaria sociológica, ya que para él la
literatura no es un mero documento social.
Saer
reivindica la novela policial diciendo que no hay literatura que no sea de
evasión, ya que la gran literatura nos
evade a través de un acto de confrontación con las experiencias de nuestra vida
imaginaria. Durante varias páginas Saer parece elogiar a Raymond Chandler, para al final de artículo dedicarle un dardo
envenenado: «El más pequeño de los escritores americanos de la generación
perdida es sin duda más grande que Chandler, pero ningún autor de novelas
policiales, ni siquiera Hammett, ni Cain, es superior a él.» (pág. 295). Saer
apunta que las novelas policiales trabajan sobre esquemas preestablecidos y,
por tanto, al final parece quitarle logros a Chandler.
El
libro contiene una sección final, titulada Una literatura sin atributos, que
ocupa unas 40 páginas, y que presenta textos que se publicaron originalmente en
francés.
Saer
afirma aquí que tres peligros acechan a la novela latinoamericana: el primer es
presentarse como latinoamericana. «El error más grande que puede cometer un
escritor es el de creer que el hecho de ser latinoamericano es una razón
suficiente para ponerse a escribir.» (pág. 309). Otro problema es del
“vitalismo”, que supone que el subdesarrollo económico lleva a una relación
privilegiada con la naturaleza. Y aquí carga con el realismo mágico. A Saer no
le gusta la obra de Gabriel García
Márquez.
Otro
riesgo es el “voluntarismo” que considera a la literatura como un instrumento
inmediato del cambio social.
El
escritor latinoamericano no debe darle al mercado europeo el exitismo que este
le pide.
«Creo
que un escritor en nuestra sociedad, sea cual fuere su nacionalidad, debe
negarse a representar, como escritor, cualquier tipo de intereses ideológicos y
dogmas estéticos o políticos, aun cuando eso lo condene a la marginalidad y a
la oscuridad.» (pág. 317)
Hay
aquí un artículo sobre literatura y exilio en el que Saer afirma que «Borges se
convierte en un escritor oficial no por las singularidades de su obra, sino al
contrario por la interpretación abusiva que el poder político hace de su
liberalismo al hacerlo coincidir con las abstracciones totalitarias». Así para
el poder la obra de Borges es sagrada, y criticarla se convierte en terrorismo,
pero esta obra rechaza un dogmatismo semejante y Saer considera que es una obra
ocupada en el sentido militar del término.
Borges
tiene prejuicios teóricos muy fuertes contra la novela, dice Saer, porque
rechaza el realismo inmediato, banal. Sin embargo, toda la obra de Borges
invita a la epopeya, que es el origen de la novela.
Saer
apunta, en una entrevista final, que el escritor solo debe representarse a sí
mismo. Los elementos extraartísticos, nacionales, sociales… deben ser
secundarios para él.
Algunos
de los artículos de El concepto de
ficción son realmente sesudos y el lector debe estar atento para captar
todas sus sutilezas. Esto ocurre así, sobre todo, en los textos más antiguos y,
según Saer se va haciendo mayor, parece que su estilo se vuelve más claro.
Quizás algunas de sus reflexiones –sobre todo las que tienen que ver con la Nouveau Roman francesa– se han quedado
algo anticuadas, pero no así la mayoría de ellas, que siguen siendo de plena
actualidad y muestran su compromiso con el arte literario.
El concepto de
ficción
es un libro inteligente y que gustará a todas aquellas personas interesadas en
la literatura de Saer, en particular, pero también en la literatura en general.
Cuando quien escribe sabe de lo que habla (o escribe) resulta más que interesante leerlo, ya sea que coincidamos con sus opiniones o no.
ResponderEliminarEs muy difícil dar con casos como estos.
Saludos,
J.
Todo un erudito Saer.
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