Nancy, de Bruno Lloret
Editorial Candaya. 156 páginas. 1ª edición de 2021.
La última Feria del Libro de Madrid
no tuvo lugar en el parque del Retito en junio, como viene siendo habitual,
sino en septiembre. Un sábado tuve que ir yo a firmar ejemplares de mi última
novela, Esto no es Bambi, y cuando acabé paseé un rato por la Feria. En
la caseta de Candaya saludé a sus editores, Olga y Paco, y les compré dos
libros: Sanguínea de la ecuatoriana Gabriela Ponce y Nancy
del chileno Bruno Lloret (Santiago de Chile, 1990). Lo cierto es que era la
primera vez que veía esta segunda novela, que creo que acababa de aparecer en
el mercado por esos días. Sin embargo, sé que los libros latinoamericanos que
selecciona Candaya para su colección de narrativa son siempre confiables y me
guie por ello.
De entrada, uno siente extrañeza al
abrir la novela, ya que Lloret ha plagado las páginas de su libro de cruces en
negrita, que a veces sustituyen a los puntos o a las comas, y que en otras
ocasiones invaden el texto y se expandan por una página entera. Hacia el final
de la reseña trataré de dar un significado a esta elección gráfica.
La novela está contada en primera
persona por Nancy, que en las primeras páginas es una joven, casi una
adolescente, y que huye de su casa, en el norte de Chile, en una caravana de
camionetas de gitanos que viajan hasta Bolivia. Nancy empieza su narración «in media res», ya que las escenas se
suceden de un modo rápido, y el lector tiene la sensación de que se le están
escapando algunas de las claves que explican las relaciones que hay
establecidas entre los personajes. Así, por ejemplo, Jesulé es el gitano, en
cuya camioneta monta Nancy, y el lector sabrá más tarde que ha tenido lugar una
relación sentimental entre ellos. Será en Santa Cruz ‒Bolivia‒ donde Nancy va
a conocer a un norteamericano de treinta y cinco años, llamado Tim. Nancy se va
a casar con Tim y juntos regresaran a vivir a un pueblo de la costa de Chile.
De repente, se producirá en la narración un salto de veinte años, y sabremos que
Tim es un borracho, al que le cuesta regresar a casa por las noches, después de
trabajo en los barcos pesqueros japoneses (los únicos que quieren contratarle)
y que ella está enferma de cáncer, le han extirpado los pechos y el útero y se
encuentra cercana a morir, a pesar de no haber cumplido aún los cuarenta años.
Es posible que algún lector de esta
reseña piense, con lo leído hasta ahora, que ya he destripado una gran parte
del argumento de la novela, pero en realidad todo lo que yo he resumido se narra
en un número bastante reducido de páginas.
Una vez que sabemos de este salto
hacia el futuro de veinte años que comentaba, la narradora volverá su mirada
sobre su pasado y nos hablará de su infancia hasta llegar al punto que ya
conocemos en el que abandona la casa familiar para huir a Bolivia. Entre
medias, en algunos momentos se nos recordará que Nancy es una mujer de treinta
y siete años, próxima a la muerte. «En la calle la gente sencillamente ya no me
saludaba, y eso me sumía en la más total desesperación.», leemos en la página
29, cuando Nancy ha entrado ya en plena decadencia física y siente el rechazo a
su alrededor.
Nancy se ha criado en un hogar
difícil, en el que la madre era una fanática religiosa, que trataba al Pato (el
hermano mayor) y a Nancy con desprecio, mientras que su padre era una presencia
ausente. El Pato se va a ir de casa para trabajar en el «puerto grande», una
ciudad más al norte de donde viven, y Nancy, que hasta ahora había encontrado
en su hermano un aliando, va a tener que lidiar sola con sus padres. Al pueblo
en el que viven se le llama simplemente «Ch».
En Ch, durante la adolescencia de
Nancy, van a aparecer mujeres muertas en la playa, un detalle que me ha
recordado a La parte de los crímenes de 2666 del escritor chileno
Roberto Bolaño. Las páginas de la
novela están abiertas siempre a la amenaza de este norte de Chile, entre las
playas y el desierto, un territorio que también han explorado algunos otros
narradores jóvenes chilenos como Diego
Zúñiga en la novela Racimo. En algunos momentos la
sordidez de la vida en estos pueblos pobres de Chile, me recordaba a los
pueblos del interior de Argentina que describía el argentino Carlos Busqued en Bajo este solo tremendo.
«Este mundo es un desierto de
cruces», dirá el padre de Nancy en la página 86. Y quizás en esta apreciación
queda justificada la decisión de Lloret de dejar su texto plagado de esas
simbólicas cruces en negrita de la que ya he hablado. Además, también va dejando
fotografías de radiografías que muestran el avance de la enfermedad de Nancy.
En la contraportada de la edición de
Candaya, unas palabras del reputado escritor chileno Alejandro Zambra avalan a Bruno Lloret: «Inventario de abandonos y
abusos, inevitable diario de muerte y de rodaje, diatriba contra la domesticada
pasión religiosa, esta extraordinaria novela trasciende ampliamente la denuncia
y el ejercicio de estilo, y avanza hacia un realismo nuevo, inesperado,
disidente.»
A veces sorprende la cantidad de
temas que toca Bruno Lloret en las apenas 150 páginas de su intensa novela
corta. Nancy es una novela plagada de
muertes, amenazas, enfermedad, sordidez, incomprensión, locura religiosa, etc,
pero también de una gran poesía y sutileza. Nancy es una buena novela dura y
breve.
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